Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 29 de abril de 2008

Pinceladas



Imagen de Zetusai (Este yaoi junto con Ai no kusabi muestran que el yaoi antiguo sigue estando de moda, que sigue siendo parte de nosotros)


Hablar con él.

Me marché del hospital a las seis de la mañana, tomé un taxi y me llevó a casa. Allí me duché, afeité y cambié de ropa. Me llevé dos días sin hacerlo, cosa que odiaba terriblemente pero no era capaz de dejarlo solo. Cuando me miré al espejo no me reconocí, tenía ojeras y parecía haber envejecido diez años. Cogí uno de mis trajes de chaqueta negros, la camisa gris y la corbata de seda a juego con los zapatos y los atuendos. Coloqué mis gemelos, el pisa corbata y guardé un pañuelo de tela en los bolsillos. No solía usar pañuelos para el resfriado, los tomaba para la alergia pues me lloraban los ojos con demasiada frecuencia. Aquella mañana me desperté con los ojos rojizos y opté por ser precavido, incluso junto al pañuelo guardé un pequeño colirio. Después tomé mi maletín, las llaves, uno de mis móviles y me dirigí al trabajo.

Eran las siete y media de la mañana cuando entré por las puertas de la oficina. Di los buenos días Celia, la chica que se ocupaba de la telefonía y portería. Ella tan sólo me miró con un poco de asombro, como el resto, mientras cruzaba miradas hasta mi despacho. Allí me senté y observé los documentos de primera hora.

-Señor.-entró uno de mis empleados.-Nos hemos enterado por las noticias que ha ayudado a un joven, no sabíamos que pensar. Sin embargo, tan sólo le queremos dar nuestro apoyo y le avisamos que el viernes vinieron aquí varios agentes. Además de que estos no fueron los únicos visitantes, también periodistas avispados que deseaban información sobre usted y…-le detuve alzando mi mirada cargada de ira.

-Nadie debería inmiscuirse en mi vida.-mi tono de voz fue de molestia absoluta.-A quien ayude o no es cosa mía.-mis cuerdas vocales vibraban, sabía que acabaría gritando y empujándolo hacia la puerta. Si bien él se las vio venir, se marchó cerrando la puerta y dejándome de nuevo con mis pensamientos.

Ya sé que así jamás me ganaré amistades, que no seré un ser afamado y que a mi entierro no irá nadie. Sin embargo, no me importa. No me gusta que metan sus narices en mi pequeño cerco de vida. Adoro despertar y saber que soy un desconocido, incluso para mi mismo. Odio ver la verdad reflejada en palabras de otros, que tengan malicia y modifiquen la realidad. Palpé mi sien con un par de dedos de mi mano izquierda. Cerré los ojos y suspiré.

Las imágenes de Víctor, Shin o quien demonios fuera vinieron a mi mente. Estaban ancladas a mi memoria y me dolía como si fueran aguijonazos. Su cuerpo maltrecho, sus cabellos mal peinados, su mirada perdida, su boca cuarteada y su voz débil. Todo él era un ser excepcional, minúsculo y sensible. Me pregunté porqué me sentía tan apegado a él, que era imposible que en días se hubiera convertido en mi razón de vivir. Quería protegerlo y me di cuenta de que lo trataba como a mi hermano, como algo especial y a la vez como un amante que deseaba seducir. Aquello último me hizo arrojarme sobre el escritorio, estaba confuso, y comencé a llorar sobre los informes.

Me incorporé al cabo del rato, me sequé las lágrimas y eché el colirio en mis ojos. Entonces llamé a mi secretaria, quería hacer una reunión para mañana y preparar todo para el lanzamiento del spot. Aunque no era el único trabajo que teníamos, queríamos expandir el negocio a otros campos como asesoría. Estuve toda la mañana ocupado, la verdad, es que lo preferí así antes de estar con otras cosas en la cabeza.

A la salida fui a comer a un restaurante cercano. Era un lugar de comida casera, así que terminé comiendo algo de pescado en salsa y ensalada. Cuando terminé de comer me marché al hospital. Allí estaba aún mi madre, parecía haber congeniado con él a las mil maravillas. Él ya estaba recuperado de la voz, afortunadamente. Durante un buen rato los estuve espiando por una rendija de la puerta. Sonreí al notar aquella simple conversación, hasta que emergió cierto tema.

