El pasado siempre vuelve.
Durante días no volví a buscarlo, temía hacer el payaso o que él se acercara a mí con la más mínima sospecha. Compuse varios textos, todos de amor, y me dediqué a dejar que mi corazón sangrara por lo imposible. Era perfecto, o al menos ante mis ojos lo era, tanto que a veces me sentía una insignificante mota de polvo a su lado. Contemplarlo en fotografías que había tomado discretamente me hacía volar. Jamás nadie había llamado tanto mi atención y nunca me había sentido tan humano. Normalmente me creía invencible, como un inmortal, y caminaba de noche, como un hijo de la sangre, mientras que todos sufrían yo era el chico carismático de sonrisa endiablada. Mis cuadros de dioses mitológicos como de suprarrealismo se vendían en una pequeña tienda, mis libros eran alabados aunque no los editara aún y mis calificaciones en la facultad eran más que brillantes…sin embargo nada me llenaba, hasta ese momento. Me deslizaba por la noche con gran rapidez, contemplaba todo como algo único y buscaba que había tras el velo de mentiras. Buscaba en todo algo que me atrajera, y cuando lo tuve no podía poseerlo. No sé cuantas veces me excité tan sólo imaginando que me acariciaba o que dirigía su mirada hacia mí.
Cuando tuve arrojo o valentía me dispuse a redactar otra misiva, esta vez fuera del alcance amoroso y tan sólo para pedir disculpas por mi atrevimiento. No sabía bien como comenzar, o si debía hacerlo pues ya había molestado bastante. Algo en mi conciencia me decía que no había sido sincero, que ese no era yo y que debía de acabar aceptando el rechazo cuanto antes.
“Ante todo quiero disculparme por la nota que dejé, creo que no soy nadie para decir nada y debí de guardar mis sentimientos. Sé que quizás cuando usted sepa quien soy deseará destruirme, alejarse de mí o incluso demandarme por acoso. Llevo semanas, más bien meses, espiando su entrada al trabajo y sonriendo tan sólo si pasa a mi lado. He sido un estúpido y me he creado más de una vez mi mundo de fantasía, un lugar donde conversábamos y teníamos una relación al menos de amistad. Soy un idiota y espero que perdone mi error, sobretodo porque jamás debí pensar que podía liberar mi alma en forma de misiva.”
Tomé la nota y caminé durante horas por la ciudad, no me decidía y tenía miedo. No sé como pero llegué a su hogar y paré un segundo, dejé tras la reja el papel y seguí como si nada. Estaba decaído, demasiado para seguir con mi vida diaria. Terminé por deambular durante más de tres horas, llegué a la estación donde me senté contemplando como iban y venían centenares de pasajeros. En un banco de diseño clásico, hierro y madera, me quedé abstraído de la realidad pensando en lo que jamás ocurriría, al menos en mi mundo. Las agujas del reloj marcaban el paso de las horas, yo permanecía a la espera como si fuera Penélope y en mi libreta escribía mil frases que nunca dije. Estuve más de siete horas allí, mi madre llamó alarmada por mi comportamiento y tan sólo dije que no tenía ánimos de estar encerrado en casa. De regreso volví a pasar justamente por aquel portal; era una casa señorial, sin duda, sin embargo aquello no me importaba sino de quien era. Todo parecía en calma, la nota ya no estaba y apuré mis pasos hasta comenzar una carrera hacia mi barrio. Al llegar dije que no tenía apetito, me tumbé en la cama y me desahogué a solas.
Me percaté que siempre acababa igual, que debía de terminar con todo y empezar de nuevo. Rompí los poemas, los relatos e incluso las frases sin sentido que guardaba celosamente para liberarme. Decidí alejarme de él y de mi mismo en cierto sentido. Durante más de dos meses dejé de ir por aquella callejuela hasta el rincón que hice habitual. Llegó el otoño, la melancolía y mis historias parecían fluir sin cesar. Sin duda alguna había vuelto, era el mismo que antes y el amor parecía haberse esfumado.
Era una mañana plomiza de octubre, había vuelto a la facultad y el autobús se retrasaba. Iba cargado con la bandolera, que contenía mis útiles junto a mis apuntes, y un paraguas, porque seguramente llovería a lo largo del día, además de mis inseparables cascos. Divagaba sobre la nueve historia que tenía en mente, una de crímenes y horror al estilo más clásico, cuando alguien chocó conmigo; me giré algo extrañado, no había nadie, cuando lo vi, era él. Me quedé sin habla mientras escuchaba de sus labios un lo siento. Esperó el autobús durante cinco minutos, a mi lado, para subirse a mi misma línea y volver a tomar asiento junto a mí.
