Capítulo primero.
II. Aliado entre el azufre.
El primer día que pisé este lugar fue cuando firmé mi contrato, por un año primeramente y si tenía suerte renovaría. Me sentía feliz al tener algo de dinero en mi bolsillo y abandonar de nuevo el nido familiar, no quería ser una carga para mi madre. Cuando contemplé las imágenes, los largos pasillos, el extraño jardín y la normativa a seguir quise salir corriendo. Incluso los profesores llevamos uniforme, nos abastecen de cinco prendas. Después me llevaron a mi habitación, la cual daba a la de Saulo. No me sentía a gusto, pensaba que jamás acabaría en un antro como este y que seguramente me pegaría un tiro antes de entrar. Entonces mi vecino de alcoba salió de su cuarto, entró al mío y saludó cortésmente.
-Bienvenido.-Murmuró aún estando Santos allí.-Buenos días don Santos, venía a dar la acogida a nuestro nuevo profesor.-Dijo ampliando su sonrisa.
-Espero que se sienta en su casa.-Carraspeó el director y salió de la habitación.
-Me llamo Saulo, duermo también aquí y doy clases de filosofía.-Comentó extendiendo su mano hacia mí, la apreté y le devolví la sonrisa.
-Yo soy Amaru, profesor de matemáticas y cuando miro a mí alrededor deseo suicidarme.-Comenté para tomar aire ante su mirada sorprendida.-Este lugar es deprimente.-Murmuré.
-Sí, lo es.-Dijo riendo soltando mi mano.
-¿No hay televisión?-Interrogué observando la cama, la mesilla de noche y la lamparilla junto al armario; no había más.
-Yo tengo una en mi cuarto, Santos odia la caja tonta pero es genial para ver películas.-Comentó.
-Necesito ver mis series favoritas.-Dije sin intención de que me invitara a su habitación.
-No importa, ven a mi cuarto y las ves mientras que no sean de madrugada.-Sonrió y lo primero que pensé es que era muy amable, atento, para ser un meapilas. Era de mi edad, tenía los cabellos revueltos y hojas que parecían de no pegar ojo en días.
-Gracias.-Balbuceé incrédulo y no era para menos. Se comportaba conmigo como si fuéramos amigos, sin embargo éramos extraños.
-De nada. Muchos de los profesores son ancianos decrépitos, somos pocos los jóvenes y necesito hablar con alguien que no conociera a María Antonieta.-Rió y yo también dejé que mis carcajadas salieran de mi garganta con fuerza, hacía meses que no reía.
-Yo necesito olvidar.-Dije al volver a la seriedad.
-Aquí te lavan el cerebro, olvidarás pronto.-Dijo guiñándome un ojo.
-Sí, lo veo. Es un convento.-Volvimos a reírnos.
-Un poco, pero te acostumbrarás.-Comentó apoyando su mano sobre mi hombro.
-No lo creo, soy ateo.-Respondí.
-¿Crees que yo no?, también lo soy y ya me aclimaté el año pasado.-Su mirada era melancólica aunque tenía toques de brillos fugaces; como aquellos bohemios que intentan sobrevivir en su miseria diaria sonriendo sin apenas fuerza, por culpa del deseo de morir por el arte.
La conversación se centró en nuestros gustos, política y finalmente en el porqué escogimos nuestras carreras. Él deseaba rodearse de niños, aprender de ellos y tener una segunda infancia; sin bien terminó en filosofía porque amaba razonar, preguntarse cosas que jamás ocurrirán y desarrollar el don de la palabra. Era la clase de chicos que siempre ves como a un hermano pero jamás como un amante, aunque parecía fiel a su palabra. Años atrás hubiera sido mi pareja ideal, tenía aspecto débil y me apetecía abrazarlo. Él me presentó a Yago, decía que era un buen chico aunque demasiado extrovertido. Más tarde conocí a Muriel y Eyén junto con Nadia. Creía que no iba a ser tan doloroso estar en un lugar con personas agradables, luego conocí a Antón y me di cuenta que me equivocaba.
En la cena de la noche como comienzo de curso nos reunimos profesores y alumnos. Habíamos estado encerrados divagando sobre los horarios, la adjudicación de clases y demás menesteres. Me hablaron de la relación de Antón y Patricia, entonces lo entendí. Eran familia y por ello ese odio sobrehumano hacia las relaciones afectiva hacia las personas. Los demás profesores eran prácticamente ancianos. Algunos tenían ya sesenta y cinco años, no querían dejar la enseñanza, sin bien el próximo curso tendrían que hacerlo por orden de Santos, puesto que lo obligaban. En la comida me di cuenta de cómo Saulo miraba a Jasón y de que coqueteaba sin apenas darse cuenta.
