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frankie snatch deviantart (La saqué de immen y me costó saber el autor, casi un mes. Pero al final me dijeron cual es su galería. Entre Heise, Feimos y Snatch me voy a volver adicto a deviantart. Allí me consigo mis fondos de pantalla y a veces en la mirada de las fotografías encuentro una historia que no se ha contado. Esa historia mística que andaba buscando y que en mis conciudadanos no he hallado...)
[solo tengo que decir que Sôber es uno de los grupos que me hacen sentirme reflejado.]
Shin
Desperté dolorido sin recordar donde estaba, entonces el aroma a desinfectante me hizo abrir los ojos de un plumazo. Miles de imágenes se cruzaron por mi mente, parecían ocurrir todas al mismo tiempo a una velocidad de vértigo. Él estaba allí, su sangre, la impotencia, el sonido de la ambulancia, las preguntas, más preguntas sin respuestas, el desconcierto, las rejas, la frialdad y la humedad de una celda, las burlas, los engaños, los policías, el aparcamiento, las vendas, las heridas, la sangre, la llamada telefónica, la voz de mi madre, el tacto de las sábanas bajo la palma de mis manos, el dolor y por último las lágrimas.
Me levanté y palpé su frente, estaba tibio y sus constantes eran normales. Parecía que había pasado las horas más críticas en armonía con la máquina. Ya no tenía plasma, no estaba ni la bolsa y mucho menos el tubo que llegaba hasta sus venas. Ahora tan sólo teníamos que esperar que despertara. Su rostro aún parecía el de un cadáver, sin apenas color y lleno de lesiones de dolor interno. Escuché fuera un ajetreo e hizo acto de presencia una enfermera.
-Aquí tiene un café y unas galletas.-comentó con una leve sonrisa, como si yo tuviera apetito después de lo que había sucedido. Tan sólo quería acostarme y al despertar que nada de esto fuera real, que mi vida siguiera siendo la misma y que el mundo si quisiera explotara, pero que no lo hiciera conmigo. Me quedé pensativo y miré hacia otro lado.
-Gracias.-susurré antes de que se marchara.
Me levanté como pude, me dolía la espalda y el cuello, sin embargo podía soportarlo. Tomé el café entre mis manos, estaba caliente, y las galletas. Comencé a tomármelo lentamente atento a sus reacciones. El sabor de aquello era insípido, quizás por la leche en polvo o porque realmente odiaba todo de los hospitales. Me senté en el borde de la cama y dejé a un lado aquel vaso de plástico.
Cuando creí que nada sucedería él movió los dedos de la mano próxima a mí, la que tenía sobre la cama. Se la agarré por instinto para asegurarme que no eran visiones, y sí era real. Salí al pasillo y llamé a las enfermeras, estaba nervioso y no sabía que quería significar aquello. Al regresar tenía los ojos entreabiertos, parecía cobrar vida lentamente y venir del mundo donde se había enclaustrado con una forma distinta.
-Tranquilo, estás en el hospital.-susurró una de las enfermeras haciéndole un gesto a la más joven. Esta se movió por la habitación hasta el corredor, allí buscó al doctor y este se personó con rapidez en el lugar.
-Has tenido suerte.-comentó con una sonrisa. Aunque seguramente Víctor se quejaba por el infortunio de no estar muerto, ese era su deseo.-Ahora te van a extraer los tubos.-susurró como si fuera lo más habitual y fácil del mundo. Sabía que le iba a doler, que iba a ser algo complicado y no quería verlo.
Quedé de espaldas a las acciones que se sucedían, cómo le rogaban que no hablara y desposara. Sin embargo quería que me diera explicaciones, las merecía. Su cara estaba libre de cualquier aparato y parecía estar famélico. Me di la vuelta hacia él cuando noté que todos se iban, ya había acabado. Sesión de cura, reconocimiento y retirada de aparatos médicos. Tan sólo le dejaron el suero y él sonrió levemente al verme allí, postrado a sus necesidades.
-¿Por qué lo hiciste?-pregunté desconsolado, roto, jamás nadie había cometido una locura así en m presencia. Es cierto, que yo lo intenté en varias ocasiones, todas fallidas de principio a fin. El silencio hizo eco en la habitación.-Sé que no puedes hablar, es una pregunta retórica y tan sólo pido que te vayas buscando una excusa.-él sonrió y estiró una de sus manos hacia mí. Me aproximé y la agarré firmemente.
Acabé recostándome junto a él, abrazándolo. Quería consolarlo aunque no sabía, era frío y se notaba en mis gestos. El contacto con la gente no era muy habitual en mí, podía imitarlo pero siempre se notaba que lo forzaba. Mis besos paternales parecían dañarle, hacerle sentir estúpido y a la vez lejano a mí. Le rodeé con mis brazos y dejé bien colocado la almohada.
