Capítulo Tercero
Tras la pantalla.
En nuestra primera conversación se denotaba el nerviosismo de ambos, yo al menos estaba atacado y tenía el pulso demasiado acelerado. En nuestra segunda conversación, bastante breve, me resultó algo más fácil de entablar. Apuntó mi correo electrónico y corrí hacia el ordenador, encendí el portátil nervioso y lleno de dudas sobre si lo que hacía estaba bien. Quería conocer a ese chico, tenía deseos de saber de él y me llenaba de esperanzas de una amistad alejada de lo cotidiano. Cuando lo tuve frente a frente en la pantalla de plasma temblé. La frase que tenía me pareció interesante: “Lo único que deseo es paz, lo único que anhelo es comprensión”. La conversación versó sobre mil temas y no me di cuenta de la hora que era, casi las tres de la mañana cuando acabó.
Durante nuestra charla reímos, lloramos e incluso me sonrojé ante sus halagos. Tuve que mentirle, no fui todo lo claro que debía. Dije que tenía treinta y dos años, soltero, que vivía con mi hermana y sus hijos además de otras. Me pidió una fotografía, no sabía que hacer y al final me puso él la cámara de su ordenador. Cuando lo contemplé quedé fascinado. Era un chico bastante guapo, la cara algo aniñada, ojos verdes apocalípticos y bastante grandes, piel clara, pelo rubio con betas más oscuras y por lo que dejaba vislumbrar, la poca ropa que llevaba, era bastante delgado. No era como lo había imaginado, aunque tampoco importaba mucho. Me atraía y en más de una ocasión, cuando se mordía sus jugosos labios, yo me excitaba. Deseaba quedar con él para tenerlo entre mis manos, acariciar su vientre y beber de su boca. Él sonreía como si nada mientras yo le desnudaba mentalmente. Le prometí una fotografía para el día siguiente, podía haber dicho que tenía una cámara instalada como él sin embargo tenía pánico a no gustarle. Muchas mujeres me verían atractivo y algunos hombres me desearían, pero no él. Suelo cuidarme, me visto con ropas que me favorezcan y mi cuerpo esta en plena forma; físicamente soy bastante atractivo pero mis canas dan a entender mi edad, no quería que él supiera la vez ni por un instante, aunque aparentaba mucho menos de la que tenía. Me sentí mal, sentía como si me burlara de él todo el tiempo.
Al despedirme de él se me hizo difícil, pero él tenía sueño, así que intenté ser amable sin atreverme a decirle que me atraía. Tiró un beso a la pantalla y me guiñó para apagar por completo todo. Por su forma de ser y mover las manos supe que era algo femenino, no me importaba en absoluto. Amadeo era sensible, accesible, inteligente y romántico. Me mostró algunos de sus poemas favoritos, incluso uno de su propia autoría. Parecía increíble, como un sueño, de esos personajes que salen de un libro y se esfuman en la niebla. Me acosté pensando en él, incluso me excité. Durante la madrugada tuve que tomar mi miembro entre mis sábanas y pensar en sus seductoras fauces. Sentía la terrible necesidad de saber que perfume se ponía, como era el tacto de su piel o simplemente de que forma le gustaba ser embestido por mis caricias.
Me desperté antes de que mi mujer viniera y lo primero que hice fue ir a mi bandeja de entrada. Allí tenía un mensaje de Armando comentándome que lo había pasado bien conversando conmigo, que se sentía muy comprendido y que se alegraba de haber tomado la decisión de haber intervenido el programa. Era bastante amable, además de iluso. Me conocía poco y sin embargo se aferraba a mí como a un clavo ardiendo en medio de una tempestad. Era distinto a mí por completo, lleno de esperanzas e ilusiones, aunque a la vez demasiado parecido. Yo simplemente le contesté que el sentimiento era mutuo y que me alegraba de que fuera mi amigo, o al menos comienzo de amistad.
Tras contestarle me duché, vestí y tomé un descafeinado mientras devoraba una tostada con margarina. Tenía que llegar al trabajo, mi suegro hoy se quedaría con un primo de mi mujer. Los niños regresarían a casa a media tarde y mi mujer volvería a la noche. Esta madrugada no podría hablar con él, sentía pánico de que lo sospechara Marga o simplemente saliera a la luz. Deseaba besarlo y desgastar aquellos labios tan dulces. Cuando llegué al trabajo todo se me hizo pesado, demasiado monótono y recordando sus palabras tras la pantalla. Los informes caían como ladrillos en mi escritorio mientras el día iba muriendo lentamente. Al regresar todo parecía estar igual, mis hijos aún no habían llegado y tampoco mi mujer. Corrí hacia el ordenador y prendí el programa de mensajería instantánea.
