Extraño...aunque endiabladamente feliz
Era un verano tórrido donde los haya, las ruedas de los automóviles se fundían en el asfalto y los contadores marcaban la cercana cifra de los cincuenta grados. El cambio climático estaba a la vuelta de la esquina creando ya los primeros trastornos. El ventilador daba vueltas en medio de mi habitación mientras mis ojos negros quedaban seducidos por una nueva entrega de Anne Rice. Era un chico en apariencias normales, lleno de sinsabores y desencuentros, sin embargo era antisocial en algunos sentidos; solía pasar mi vida encerrado en casa a salvo del sol, que tanto daño hacía a mi piel y a mi vista, leyendo y componiendo poemas de amor a mi amante en la lejanía. Aquellos días eran esenciales para mi supervivencia. Varias personas sin vida social y con demasiado tiempo libre se dedicaban a mofarse de mí en la pequeña pantalla del ordenador, yo realmente me mofaba de sus pequeñas mentes tan insignificantes. Mi pareja conversaba con un espectro, que no era yo, puesto que mi mente viajaba en pasadizos ocultos lejos de esta pocilga que llamamos realidad; solía evadirme y cuestionarme cuanto tiempo me quedaba de vida y si podría morir en sus brazos.
El calor me hacía sentirme preso de algo que se llama agotamiento; Una bebida bien fría se posaba en la mesa expectante a que mis labios la tocaran; el ordenador estaba procesando lentamente la información y mi gata de mirada fastuosa me escrutaba en un rincón. Decidí dejar todo lo que hacía, mi lectura además del ordenador buscando una canción perdida en mi memoria, para tumbarme unos minutos sobre mi cama atestada aún de apuntes y anotaciones. La almohada amortiguó mi cabeza y el sueño diurno comenzó. Últimamente parecía un vampiro en todos los sentidos, rememoraba tiempos en los que mi sonrisa no cubría mi rostro y vivía noctámbulamente. Recuerdo como caían pesadamente mis párpados, como mis cabellos empapados en sudor se pegaban a la frente mientras mi cuerpo desnudo casi en su totalidad era acariciado por la brisa.
Al despertar no estaba en mi habitación, todo estaba cambiado al igual que mi cuerpo. Mi torso mucho más musculado me sorprendió, al igual que el pequeño diván donde reposaba y mis diplomas en ciencias financieras junto a los premios de innumerables concursos literarios. Me alcé desconcertado aunque soñoliento aún, mi mente no procesaba aquello cuando sentí un ruido. No estaba solo, había alguien más en la casa. Me dirigí hasta la puerta del pequeño despacho, al menos eso parecía, hasta donde provenía aquel ajetreo. El ruido parecían varios cascabeles a la vez, era como un sonajero y efectivamente eso era. En la habitación del fondo del pasillo había una cuna, dentro de la cuna un bebé de aproximadamente un año y algo. Me miraba, sus ojos eran grises y sus cabellos oscuros como la noche más cerrada, parecía sonreírme. Al entrar vi varios marcos de fotos donde lo sostenía junto a un chico de mi misma complexión aunque algo más joven y con una amplia sonrisa. Reconocí aquellas facciones pues eran las de Alessandro, mi pareja. En ese instante de estupefacción sentí como tiraban de mis pantalones, era un niño de unos cinco años con un vaso de plástico en la mano.
-Dame agua, papá.-Masculló jalando de nuevo.
-Sí, ahora voy.-Todo era demasiado irreal, fantástico, y di por hecho que era un sueño.
-¿Dónde esta papi?-Balbuceó mientras lo cogía en brazos dirigiéndome hacia la cocina, o mejor dicho, buscando la cocina.
-Ha salido, ahora viene.-Dije dándole un beso en la mejilla, su piel parecía tan real que deseé no despertar. Siempre había querido aquel cuerpo, aquella casa e hijos junto con el hombre que cambió mi vida.
-Quiero pipi.-Dijo cuando encontré al fin la puerta indicada.