-Te.-susurró con voz ronca y forzada.-quiero.-dijo tras unos segundos de imposibilidad, tragó saliva y logró decirlo. Parecía, o más bien se sentía, inútil ya que apenas podía articular una frase.
-Yo no, sin embargo te aprecio y odio este tipo de acciones cobardes. Por eso estoy aquí.-eso le hirió, lo pude notar pero yo no iba a inventarme un amor que no existía.
Bajó lentamente los párpados y sonrió amargamente aferrándose a mí.
-Sueño.-logró decir tras varios intentos.
-No debes hablar.-quizás por piedad besé sus labios, tenuemente, para luego acariciar con la yema de mis dedos su espalda.
Él dejó que todo su cuerpo se estremeciera con mis caricias, su mirada inundó la mía con dudas, dudas muy serias frente a lo que sentía o veía en él. Sabía que esa chica que imaginó, Ana, era la ideal para mí. Si bien, ¿él quién era? ¿qué era? Me sentía confuso, demasiado y besé otra vez su boca para quedar en silencio. Él tan sólo me miró desconcertado y después sonrió complacido. Tras unos minutos, un par de caricias y demasiada paciencia quedó dormido. Tenía que descansar, aunque había salido de ese trance lo necesitaba, tanto su cuerpo como él.
Yo simplemente me quedé mirando, no quería que en un descuido su vida se evaporara. Pasada una hora y media, quizás algo más, me quedé dormido, al igual que él. Al despertar él aún dormitaba con una sonrisa en sus labios. Era una estampa más grata que la anterior, aunque seguía siendo deprimente.
Me alcé y caminé hacia la ventana, iluminé un poco la habitación y observé que la cama colindante seguía vacía. Podía usarla, pero no quería ser una molestia. Estaba seguro que si me sentaba en ella al cabo de los minutos vendría alguien a usarla. Le observé desde mi posición y le di otra vuelta más a mi mente, lentamente las palabras se formularon. Era demasiado andrógino, demasiado irreal, demasiado perfecto en todo y no lo veía. Estaba lleno de magulladuras, de golpes, de marcas y lo peor de todo con su mente destrozada por la desesperación.
Fui hasta el sillón dejándome caer pesadamente. No venía nadie a la habitación, ningún policía y no tenía noticias. Aunque realmente todo eso me importaba bien poco, quería irme de allí y me convencí de que me quedaba por humanidad. Volví a levantarme, si bien esta vez fui hacia la puerta y la cerré. Pegué mi espalda a la puerta, de forma recta y desesperada como si me fuera a caer, le miré y deseé sus labios de una forma brutal. Quería otorgarle un despertar único, nuevo, y también algo típico. Me aproximé lentamente, mis pies pesaban, apoyé mis manos en el colchón a ambos lados de su cuerpo y lo besé. Mis labios rozaron los suyos, mi lengua se interpuso ante sus dientes y comencé a azotar aquella cavidad con mi necesidad.
Era Ana, como él dijo, si amaba su forma femenina tenía que amar la masculina. No importaba que no tuviera senos, su esencia era él. Me aparté sorprendido ante aquel descubrimiento, me pegué a la pared y pasé mis manos por los cabellos hasta la nuca. Él despertó lentamente observándome, como si nada, e intentó hablar.
-No, no debes.-susurré sellándole los labios con dos de mis dedos.
Miré el reloj por inercia, eran las dos de la tarde y una enfermera entró con una bandeja. La dejó en un lado de la cama y sonrió.
-Son líquidos, papillas y pocas cosas más.-comentó mostrando un puré de color verdoso, un zumo y un cuenco con sopa.-Después vendré a cambiarte el pañal y a cambiarte las vendas. No debes moverte.-dijo girando el pomo para desaparecer.
Cogí la almohada de la otra cama y la posicioné detrás de su cabeza, era simplemente para alzarlo un poco. Después busqué la palanca y comencé a izarlo levemente, coloqué bien la mesa y saqué la cuchara del envoltorio de plástico transparente. Tomé una cucharada y la pasé por mis labios, levemente, no quemaba y la dirigí a su boca. Él lo aceptó y comenzó a tragar con cuidado. Aquellos tubos le habían dañado la garganta, aunque en unos días estaría bien y podría hablar con normalidad. Eran heridas habituales al sacarlos, nada de importancia. Primero fue el caldo, después aquella papilla y por último el zumo. No se quejó, aceptó todo con una sonrisa quizás por verme a su lado.