Al regresar a nuestras habitaciones el resto se marchó a casa, nosotros nos quedamos en nuestro hogar permanente. Los chicos irían apareciendo poco a poco, los primeros días tan sólo aprenderían la convivencia pacífica y Jasón les enseñaría las reglas de algunos deportes que practicarían. Mi compañero de celda parecía perdido en un mundo aparte, entramos en su cuarto y pusimos la televisión. Esa noche emitían una serie de detectives bastante buena, me gustaba como resolvían los asesinatos. Entonces nos centramos en un tema totalmente distinto, la homosexualidad.
-He visto como mirabas a Jasón.-Dije mientras pasaban los anuncios.
-¿Cómo le miraba?-Preguntó dubitativo.
-Debes de disimular un poco, no creo que le guste a Santos saber que estáis liados.-Comenté sonriendo.
-Él no es gay.-Con eso ya me dijo todo.
-Me has respondido, tú sí.-Comenté pasando mi mano entre sus hombros.
-¿Qué tiene de malo? Para don Santos todo, porque es algo abominable pero creo que para la sociedad no. ¿Sabías que le dan electroshock a los niños homosexuales de esta institución? Sí, por eso es tan famosa entre los padres más reacios a la realidad.-Parecía furioso.
-Tranquilo, yo también. No soy parte del enemigo.-Murmuré.
-¿Lo eres?-Volvió lentamente a la calma.
-Sí, lo soy.-Susurré.
-¿Por eso has venido aquí?-Preguntó.-¿Para que te den cura?-Dijo mientras dejaba que sus lágrimas afloraran, que se precipitaran y le llenara de amargura.-Yo vine para alejarme del mundo homosexual, tan frívolo, y de la mala relación con mis padres.-Musitó.
-Yo porque me dejó mi pareja, cinco años con él y me dejó por una mujer.-También comencé a llorar con la misma intensidad que el primer día.
-Es un idiota, yo no te hubiera dejado. Te conozco poco pero eres atractivo, inteligente y pareces alguien que comprende al resto.-Dijo secándose las lágrimas.-En cierto modo me recuerdas a Jasón, aunque él es más que eso. Sabe hacerme sonreír cuando tan solo quiero morir.-Le abracé e intenté dejar a un lado el dolor y sentir que comenzaba a conocer a un buen amigo.
Seguimos viendo la serie, después cada uno se fue a dormir a su cama. En mi habitación pensé en Andrés, era imposible no pensar en él, y desearle de nuevo como semanas atrás. Le necesitaba y su veneno aun me corroía las venas. Conseguí conciliar tarde el sueño, si bien era mucho más de lo que logré días atrás. Las noches se me hacían eternas, demasiado duras, porque le buscaba entre las sábanas y el colchón. Solía abrazarme a él, caer rendido sobre sus hombros y dejar que su colonia me relajara. Ya no tenía nada, solo a mi mismo y eso me infundía miedo. La soledad se hacía presente, cada vez más, y era imparable. Me preguntaba si Saulo era feliz siendo tan sólo el amigo de su querido profesor de gimnasia, pero no me incumbe ni me incumbía. Nuestra relación, la del profesor de filosofía y mí, se ha vuelto más intensa con el pasar de los días; sin embargo, no soy capaz de preguntarle si tiene esperanzas de conseguir algo con Jasón.
El desayuno se hizo ameno, tan sólo éramos él y yo. Antón y Santos hacían horas que llevaban despiertos, y la verdad me importaba bien poco. Tomamos algo y decidimos dar una vuelta por el pueblo, queríamos hablar con mayor intimidad que aquellas paredes. Su tema favorito era su hombre ideal representado por un hombre casado y heterosexual. Me contó como lo conoció, lo nervioso que se puso una vez cuando quedaron a solas y que su momento favorito eran los almuerzos, porque comía al lado de él. Le entendía perfectamente porque cuando comencé con Andrés todo era de aquel modo, muy mágico y esporádico. Recuerdo como se salía mi corazón del pecho o lo estúpido que parecía balbuceando ante sus sonrisas cómplices. En definitiva, durante la salida conocí más al chico de aspecto enfermizo y estómago insaciable. De este modo concluyó mis primeras veinticuatro horas entre aquellos muros, no fue tan horrible gracias a él.
II. Aliado entre el azufre.
El primer día que pisé este lugar fue cuando firmé mi contrato, por un año primeramente y si tenía suerte renovaría. Me sentía feliz al tener algo de dinero en mi bolsillo y abandonar de nuevo el nido familiar, no quería ser una carga para mi madre. Cuando contemplé las imágenes, los largos pasillos, el extraño jardín y la normativa a seguir quise salir corriendo. Incluso los profesores llevamos uniforme, nos abastecen de cinco prendas. Después me llevaron a mi habitación, la cual daba a la de Saulo. No me sentía a gusto, pensaba que jamás acabaría en un antro como este y que seguramente me pegaría un tiro antes de entrar. Entonces mi vecino de alcoba salió de su cuarto, entró al mío y saludó cortésmente.
-Bienvenido.-Murmuró aún estando Santos allí.-Buenos días don Santos, venía a dar la acogida a nuestro nuevo profesor.-Dijo ampliando su sonrisa.
-Espero que se sienta en su casa.-Carraspeó el director y salió de la habitación.
-Me llamo Saulo, duermo también aquí y doy clases de filosofía.-Comentó extendiendo su mano hacia mí, la apreté y le devolví la sonrisa.
-Yo soy Amaru, profesor de matemáticas y cuando miro a mí alrededor deseo suicidarme.-Comenté para tomar aire ante su mirada sorprendida.-Este lugar es deprimente.-Murmuré.
-Sí, lo es.-Dijo riendo soltando mi mano.
-¿No hay televisión?-Interrogué observando la cama, la mesilla de noche y la lamparilla junto al armario; no había más.
-Yo tengo una en mi cuarto, Santos odia la caja tonta pero es genial para ver películas.-Comentó.
-Necesito ver mis series favoritas.-Dije sin intención de que me invitara a su habitación.
-No importa, ven a mi cuarto y las ves mientras que no sean de madrugada.-Sonrió y lo primero que pensé es que era muy amable, atento, para ser un meapilas. Era de mi edad, tenía los cabellos revueltos y hojas que parecían de no pegar ojo en días.
-Gracias.-Balbuceé incrédulo y no era para menos. Se comportaba conmigo como si fuéramos amigos, sin embargo éramos extraños.
-De nada. Muchos de los profesores son ancianos decrépitos, somos pocos los jóvenes y necesito hablar con alguien que no conociera a María Antonieta.-Rió y yo también dejé que mis carcajadas salieran de mi garganta con fuerza, hacía meses que no reía.
-Yo necesito olvidar.-Dije al volver a la seriedad.
-Aquí te lavan el cerebro, olvidarás pronto.-Dijo guiñándome un ojo.
-Sí, lo veo. Es un convento.-Volvimos a reírnos.
-Un poco, pero te acostumbrarás.-Comentó apoyando su mano sobre mi hombro.
-No lo creo, soy ateo.-Respondí.
-¿Crees que yo no?, también lo soy y ya me aclimaté el año pasado.-Su mirada era melancólica aunque tenía toques de brillos fugaces; como aquellos bohemios que intentan sobrevivir en su miseria diaria sonriendo sin apenas fuerza, por culpa del deseo de morir por el arte.
La conversación se centró en nuestros gustos, política y finalmente en el porqué escogimos nuestras carreras. Él deseaba rodearse de niños, aprender de ellos y tener una segunda infancia; sin bien terminó en filosofía porque amaba razonar, preguntarse cosas que jamás ocurrirán y desarrollar el don de la palabra. Era la clase de chicos que siempre ves como a un hermano pero jamás como un amante, aunque parecía fiel a su palabra. Años atrás hubiera sido mi pareja ideal, tenía aspecto débil y me apetecía abrazarlo. Él me presentó a Yago, decía que era un buen chico aunque demasiado extrovertido. Más tarde conocí a Muriel y Eyén junto con Nadia. Creía que no iba a ser tan doloroso estar en un lugar con personas agradables, luego conocí a Antón y me di cuenta que me equivocaba.
En la cena de la noche como comienzo de curso nos reunimos profesores y alumnos. Habíamos estado encerrados divagando sobre los horarios, la adjudicación de clases y demás menesteres. Me hablaron de la relación de Antón y Patricia, entonces lo entendí. Eran familia y por ello ese odio sobrehumano hacia las relaciones afectiva hacia las personas. Los demás profesores eran prácticamente ancianos. Algunos tenían ya sesenta y cinco años, no querían dejar la enseñanza, sin bien el próximo curso tendrían que hacerlo por orden de Santos, puesto que lo obligaban. En la comida me di cuenta de cómo Saulo miraba a Jasón y de que coqueteaba sin apenas darse cuenta.