-Te conozco, jamás se me olvida una cara.-Dijo inclinándose hacia mí.
-Decía.-Interrogué mientras me quitaba los auriculares.
-Que jamás olvido una cara, te conozco.-Murmuró sonriendo ampliamente.
-¿Sí?-Pregunté asombrado de que me recordara, yo a él sí y le deseaba aún más que antes.
-Así es, parabas mucho por la calle cercana a mi trabajo.-Dijo poyándose en el respaldo.
-¿Calle?-Intentaba disuadirlo, hacer como quien no entendía nada.
-No te hagas el idiota, ¿era tuya aquella carta?-Al decir esto apreté mis manos en la tira de la bolsa bandolera-Veo que sí.-Una tenue risa recorrieron esas escasas palabras.
-Solo meditaba.-Dije aparentando calma.
-Claro.-Sus ojos se clavaron en mí, eran como los de un dios que te mira desde el púlpito con toda su arrogancia y poderío.
-Lo eran, pero ya pasó.-Susurré tartamudeando.
-Una lástima, me pareció muy seductora la primera, aunque mintieras en género.-Moduló su voz haciéndola seductora y atrayente.
-Me bajo en la siguiente estación.-Mi corazón latía acelerado, mi garganta se resecaba y deseaba fundirme en su cuerpo.
-No te creo, ¿guardar bajo la lluvia más de media hora para tomar un autobús solo dos paradas?-Quería desatarle la corbata mientras mis labios saciaran su sed con su saliva.
-Sí, soy extraño como Willy Wonka.-Rió tras mi comentario, luego me impidió que me levantara a pulsar el timbre para apearme.
-Si algún día deseas hablar detenidamente de tu talento con alguien, búscame.-Sacó del forro de su chaqueta una tarjeta con su nombre y teléfono.
-No tengo talento.-Dije dejándome llevar por su mirada.
-Tienes talento de sobra.-Susurró acariciando con sus labios mi lóbulo derecho.
-¿En serio lo crees?-Temblaba al respirar por un instante su colonia.
-Sí, quedemos para charlar sobre esto. ¿Vendrías a comer conmigo?-Comentó volviendo a quedar serio mirando al frente. El resto de viajeros iban a sus menesteres o clavados en el periódico matinal. La lluvia manchaba los cristales, el sonido del tráfico y la ciudad empapada daban un aire de Apocalipsis.
-¿No hay gato encerrado?-Dudaba del porqué de todo lo que acontecía, pensaba que era para burlarse de mí.
-Sabes donde vivo, te espero esta noche a las nueve.-Comentó.
-¿Qué puedes hacer tú por mí?-Cuestioné quitándome los cabellos que caían sobre mi frente.
-Mucho más de lo que tú crees.-Respondió en un leve murmullo.
-¿Tienes contactos en editoriales?-Dije apartando mi vista hacia la ventanilla.
-Soy publicista, hago publicidad de multitud de productos y entre ellos editoriales.-Comentó.
-Eso suena interesante, yo estudio administración.-Giré mi mirada hacia él, tenía su rostro a menos de un palmo.
-¿Qué edad tienes?-Interrogó.
-Veinte y uno.-Dije mordiéndome los labios.
-Vaya te creía más mayor.-Susurró sonriendo. Su mirada era inquietante, sin embargo me entusiasmaba.
-¿Sí?-No entendía el porqué de aparentar más edad, quizás por mi forma de ser o comprender el mundo. Él sabía poco de mí, la seriedad que veía era tan sólo el embalaje de un ser frágil y a la vez deseoso de palpar el mundo alcanzando metas.
-Sí, yo tengo treinta y cuatro.-Me pregunté si estaba coqueteando conmigo o simplemente era algo que yo deseaba.
-Aparentas muchos menos.-Le halagué sin mentirle, realmente parecía de veintisiete o veintiséis años.
-Me cuido, gimnasio y luego comida sana junto con dormir mis horas.-Noté como unos hoyuelos marcaban su rostro.
-Yo a penas duermo de noche, luego de día paso largo rato durmiendo tras las clases.-Comentó.
-Me bajo en esta parada, encantado de poder cruzar contigo algunas palabras.-Me aproximó su mano para apretar la mía.
-Iré a la cita.-Balbuceé.
-No dudaba de ello.-Me guiñó un ojo y se giró hacia las puertas que se abrían, luego correteó hasta la entrada de un edificio de muros de piedra.
