Capítulo Séptimo
Tú y Yo
Me destrozaba la soledad y caí en una espiral de depresión, pedí la baja porque era incapaz de salir de mi jaula. Cada vez salía menos a la calle, necesitaba quedarme en los recuerdos y los correos mil veces leídos. Esperaba una respuesta sencilla, clara y concisa por escrito de que todo había finalizado. Aún tenía esperanzas de que llamara al timbre, de que regresara a mis brazos y pudiera besarlo una sola vez más. Nunca me había dado cuenta de todo lo que tenía a su lado, de la felicidad que me había regalado sin nada a cambio y de la sensación de paz que me inundaba en cada paso. Miraba sus fotografías, nuestras miradas cómplices y la camiseta que se había dejado olvidada. Dormía aferrado a los pocos recuerdos de aquel elixir a dulce sinfonía de amor. Necesitaba su silencio en medio de la noche, el sonido de sus latidos y su voz haciendo eco en mi cráneo. Estaba frustrado. Mis compañeros de trabajo achacaban todo a mi divorcio, a la muerte de mi suegro y al estrés del trabajo.
Había pasado un mes y no lograba contactar con él. Me hice varios correos falsos y le mandé textos románticos, cartas de amor y poesías. Normalmente no tenía contestación o simplemente un “púdrete, más mentiras no”. Me volvía loco, compré la colonia que usaba tan sólo para poder dormir por las noches y escuchaba la música que tanto amaba para sentirme parte de él. Me destrozó por completo. Jamás pensé que alguien me desgarrara tanto el alma y me crucificara en la amargura. Las noches en soledad eran lo más cruel, echaba en falta su cuerpo temblando bajo el mío. Hacía ejercicio para intentar no pensar demasiado, las pesas y la máquina de correr se hicieron parte de mí. Caí y aprendí a no volver a mentir, a decir la verdad a pesar de que me destrozara.
El día que cumplíamos justamente un año de habernos conocido, tras aquel hilo radiofónico, salí a pasear y evadir el tormento de la rabia que me corroía. Pasé por las puertas de aquella cafetería, sin darme cuenta noté que comencé a llorar, para luego dirigirme al parque y sentarme intentando calmarme. Entonces lo vi, estaba tirado en el césped con un chico de su edad. Se besaban, se daban caricias y se dejaba abrazar mientras se hacían bromas. Me maldije, jamás pensé encontrármelo y menos así. Aunque era obvio el porqué estaba en esos jardines, eran su lugar favorito y siempre me había dicho que disfrutaba del césped que tenía. Desperté por completo y terminé muriendo. Me levanté del asiento y me aproximé hasta donde estaban ambos.
-Armando, te felicito porque te veo feliz y también a tu nuevo novio.-Intenté tragarme las lágrimas, el orgullo y la envidia mal sana para sonreír levemente mientras sentenciaba mi muerte.
-¿Me has seguido? Esto es lo último.-Dijo con la mirada llena de odio.
-No, simplemente salí a dar un paseo porque necesitaba desahogarme.-Susurré temblando, apreté los puños e intenté pensar que era todo un mal sueño.
-¿No tienes sentido del ridículo?-Interrogó.
-Solo me alegro de que seas feliz, nada más.-Dije apartando la vista de sus ojos llenos de odio, ira y desprecio.
-¿Quién es?-Preguntó el muchacho con el que se revolcaba. Era moreno, ojos verdes muy claros, tez blanquecina y de muy bien físico. Realmente era un buen partido para él, alguien que le pudiera dar un futuro lleno de sentido y no medias verdades.
-No soy nadie.-Susurré con el tono de voz quebrado caminando hasta el sendero del parque, los árboles se mecían en la gracia de la primavera y yo quería que la tierra me tragara.
Cuando regresé a mi apartamento decidí tomarme una duda, algo que me reconfortara aunque fuera minimamente. Mi mente se nublaba, echaba en falta el cariño y me derrumbaba en un destino incierto en un futuro inmediato. No podía despertar de la pesadilla que me llevaba al infierno, no sabía como salir de hoyo. Durante todos aquellos días pensé que él lo estaba pasando igual de mal que yo, que sufría por mis mentiras y a la vez me necesitaba. Era testigo de mi muerte, testigo ciego de mi locura. Había visto la señal, ahora o nunca, tenía que olvidarlo.