-Hola, te estaba esperando.-Dijo nada más me vio entrar.
-Hola, lo lamento salí tarde del trabajo.-Respondí con media sonrisa en mi rostro.
-¿Qué tal tus sobrinos?-Interrogó.
-Bien, muy bien.-Dije mientras veía la bandeja de entrada, había como tres correos suyos.
-¿Fue muy duro el trabajo?-Preguntó algo que mi mujer ya no hacía, Marga ya pasaba de mí en esos asuntos.
-No mucho. ¿Qué tal tus estudios?-Respondí abriendo el primero de todos.
-Bien, ayer entregué un trabajo y aún espero a ver que puntuación me ponen.-Comentó.
-¿Sobre qué era?-Interrogué leyendo sus escasas líneas, me hablaba de que había soñado que tomábamos un café, y que era todo extraño porque cada minuto cambiaba de rostro.
-Hice una tesis sobre la homosexualidad, era para una asignatura.-Cuando dijo esto leía el segundo, era más extenso y me contaba que estaba en clases. Según él tenía que tomar apuntes sobre algunas direcciones en la red, pero estaba escribiendo una poesía. No eran más de cinco líneas, aunque me hizo sonreír ampliamente.
-Es cierto, eres sociólogo.-Comenté.
-Sí, creo que lo cogí por mi condición sexual.-Tenía una fotografía suya con el torso desnudo como fotografía.
-Eres inteligente y sensible, creo que te es tu carrera indicada.-Dije clavando mi vista en aquel pecho tan delgado.
-La cogí porque necesitaba entender el mundo, ayudar y sentir que valía para algo.-
-Es mejor que estar en mi puesto de empleo.- Respondí leyendo la poesía que estaba en el interior del tercer correo.
-Sí, odio los números.- Sus letras parecían seductoras en sus versos, sin embargo era tímido y acogedor mientras por la mensajería.
-Te iba a pedir un favor, pero es demasiado descarado.-Comenté.
-Dime, somos amigos.-Dijo inmediatamente.
-¿Puedes ponerme un poco tu cámara?-Interrogué algo nervioso.
-¿Por? ¿No te asustaste ya ayer?-
-No, en absoluto. Me has encantado, eres precioso.-Mi corazón bombeaba, iba a darme una taquicardia. Necesitaba verlo, más bien tocarlo.
-A ver cuando veo una fotografía tuya.-Tragué saliva tras aquella frase.
-No soy guapo y parezco más viejo de lo que soy.-Mentí de nuevo.
-No importa, eres mi amigo y quiero saber como eres.-Respondió mientras conectaba su cámara.
-Yo también tengo cámara, te lo oculté por miedo.-Dije al menos una verdad.
-¿Nos las ponemos a la vez?-Preguntó esto mientras veía una sonrisa tras la ventana del programa.
-De acuerdo.-Respondí prendiendo la mía. Durante unos segundos no dijo nada; yo aún estaba trajeado aunque con la corbata desatada.
-No eres feo, aunque sí pareces un poco más mayor.-Sonrió y se mordió el labio, amaba ese gesto.
-Es la mala vida que llevo.-Reí un instante mientras le respondía.
-Me gusta tu corbata.-Parecía sonrojado, coartado.
-Gracias.-Respondí.
-No sé que decirte ahora, pareces mucho más serio.-Dijo jugueteando con sus cabellos.
-Para nada.-Comenté.
-Te quería invitar a un café este fin de semana, pero ahora me da corte.-Se apoyó en una de sus manos y dejó plasmada en su boca una sonrisa.
-Lo sabía, te parezco mayor.-Respondí algo cabizbajo.
-No, pero sí serio.-Volvió a morderse los labios y lamerlos.
-Puedo ser un payaso.-Reí dejando eso por escrito.
-¿Te gustó la poesía?-Interrogó.
-Sí, claro.-Respondí escuetamente.
-Me costó poco hacerla, me inspiraste.-Dijo.
-Vaya, sirvo para algo bueno.-Reí socarronamente.
-Sí.-Respondió.-Sirves para que venga mi inspiración.-
-Esta noche no sé si podré conectarme.-Recordé a Marga y los chicos, tenía que hacer de padre modelo.
-¿Por?-Interrogó quedando bastante serio.
-Porque vienen mis sobrinos y demás, tengo que ayudarles a los deberes y descansar.-Respondí mintiendo, como siempre.