Durante días no volví a buscarlo, temía hacer el payaso o que él se acercara a mí con la más mínima sospecha. Compuse varios textos, todos de amor, y me dediqué a dejar que mi corazón sangrara por lo imposible. Era perfecto, o al menos ante mis ojos lo era, tanto que a veces me sentía una insignificante mota de polvo a su lado. Contemplarlo en fotografías que había tomado discretamente me hacía volar. Jamás nadie había llamado tanto mi atención y nunca me había sentido tan humano. Normalmente me creía invencible, como un inmortal, y caminaba de noche, como un hijo de la sangre, mientras que todos sufrían yo era el chico carismático de sonrisa endiablada. Mis cuadros de dioses mitológicos como de suprarrealismo se vendían en una pequeña tienda, mis libros eran alabados aunque no los editara aún y mis calificaciones en la facultad eran más que brillantes…sin embargo nada me llenaba, hasta ese momento. Me deslizaba por la noche con gran rapidez, contemplaba todo como algo único y buscaba que había tras el velo de mentiras. Buscaba en todo algo que me atrajera, y cuando lo tuve no podía poseerlo. No sé cuantas veces me excité tan sólo imaginando que me acariciaba o que dirigía su mirada hacia mí.
Cuando tuve arrojo o valentía me dispuse a redactar otra misiva, esta vez fuera del alcance amoroso y tan sólo para pedir disculpas por mi atrevimiento. No sabía bien como comenzar, o si debía hacerlo pues ya había molestado bastante. Algo en mi conciencia me decía que no había sido sincero, que ese no era yo y que debía de acabar aceptando el rechazo cuanto antes.
“Ante todo quiero disculparme por la nota que dejé, creo que no soy nadie para decir nada y debí de guardar mis sentimientos. Sé que quizás cuando usted sepa quien soy deseará destruirme, alejarse de mí o incluso demandarme por acoso. Llevo semanas, más bien meses, espiando su entrada al trabajo y sonriendo tan sólo si pasa a mi lado. He sido un estúpido y me he creado más de una vez mi mundo de fantasía, un lugar donde conversábamos y teníamos una relación al menos de amistad. Soy un idiota y espero que perdone mi error, sobretodo porque jamás debí pensar que podía liberar mi alma en forma de misiva.”
Tomé la nota y caminé durante horas por la ciudad, no me decidía y tenía miedo. No sé como pero llegué a su hogar y paré un segundo, dejé tras la reja el papel y seguí como si nada. Estaba decaído, demasiado para seguir con mi vida diaria. Terminé por deambular durante más de tres horas, llegué a la estación donde me senté contemplando como iban y venían centenares de pasajeros. En un banco de diseño clásico, hierro y madera, me quedé abstraído de la realidad pensando en lo que jamás ocurriría, al menos en mi mundo. Las agujas del reloj marcaban el paso de las horas, yo permanecía a la espera como si fuera Penélope y en mi libreta escribía mil frases que nunca dije. Estuve más de siete horas allí, mi madre llamó alarmada por mi comportamiento y tan sólo dije que no tenía ánimos de estar encerrado en casa. De regreso volví a pasar justamente por aquel portal; era una casa señorial, sin duda, sin embargo aquello no me importaba sino de quien era. Todo parecía en calma, la nota ya no estaba y apuré mis pasos hasta comenzar una carrera hacia mi barrio. Al llegar dije que no tenía apetito, me tumbé en la cama y me desahogué a solas.
Me percaté que siempre acababa igual, que debía de terminar con todo y empezar de nuevo. Rompí los poemas, los relatos e incluso las frases sin sentido que guardaba celosamente para liberarme. Decidí alejarme de él y de mi mismo en cierto sentido. Durante más de dos meses dejé de ir por aquella callejuela hasta el rincón que hice habitual. Llegó el otoño, la melancolía y mis historias parecían fluir sin cesar. Sin duda alguna había vuelto, era el mismo que antes y el amor parecía haberse esfumado.
Era una mañana plomiza de octubre, había vuelto a la facultad y el autobús se retrasaba. Iba cargado con la bandolera, que contenía mis útiles junto a mis apuntes, y un paraguas, porque seguramente llovería a lo largo del día, además de mis inseparables cascos. Divagaba sobre la nueve historia que tenía en mente, una de crímenes y horror al estilo más clásico, cuando alguien chocó conmigo; me giré algo extrañado, no había nadie, cuando lo vi, era él. Me quedé sin habla mientras escuchaba de sus labios un lo siento. Esperó el autobús durante cinco minutos, a mi lado, para subirse a mi misma línea y volver a tomar asiento junto a mí.
-Te conozco, jamás se me olvida una cara.-Dijo inclinándose hacia mí.
-Decía.-Interrogué mientras me quitaba los auriculares.
-Que jamás olvido una cara, te conozco.-Murmuró sonriendo ampliamente.
-¿Sí?-Pregunté asombrado de que me recordara, yo a él sí y le deseaba aún más que antes.