-Ve al baño.-Respondí bajándolo de mis brazos.
-Solo no llego.-Cuando era pequeño ponía esa excusa porque me daba miedo el retrete, había escuchado cosas horribles sobre las alcantarillas y solía pensar que algo podía emerger del agua del inodoro. Aunque pensándolo bien por su tamaño era comprensible, no llegaría bien a la taza.
-Podrías ir solo.-Me vi resignado a acompañarle. Le tomé de la mano y me condujo a tirones hasta el baño, allí le ayudé con el peto para que se desahogara sobre la taza.-Oye mira a donde apuntas.-Comenté cuando percibí que estaba llenando la taza con sus orines.
-Sí.-Masculló.
-Ahora lávate las manos.-Comenté subiéndole la cremallera al terminar y colocándole bien las tirantas.
-Tengo sed.-Clavó sus ojos tan azules como el propio cielo.
-Lávatelas y te doy un vaso de agua.-Susurré alzándolo para que llegara al borde del lavabo. Tomé un poco de jabón y froté sus manos para luego dejar que el agua limpiara todo.
-Dame agua.-Su voz era dulce, tierna, y daban deseos de abrazarlo sin cesar.
-Ahora, no seas impaciente.-Dije tomándolo entre mis brazos, sentí como me rodeaba con los suyos y su aliento en mi cuello.
-Sí.-Respondió frotándose uno de sus espectaculares ojos.
Atravesé de nuevo el apartamento hasta la cocina, tomé el vaso de plástico y lo enjuagué bajo el grifo para luego llenarlo de agua.
-Coge el vaso.-Mascullé para lo cogiera. Sus manos eran diminutas y apenas podían con el recipiente. Entonces el llanto del pequeño me hizo alarmarme, dejé al mayor en el suelo bebiendo agua y corrí hasta la cuna.
Cuando llegué su peluche estaba fuera de su cama, tras los barrotes no podía cogerlo y sus lágrimas bañaban su rostro mientras sus gimoteos me conmovían. Tomé el conejo de peluche y se lo entregué buscando mi mirada su chupete. Cuando logré que se calmara noté que alguien me abrazaba por la espalda.
-Michel, ¿me has echado de menos?-Era la voz de Alessandro, no tenía que girarme para comprobarlo y sus manos no habían cambiado en nada.
-Sí, siempre que no estas pienso en ti.-Dije girándome para comprobar en su mirada que aún me seguía amando.
-Mario se ha quedado dormido en el sofá.-Sonrió levemente con aquellos dulces labios.
-Antes me agobió pidiendo agua.-Mascullé atándome a su cintura y apretando mis dedos entre sus nalgas.
-Hace bastante calor, incluso con el aire acondicionado.-Besé su cuello mientras, hacía demasiado tiempo que deseaba tenerlo entre mis manos de aquel modo.
-Sí.-Susurré deseando tomarlo entre las sábanas de la cama.
-¿Qué tal se ha portado Eric?-Interrogó.
-Muy bien.-Volví a susurrar.
-Siento haberte dejado solo hoy sábado, pero tenía que ensayar y la gira es dentro de nada. Espero que hayas podido terminar la nueva novela.-Mientras decía esto mis manos se fundían con sus nalgas bajo sus ropas.
-No desearía despertar, este sueño es maravilloso.-Dije lamiendo su cuello hasta su lóbulo izquierdo.
-Despierta, porque no es un sueño y todo esto es real.-Masculló dejando que mis dedos se introduciera en su trasero.
-Ojala lo fuera.-Comenté mordiendo sus labios y mi lengua se desenvolvía junto a la suya.
-Aquí no, más tarde.-Dijo entre un pequeño gemido.
-Lo siento, pero necesito ahora; vayamos a nuestro cuarto.-Pedí sacando mis sucias garras de sus pantalones.
-Antes están los niños, deja que pasen un par de horas y llegue la noche.-Me susurró al odio para dejar que sus labios acariciaran mi rostro.
