Capítulo tercero.
V. Sales y entras en mi vida, pero yo ya me cansé.
Desperté cuando rondaba el medio día, miré mi teléfono y tuve deseos de llamarlo. Tenía su móvil, también sus deseos de ser amigos al menos. Me levanté de la cama algo mareado, tomé el aparato y busqué el papel con el número. Miré la hoja durante unos minutos y decidí marcar. Estaba nervioso tras el primer tono, pensé en colgar pero no lo hice.
-¿Diga?-Su voz parecía soñolienta.-¿Diga?-Murmuró de nuevo.
-Soy Amaru.-Contesté tras tomar aire.
-No te esperaba.-Dijo con voz tímida. No té en su tono de voz que no era sueño lo que tenía, sino melancolía.
-¿Estas bien?-Pregunté preocupado.
-Sí, sólo que he estado escuchando canciones y me entró melancolía.-Comentó.
-Solo quiero pedirte perdón.-Susurré escapándose de mis ojos unas lágrimas.
-Si tienes mi número es que ya te perdoné.-Dijo aliviando un poco la sensación de ruindad que existía en mí.
-Gracias.-Balbuceé.
-No me las des.-Susurró.
-Sólo quería decirte que te amo, que me di cuenta tarde y espero que te hagan feliz.-Entonces noté que había colgado o quizás se le acabó al batería. No volví a intentarlo, no quería atosigarlo con el tema.
Dejé a un lado el aparato y decidí darme una ducha. Mi padre se había ido a su despacho aún es joven según él para dejarlo todo, yo opino que con sesenta y cinco años ya es hora. Mi madre me había hecho el desayuno, yo tomé tan sólo unas tostadas y me marché a mirar ofertas de empleo en academias. Entonces una idea me fascinó, ir a chueca y corrí a coger el metro. Me paseé por las tiendas con total libertad, había varias parejas en un banco sentados disfrutando de una mañana soleada. Siempre pensé en que pasearía por este barrio con mi chico cuando dejara a un lado sus miedos. Aún le llamo mi chico porque a veces pienso que todo fue precipitado, ya no le amo y no podría hacerlo, pero sigo sintiendo que le necesito por alguna razón. Después de dar vueltas sin cesar, y contestar a las llamadas de preocupación de mi madre, fui a tomar un almuerzo rápido a uno de tantos restaurantes de comida casera. En el edificio colindante necesitaban profesores de matemáticas, lengua y física. Tras la comida entré y pregunté cuales eran los requisitos, los cumplía y por lo tanto quedé en llevar mis datos al día siguiente. Tras esto regresé a casa y me tumbé sin hacer nada.
A la mañana siguiente me arreglé, me tomé unas fotografías para añadir una a mis datos y entregué las hojas. El resto del día me lo pasé durmiendo. No quería saber nada de nadie. Por la noche puse la televisión y estuve viendo programas de sucesos además de varias películas. Cuando fui a acostarme de nuevo miré el móvil y me di cuenta que tenía mensajes bastante atrasados de fecha. Algunos eran de Andrés y me pedía que le perdonara, que había cometido un error y que me amaba. Uno era de hacía escasamente una semana. Yo en el internado no encendí el móvil, tampoco había mucha cobertura y no lo necesitaba realmente. No supe si reír o llorar, pero sin embargo me quedé en silencio meditando hasta que la pantallita se apagó. Pensé horas que hacer, que decir, si llamarlo por la mañana o enviar un mensaje. Decidí a eso de las cuatro de la mañana mandar un mensaje de que le perdonaba y deseaba verlo.
Quedamos en vernos el viernes, al día siguiente, en un bar donde solíamos ir a tomar café. Tomé dos líneas de metro distinta y aparecí puntual, él también. Había cambiado, estaba más delgado y con ojeras. Sonrió levemente y me indicó que me sentara a su lado. Vestía con un abrigo que yo le había regalado haciendo de camarero en ese mismo lugar. Sus cabellos estaban revueltos y me miraba detenidamente, como si fuera un extraño.
-¿Qué deseas de mí?-Pregunté rompiendo el silencio de miradas.
-No me casé, la dejé y admití mi sexualidad ante mi familia. Soy la oveja negra pero me siento libre.-Respondió buscando mis manos para atarlas a las suyas.-Quiero empezar de cero contigo.-Murmuró.