-Así es, parabas mucho por la calle cercana a mi trabajo.-Dijo poyándose en el respaldo.
-¿Calle?-Intentaba disuadirlo, hacer como quien no entendía nada.
-No te hagas el idiota, ¿era tuya aquella carta?-Al decir esto apreté mis manos en la tira de la bolsa bandolera-Veo que sí.-Una tenue risa recorrieron esas escasas palabras.
-Solo meditaba.-Dije aparentando calma.
-Claro.-Sus ojos se clavaron en mí, eran como los de un dios que te mira desde el púlpito con toda su arrogancia y poderío.
-Lo eran, pero ya pasó.-Susurré tartamudeando.
-Una lástima, me pareció muy seductora la primera, aunque mintieras en género.-Moduló su voz haciéndola seductora y atrayente.
-Me bajo en la siguiente estación.-Mi corazón latía acelerado, mi garganta se resecaba y deseaba fundirme en su cuerpo.
-No te creo, ¿guardar bajo la lluvia más de media hora para tomar un autobús solo dos paradas?-Quería desatarle la corbata mientras mis labios saciaran su sed con su saliva.
-Sí, soy extraño como Willy Wonka.-Rió tras mi comentario, luego me impidió que me levantara a pulsar el timbre para apearme.
-Si algún día deseas hablar detenidamente de tu talento con alguien, búscame.-Sacó del forro de su chaqueta una tarjeta con su nombre y teléfono.
-No tengo talento.-Dije dejándome llevar por su mirada.
-Tienes talento de sobra.-Susurró acariciando con sus labios mi lóbulo derecho.
-¿En serio lo crees?-Temblaba al respirar por un instante su colonia.
-Sí, quedemos para charlar sobre esto. ¿Vendrías a comer conmigo?-Comentó volviendo a quedar serio mirando al frente. El resto de viajeros iban a sus menesteres o clavados en el periódico matinal. La lluvia manchaba los cristales, el sonido del tráfico y la ciudad empapada daban un aire de Apocalipsis.
-¿No hay gato encerrado?-Dudaba del porqué de todo lo que acontecía, pensaba que era para burlarse de mí.
-Sabes donde vivo, te espero esta noche a las nueve.-Comentó.
-¿Qué puedes hacer tú por mí?-Cuestioné quitándome los cabellos que caían sobre mi frente.
-Mucho más de lo que tú crees.-Respondió en un leve murmullo.
-¿Tienes contactos en editoriales?-Dije apartando mi vista hacia la ventanilla.
-Soy publicista, hago publicidad de multitud de productos y entre ellos editoriales.-Comentó.
-Eso suena interesante, yo estudio administración.-Giré mi mirada hacia él, tenía su rostro a menos de un palmo.
-¿Qué edad tienes?-Interrogó.
-Veinte y uno.-Dije mordiéndome los labios.
-Vaya te creía más mayor.-Susurró sonriendo. Su mirada era inquietante, sin embargo me entusiasmaba.
-¿Sí?-No entendía el porqué de aparentar más edad, quizás por mi forma de ser o comprender el mundo. Él sabía poco de mí, la seriedad que veía era tan sólo el embalaje de un ser frágil y a la vez deseoso de palpar el mundo alcanzando metas.
-Sí, yo tengo treinta y cuatro.-Me pregunté si estaba coqueteando conmigo o simplemente era algo que yo deseaba.
-Aparentas muchos menos.-Le halagué sin mentirle, realmente parecía de veintisiete o veintiséis años.
-Me cuido, gimnasio y luego comida sana junto con dormir mis horas.-Noté como unos hoyuelos marcaban su rostro.
-Yo a penas duermo de noche, luego de día paso largo rato durmiendo tras las clases.-Comentó.
-Me bajo en esta parada, encantado de poder cruzar contigo algunas palabras.-Me aproximó su mano para apretar la mía.
-Iré a la cita.-Balbuceé.
-No dudaba de ello.-Me guiñó un ojo y se giró hacia las puertas que se abrían, luego correteó hasta la entrada de un edificio de muros de piedra.
2 comentarios:
Ajá la parte del autobus la había leído xD y no entendía de dónde provenía. Ahora sí.
Esta publicación es un tanto interesante ya que por fin tienen un contacto, un intercambio de palabras aquellos dos y no un simple balbuceo del chico de 21 xD
En resumen, me gustó ;)
saludos
PD: No puedo creer que Ian no haya firmado primero xD
KYAaAaA!!! me has ganao >_< por k toy malito que sinooo ¬¬U
Ya han tenido encontronazo que guay hehehe.. ya se aproxima una relación de amistad o algo mas WAHAHA xD
P.D: ¬¬ tsss no valee mahaa
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