La jornada pasó llena de juegos con Mario mientras Eric rehusaba sus papillas. La imagen de Alessander manchado por la comida de bebé, riéndose en el suelo, mientras el niño gateaba a su alrededor se me hizo mágica a la vez que una autentica locura. Mientras él bañaba a los niños yo me senté frente a mi ordenador, abrí uno de los documentos y observé que era una novela ya acabada. Leí por encima los primeros capítulos sorprendiéndome de el gran cambio que se había producido en mí, para mejor, dejándome una sonrisa deliciosa en mi rostro.
El calor me hacía sentirme preso de algo que se llama agotamiento; Una bebida bien fría se posaba en la mesa expectante a que mis labios la tocaran; el ordenador estaba procesando lentamente la información y mi gata de mirada fastuosa me escrutaba en un rincón. Decidí dejar todo lo que hacía, mi lectura además del ordenador buscando una canción perdida en mi memoria, para tumbarme unos minutos sobre mi cama atestada aún de apuntes y anotaciones. La almohada amortiguó mi cabeza y el sueño diurno comenzó. Últimamente parecía un vampiro en todos los sentidos, rememoraba tiempos en los que mi sonrisa no cubría mi rostro y vivía noctámbulamente. Recuerdo como caían pesadamente mis párpados, como mis cabellos empapados en sudor se pegaban a la frente mientras mi cuerpo desnudo casi en su totalidad era acariciado por la brisa.
Al despertar no estaba en mi habitación, todo estaba cambiado al igual que mi cuerpo. Mi torso mucho más musculado me sorprendió, al igual que el pequeño diván donde reposaba y mis diplomas en ciencias financieras junto a los premios de innumerables concursos literarios. Me alcé desconcertado aunque soñoliento aún, mi mente no procesaba aquello cuando sentí un ruido. No estaba solo, había alguien más en la casa. Me dirigí hasta la puerta del pequeño despacho, al menos eso parecía, hasta donde provenía aquel ajetreo. El ruido parecían varios cascabeles a la vez, era como un sonajero y efectivamente eso era. En la habitación del fondo del pasillo había una cuna, dentro de la cuna un bebé de aproximadamente un año y algo. Me miraba, sus ojos eran grises y sus cabellos oscuros como la noche más cerrada, parecía sonreírme. Al entrar vi varios marcos de fotos donde lo sostenía junto a un chico de mi misma complexión aunque algo más joven y con una amplia sonrisa. Reconocí aquellas facciones pues eran las de Alessandro, mi pareja. En ese instante de estupefacción sentí como tiraban de mis pantalones, era un niño de unos cinco años con un vaso de plástico en la mano.
-Dame agua, papá.-Masculló jalando de nuevo.
-Sí, ahora voy.-Todo era demasiado irreal, fantástico, y di por hecho que era un sueño.
-¿Dónde esta papi?-Balbuceó mientras lo cogía en brazos dirigiéndome hacia la cocina, o mejor dicho, buscando la cocina.
-Ha salido, ahora viene.-Dije dándole un beso en la mejilla, su piel parecía tan real que deseé no despertar. Siempre había querido aquel cuerpo, aquella casa e hijos junto con el hombre que cambió mi vida.
-Quiero pipi.-Dijo cuando encontré al fin la puerta indicada.
-Ve al baño.-Respondí bajándolo de mis brazos.
-Solo no llego.-Cuando era pequeño ponía esa excusa porque me daba miedo el retrete, había escuchado cosas horribles sobre las alcantarillas y solía pensar que algo podía emerger del agua del inodoro. Aunque pensándolo bien por su tamaño era comprensible, no llegaría bien a la taza.
-Podrías ir solo.-Me vi resignado a acompañarle. Le tomé de la mano y me condujo a tirones hasta el baño, allí le ayudé con el peto para que se desahogara sobre la taza.-Oye mira a donde apuntas.-Comenté cuando percibí que estaba llenando la taza con sus orines.
-Sí.-Masculló.
