Dame tu calor.
Habían pasado dos semanas desde mi inicio vacacional, no había tenido respuesta suya y ya sentía que no lo haría nunca. Cada noche un hombre ocupaba mi cama. Pronto, demasiado pronto, intenté olvidarlo. Entraba en ellos desesperado y con un hambre atroz, algo que ni siquiera yo esperaba sentir.
-Eres muy hermoso.-susurré a uno de los chicos que sería mío, y yo suyo por completo, durante una velada más. Tenía dieciséis años casi diecisiete, aunque me había dicho que tenía veinte. Sin embargo, minutos atrás había confesado y yo ya estaba demasiado caliente para echarme hacia atrás.
-Espero que no te importe, tan sólo quería conocerte. Jamás conocí a un asiático.-comentó sonriendo.
Me maldije mil veces. Sabía porqué le había escogido, era igual Víctor. Sus gustos, su forma de ser y su sonrisa. Le desnudé lentamente y mordí sus pezones, me iba a recrear con él.
-No me importa.-dije pasado unos minutos.-Me gustan los chicos como tú.-introduje un dedo sobre sus boxer, sus piernas se movieron ante aquella reacción de placer.
-Soy virgen.-era el segundo en esos días que le arrancaba la virginidad, el primero fue aquel rubio.
-No importa, te gustará.-susurré besando su cuello.
-Me gustan los hombres algo rudos, quizás es una tontería, pero.-no le dejé terminar ya que mordí su entrepierna sobre la tela.-Quiero más.-masculló.
Bajé su ropa interior y observé su miembro erecto, no debía tener más de quince centímetros y quizás algunos menos. Aún no estaba totalmente desarrollado, hasta los veinte no llegaba a estar completamente formada al igual que el resto del cuerpo, eso decían en algunas revistas. Me la llevé a la boca e hice que acariciara mi paladar con su punta. Engullía mirándole con minuciosidad, quedándome con cada rasgo. Por unos instantes él no era Eduardo, sino Víctor.
-Román.-gimió mi nombre y enloquecí.
Entré en él atándole las manos, estaba feliz y con una ilusión en mis manos. Le penetraba lentamente, sin embargo tan profundo que le hacía gritar mientras gemía. Comencé a gritar que era mío, que le quería y que no le dejaría irse de mi lado. Cuando eyaculé y él hizo lo mismo volví a la realidad.
-¿De verdad me quieres?-preguntó palpando mi torso.
-No, te confundí con alguien que…-su mirada pasó de la euforia a un apagón inmediato.
-Lo entiendo, apenas nos conocemos y sería idiota si te hubiese creído.-sonrió sin fuerzas, por lo que pude vislumbrar creyó lo que decía.
Cuando se marchó me quedé ahogado en la amargura. Por unos minutos tuve a Víctor, mi Shin, entre mis manos. Me estaba volviendo paranoico. Últimamente lo encontraba en cualquier lugar y rogaba que realmente fuera él. Paré a un chico gótico en la calle, porque de espaldas era exacto a mi pequeño.
Me fui al ordenador y comencé a teclear, palabra tras palabra, buscando un significado a algo que no entendía. Era inexplicable, ansiaba poder escribir un texto. Cada punto y coma, cada nuevo párrafo y cada inicio del próximo, eran la prolongación de mi mente. Era una reflexión sobre el amor, sobre el dolor y distanciado de todo lo que había leído, a la vez tan próximo. Mi cerebro se estaba concentrando en un papel inexistente.
Cuando lo acabé decidí guardarlo e imprimirlo. Lo dejé colocado en el corcho de mi pequeño despacho. Allí siempre presente como muestra viva de que un día tuve inspiración para emular a un filósofo contemporáneo, o quizás clásico.
Mientras aún repasaba las líneas, con las chinchetas en la mano, tocaron a la puerta. Supuse que sería Eduart, se abría dejado algo y por lo tanto había vuelto. Al abrir era él, Víctor, con el rostro serio y la mirada cabizbaja. Sus ropas estaban desaliñadas, como sus cabellos mal recogidos en una coleta, y sus manos temblorosas. Me abrazó besándome sin reparar en nada. Yo me quedé inmóvil, estaba petrificado.
-Siento haber tardado tanto, tenía que pensar.-susurró acariciando mi rostro.-Pero ahora sé lo que quiero.-sus labios volvieron a estar sobre los míos.-Y es a ti.-aquella mirada tan penetrante, sin duda era él y no una ilusión.
-Quien lamenta todo soy yo, debí estar más atento.-mis manos acariciaron su rostro y se alojaron en su cintura.
-Estoy dispuesto a vivir contigo.-me abrazó con fuerza, rodeándome con sus delicados brazos y sonreí maravillado.
Esa noche fue espectacular y especial. No hicimos el amor, tan sólo conversamos y él parecía haber madurado, tanto que me asombraba. Yo también lo había hecho y me había dado cuenta que le necesitaba por encima de mi orgullo, de mis miedos y de mi patético trabajo. Ahora lo veía patético, inducía a las personas a sentir necesidades, que aunque existían en ellos las magnificaba. Mi única necesidad en esos instantes era él, arroparle y desearle como si el mundo fuera a evadirse en ese momento.
No pude dormir, tan sólo le observaba agarrado a mi cuerpo. Estaba obsesionado con él de una forma increíble. Besé su frente y me acomodé en las sábanas. Él no debía saber que en su ausencia estuve con más hombres, así que haría limpieza general mientras le mandara por compras a la mañana siguiente, como hice, y vaciaría el ordenador de fotos indecorosas que me habían regalado.
Veintisiete de Julio del dos mil siete.
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