Al regresar a nuestras habitaciones el resto se marchó a casa, nosotros nos quedamos en nuestro hogar permanente. Los chicos irían apareciendo poco a poco, los primeros días tan sólo aprenderían la convivencia pacífica y Jasón les enseñaría las reglas de algunos deportes que practicarían. Mi compañero de celda parecía perdido en un mundo aparte, entramos en su cuarto y pusimos la televisión. Esa noche emitían una serie de detectives bastante buena, me gustaba como resolvían los asesinatos. Entonces nos centramos en un tema totalmente distinto, la homosexualidad.
-He visto como mirabas a Jasón.-Dije mientras pasaban los anuncios.
-¿Cómo le miraba?-Preguntó dubitativo.
-Debes de disimular un poco, no creo que le guste a Santos saber que estáis liados.-Comenté sonriendo.
-Él no es gay.-Con eso ya me dijo todo.
-Me has respondido, tú sí.-Comenté pasando mi mano entre sus hombros.
-¿Qué tiene de malo? Para don Santos todo, porque es algo abominable pero creo que para la sociedad no. ¿Sabías que le dan electroshock a los niños homosexuales de esta institución? Sí, por eso es tan famosa entre los padres más reacios a la realidad.-Parecía furioso.
-Tranquilo, yo también. No soy parte del enemigo.-Murmuré.
-¿Lo eres?-Volvió lentamente a la calma.
-Sí, lo soy.-Susurré.
-¿Por eso has venido aquí?-Preguntó.-¿Para que te den cura?-Dijo mientras dejaba que sus lágrimas afloraran, que se precipitaran y le llenara de amargura.-Yo vine para alejarme del mundo homosexual, tan frívolo, y de la mala relación con mis padres.-Musitó.
-Yo porque me dejó mi pareja, cinco años con él y me dejó por una mujer.-También comencé a llorar con la misma intensidad que el primer día.
-Es un idiota, yo no te hubiera dejado. Te conozco poco pero eres atractivo, inteligente y pareces alguien que comprende al resto.-Dijo secándose las lágrimas.-En cierto modo me recuerdas a Jasón, aunque él es más que eso. Sabe hacerme sonreír cuando tan solo quiero morir.-Le abracé e intenté dejar a un lado el dolor y sentir que comenzaba a conocer a un buen amigo.
Seguimos viendo la serie, después cada uno se fue a dormir a su cama. En mi habitación pensé en Andrés, era imposible no pensar en él, y desearle de nuevo como semanas atrás. Le necesitaba y su veneno aun me corroía las venas. Conseguí conciliar tarde el sueño, si bien era mucho más de lo que logré días atrás. Las noches se me hacían eternas, demasiado duras, porque le buscaba entre las sábanas y el colchón. Solía abrazarme a él, caer rendido sobre sus hombros y dejar que su colonia me relajara. Ya no tenía nada, solo a mi mismo y eso me infundía miedo. La soledad se hacía presente, cada vez más, y era imparable. Me preguntaba si Saulo era feliz siendo tan sólo el amigo de su querido profesor de gimnasia, pero no me incumbe ni me incumbía. Nuestra relación, la del profesor de filosofía y mí, se ha vuelto más intensa con el pasar de los días; sin embargo, no soy capaz de preguntarle si tiene esperanzas de conseguir algo con Jasón.
El desayuno se hizo ameno, tan sólo éramos él y yo. Antón y Santos hacían horas que llevaban despiertos, y la verdad me importaba bien poco. Tomamos algo y decidimos dar una vuelta por el pueblo, queríamos hablar con mayor intimidad que aquellas paredes. Su tema favorito era su hombre ideal representado por un hombre casado y heterosexual. Me contó como lo conoció, lo nervioso que se puso una vez cuando quedaron a solas y que su momento favorito eran los almuerzos, porque comía al lado de él. Le entendía perfectamente porque cuando comencé con Andrés todo era de aquel modo, muy mágico y esporádico. Recuerdo como se salía mi corazón del pecho o lo estúpido que parecía balbuceando ante sus sonrisas cómplices. En definitiva, durante la salida conocí más al chico de aspecto enfermizo y estómago insaciable. De este modo concluyó mis primeras veinticuatro horas entre aquellos muros, no fue tan horrible gracias a él.
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