-Te quitaré esto.-murmuré apartándole la almohada, después volví a dejar la cama en su estado habitual. Me senté en aquella incomodidad y esperé a que vinieran con la cura.
No pasó más de diez minutos que recogieron la bandeja, trajeron unos baldes de agua tibia, una esponja con jabón desinfectante y las pomadas junto a vendas nuevas. Me quedé a su lado, pues su mirada lo decía todo. Estaba lleno de miedos, yo tenía repulsión y pavor a sus heridas pero lo soporté. Agarré su mano cuando apartaron las sábanas, después los vendajes haciendo que emergieran a la luz aquellos puntos de sutura por todo su vientre y torso. Gimió de dolor cuando ellas iniciaron a pasar la esponja por su piel.
-Diremos que te traigan calmantes.-murmuró una de ellas.
Eran dos muchachas de entorno a los veinticinco años, de cabellos oscuros, miradas contemplativas. Una de ella era más esbelta, de espalda pequeña, cintura de avispa y labios jugosos. La otra era más baja, de curvas interesantes y proporcionadas, una espalda más robusta y un mentón perfecto. Ambas eran hermosas, seguramente algo que alegraba a los pacientes al ver sus sonrisas.
Me miró serio, había notado como escudriñaba a las mujeres con un deseo casi implícito. Una lágrima cayó a la almohada y cerró fuertemente los párpados. La limpieza cesó, era hora de las pomadas y gasas.
-Algunos ya se están secando, cuando pase una semana como mucho podrás volver a casa. Tuviste suerte de que no dañaran órganos tus cuchilladas, mucha suerte. Te las hiciste con una cuchilla de afeitar, eso oí al doctor.-comentó la más bajita de las dos, mientras tapaba la última herida.
-Algo parecido.-logró decir antes de que se fueran, su voz era temblorosa y parecía de ultratumba.
-No te entiendo, te iba a ayudar a escapar de ese repulsivo monstruo. Iba a ayudarte en lo que fuera posible. No suelo ser comprensivo, no ayudo al resto. Por una vez en la vida sería generoso y tú te ocupas de estropear todo, de intentar escapar como un cobarde. Quieres ser como yo soy, pero sigues siendo un niño pequeño asustadizo y patético. Madura Víctor.-comenté algo rabioso al recordar el porqué estaba así, el momento en el que lo encontré y lo patético que me sentí cuando no sabía bien qué hacer. Mantuve la cabeza fría, sin embargo la serenidad en mis actos se escabulló de mi mundo y la perdí por completo.
-Llámame Shin.-masculló haciéndome recordar que eso significaba alma. Quizás era eso. Él tenía alma pero no raciocinio, yo el raciocinio pero me faltaba la pasión del alma. Podría decirse que éramos complementarios y eso me hizo esbozar una sonrisa franca, una de las que poco, probablemente una vez cada demasiado tiempo, mostraba.
No dijimos nada más, conecté el televisor en un canal donde difundían anime. Él parecía estar satisfecho con ello y yo me tumbé en la otra cama. No podía más; tenía que usarla, aún a sabiendas que estaba lista para un enfermo, no para mí.
En mi despertar sentí mi cuerpo pesado, observé hacia la ventana y ya era de noche. Él aún seguía viendo la televisión, impasible, ahora era un documental sobre animales domésticos. No le importaba, sonreía aceptando las imágenes que provenían de la caja tonta.
-Yo con tu edad no podía ver tanta televisión.-musité.
-Yo sí.-susurró sonrió y prosiguió con su entretenimiento.
Estaba agotado, demasiado, y necesitaba dormir cada cinco minutos. Tal vez el estrés me hacía caer en un sopor extraño, de ser así sería un caso único e incomprensible. Me levanté y tomé el mando apagando el aparato.
-Buenas noches.-entró una enfermera con una bandeja.-Antes vinimos con la merienda, pero dormía y nosotras se la dimos a él. Su hijo se porta como un verdadero campeón.-Era una mujer de unos cincuenta años, de aspecto afable, algo gruesa pero no en exceso y con alguna cana suelta que el tinte no cubrió bien.
-Gracias, pero no es mi hijo.-respondí rápidamente tomando la bandeja entre mis manos.
La mujer tan sólo sonrió intentando evadir su error y dejó en la mesa la cena.
-Voy a por otra bandeja térmica, también se hace la cena para el acompañante.-se giró y fue hasta el carrito que había dejado en la entrada, allí trajo otra ración algo distinta para mí.-Buen provecho.-dijo tomando el pomo de la puerta para cerrarla.
-Gracias.-susurré observando como se marchaba.-Veamos que ha traído.-caminé hasta la suya y la destapé. Era un caldo, nuevamente, un yogurt y puré que parecía de zanahorias.