-Me alegro que no tengas ataduras ni te escondas.-Dije apartando sus manos de las mías.-No vas a tener nada más conmigo que no sea sexo, no me apetece comenzar nada.-Comenté en voz baja.-Después de conocerte a ti he conocido a otro hombre, él me trató distinto a como tú lo hacías. Estoy enamorado de él, pero no le tengo a mi lado y creo que jamás lo tendré.-Me apoyé en el asiento, clavé mis ojos en los suyos y luego ladeé la mirada hacia el borde de la mesa.-He cambiado.-Susurré.
-No me importa, quiero tenerte a mi lado sea como sea.-Respondió.
-Aunque te he dicho que sólo tendríamos sexo si ocurriera algo, ahora mismo no estoy dispuesto a dártelo.-Dije levantándome de la silla.
-Me la devuelves.-Masculló.
-Hubiera dado todo por ti, todo, pero preferiste ocultarte.-Susurré buscando la salida al local.
Corrí llorando calle abajo, el móvil no dejaba de sonar y cuando vi la primera boca de metro me sumergí en su mundo interior. Músicos, turistas, empresarios atareados, parados en busca de trabajo, señores de la limpieza, seguridad y pedigüeños. Miré las llamadas perdidas, eran de Andrés y opté por no contestarlas. Cuando llegué a casa después de varias subidas y bajadas del andén me senté a meditar en el sofá. Mi madre me comentó que la comida iba a ser servida. Ella era más joven que mi padre, sesenta años y no aparentaba más de cincuenta. Sus cabellos estaban recogidos en un moño alto, solía hacerlo cuando cocinaba, y sus ropas eran modernas, nada anticuadas.
Comimos a solas, mi padre estaba atareado en la oficina, tomamos algo ligero, unos filetes a la pancha y algo de verdura, para luego irnos cada cual a sus quehaceres. Yo me tumbé en la cama y leí uno de los libros de mi vieja estantería, ella dejó los platos en el lavavajillas y se sentó a ver la televisión. Hasta la noche no estuvimos los tres y después de una charla sobre todo y nada fuimos a descansar.
Cuando me estaba quedando dormido por el sopor escuché el teléfono, lo cogí y vi que era Saulo. Acepté la llamada y no dijo nada, yo tragué saliva antes de decir algo.
-Saulo.-Murmuré.
-Sí, no puedo dormir.-Masculló.
-¿Pasa algo?-Interrogué preocupado.
-Lamento haber sido grosero, pero no quería escuchar más mentiras.-Se derrumbó en lágrimas, balbuceaba y sólo puede entender eso.
-¿Mentiras?-Pregunté confuso.
-Sí, me mentiras como él.-Susurró.
-¿Qué pasó?-Pregunté alarmado, confuso y preocupado a la vez. Parecía que el grandullón lo mandó a la mierda.
-Volvió con ella, dijo que no podía estar conmigo y estoy en una pensión de mala muerte.-Mis sospechas se hicieron firmes y odié no haber peleado por él.
-Yo estoy en Madrid.-Respondí.
-Creí que aún estarías en el centro.-Murmuró.
-No, pero puedes venirte aquí.-Dije sin preguntar a mis padres, pensé que no importaría. Aparte de mi habitación y la suya hay una de invitados, él se podía quedar allí.
-No quiero molestar.-Dijo con la voz tomada.
-Ven y te daré techo. ¿Somos amigos, verdad?-Comenté deseoso de verlo, quería hacerle olvidar mis malas pasadas.
-Sí.-Susurró.
-Ven.-Dije rogándole y a la vez creando sobre él un mandato.
-No puedo.-Murmuró débilmente.
-¿Por?-Interrogué.
-Me da miedo que me uses de nuevo.-Contestó notando recelo.
-Sólo somos amigos.-Indiqué.
-Me lo pensaré.-Dijo tras un silencio de unos segundos, entonces colgó y no aceptaba mis llamadas.
No pude dormir en toda la noche, mi odio hacia Jasón aumentó y me pareció patético ser tan cobarde. Deseaba tenerlo a mi lado, darle apoyo y comprensión. También quería besarlo, desnudarlo y hacerlo mío; sin embargo veía esto como imposible.
