Capítulo cuarto
El jardín
Sentí ajetreo fuera de la tienda, salí aún soñoliento y vi lo que sucedía. Había terminado el tiempo de paz en guerra, los muertos ya habían tenido sus funerales y los heridos más grabes les habían dado muerte para que no sintieran días de agonía. Durante la noche pensé detenidamente lo que él pedía, ser un hombre corriente y vivir como tal. Me sentía un tanto decepcionado de mi mismo, yo que siempre había tomado la verdad como estandarte y no la zafia mentira. Volví junto a él, lo besé y después decidí refrescarme. Me despojé de mis ropas, las dejé a un lado sobre la silla y me arrojé un cubo de agua helada. Tras secarme, atar mis cabellos con una cinta y colocarme la armadura percibí que él se despertaba.
-Kasumi me marcho, espero que no tengas problemas.-Dije tomando mi espada y mis dos dagas, armas de familia.
-¿Dónde?-Preguntó aún dormido.
-Al frente, ya paró el pequeño tiempo de tregua.-Respondí.
-¿Me has llamado Kasumi?-Balbuceó incorporándose sobre el colchón.
-Sí, diré a mis hombres que no eres mi esposa sino el hijo de un amigo. Como estas ciego y solo en este mundo decidí que vinieras junto a mí. En mi casa no están mis siervos, pedí que fueran a sus hogares mientras dura el enfrentamiento, por lo tanto no podía dejarte allí. Te traje a mi lado para protegerte y pensé que así estarías a salvo. Como ves mentiré algo en mi historia, pero no tanto como para sentirme un despreciable embustero.-Comenté aproximándome a la cama, quería contemplarlo por última vez.
-No sé como pagarte esto.-Susurró elevándose. Sus cabellos sueltos acariciaban su espalda y su torso, era encantador además de delicado.
-Es más bien calmar mi alma, he mancillado mi honor y la verdad.-Lo tomé por la cintura para aproximarlo a mí, el frío metal de mi armadura acarició su piel suave.-Cuídate, volveré y quiero que estés aquí.-Susurré besando sus mejillas.-Pondré a un guardián que te protegerá y atenderá tus llamadas.-Comenté.
-Gracias Kazou.-Murmuró buscando mis labios con sus dedos para luego fundirse conmigo en la locura.
-Arrópate bien, el invierno esta entrando y no quiero verte febril cuando llegue. Puedes pedir que te hagan un pequeño fuego en el agujero cercano a la puerta, pero ten cuidado no vaya a avivarse y salir ardiendo.-Dije esto mientras tomaba sus ropas del suelo y se las ponía sobre sus hombros.-Abróchate bien el kimono y ten en cuenta que te compré varios. Cuando vengas a mi hogar tendrás mis cuidados, mientras tendrás que esperarme.-Susurré besando la piel de su cuello. Le amaba, me había dado cuenta de aquello, desde el primer instante en que posé mis ojos en él.
-No quiero que te vayas, tengo miedo de verme solo.-Masculló mientras me alejaba hasta la entrada. Salí y miré a mis hombres dispuestos a dar la vida por nuestros ideales.
-Caballeros necesito a uno de ustedes aguardando en mi tienda. Dentro no esta mi esposa, dije esto porque es ciego y demasiado afeminado para que lo aceptarais. Es el hijo de un amigo mío, de un gran amigo, que ahora esta a mi cargo. Espero que uno de ustedes lo guarde y atienda mientras yo batallo contra nuestros enemigos. Hotaru eres siempre el vigía del campamento, normalmente te quedas aquí por lo tanto te quedarás junto con Kasumi y Sora que guardará a mi protegido. Yuko ve y busca víveres para los enfermos leves que tenemos en sus tiendas, no son más de cuatro creo recordar, y para los tres hombres que se quedan aquí. El resto vengan conmigo.-Dije clavando mi mirada en sus pupilas.
-Sí mi señor.-Rugieron casi al unísono. Eran unos cien guerreros que aún se mantenían en pie. Algunos habían llegado como refuerzo tras varias semanas de camino.
En breves minutos habíamos salido de nuestra guarida para enfrentarnos a un mundo bastante distinto. Yumi, nuestro mejor arquero, caminaba a mi lado con la mirada perdida en el horizonte. Su padre le había puesto aquel nombre porque deseaba que su hijo fuera un guerrero, por ello arco era el apropiado. Era uno de mis hombres de confianza, sin duda sus flechas atravesaban a los guerreros más fornidos. Nos estaban esperando y el cuerpo a cuerpo nos hizo ver las primeras bajas. Yo seguí en pie por la promesa que había hecho. Jamás había dicho que regresaría de una contienda, a nadie, puesto que mis padres habían muerto y no tenía pareja. La sangre manchaba mi armadura, mi espada atravesaba el gaznate de tantos que dejé de contar al llegar casi a la docena, mientras mi mente pensaba sin remedio en Kasumi. Ya no era Naoko, sino el chico frágil de mirada perdida. Durante dos días no paré de combatir y correr por el lugar. Eran más que nosotros, pero más débiles e inexpertos. Cuando cayó uno de sus líderes decidieron la retirada aunque no el fin de la contienda. Tuvimos un respiro de unas horas y luego proseguimos la lucha. Cuando pasó una semana con apenas alimento, bebida y descanso se dio por acabada la guerra ya que por mucho que hicieran nosotros seguíamos en pie.
Regresamos al campamento donde esperaba encontrarme con mi hermoso niño de piel de seda. Mi corazón latía acelerado. Rememoré su dulce voz y su aroma. Entonces desde lo lejos se vio una humareda, el campamento estaba en llamas. Hotaru estaba en la torreta con el cuerpo acribillado a flechas, los enfermos estaban en un montón de cuerpos calcinados y Sora yacía con una espada clavada en su pecho. Mi hermoso Kasumi, mi Naoko, no aparecía por los alrededores y creí volverme loco. Corrí por todo el campamento y lloré como nunca había hecho sobre la tumba de mis padres. Entonces uno de mis hombres gritó diciendo que lo habían encontrado. Estaba lleno de golpes y tenía la ropa hecha jirones. Lo tomé entre mis brazos y lo llevé lejos de todos junto a medicinas que se habían librado del fuego.
-Has vuelto.-Susurró acariciando mi rostro.
-¿Cómo has sabido que era yo?-Interrogué apartando sus cabellos de su rostro.
-Porque solo tú te preocuparías por mí.-Sonrió levemente y besé su frente.
-Te cuidaré.-Susurré recostándolo en el suelo para limpiar sus heridas.
-Quiero ir a pasear por tu jardín.-Masculló mientras le abría el kimono y veía todos los golpes que le habían propinado.
-Lo harás.-Cayó inconsciente y no sé si escuchó mis palabras.
Durante días lo cuidé hasta conseguir un carro para montarlo y llevarlo con cuidado hasta la ciudad, después hasta las afueras donde se encontraba mi hogar. Lo tumbé en mi propia cama y mis criados se desvivían en atenciones. Allí seguía en su perpetuo descanso hasta hace unos días. Hace una semana desperté en la noche y corrí por el pasillo sintiendo las cedras de madera. Al llegar a su habitación él estaba alzado como una estatua, tan erguido como un guerrero a punto para la lucha.
-Kasumi.-Susurré caminando hacia él.
-Kazou.-Masculló con voz débil. Había cambiado algo su tono pero seguía siendo tan delicado. Su tamaño también lo había hecho, ya su cabeza se podía apoyar sobre mis hombros y lo tomé entre mis brazos.-Kazou ¿dónde estamos? ¿acabó la guerra?-Susurró mientras notaba de nuevo su corazón bombeando junto al mío.
-Sí, hace mucho que acabó y te traje a casa para que pudiéramos pasear por el jardín.-Susurré rememorando lo que solía contarle cuando parábamos de hacer el sexo.
-Por tu casa.-Masculló.
-Sí, llevas varios años inconsciente.-Besé su rostro, su cuello y mis manos apretaron sus nalgas.
-Quiero caminar por el jardín.-Dijo rodeándome con sus brazos.
-Es de noche.-Respondí.
-Quiero pasear, por favor.-No podía negarme y lo hicimos.
Era demasiado hermoso para ser real, él reía contándole mis juegos cuando niño por aquel pequeño trozo de tierra. Le conté las flores que había, cómo estaba el cielo y lo hermoso que era todo a su alrededor. Me quedé sentado sobre el tronco de un árbol e hice que él se sentara a mi lado. Nos besamos, sentí complicidad cosa que en el campamento tan sólo la tuvimos una vez.
-Te amo.-Le susurré dulcemente acariciando sus cabellos, o más bien enredándome en su pelo.
-Lo sé, te eché de menos cuando te fuiste.-Comentó haciéndose hueco sobre mis rodillas.
-Fui cruel.-Respondí odiando mi anterior actitud.
-Pero al menos te preocupabas por mí.-Susurró y quedó dormido.
Cuando desperté con los primeros rayos de sol de aquél verano él no se movía, no respiraba y me di cuenta de que había muerto. Lloré durante horas aferrado a su cuerpo, las lágrimas me impedían contemplar su rostro y el dolor era demasiado profundo. Más tarde me levanté y lo llevé en brazos hasta el que fue su cuarto. Durante años estuvimos cuidándolo mediante inyecciones con proteínas, vitaminas junto a otros componentes en su sangre. Hice que viniera un doctor experto de Europa donde estaba desarrollándose algunos avances sobre ciertas enfermedades. Duró dos años aferrándose a un sueño casi eterno, despertó para regalarme segundos tan bellos que no soy capaz de borrarlos y luego se marchó en paz. Tras su funeral empecé este escrito, he tenido que parar más de una vez no solo para recordar sino para llorar. Nada me tranquiliza y no soy capaz de vivir solo. He decidido morir como lo haría un guerrero, con honor y con una vida casi plena. Dejaré mis bienes al hijo de unos familiares lejanos, él me recuerda a mí y estas líneas también cobrarán vida ante sus ojos. Necesito que aprenda una lección, él y todo al que le lleguen mis palabras.
FIN
-Kasumi me marcho, espero que no tengas problemas.-Dije tomando mi espada y mis dos dagas, armas de familia.
-¿Dónde?-Preguntó aún dormido.
-Al frente, ya paró el pequeño tiempo de tregua.-Respondí.
-¿Me has llamado Kasumi?-Balbuceó incorporándose sobre el colchón.
-Sí, diré a mis hombres que no eres mi esposa sino el hijo de un amigo. Como estas ciego y solo en este mundo decidí que vinieras junto a mí. En mi casa no están mis siervos, pedí que fueran a sus hogares mientras dura el enfrentamiento, por lo tanto no podía dejarte allí. Te traje a mi lado para protegerte y pensé que así estarías a salvo. Como ves mentiré algo en mi historia, pero no tanto como para sentirme un despreciable embustero.-Comenté aproximándome a la cama, quería contemplarlo por última vez.
-No sé como pagarte esto.-Susurró elevándose. Sus cabellos sueltos acariciaban su espalda y su torso, era encantador además de delicado.
-Es más bien calmar mi alma, he mancillado mi honor y la verdad.-Lo tomé por la cintura para aproximarlo a mí, el frío metal de mi armadura acarició su piel suave.-Cuídate, volveré y quiero que estés aquí.-Susurré besando sus mejillas.-Pondré a un guardián que te protegerá y atenderá tus llamadas.-Comenté.
-Gracias Kazou.-Murmuró buscando mis labios con sus dedos para luego fundirse conmigo en la locura.
-Arrópate bien, el invierno esta entrando y no quiero verte febril cuando llegue. Puedes pedir que te hagan un pequeño fuego en el agujero cercano a la puerta, pero ten cuidado no vaya a avivarse y salir ardiendo.-Dije esto mientras tomaba sus ropas del suelo y se las ponía sobre sus hombros.-Abróchate bien el kimono y ten en cuenta que te compré varios. Cuando vengas a mi hogar tendrás mis cuidados, mientras tendrás que esperarme.-Susurré besando la piel de su cuello. Le amaba, me había dado cuenta de aquello, desde el primer instante en que posé mis ojos en él.
-No quiero que te vayas, tengo miedo de verme solo.-Masculló mientras me alejaba hasta la entrada. Salí y miré a mis hombres dispuestos a dar la vida por nuestros ideales.
-Caballeros necesito a uno de ustedes aguardando en mi tienda. Dentro no esta mi esposa, dije esto porque es ciego y demasiado afeminado para que lo aceptarais. Es el hijo de un amigo mío, de un gran amigo, que ahora esta a mi cargo. Espero que uno de ustedes lo guarde y atienda mientras yo batallo contra nuestros enemigos. Hotaru eres siempre el vigía del campamento, normalmente te quedas aquí por lo tanto te quedarás junto con Kasumi y Sora que guardará a mi protegido. Yuko ve y busca víveres para los enfermos leves que tenemos en sus tiendas, no son más de cuatro creo recordar, y para los tres hombres que se quedan aquí. El resto vengan conmigo.-Dije clavando mi mirada en sus pupilas.
-Sí mi señor.-Rugieron casi al unísono. Eran unos cien guerreros que aún se mantenían en pie. Algunos habían llegado como refuerzo tras varias semanas de camino.
En breves minutos habíamos salido de nuestra guarida para enfrentarnos a un mundo bastante distinto. Yumi, nuestro mejor arquero, caminaba a mi lado con la mirada perdida en el horizonte. Su padre le había puesto aquel nombre porque deseaba que su hijo fuera un guerrero, por ello arco era el apropiado. Era uno de mis hombres de confianza, sin duda sus flechas atravesaban a los guerreros más fornidos. Nos estaban esperando y el cuerpo a cuerpo nos hizo ver las primeras bajas. Yo seguí en pie por la promesa que había hecho. Jamás había dicho que regresaría de una contienda, a nadie, puesto que mis padres habían muerto y no tenía pareja. La sangre manchaba mi armadura, mi espada atravesaba el gaznate de tantos que dejé de contar al llegar casi a la docena, mientras mi mente pensaba sin remedio en Kasumi. Ya no era Naoko, sino el chico frágil de mirada perdida. Durante dos días no paré de combatir y correr por el lugar. Eran más que nosotros, pero más débiles e inexpertos. Cuando cayó uno de sus líderes decidieron la retirada aunque no el fin de la contienda. Tuvimos un respiro de unas horas y luego proseguimos la lucha. Cuando pasó una semana con apenas alimento, bebida y descanso se dio por acabada la guerra ya que por mucho que hicieran nosotros seguíamos en pie.
Regresamos al campamento donde esperaba encontrarme con mi hermoso niño de piel de seda. Mi corazón latía acelerado. Rememoré su dulce voz y su aroma. Entonces desde lo lejos se vio una humareda, el campamento estaba en llamas. Hotaru estaba en la torreta con el cuerpo acribillado a flechas, los enfermos estaban en un montón de cuerpos calcinados y Sora yacía con una espada clavada en su pecho. Mi hermoso Kasumi, mi Naoko, no aparecía por los alrededores y creí volverme loco. Corrí por todo el campamento y lloré como nunca había hecho sobre la tumba de mis padres. Entonces uno de mis hombres gritó diciendo que lo habían encontrado. Estaba lleno de golpes y tenía la ropa hecha jirones. Lo tomé entre mis brazos y lo llevé lejos de todos junto a medicinas que se habían librado del fuego.