-Asco.-masculló y me eché a reír.
-La verdad es que sí.-respondí a sus palabras.-La verdad es que ni un buen anuncio televisivo haría que esta comida pareciera apetitosa.-mascullé levantando la mía.-Vaya tortilla, pieza de fruta y verduras.-lo mío era más sólido, pero menos vitamínico. Entendí el porqué tenían que alimentarlo a base de esos alimentos, no tenía que ser alguien brillante para comprenderlo.
El puré parecía frío, el caldo también y no tuve que enfriarlo para dárselo. Aunque él podía comerlo, no era conveniente que se moviera demasiado. Estirar el brazo le haría mover el pecho y esto sentir como los puntos tiraban. Después de alimentarlo, me alimenté yo. La tortilla estaba insípida, pero al menos había algo de comer. Recordé entonces que aún no había llamado a mis padres. Dejé a un lado la comida y me encaminé, sin decir nada, hasta el final del pasillo. Marqué los números y esperé.
-Mamá.-dije sin preguntar quien era de los dos.
-Sí, Román, ¿aún estás en el hospital?-dijo temblando, se notaba aún la angustia y que no había olvidado lo que le había comentado.-En la televisión ha salido el caso, un hombre abusaba de él. Que horror, cariño que horror. Jamás pensé que tendrías tanto corazón para ayudar a un chico como él.-eso no me halagaba, me hundía. Me hizo ver como el resto del mundo veía mi forma de ser, cómo creían que era, y hasta mi propia madre pensaba que por corazón tenía una piedra.
-Llamo tan sólo para que sepas que sigo aquí, mañana iré a trabajar y necesitaré que alguien le cuide. La habitación es la doscientos quince del ala de hospitalización infantil.-me palpé la sien y esperé su respuesta.
-Iré, le cuidaré hasta que llegues.-me tranquilizó, estúpidamente me quedé aliviado de que alguien le vigilara.
-De acuerdo, me voy.-colgué y regresé a la habitación, cerré la puerta tras mis pasos y le observé.-Vendrá a cuidarte mi madre.-su rostro se tornó confuso.-No te voy a dejar sólo, eres capaz de hacer cualquier estupidez.-caminé hasta la cama y me senté en el borde de los pies.-Tu tío ha sido detenido.-le informé para que estuviera al tanto de todo.
-Lo sé.-fue una respuesta rotunda.
-¿Cómo sabes eso Shin?-pregunté interesado.
-Televisión.-le costó decir la palabra completa, si bien su voz iba tomando forma a la habitual.
-Entiendo.-una mueca de melancolía se formuló en nuestros rostros. Noté entonces que no estaban las bandejas.-¿Se las llevaron?-pregunté lo obvio, pero era para matar esa sensación que se abrasaba mi piel, mi corazón y mi alma.
-Sí.-susurró.
-Voy a acomodarte la almohada.-dije en tono bajo cuando me alzaba, coloqué bien la almohada y en ese gesto le robé un beso.
Mi lengua se desató entre sus labios, mi boca invadía parte e la suya y mis manos fueron inconscientemente a sus caderas. Él se dejó besar buscando en mí quizás la libertad que no tuvo, lo que deseaba ser y no sería, el sueño del amor correspondido o quién sabe qué. Yo intentaba encontrarme con Ana, con lo que había de ella en “Shin”. Al separarme simplemente le observé. Sus ojos estaban cerrados y sus labios pedían más, sus manos sobre su pecho y las mías continuaban donde habían estado minutos atrás.
-Más.-masculló alzando un poco su cabeza para rozar sus labios con los míos, su lengua se deslizó por mi boca y se introdujo buscando su humedad.
-No.-lo aparté y me quedé de pie observándolo.-Cuando te beso busco a alguien que no existe, es todo demasiado confuso. Espero que me disculpes.-comenté.
-Sí, pero te amo.-ya podía hablar con algo de normalidad, aun le cotaba quizás por la sensación y algún rasguño.
Tras eso el silencio se hizo insoportable, puse la televisión y cuando él se quedó dormido noté que había llorado a escondidas. Se había vuelto hacia la pared y se había desahogado. Yo simplemente me tragué la necesitad e intenté descansar para una jornada de estrés, llamadas y acuerdos para presentar el proyecto.
Veintinueve de mayo del dos mil siete.
1 comentario:
Woooooooooo, me ha encontadooooooooo los ultimo capis que has puesto (y no he podido comentar, sorry).
Jooo, que pena me da el chiquillo, haber si el otro se espabila!!!!!!!!!!! >_<
Namarie.
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