Durante días hice ejercicio, escuché la radio, leí nuevas novelas y me dediqué a apartar de mí todo lo que me quedaba de él. Borre los correos que me había escrito, eliminé de mis sábanas la colonia que solía regar para sentirle, tiré el frasco con su fragancia y lavé su camiseta para luego ocultarla en los cajones de mi hijo. Fui a ver a Marga, conversamos durante más de tres horas y todo parecía como antaño cuando nada nublaba mi mente. El pequeño estaba aprendiendo a leer, intentó leerme un cuento que le había regalado mi madre. Me pregunté si hice lo correcto o fue todo provocado por mi otro yo. Pero entonces reaccioné, aquel sexo y sus caricias eran superiores a la de cualquier mujer. Amaba la forma que me preguntaba por mi trabajo, cuando me abrazaba me sentía único, su voz leyendo algún poema estúpido que le había escrito o su forma de mirarme dulcemente tras el sexo…era lo que más amaba en este pútrido mundo, estaba perdido sin él. Al regresar a mi guarida me recosté en la cama y pensé en sus labios susurrando amor eterno.
-Me amabas, eso decías, yo te creí como un estúpido y fuiste capaz de cambiarme por otro a los dos días. ¿Qué puedo hacer para olvidarte? Todo me recuerda a ti, incluso mi mirada melancólica ante el espejo.-Susurré intentando dormir con la radio puesta, cuando en una de las emisoras oí su voz como hacía un año.
-Armando, ¿qué deseabas decirnos?-Interrogó la locutora.
-Verás, hace un año llamé a un programa de contactos para conocer a algún amigo. Soy homosexual y necesitaba amigos de mi condición sexual, era para sentirme más protegido y entendido. Entonces conocí a un chico, me mintió en la edad y que tenía pareja, sin embargo nadie se ha portado también conmigo. Estuvimos casi un año juntos, todo genial e incluso pensaba en decirle que quería vivir con él.-Su voz parecía llena de amargura, melancólica y nada fría.
-¿Qué pasó?-Comentó la chica bastante intrigada.
-Que me enteré que cuando empezó conmigo tenía mujer y tres hijos, que me había mentido en la edad y no sé si en sus sentimientos.-Sus dudas eran razonables y su voz se quebró, pude percibir que lloraba tras el hilo telefónico.
-¿Estas bien?-Dijo la locutora, se notaba en el ambiente que Armando estaba bastante mal.
-No, porque durante un mes me ha estado enviando poemas y diciéndome que me extraña. Yo me he hecho el duro e intentado salir con un chico, alguien de mi edad y de mis gustos.-Comentó.
-¿Cuál es el problema?-Interrogó la chica.
-Que hoy me vio en el parque con mi nuevo novio, sentí algo fuerte por él pero lo camuflé. No es aún mi novio, es un ya se verá, y siempre he deseado tenerlo, sin embargo cuando lo beso pienso en Fernando.-Su voz era un hilo diminuto que apenas era audible.
-¿Qué es entonces lo que quieres?-Comentó.
-Simplemente desahogarme, porque a mi chico no se lo puedo decir.-Susurró.
-Te doy un consejo, ¿De acuerdo?-Dijo la mujer intentando desmoronar el nudo de aquel entuerto.
-Sí.-Respondió.
-Si lo amas no deberías estar con otro.-La locutora parecía ser razonable, explicar en breves palabras la solución a todo. Aunque no siempre lo que amamos es lo conveniente, lo fácil y lo mejor.
-Fernando era lo único que tenía, era amigo y pareja.-Dijo como si no hubiera escuchado nada, como si pensara para sí mismo.
-¿Pero te quiere?-Interrogó.
-Él dice que sí.-Claro que decía que sí, podía afirmarlo seguro de que lo hacía. Deseaba abrazarlo, secar sus lágrimas y sentir su piel contra la mía.
-Pues únicamente tienes que preguntarte si tiene más peso tu amor, o las mentiras.-Respondió.
-Gracias por escucharme.-Parecía más aliviado.
-No hay de qué, deberías apoyarte en un amigo y pensar tranquilamente que debes de hacer.-
-Amigos, amigos, no tengo ninguno. Me sentía demasiado agobiado.-Susurró.
-Te entiendo.-Comentó la joven.
-Gracias y buenas noches.-
-Buenas noches.-
Comencé a sollozar apagando la radio y dirigiéndome hasta mi teléfono móvil. Necesitaba hablar con él, saber que estaba bien mientras le susurraba que le amaba. Marqué su número telefónico y por una extraña casualidad aceptó la llamada.
-¿Cómo estas?-Balbuceé nervioso.
-¿Puedo ir a casa?-Preguntó aún con la voz entrecortada.
-Sí.-Dije.
-Tomo un taxi y estaré en media hora, si no me llega para pagarlo préstame dinero.-Comentó mientras escuchaba de fondo a su madre preguntando a donde iba.
-No, te lo pago.-Respondí nervioso.
-Vale.-Susurró y colgó.
Tardó más de media hora, sin embargo valió la pena pagar más de diez euros. No dije nada, tan sólo le abracé y metí en el portal. Cuando subíamos por el ascensor comencé a besarlo en el cuello, él no me detenía y por lo tanto lo di como bueno. Entramos en mi departamento cerrando tras nuestros pasos la puerta. Le necesitaba y él a mí también.
-Detente, vengo para hablar.-Susurró
-Te necesito.-Mascullé jugando debajo de su camiseta.
-Yo necesito hablar.-Lo tomé entre mis brazos y lo aplasté contra la pared.
-Te he extrañado tanto.-Dije mordiendo sus labios.
-No quiero volver.-Susurró temblando.
-¿Por qué?-Clavé mis ojos en los suyos y ambos se llenaron de lágrimas.
-Porque es imposible.-Lo apreté con más ahínco.
-No lo es, cuando tengas edad suficiente podremos decir que somos amantes.-Besé levemente su rostro y lo tomé entre mis brazos. Lo llevé a la cama y lo recosté.
-¿Me amas?-Cuestionó mientras temblaba.
-Sí.-Respondí quitándome la camiseta.
-Hazme tuyo.-Murmuró.-Sin condón.-
Cuando lo tuve desnudo acaricié su torso por completo, sonreí al verlo tan hermoso y deseando tenerme dentro de él. Me recosté en la cama pidiéndole que él llevara el ritmo. Buscó en mis cajones la pomada, puso en mi miembro y en su entrada, para luego danzar sobre mí. Entró todo de una vez, su ritmo era apocalíptico. Era la primera vez que lo hacíamos sin protección alguna, su aliento se entrecortaba mientras nuestra piel se humedecía. Nuestra esencia se vertieron casi a la misma vez, el orgasmo fue la cima de nuestra unión. Amaba su rostro tras el sexo.
Meses más tarde mi mujer se enteró de mi bisexualidad, con ello de mi relación con Armando y prohibió que viera a mis hijos. En el trabajo todo parecía igual aunque los comentarios y rumores eran constantes. Me sentía aparte, alejado y terminé cambiando de compañía. Estaba satisfecho con lo poco que codiciaba. Aún hoy, un año y medio después de nuestra reconciliación, estamos juntos y no sé realmente si esto tiene futuro, sin embargo soy feliz.
FIN
Tú y Yo
Me destrozaba la soledad y caí en una espiral de depresión, pedí la baja porque era incapaz de salir de mi jaula. Cada vez salía menos a la calle, necesitaba quedarme en los recuerdos y los correos mil veces leídos. Esperaba una respuesta sencilla, clara y concisa por escrito de que todo había finalizado. Aún tenía esperanzas de que llamara al timbre, de que regresara a mis brazos y pudiera besarlo una sola vez más. Nunca me había dado cuenta de todo lo que tenía a su lado, de la felicidad que me había regalado sin nada a cambio y de la sensación de paz que me inundaba en cada paso. Miraba sus fotografías, nuestras miradas cómplices y la camiseta que se había dejado olvidada. Dormía aferrado a los pocos recuerdos de aquel elixir a dulce sinfonía de amor. Necesitaba su silencio en medio de la noche, el sonido de sus latidos y su voz haciendo eco en mi cráneo. Estaba frustrado. Mis compañeros de trabajo achacaban todo a mi divorcio, a la muerte de mi suegro y al estrés del trabajo.
Había pasado un mes y no lograba contactar con él. Me hice varios correos falsos y le mandé textos románticos, cartas de amor y poesías. Normalmente no tenía contestación o simplemente un “púdrete, más mentiras no”. Me volvía loco, compré la colonia que usaba tan sólo para poder dormir por las noches y escuchaba la música que tanto amaba para sentirme parte de él. Me destrozó por completo. Jamás pensé que alguien me desgarrara tanto el alma y me crucificara en la amargura. Las noches en soledad eran lo más cruel, echaba en falta su cuerpo temblando bajo el mío. Hacía ejercicio para intentar no pensar demasiado, las pesas y la máquina de correr se hicieron parte de mí. Caí y aprendí a no volver a mentir, a decir la verdad a pesar de que me destrozara.
El día que cumplíamos justamente un año de habernos conocido, tras aquel hilo radiofónico, salí a pasear y evadir el tormento de la rabia que me corroía. Pasé por las puertas de aquella cafetería, sin darme cuenta noté que comencé a llorar, para luego dirigirme al parque y sentarme intentando calmarme. Entonces lo vi, estaba tirado en el césped con un chico de su edad. Se besaban, se daban caricias y se dejaba abrazar mientras se hacían bromas. Me maldije, jamás pensé encontrármelo y menos así. Aunque era obvio el porqué estaba en esos jardines, eran su lugar favorito y siempre me había dicho que disfrutaba del césped que tenía. Desperté por completo y terminé muriendo. Me levanté del asiento y me aproximé hasta donde estaban ambos.
-Armando, te felicito porque te veo feliz y también a tu nuevo novio.-Intenté tragarme las lágrimas, el orgullo y la envidia mal sana para sonreír levemente mientras sentenciaba mi muerte.
-¿Me has seguido? Esto es lo último.-Dijo con la mirada llena de odio.
-No, simplemente salí a dar un paseo porque necesitaba desahogarme.-Susurré temblando, apreté los puños e intenté pensar que era todo un mal sueño.
-¿No tienes sentido del ridículo?-Interrogó.
-Solo me alegro de que seas feliz, nada más.-Dije apartando la vista de sus ojos llenos de odio, ira y desprecio.
-¿Quién es?-Preguntó el muchacho con el que se revolcaba. Era moreno, ojos verdes muy claros, tez blanquecina y de muy bien físico. Realmente era un buen partido para él, alguien que le pudiera dar un futuro lleno de sentido y no medias verdades.
-No soy nadie.-Susurré con el tono de voz quebrado caminando hasta el sendero del parque, los árboles se mecían en la gracia de la primavera y yo quería que la tierra me tragara.
Cuando regresé a mi apartamento decidí tomarme una duda, algo que me reconfortara aunque fuera minimamente. Mi mente se nublaba, echaba en falta el cariño y me derrumbaba en un destino incierto en un futuro inmediato. No podía despertar de la pesadilla que me llevaba al infierno, no sabía como salir de hoyo. Durante todos aquellos días pensé que él lo estaba pasando igual de mal que yo, que sufría por mis mentiras y a la vez me necesitaba. Era testigo de mi muerte, testigo ciego de mi locura. Había visto la señal, ahora o nunca, tenía que olvidarlo.