-Te pregunté antes, pero no contestaste.-comentó mi madre agarrando una de sus manos.-¿Mi hijo y tú sois pareja?-preguntó intentando sacarle información.

-No, pero a mí me gustaría. Adoro como me trata y a veces me confunde. Nos conocemos de hace bien poco, sin embargo yo ya le había seguido en ocasiones cuando salía de la oficina.-sonrió levemente y ella miró hacia otro lugar.

-Creo que no deberías ilusionarte.-respondió seca.

-¿Por qué?-preguntó confuso, seguramente fue así porque yo le causaba esa sensación de esperanzas.

-Él no quiere a nadie, solo se preocupa de su trabajo.-acarició su rostro e intentó calmarlo.

-Buenas tardes.-dije abriendo la puerta, él estaba a punto de llorar y mi madre me miró con preocupación por mi aspecto.

-¿Estás bien?-susurró levantándose para darme un beso en la mejilla.

-Tan sólo me he llevado varios días durmiendo con incomodidad, pero en una semana todo habrá acabado.-la aparté y fui hacia él, le besé en la frente para reconfortarlo y ella recogió sus cosas para marcharse.

-Me voy ya.-musitó.

-Hasta mañana, dale recuerdos a papá.-comenté sentándome en la cama mirándolo fijamente.

Al verme solo a su lado no supe que decir, ni que hacer, él tan sólo sollozaba. Las palabras de mi madre eran un nuevo rechazo frontal, quizás esperaba que alguien le animara a seguir con sus ilusiones. Acaricié su rostro y limpié sus lágrimas, después besé sus labios y su frente.

-Estoy en deuda contigo.-murmuré.

-No, yo contigo. Me has aguantado demasiado.-sonrió levemente con amargura y las lágrimas aún en sus mejillas.

-Veo que ya hablas normal.-dije devolviéndole la sonrisa, aunque algo más agradable y menos sincera.

-A veces me molesta, pero ya estoy bien. Creo que era más bien la sensación que me había quedado y algunos arañazos leves.-murmuró colocándose mejor en la cama.

-Siento que estés confuso por mi culpa, yo no voy a ser tu pareja.-sus ojos lo decían todo, no hacía falta palabras. Había roto la intimidad de ese momento con mi madre.- Lo lamento, escuché parte de la conversación.-observé como apretó los puños agarrando parte de las sábanas.

-Puedo hacerme las ilusiones que quiera, ya espanté a muchas chicas y puedo seguir haciéndolo. Además, tú eres quien me buscas y quien está aquí esperando que no me pase nada. No soy nada tuyo, no soy nada de nadie y sin embargo pareces angustiado por lo que sienta, por como esté.-lo que decía tenía más raciocinio de lo que yo había dicho. Me aparté de él, me quedé pegado a la pared sintiendo su dureza.

-Creo que es mejor que no vuelva por aquí en un tiempo.-comenté caminando hacia la puerta, después hasta el final del pasillo y el automóvil. Allí me eché a llorar. No sabía que me sucedía.

Arranqué el motor media hora después, me marché a casa y allí busqué el teléfono de una de las mujeres que había atendido a mi madre cuando estuvo en el hospital. Hacía dos años que tuvo cáncer y pagué a una mujer para que la atendiera. La señora era alguien agradable y siempre me mantenía informado. Después de más de dos horas buscando el dichoso teléfono la llamé, ella aceptó y acordamos que me mantendría en alerta.

Tras todo aquello mi mente quedó colapsada, seguía con sus palabras en mi cabeza dando vueltas y sentí la necesidad de recostarme en la cama. No sé cuanto dormí, tan sólo sé que desperté prácticamente a la hora de tener que levantarme.

Los días no cambiarían en más de dos semanas no lo harían. No sabía enfrentarme con las dudas y con los deseos, estaba exhausto por el trabajo y por él. Quería pegarme un tiro y desaparecer lentamente del mundo. En los fines de semana no paraba por casa, me llevaba todo el día corriendo por la ciudad para aclararme, pero no había solución. La única forma de tener todo en claro era hablar con él, sin embargo eso era lo que más temía.

Treinta de mayo del dos mil siete.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt