Capítulo primero.
IV. Así comenzó.
Me desperté tarde, ya no podía desayunar y me dediqué a pasear por las instalaciones. Me perdí en mis pensamientos hasta chocar con Eyén, él también vagaba como alma en pena por el lugar. Con el tropiezo le tiré los folios impresos al suelo, así que mientras lo recogíamos y ordenábamos conversamos. Sus cabellos estaban alborotados, su camisa mal colocada y barba de dos días.
-Siento haber tirado tus folios.-Dije avergonzado por no mirar por donde iba.
-No importa, suelo enumerarlos.-Comentó con una sonrisa parecida a la de un felino.
-¿Eran importantes?-Me preocupé por el desastre acaecido.
-No, que va. Solo es mi novela, la escribo para desahogarme.-Dijo agachándose haciendo montoncitos con las hojas.
-Yo necesito desahogarme.-Murmuré pensando en todo lo que me había sucedido.
-¿A qué esperas? Todos hemos nacido para escribir, tan sólo hay que dejarse llevar por la magia.-Respondió clavando sus pupilas aceitunas en mí.
-Imposible.-Dije apartando la mirada, ayudando a organizar todo.
-Yo narro momentos que he vivido, mis sentimientos, como todo autor. Creo que la mayoría somos escritores natos, sólo hay que comenzar.-Comentó sentándose en las escaleras cercanas mientras buscaba los números de las páginas.
-Yo no sabría por donde hacerlo.-Dije entregándole el montón que había hecho, me senté a su lado he hice lo mismo. Tomaba unas cuantas, buscaba el pie de página donde estaban enumeradas y las amontonaba en orden.
-Sí, sabrías. Un poco de música de fondo, media luz, el portátil frente a ti y millones de combinaciones a tu favor.-Susurró inmerso en su trabajo.
-Es una locura.-Respondí.
-Sí, pero es divertido; te relaja y quien sabe lo que puede dar de fruto.-Me percaté de su corbata, mal atada y la camisa abotonada de mala manera. Es un desastre, sin duda, y parece que es lo que le hace aún más encantador.
-Es cierto.-Murmuré apartando los que había organizado.
-Las mías son novelas centradas en la historia, es mi campo, y me gusta mostrar la guerra junto a la miseria. Me agrada desahogarme en la batalla y luego seducirme con las princesas encantadas.-Parecía maravillado con su trabajo, no con el de profesor que le reportaba un sueldo impresionante, no, sino con el que quizás nunca tendría un solo céntimo en el banco.
-Es muy interesante.-Dije leyendo el título “Hijos de la Crueldad”.
-Si quieres cuando la finalice te la paso.-Hizo un inciso deslizando su mirada hacia el techo, como recordando algo.-A Saulo le suelo pasar mis escritos para que haga su critica.-Dijo por fin.-Creo recordar que la última le pareció demasiado sangrienta aunque muy humana.-Susurró mirándome como si nos conociéramos de toda la vida.
-Gracias, me gustaría.-Comenté intrigado por saber como eran sus dotes. Yo era hombre de cifras, números y de un sin fin de fórmulas, pero la literatura me era un mundo mágico.
-Somos jóvenes, tenemos que reunirnos antes de que los apolillados nos carcoman.-Rió descaradamente dejando que el pasillo se inundará con sus carcajadas. Me di cuenta que era el tipo de persona que normalmente me imagino en la barra de un bar y no en la enseñanza. Sin duda es un bala perdida lleno de encanto decadente.
-Sí, tengo la sensación de estar en Egipto.-Comenté irónico.
-¿Sí? ¿Por qué?-Preguntó sorprendido.
-Porque nos rodean momias.-Apoyó su mano izquierda sobre mi hombro y se arqueó. Se reía sin cesar y yo también, caímos ambos en un ataque de risa sin control.
-Tienes mucha razón, aunque las momias no son tan viejas.-Dijo secándose las lágrimas. ¿Saben que es llorar de risa? ¿Qué duela el costado? Pues es lo que sentimos él y yo.
-Sí, son tan viejos como contar con los dedos.-Dije sintiendo un dolor agudo en el pecho, habían sido cinco minutos sin cesar de reír.
-Sí.-Afirmó levantándose de los peldaños.-Lamentándolo mucho me tengo que marchar, quedé con Muriel.-Dijo tomando los folios y despidiéndose con la mano mientras correteaba por el pasillo. Seguramente yo le hice perder tiempo y por ello iba con tanta prisa.
Tras el encuentro pensé que debía de hacer una novela, algo que me alejara de la realidad o quizás que mostrara lo que aquí se vivía. Así comenzó la idea de este cuaderno diario, novela o ensayo…lo que demonios sea, porque de clasificar escritos soy bastante corto. Me gusta lo que hago. Por ello me marché al despacho de don Saulo y pregunté si podía comprarme un ordenador, si lo dejaban en el centro. Inmediatamente me dio una hoja con un formulario, debía rellenarlo y él conseguiría uno. Normalmente todos tenían un ordenador si lo deseaban, un portátil, y el centro entero tenía Internet en todas las habitaciones. Fue lo único que me gustó del internado en sí.
El resto del día lo pasé investigando los perfiles de mis alumnos y hablando con Saulo. Por momentos deseaba besarle tan sólo para dejar de pensar en mi ex. Normalmente cuando teníamos peleas me liaba con desconocidos, tenía sexo y luego al regresar me pedía volver. Ahora es todo distinto, no volverá o eso creo, y me duele seguir amándole.