V. Sales y entras en mi vida, pero yo ya me cansé.
Desperté cuando rondaba el medio día, miré mi teléfono y tuve deseos de llamarlo. Tenía su móvil, también sus deseos de ser amigos al menos. Me levanté de la cama algo mareado, tomé el aparato y busqué el papel con el número. Miré la hoja durante unos minutos y decidí marcar. Estaba nervioso tras el primer tono, pensé en colgar pero no lo hice.
-¿Diga?-Su voz parecía soñolienta.-¿Diga?-Murmuró de nuevo.
-Soy Amaru.-Contesté tras tomar aire.
-No te esperaba.-Dijo con voz tímida. No té en su tono de voz que no era sueño lo que tenía, sino melancolía.
-¿Estas bien?-Pregunté preocupado.
-Sí, sólo que he estado escuchando canciones y me entró melancolía.-Comentó.
-Solo quiero pedirte perdón.-Susurré escapándose de mis ojos unas lágrimas.
-Si tienes mi número es que ya te perdoné.-Dijo aliviando un poco la sensación de ruindad que existía en mí.
-Gracias.-Balbuceé.
-No me las des.-Susurró.
-Sólo quería decirte que te amo, que me di cuenta tarde y espero que te hagan feliz.-Entonces noté que había colgado o quizás se le acabó al batería. No volví a intentarlo, no quería atosigarlo con el tema.
Dejé a un lado el aparato y decidí darme una ducha. Mi padre se había ido a su despacho aún es joven según él para dejarlo todo, yo opino que con sesenta y cinco años ya es hora. Mi madre me había hecho el desayuno, yo tomé tan sólo unas tostadas y me marché a mirar ofertas de empleo en academias. Entonces una idea me fascinó, ir a chueca y corrí a coger el metro. Me paseé por las tiendas con total libertad, había varias parejas en un banco sentados disfrutando de una mañana soleada. Siempre pensé en que pasearía por este barrio con mi chico cuando dejara a un lado sus miedos. Aún le llamo mi chico porque a veces pienso que todo fue precipitado, ya no le amo y no podría hacerlo, pero sigo sintiendo que le necesito por alguna razón. Después de dar vueltas sin cesar, y contestar a las llamadas de preocupación de mi madre, fui a tomar un almuerzo rápido a uno de tantos restaurantes de comida casera. En el edificio colindante necesitaban profesores de matemáticas, lengua y física. Tras la comida entré y pregunté cuales eran los requisitos, los cumplía y por lo tanto quedé en llevar mis datos al día siguiente. Tras esto regresé a casa y me tumbé sin hacer nada.
A la mañana siguiente me arreglé, me tomé unas fotografías para añadir una a mis datos y entregué las hojas. El resto del día me lo pasé durmiendo. No quería saber nada de nadie. Por la noche puse la televisión y estuve viendo programas de sucesos además de varias películas. Cuando fui a acostarme de nuevo miré el móvil y me di cuenta que tenía mensajes bastante atrasados de fecha. Algunos eran de Andrés y me pedía que le perdonara, que había cometido un error y que me amaba. Uno era de hacía escasamente una semana. Yo en el internado no encendí el móvil, tampoco había mucha cobertura y no lo necesitaba realmente. No supe si reír o llorar, pero sin embargo me quedé en silencio meditando hasta que la pantallita se apagó. Pensé horas que hacer, que decir, si llamarlo por la mañana o enviar un mensaje. Decidí a eso de las cuatro de la mañana mandar un mensaje de que le perdonaba y deseaba verlo.
Quedamos en vernos el viernes, al día siguiente, en un bar donde solíamos ir a tomar café. Tomé dos líneas de metro distinta y aparecí puntual, él también. Había cambiado, estaba más delgado y con ojeras. Sonrió levemente y me indicó que me sentara a su lado. Vestía con un abrigo que yo le había regalado haciendo de camarero en ese mismo lugar. Sus cabellos estaban revueltos y me miraba detenidamente, como si fuera un extraño.
-¿Qué deseas de mí?-Pregunté rompiendo el silencio de miradas.
-No me casé, la dejé y admití mi sexualidad ante mi familia. Soy la oveja negra pero me siento libre.-Respondió buscando mis manos para atarlas a las suyas.-Quiero empezar de cero contigo.-Murmuró.