-Dime.-Dijo llamando mi atención.
-¿Qué?-Escribí arqueando una ceja.
-¿Te puedo enseñar mi tatuaje?-Interrogó
-Claro.-Acto seguido a mi consentimiento se quitó la sudadera fina, dejó al descubierto su tórax y después se bajó levemente los pantalones. En la parte del final de la espalda se encontraban unos símbolos extraños, árabes, marcando su piel.
-¿Lo has visto?-Dijo incorporándose en el asiento.
-Sí, son letras árabes ¿no?-Comenté.
-Sí, lo son. ¿Sabes que pone?-Respondió algo nervioso y aún con el pecho descubierto.
-No.-Me excité e intenté que no se notara.
-Lo siento soy tonto. Pues ponen Libertad.-
-Hermoso.-Más bien era sensual, deseaba recorrerlo con mi lengua y desgastarlo.
-Soy muy seco pero cuando conozco a alguien y me cae bien, no sé, me vuelvo muy abierto y puedo asustar.-Noté como una carcajada se escapaba de su garganta.
-Jamás me asustaría de ti.-Le guiñé un ojo.
-El sábado quiero ir a ver una película, ¿te vienes?-Puso las manos en forma de plegaria, pero en realidad no hacía falta.
-¿A ver cual?-Pregunté.
-Da igual-Dijo.
-De acuerdo, me tengo que marchar.-Escuché la puerta y cerré la ventana para volverla a abrir, no quería que me pillaran con la cámara puesta.
-Si te conectas llámame.-Comentó dejando un monigote con un teléfono móvil.
-Claro.-Respondí y cerré la mensajería bastante nervioso.
Tras la pantalla.
En nuestra primera conversación se denotaba el nerviosismo de ambos, yo al menos estaba atacado y tenía el pulso demasiado acelerado. En nuestra segunda conversación, bastante breve, me resultó algo más fácil de entablar. Apuntó mi correo electrónico y corrí hacia el ordenador, encendí el portátil nervioso y lleno de dudas sobre si lo que hacía estaba bien. Quería conocer a ese chico, tenía deseos de saber de él y me llenaba de esperanzas de una amistad alejada de lo cotidiano. Cuando lo tuve frente a frente en la pantalla de plasma temblé. La frase que tenía me pareció interesante: “Lo único que deseo es paz, lo único que anhelo es comprensión”. La conversación versó sobre mil temas y no me di cuenta de la hora que era, casi las tres de la mañana cuando acabó.
Durante nuestra charla reímos, lloramos e incluso me sonrojé ante sus halagos. Tuve que mentirle, no fui todo lo claro que debía. Dije que tenía treinta y dos años, soltero, que vivía con mi hermana y sus hijos además de otras. Me pidió una fotografía, no sabía que hacer y al final me puso él la cámara de su ordenador. Cuando lo contemplé quedé fascinado. Era un chico bastante guapo, la cara algo aniñada, ojos verdes apocalípticos y bastante grandes, piel clara, pelo rubio con betas más oscuras y por lo que dejaba vislumbrar, la poca ropa que llevaba, era bastante delgado. No era como lo había imaginado, aunque tampoco importaba mucho. Me atraía y en más de una ocasión, cuando se mordía sus jugosos labios, yo me excitaba. Deseaba quedar con él para tenerlo entre mis manos, acariciar su vientre y beber de su boca. Él sonreía como si nada mientras yo le desnudaba mentalmente. Le prometí una fotografía para el día siguiente, podía haber dicho que tenía una cámara instalada como él sin embargo tenía pánico a no gustarle. Muchas mujeres me verían atractivo y algunos hombres me desearían, pero no él. Suelo cuidarme, me visto con ropas que me favorezcan y mi cuerpo esta en plena forma; físicamente soy bastante atractivo pero mis canas dan a entender mi edad, no quería que él supiera la vez ni por un instante, aunque aparentaba mucho menos de la que tenía. Me sentí mal, sentía como si me burlara de él todo el tiempo.
Al despedirme de él se me hizo difícil, pero él tenía sueño, así que intenté ser amable sin atreverme a decirle que me atraía. Tiró un beso a la pantalla y me guiñó para apagar por completo todo. Por su forma de ser y mover las manos supe que era algo femenino, no me importaba en absoluto. Amadeo era sensible, accesible, inteligente y romántico. Me mostró algunos de sus poemas favoritos, incluso uno de su propia autoría. Parecía increíble, como un sueño, de esos personajes que salen de un libro y se esfuman en la niebla. Me acosté pensando en él, incluso me excité. Durante la madrugada tuve que tomar mi miembro entre mis sábanas y pensar en sus seductoras fauces. Sentía la terrible necesidad de saber que perfume se ponía, como era el tacto de su piel o simplemente de que forma le gustaba ser embestido por mis caricias.