IV. Así comenzó.
Me desperté tarde, ya no podía desayunar y me dediqué a pasear por las instalaciones. Me perdí en mis pensamientos hasta chocar con Eyén, él también vagaba como alma en pena por el lugar. Con el tropiezo le tiré los folios impresos al suelo, así que mientras lo recogíamos y ordenábamos conversamos. Sus cabellos estaban alborotados, su camisa mal colocada y barba de dos días.
-Siento haber tirado tus folios.-Dije avergonzado por no mirar por donde iba.
-No importa, suelo enumerarlos.-Comentó con una sonrisa parecida a la de un felino.
-¿Eran importantes?-Me preocupé por el desastre acaecido.
-No, que va. Solo es mi novela, la escribo para desahogarme.-Dijo agachándose haciendo montoncitos con las hojas.
-Yo necesito desahogarme.-Murmuré pensando en todo lo que me había sucedido.
-¿A qué esperas? Todos hemos nacido para escribir, tan sólo hay que dejarse llevar por la magia.-Respondió clavando sus pupilas aceitunas en mí.
-Imposible.-Dije apartando la mirada, ayudando a organizar todo.
-Yo narro momentos que he vivido, mis sentimientos, como todo autor. Creo que la mayoría somos escritores natos, sólo hay que comenzar.-Comentó sentándose en las escaleras cercanas mientras buscaba los números de las páginas.
-Yo no sabría por donde hacerlo.-Dije entregándole el montón que había hecho, me senté a su lado he hice lo mismo. Tomaba unas cuantas, buscaba el pie de página donde estaban enumeradas y las amontonaba en orden.
-Sí, sabrías. Un poco de música de fondo, media luz, el portátil frente a ti y millones de combinaciones a tu favor.-Susurró inmerso en su trabajo.
-Es una locura.-Respondí.
-Sí, pero es divertido; te relaja y quien sabe lo que puede dar de fruto.-Me percaté de su corbata, mal atada y la camisa abotonada de mala manera. Es un desastre, sin duda, y parece que es lo que le hace aún más encantador.
-Es cierto.-Murmuré apartando los que había organizado.
-Las mías son novelas centradas en la historia, es mi campo, y me gusta mostrar la guerra junto a la miseria. Me agrada desahogarme en la batalla y luego seducirme con las princesas encantadas.-Parecía maravillado con su trabajo, no con el de profesor que le reportaba un sueldo impresionante, no, sino con el que quizás nunca tendría un solo céntimo en el banco.
-Es muy interesante.-Dije leyendo el título “Hijos de la Crueldad”.
-Si quieres cuando la finalice te la paso.-Hizo un inciso deslizando su mirada hacia el techo, como recordando algo.-A Saulo le suelo pasar mis escritos para que haga su critica.-Dijo por fin.-Creo recordar que la última le pareció demasiado sangrienta aunque muy humana.-Susurró mirándome como si nos conociéramos de toda la vida.
-Gracias, me gustaría.-Comenté intrigado por saber como eran sus dotes. Yo era hombre de cifras, números y de un sin fin de fórmulas, pero la literatura me era un mundo mágico.
-Somos jóvenes, tenemos que reunirnos antes de que los apolillados nos carcoman.-Rió descaradamente dejando que el pasillo se inundará con sus carcajadas. Me di cuenta que era el tipo de persona que normalmente me imagino en la barra de un bar y no en la enseñanza. Sin duda es un bala perdida lleno de encanto decadente.
-Sí, tengo la sensación de estar en Egipto.-Comenté irónico.
-¿Sí? ¿Por qué?-Preguntó sorprendido.
-Porque nos rodean momias.-Apoyó su mano izquierda sobre mi hombro y se arqueó. Se reía sin cesar y yo también, caímos ambos en un ataque de risa sin control.
-Tienes mucha razón, aunque las momias no son tan viejas.-Dijo secándose las lágrimas. ¿Saben que es llorar de risa? ¿Qué duela el costado? Pues es lo que sentimos él y yo.
-Sí, son tan viejos como contar con los dedos.-Dije sintiendo un dolor agudo en el pecho, habían sido cinco minutos sin cesar de reír.
-Sí.-Afirmó levantándose de los peldaños.-Lamentándolo mucho me tengo que marchar, quedé con Muriel.-Dijo tomando los folios y despidiéndose con la mano mientras correteaba por el pasillo. Seguramente yo le hice perder tiempo y por ello iba con tanta prisa.
Tras el encuentro pensé que debía de hacer una novela, algo que me alejara de la realidad o quizás que mostrara lo que aquí se vivía. Así comenzó la idea de este cuaderno diario, novela o ensayo…lo que demonios sea, porque de clasificar escritos soy bastante corto. Me gusta lo que hago. Por ello me marché al despacho de don Saulo y pregunté si podía comprarme un ordenador, si lo dejaban en el centro. Inmediatamente me dio una hoja con un formulario, debía rellenarlo y él conseguiría uno. Normalmente todos tenían un ordenador si lo deseaban, un portátil, y el centro entero tenía Internet en todas las habitaciones. Fue lo único que me gustó del internado en sí.
El resto del día lo pasé investigando los perfiles de mis alumnos y hablando con Saulo. Por momentos deseaba besarle tan sólo para dejar de pensar en mi ex. Normalmente cuando teníamos peleas me liaba con desconocidos, tenía sexo y luego al regresar me pedía volver. Ahora es todo distinto, no volverá o eso creo, y me duele seguir amándole.
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