-Me alegro que no tengas ataduras ni te escondas.-Dije apartando sus manos de las mías.-No vas a tener nada más conmigo que no sea sexo, no me apetece comenzar nada.-Comenté en voz baja.-Después de conocerte a ti he conocido a otro hombre, él me trató distinto a como tú lo hacías. Estoy enamorado de él, pero no le tengo a mi lado y creo que jamás lo tendré.-Me apoyé en el asiento, clavé mis ojos en los suyos y luego ladeé la mirada hacia el borde de la mesa.-He cambiado.-Susurré.
-No me importa, quiero tenerte a mi lado sea como sea.-Respondió.
-Aunque te he dicho que sólo tendríamos sexo si ocurriera algo, ahora mismo no estoy dispuesto a dártelo.-Dije levantándome de la silla.
-Me la devuelves.-Masculló.
-Hubiera dado todo por ti, todo, pero preferiste ocultarte.-Susurré buscando la salida al local.
Corrí llorando calle abajo, el móvil no dejaba de sonar y cuando vi la primera boca de metro me sumergí en su mundo interior. Músicos, turistas, empresarios atareados, parados en busca de trabajo, señores de la limpieza, seguridad y pedigüeños. Miré las llamadas perdidas, eran de Andrés y opté por no contestarlas. Cuando llegué a casa después de varias subidas y bajadas del andén me senté a meditar en el sofá. Mi madre me comentó que la comida iba a ser servida. Ella era más joven que mi padre, sesenta años y no aparentaba más de cincuenta. Sus cabellos estaban recogidos en un moño alto, solía hacerlo cuando cocinaba, y sus ropas eran modernas, nada anticuadas.
Comimos a solas, mi padre estaba atareado en la oficina, tomamos algo ligero, unos filetes a la pancha y algo de verdura, para luego irnos cada cual a sus quehaceres. Yo me tumbé en la cama y leí uno de los libros de mi vieja estantería, ella dejó los platos en el lavavajillas y se sentó a ver la televisión. Hasta la noche no estuvimos los tres y después de una charla sobre todo y nada fuimos a descansar.
Cuando me estaba quedando dormido por el sopor escuché el teléfono, lo cogí y vi que era Saulo. Acepté la llamada y no dijo nada, yo tragué saliva antes de decir algo.
-Saulo.-Murmuré.
-Sí, no puedo dormir.-Masculló.
-¿Pasa algo?-Interrogué preocupado.
-Lamento haber sido grosero, pero no quería escuchar más mentiras.-Se derrumbó en lágrimas, balbuceaba y sólo puede entender eso.
-¿Mentiras?-Pregunté confuso.
-Sí, me mentiras como él.-Susurró.
-¿Qué pasó?-Pregunté alarmado, confuso y preocupado a la vez. Parecía que el grandullón lo mandó a la mierda.
-Volvió con ella, dijo que no podía estar conmigo y estoy en una pensión de mala muerte.-Mis sospechas se hicieron firmes y odié no haber peleado por él.
-Yo estoy en Madrid.-Respondí.
-Creí que aún estarías en el centro.-Murmuró.
-No, pero puedes venirte aquí.-Dije sin preguntar a mis padres, pensé que no importaría. Aparte de mi habitación y la suya hay una de invitados, él se podía quedar allí.
-No quiero molestar.-Dijo con la voz tomada.
-Ven y te daré techo. ¿Somos amigos, verdad?-Comenté deseoso de verlo, quería hacerle olvidar mis malas pasadas.
-Sí.-Susurró.
-Ven.-Dije rogándole y a la vez creando sobre él un mandato.
-No puedo.-Murmuró débilmente.
-¿Por?-Interrogué.
-Me da miedo que me uses de nuevo.-Contestó notando recelo.
-Sólo somos amigos.-Indiqué.
-Me lo pensaré.-Dijo tras un silencio de unos segundos, entonces colgó y no aceptaba mis llamadas.
No pude dormir en toda la noche, mi odio hacia Jasón aumentó y me pareció patético ser tan cobarde. Deseaba tenerlo a mi lado, darle apoyo y comprensión. También quería besarlo, desnudarlo y hacerlo mío; sin embargo veía esto como imposible.
1 comentario:
Wuau °.° no puede seeerrr....no es cierto.....ijole ya me dejaste mas prendada y aora como le voy a hacer...eh?
Pz no es un cuento de hadas....eso esta claro,por qe la mera verdad es como la vida misma....como siempre tiene qe interferir el destino ¬¬
Pero bueno....espero con ansia ^^
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