-Has vuelto.-Susurró acariciando mi rostro.
-¿Cómo has sabido que era yo?-Interrogué apartando sus cabellos de su rostro.
-Porque solo tú te preocuparías por mí.-Sonrió levemente y besé su frente.
-Te cuidaré.-Susurré recostándolo en el suelo para limpiar sus heridas.
-Quiero ir a pasear por tu jardín.-Masculló mientras le abría el kimono y veía todos los golpes que le habían propinado.
-Lo harás.-Cayó inconsciente y no sé si escuchó mis palabras.
Durante días lo cuidé hasta conseguir un carro para montarlo y llevarlo con cuidado hasta la ciudad, después hasta las afueras donde se encontraba mi hogar. Lo tumbé en mi propia cama y mis criados se desvivían en atenciones. Allí seguía en su perpetuo descanso hasta hace unos días. Hace una semana desperté en la noche y corrí por el pasillo sintiendo las cedras de madera. Al llegar a su habitación él estaba alzado como una estatua, tan erguido como un guerrero a punto para la lucha.
-Kasumi.-Susurré caminando hacia él.
-Kazou.-Masculló con voz débil. Había cambiado algo su tono pero seguía siendo tan delicado. Su tamaño también lo había hecho, ya su cabeza se podía apoyar sobre mis hombros y lo tomé entre mis brazos.-Kazou ¿dónde estamos? ¿acabó la guerra?-Susurró mientras notaba de nuevo su corazón bombeando junto al mío.
-Sí, hace mucho que acabó y te traje a casa para que pudiéramos pasear por el jardín.-Susurré rememorando lo que solía contarle cuando parábamos de hacer el sexo.
-Por tu casa.-Masculló.
-Sí, llevas varios años inconsciente.-Besé su rostro, su cuello y mis manos apretaron sus nalgas.
-Quiero caminar por el jardín.-Dijo rodeándome con sus brazos.
-Es de noche.-Respondí.
-Quiero pasear, por favor.-No podía negarme y lo hicimos.
Era demasiado hermoso para ser real, él reía contándole mis juegos cuando niño por aquel pequeño trozo de tierra. Le conté las flores que había, cómo estaba el cielo y lo hermoso que era todo a su alrededor. Me quedé sentado sobre el tronco de un árbol e hice que él se sentara a mi lado. Nos besamos, sentí complicidad cosa que en el campamento tan sólo la tuvimos una vez.
-Te amo.-Le susurré dulcemente acariciando sus cabellos, o más bien enredándome en su pelo.
-Lo sé, te eché de menos cuando te fuiste.-Comentó haciéndose hueco sobre mis rodillas.
-Fui cruel.-Respondí odiando mi anterior actitud.
-Pero al menos te preocupabas por mí.-Susurró y quedó dormido.
Cuando desperté con los primeros rayos de sol de aquél verano él no se movía, no respiraba y me di cuenta de que había muerto. Lloré durante horas aferrado a su cuerpo, las lágrimas me impedían contemplar su rostro y el dolor era demasiado profundo. Más tarde me levanté y lo llevé en brazos hasta el que fue su cuarto. Durante años estuvimos cuidándolo mediante inyecciones con proteínas, vitaminas junto a otros componentes en su sangre. Hice que viniera un doctor experto de Europa donde estaba desarrollándose algunos avances sobre ciertas enfermedades. Duró dos años aferrándose a un sueño casi eterno, despertó para regalarme segundos tan bellos que no soy capaz de borrarlos y luego se marchó en paz. Tras su funeral empecé este escrito, he tenido que parar más de una vez no solo para recordar sino para llorar. Nada me tranquiliza y no soy capaz de vivir solo. He decidido morir como lo haría un guerrero, con honor y con una vida casi plena. Dejaré mis bienes al hijo de unos familiares lejanos, él me recuerda a mí y estas líneas también cobrarán vida ante sus ojos. Necesito que aprenda una lección, él y todo al que le lleguen mis palabras.
FIN
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