-Ahora lávate las manos.-Comenté subiéndole la cremallera al terminar y colocándole bien las tirantas.
-Tengo sed.-Clavó sus ojos tan azules como el propio cielo.
-Lávatelas y te doy un vaso de agua.-Susurré alzándolo para que llegara al borde del lavabo. Tomé un poco de jabón y froté sus manos para luego dejar que el agua limpiara todo.
-Dame agua.-Su voz era dulce, tierna, y daban deseos de abrazarlo sin cesar.
-Ahora, no seas impaciente.-Dije tomándolo entre mis brazos, sentí como me rodeaba con los suyos y su aliento en mi cuello.
-Sí.-Respondió frotándose uno de sus espectaculares ojos.
Atravesé de nuevo el apartamento hasta la cocina, tomé el vaso de plástico y lo enjuagué bajo el grifo para luego llenarlo de agua.
-Coge el vaso.-Mascullé para lo cogiera. Sus manos eran diminutas y apenas podían con el recipiente. Entonces el llanto del pequeño me hizo alarmarme, dejé al mayor en el suelo bebiendo agua y corrí hasta la cuna.
Cuando llegué su peluche estaba fuera de su cama, tras los barrotes no podía cogerlo y sus lágrimas bañaban su rostro mientras sus gimoteos me conmovían. Tomé el conejo de peluche y se lo entregué buscando mi mirada su chupete. Cuando logré que se calmara noté que alguien me abrazaba por la espalda.
-Michel, ¿me has echado de menos?-Era la voz de Alessandro, no tenía que girarme para comprobarlo y sus manos no habían cambiado en nada.
-Sí, siempre que no estas pienso en ti.-Dije girándome para comprobar en su mirada que aún me seguía amando.
-Mario se ha quedado dormido en el sofá.-Sonrió levemente con aquellos dulces labios.
-Antes me agobió pidiendo agua.-Mascullé atándome a su cintura y apretando mis dedos entre sus nalgas.
-Hace bastante calor, incluso con el aire acondicionado.-Besé su cuello mientras, hacía demasiado tiempo que deseaba tenerlo entre mis manos de aquel modo.
-Sí.-Susurré deseando tomarlo entre las sábanas de la cama.
-¿Qué tal se ha portado Eric?-Interrogó.
-Muy bien.-Volví a susurrar.
-Siento haberte dejado solo hoy sábado, pero tenía que ensayar y la gira es dentro de nada. Espero que hayas podido terminar la nueva novela.-Mientras decía esto mis manos se fundían con sus nalgas bajo sus ropas.
-No desearía despertar, este sueño es maravilloso.-Dije lamiendo su cuello hasta su lóbulo izquierdo.
-Despierta, porque no es un sueño y todo esto es real.-Masculló dejando que mis dedos se introduciera en su trasero.
-Ojala lo fuera.-Comenté mordiendo sus labios y mi lengua se desenvolvía junto a la suya.
-Aquí no, más tarde.-Dijo entre un pequeño gemido.
-Lo siento, pero necesito ahora; vayamos a nuestro cuarto.-Pedí sacando mis sucias garras de sus pantalones.
-Antes están los niños, deja que pasen un par de horas y llegue la noche.-Me susurró al odio para dejar que sus labios acariciaran mi rostro.
La jornada pasó llena de juegos con Mario mientras Eric rehusaba sus papillas. La imagen de Alessander manchado por la comida de bebé, riéndose en el suelo, mientras el niño gateaba a su alrededor se me hizo mágica a la vez que una autentica locura. Mientras él bañaba a los niños yo me senté frente a mi ordenador, abrí uno de los documentos y observé que era una novela ya acabada. Leí por encima los primeros capítulos sorprendiéndome de el gran cambio que se había producido en mí, para mejor, dejándome una sonrisa deliciosa en mi rostro.
2 comentarios:
Babyssss uoooh!! me gustaa :D
A ver como sigue xiii >_<
Saluts Lest
¡Qué historia más kawai! *___*
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