Durante días hice ejercicio, escuché la radio, leí nuevas novelas y me dediqué a apartar de mí todo lo que me quedaba de él. Borre los correos que me había escrito, eliminé de mis sábanas la colonia que solía regar para sentirle, tiré el frasco con su fragancia y lavé su camiseta para luego ocultarla en los cajones de mi hijo. Fui a ver a Marga, conversamos durante más de tres horas y todo parecía como antaño cuando nada nublaba mi mente. El pequeño estaba aprendiendo a leer, intentó leerme un cuento que le había regalado mi madre. Me pregunté si hice lo correcto o fue todo provocado por mi otro yo. Pero entonces reaccioné, aquel sexo y sus caricias eran superiores a la de cualquier mujer. Amaba la forma que me preguntaba por mi trabajo, cuando me abrazaba me sentía único, su voz leyendo algún poema estúpido que le había escrito o su forma de mirarme dulcemente tras el sexo…era lo que más amaba en este pútrido mundo, estaba perdido sin él. Al regresar a mi guarida me recosté en la cama y pensé en sus labios susurrando amor eterno.
-Me amabas, eso decías, yo te creí como un estúpido y fuiste capaz de cambiarme por otro a los dos días. ¿Qué puedo hacer para olvidarte? Todo me recuerda a ti, incluso mi mirada melancólica ante el espejo.-Susurré intentando dormir con la radio puesta, cuando en una de las emisoras oí su voz como hacía un año.
-Armando, ¿qué deseabas decirnos?-Interrogó la locutora.
-Verás, hace un año llamé a un programa de contactos para conocer a algún amigo. Soy homosexual y necesitaba amigos de mi condición sexual, era para sentirme más protegido y entendido. Entonces conocí a un chico, me mintió en la edad y que tenía pareja, sin embargo nadie se ha portado también conmigo. Estuvimos casi un año juntos, todo genial e incluso pensaba en decirle que quería vivir con él.-Su voz parecía llena de amargura, melancólica y nada fría.
-¿Qué pasó?-Comentó la chica bastante intrigada.
-Que me enteré que cuando empezó conmigo tenía mujer y tres hijos, que me había mentido en la edad y no sé si en sus sentimientos.-Sus dudas eran razonables y su voz se quebró, pude percibir que lloraba tras el hilo telefónico.
-¿Estas bien?-Dijo la locutora, se notaba en el ambiente que Armando estaba bastante mal.
-No, porque durante un mes me ha estado enviando poemas y diciéndome que me extraña. Yo me he hecho el duro e intentado salir con un chico, alguien de mi edad y de mis gustos.-Comentó.
-¿Cuál es el problema?-Interrogó la chica.
-Que hoy me vio en el parque con mi nuevo novio, sentí algo fuerte por él pero lo camuflé. No es aún mi novio, es un ya se verá, y siempre he deseado tenerlo, sin embargo cuando lo beso pienso en Fernando.-Su voz era un hilo diminuto que apenas era audible.
-¿Qué es entonces lo que quieres?-Comentó.
-Simplemente desahogarme, porque a mi chico no se lo puedo decir.-Susurró.
-Te doy un consejo, ¿De acuerdo?-Dijo la mujer intentando desmoronar el nudo de aquel entuerto.
-Sí.-Respondió.
-Si lo amas no deberías estar con otro.-La locutora parecía ser razonable, explicar en breves palabras la solución a todo. Aunque no siempre lo que amamos es lo conveniente, lo fácil y lo mejor.
-Fernando era lo único que tenía, era amigo y pareja.-Dijo como si no hubiera escuchado nada, como si pensara para sí mismo.
-¿Pero te quiere?-Interrogó.
-Él dice que sí.-Claro que decía que sí, podía afirmarlo seguro de que lo hacía. Deseaba abrazarlo, secar sus lágrimas y sentir su piel contra la mía.
-Pues únicamente tienes que preguntarte si tiene más peso tu amor, o las mentiras.-Respondió.
-Gracias por escucharme.-Parecía más aliviado.
-No hay de qué, deberías apoyarte en un amigo y pensar tranquilamente que debes de hacer.-
-Amigos, amigos, no tengo ninguno. Me sentía demasiado agobiado.-Susurró.
-Te entiendo.-Comentó la joven.
-Gracias y buenas noches.-
-Buenas noches.-
Comencé a sollozar apagando la radio y dirigiéndome hasta mi teléfono móvil. Necesitaba hablar con él, saber que estaba bien mientras le susurraba que le amaba. Marqué su número telefónico y por una extraña casualidad aceptó la llamada.