Me desperté antes de que mi mujer viniera y lo primero que hice fue ir a mi bandeja de entrada. Allí tenía un mensaje de Armando comentándome que lo había pasado bien conversando conmigo, que se sentía muy comprendido y que se alegraba de haber tomado la decisión de haber intervenido el programa. Era bastante amable, además de iluso. Me conocía poco y sin embargo se aferraba a mí como a un clavo ardiendo en medio de una tempestad. Era distinto a mí por completo, lleno de esperanzas e ilusiones, aunque a la vez demasiado parecido. Yo simplemente le contesté que el sentimiento era mutuo y que me alegraba de que fuera mi amigo, o al menos comienzo de amistad.
Tras contestarle me duché, vestí y tomé un descafeinado mientras devoraba una tostada con margarina. Tenía que llegar al trabajo, mi suegro hoy se quedaría con un primo de mi mujer. Los niños regresarían a casa a media tarde y mi mujer volvería a la noche. Esta madrugada no podría hablar con él, sentía pánico de que lo sospechara Marga o simplemente saliera a la luz. Deseaba besarlo y desgastar aquellos labios tan dulces. Cuando llegué al trabajo todo se me hizo pesado, demasiado monótono y recordando sus palabras tras la pantalla. Los informes caían como ladrillos en mi escritorio mientras el día iba muriendo lentamente. Al regresar todo parecía estar igual, mis hijos aún no habían llegado y tampoco mi mujer. Corrí hacia el ordenador y prendí el programa de mensajería instantánea.
-Hola, te estaba esperando.-Dijo nada más me vio entrar.
-Hola, lo lamento salí tarde del trabajo.-Respondí con media sonrisa en mi rostro.
-¿Qué tal tus sobrinos?-Interrogó.
-Bien, muy bien.-Dije mientras veía la bandeja de entrada, había como tres correos suyos.
-¿Fue muy duro el trabajo?-Preguntó algo que mi mujer ya no hacía, Marga ya pasaba de mí en esos asuntos.
-No mucho. ¿Qué tal tus estudios?-Respondí abriendo el primero de todos.
-Bien, ayer entregué un trabajo y aún espero a ver que puntuación me ponen.-Comentó.
-¿Sobre qué era?-Interrogué leyendo sus escasas líneas, me hablaba de que había soñado que tomábamos un café, y que era todo extraño porque cada minuto cambiaba de rostro.
-Hice una tesis sobre la homosexualidad, era para una asignatura.-Cuando dijo esto leía el segundo, era más extenso y me contaba que estaba en clases. Según él tenía que tomar apuntes sobre algunas direcciones en la red, pero estaba escribiendo una poesía. No eran más de cinco líneas, aunque me hizo sonreír ampliamente.
-Es cierto, eres sociólogo.-Comenté.
-Sí, creo que lo cogí por mi condición sexual.-Tenía una fotografía suya con el torso desnudo como fotografía.
-Eres inteligente y sensible, creo que te es tu carrera indicada.-Dije clavando mi vista en aquel pecho tan delgado.
-La cogí porque necesitaba entender el mundo, ayudar y sentir que valía para algo.-
-Es mejor que estar en mi puesto de empleo.- Respondí leyendo la poesía que estaba en el interior del tercer correo.
-Sí, odio los números.- Sus letras parecían seductoras en sus versos, sin embargo era tímido y acogedor mientras por la mensajería.
-Te iba a pedir un favor, pero es demasiado descarado.-Comenté.
-Dime, somos amigos.-Dijo inmediatamente.
-¿Puedes ponerme un poco tu cámara?-Interrogué algo nervioso.
-¿Por? ¿No te asustaste ya ayer?-
-No, en absoluto. Me has encantado, eres precioso.-Mi corazón bombeaba, iba a darme una taquicardia. Necesitaba verlo, más bien tocarlo.
-A ver cuando veo una fotografía tuya.-Tragué saliva tras aquella frase.
-No soy guapo y parezco más viejo de lo que soy.-Mentí de nuevo.
-No importa, eres mi amigo y quiero saber como eres.-Respondió mientras conectaba su cámara.
-Yo también tengo cámara, te lo oculté por miedo.-Dije al menos una verdad.
-¿Nos las ponemos a la vez?-Preguntó esto mientras veía una sonrisa tras la ventana del programa.
-De acuerdo.-Respondí prendiendo la mía. Durante unos segundos no dijo nada; yo aún estaba trajeado aunque con la corbata desatada.
-No eres feo, aunque sí pareces un poco más mayor.-Sonrió y se mordió el labio, amaba ese gesto.
-Es la mala vida que llevo.-Reí un instante mientras le respondía.
-Me gusta tu corbata.-Parecía sonrojado, coartado.
-Gracias.-Respondí.
-No sé que decirte ahora, pareces mucho más serio.-Dijo jugueteando con sus cabellos.
-Para nada.-Comenté.
-Te quería invitar a un café este fin de semana, pero ahora me da corte.-Se apoyó en una de sus manos y dejó plasmada en su boca una sonrisa.
-Lo sabía, te parezco mayor.-Respondí algo cabizbajo.
-No, pero sí serio.-Volvió a morderse los labios y lamerlos.
-Puedo ser un payaso.-Reí dejando eso por escrito.
-¿Te gustó la poesía?-Interrogó.
-Sí, claro.-Respondí escuetamente.
-Me costó poco hacerla, me inspiraste.-Dijo.
-Vaya, sirvo para algo bueno.-Reí socarronamente.
-Sí.-Respondió.-Sirves para que venga mi inspiración.-
-Esta noche no sé si podré conectarme.-Recordé a Marga y los chicos, tenía que hacer de padre modelo.
-¿Por?-Interrogó quedando bastante serio.
-Porque vienen mis sobrinos y demás, tengo que ayudarles a los deberes y descansar.-Respondí mintiendo, como siempre.
-Dime.-Dijo llamando mi atención.
-¿Qué?-Escribí arqueando una ceja.
-¿Te puedo enseñar mi tatuaje?-Interrogó
-Claro.-Acto seguido a mi consentimiento se quitó la sudadera fina, dejó al descubierto su tórax y después se bajó levemente los pantalones. En la parte del final de la espalda se encontraban unos símbolos extraños, árabes, marcando su piel.
-¿Lo has visto?-Dijo incorporándose en el asiento.
-Sí, son letras árabes ¿no?-Comenté.
-Sí, lo son. ¿Sabes que pone?-Respondió algo nervioso y aún con el pecho descubierto.
-No.-Me excité e intenté que no se notara.
-Lo siento soy tonto. Pues ponen Libertad.-
-Hermoso.-Más bien era sensual, deseaba recorrerlo con mi lengua y desgastarlo.
-Soy muy seco pero cuando conozco a alguien y me cae bien, no sé, me vuelvo muy abierto y puedo asustar.-Noté como una carcajada se escapaba de su garganta.
-Jamás me asustaría de ti.-Le guiñé un ojo.
-El sábado quiero ir a ver una película, ¿te vienes?-Puso las manos en forma de plegaria, pero en realidad no hacía falta.
-¿A ver cual?-Pregunté.
-Da igual-Dijo.
-De acuerdo, me tengo que marchar.-Escuché la puerta y cerré la ventana para volverla a abrir, no quería que me pillaran con la cámara puesta.
-Si te conectas llámame.-Comentó dejando un monigote con un teléfono móvil.
-Claro.-Respondí y cerré la mensajería bastante nervioso.
Salí al pasillo y vi que era mi hijo mayor, venía de haber estado varios días fuera con sus amigos. Yo la verdad jamás le pregunté a donde iba o con quién, eso sí, siempre le había inculcado el sexo seguro y una política antidroga. Sabía que él odiaba el alcohol, tabaco y demás; en eso estaba a salvo y seguro. Pasó ante mí clavando su mirada en la mía, pero no cruzamos palabras. Contemplé como entraba en la cocina y bebía directamente del cartón de leche, cuando era chico juré quitarle la costumbre y no lo hice. Después llamaron a la puerta, era la mediana con el pequeño de la mano. Le habían traído hasta la puerta. Sus preguntas sobre el abuelo me rompieron el corazón, no sabía que decirles, y pensé que era mejor no darles la noticia de que quizás lo perdíamos. Vino mi mujer al cabo de una hora, traía comida precocinada y helados. Se hizo tarde, estaba agotado y no llamé a Armando; aunque sí le mandé un mensaje de texto diciéndole que estaba encantado de conocerle, él lo respondió con un mensaje de un muñeco abrazando a otro. Me atraía, no me había enamorado pero sí cegado. Él parecía abierto, sincero y lleno de vida; le deseaba por ello y quería atarlo a mí.
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