-¿Cómo estas?-Balbuceé nervioso.
-¿Puedo ir a casa?-Preguntó aún con la voz entrecortada.
-Sí.-Dije.
-Tomo un taxi y estaré en media hora, si no me llega para pagarlo préstame dinero.-Comentó mientras escuchaba de fondo a su madre preguntando a donde iba.
-No, te lo pago.-Respondí nervioso.
-Vale.-Susurró y colgó.
Tardó más de media hora, sin embargo valió la pena pagar más de diez euros. No dije nada, tan sólo le abracé y metí en el portal. Cuando subíamos por el ascensor comencé a besarlo en el cuello, él no me detenía y por lo tanto lo di como bueno. Entramos en mi departamento cerrando tras nuestros pasos la puerta. Le necesitaba y él a mí también.
-Detente, vengo para hablar.-Susurró
-Te necesito.-Mascullé jugando debajo de su camiseta.
-Yo necesito hablar.-Lo tomé entre mis brazos y lo aplasté contra la pared.
-Te he extrañado tanto.-Dije mordiendo sus labios.
-No quiero volver.-Susurró temblando.
-¿Por qué?-Clavé mis ojos en los suyos y ambos se llenaron de lágrimas.
-Porque es imposible.-Lo apreté con más ahínco.
-No lo es, cuando tengas edad suficiente podremos decir que somos amantes.-Besé levemente su rostro y lo tomé entre mis brazos. Lo llevé a la cama y lo recosté.
-¿Me amas?-Cuestionó mientras temblaba.
-Sí.-Respondí quitándome la camiseta.
-Hazme tuyo.-Murmuró.-Sin condón.-
Cuando lo tuve desnudo acaricié su torso por completo, sonreí al verlo tan hermoso y deseando tenerme dentro de él. Me recosté en la cama pidiéndole que él llevara el ritmo. Buscó en mis cajones la pomada, puso en mi miembro y en su entrada, para luego danzar sobre mí. Entró todo de una vez, su ritmo era apocalíptico. Era la primera vez que lo hacíamos sin protección alguna, su aliento se entrecortaba mientras nuestra piel se humedecía. Nuestra esencia se vertieron casi a la misma vez, el orgasmo fue la cima de nuestra unión. Amaba su rostro tras el sexo.
Meses más tarde mi mujer se enteró de mi bisexualidad, con ello de mi relación con Armando y prohibió que viera a mis hijos. En el trabajo todo parecía igual aunque los comentarios y rumores eran constantes. Me sentía aparte, alejado y terminé cambiando de compañía. Estaba satisfecho con lo poco que codiciaba. Aún hoy, un año y medio después de nuestra reconciliación, estamos juntos y no sé realmente si esto tiene futuro, sin embargo soy feliz.
FIN
5 comentarios:
Esta geniaaaaal!!! felicidades ^^! me gustó mucho mucho =3
Siiiii, con lo mal que iva todo..no tiene por k tener final amargo :D ma gustao que bien quedaaa >_<
Sé que te comenté que no me agradaba la situación y sigo pensando lo mismo, pero después de todo lo que me explicaste llego a la conclusión que teniendo esa vida que mejor k empezar de nuevo y ser feliz.
Bss ^^
Yo odio los finales felices, pero este me encantó (tampoco es del todo final feliz xD). Aunque me hubiera gustado que Marga no tomara esa decisión pero bue tú eres el creador y le das el giro que quieres.
En fin, espero una nueva!
saludos
Waaaa! ¡Por fin un final feliz! Me ha gustado la historia, de verdad ^__^. Se nota que vas mejorando y depurando, aparte de tener un estilo que te caracteriza.
¡Saludos! ;)
Porfin pude acabar la historia y debo decir qu eme encanto; siempr eme imagine que Fernando y su hijo tendrian algo pero nunca me espere lo qu eocurrio.. Sencillamente me encanta y estoy feliz de qu eporfin lo pude leer. Sigue escribiendo, espero mas historias.
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