Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 6 de mayo de 2008


Awaken Me by MincedNiku


Dame tu calor.

Habían pasado dos semanas desde mi inicio vacacional, no había tenido respuesta suya y ya sentía que no lo haría nunca. Cada noche un hombre ocupaba mi cama. Pronto, demasiado pronto, intenté olvidarlo. Entraba en ellos desesperado y con un hambre atroz, algo que ni siquiera yo esperaba sentir.

-Eres muy hermoso.-susurré a uno de los chicos que sería mío, y yo suyo por completo, durante una velada más. Tenía dieciséis años casi diecisiete, aunque me había dicho que tenía veinte. Sin embargo, minutos atrás había confesado y yo ya estaba demasiado caliente para echarme hacia atrás.

-Espero que no te importe, tan sólo quería conocerte. Jamás conocí a un asiático.-comentó sonriendo.

Me maldije mil veces. Sabía porqué le había escogido, era igual Víctor. Sus gustos, su forma de ser y su sonrisa. Le desnudé lentamente y mordí sus pezones, me iba a recrear con él.

-No me importa.-dije pasado unos minutos.-Me gustan los chicos como tú.-introduje un dedo sobre sus boxer, sus piernas se movieron ante aquella reacción de placer.

-Soy virgen.-era el segundo en esos días que le arrancaba la virginidad, el primero fue aquel rubio.

-No importa, te gustará.-susurré besando su cuello.

-Me gustan los hombres algo rudos, quizás es una tontería, pero.-no le dejé terminar ya que mordí su entrepierna sobre la tela.-Quiero más.-masculló.

Bajé su ropa interior y observé su miembro erecto, no debía tener más de quince centímetros y quizás algunos menos. Aún no estaba totalmente desarrollado, hasta los veinte no llegaba a estar completamente formada al igual que el resto del cuerpo, eso decían en algunas revistas. Me la llevé a la boca e hice que acariciara mi paladar con su punta. Engullía mirándole con minuciosidad, quedándome con cada rasgo. Por unos instantes él no era Eduardo, sino Víctor.

-Román.-gimió mi nombre y enloquecí.

Entré en él atándole las manos, estaba feliz y con una ilusión en mis manos. Le penetraba lentamente, sin embargo tan profundo que le hacía gritar mientras gemía. Comencé a gritar que era mío, que le quería y que no le dejaría irse de mi lado. Cuando eyaculé y él hizo lo mismo volví a la realidad.

-¿De verdad me quieres?-preguntó palpando mi torso.

-No, te confundí con alguien que…-su mirada pasó de la euforia a un apagón inmediato.

-Lo entiendo, apenas nos conocemos y sería idiota si te hubiese creído.-sonrió sin fuerzas, por lo que pude vislumbrar creyó lo que decía.

Cuando se marchó me quedé ahogado en la amargura. Por unos minutos tuve a Víctor, mi Shin, entre mis manos. Me estaba volviendo paranoico. Últimamente lo encontraba en cualquier lugar y rogaba que realmente fuera él. Paré a un chico gótico en la calle, porque de espaldas era exacto a mi pequeño.

Me fui al ordenador y comencé a teclear, palabra tras palabra, buscando un significado a algo que no entendía. Era inexplicable, ansiaba poder escribir un texto. Cada punto y coma, cada nuevo párrafo y cada inicio del próximo, eran la prolongación de mi mente. Era una reflexión sobre el amor, sobre el dolor y distanciado de todo lo que había leído, a la vez tan próximo. Mi cerebro se estaba concentrando en un papel inexistente.

Cuando lo acabé decidí guardarlo e imprimirlo. Lo dejé colocado en el corcho de mi pequeño despacho. Allí siempre presente como muestra viva de que un día tuve inspiración para emular a un filósofo contemporáneo, o quizás clásico.

Mientras aún repasaba las líneas, con las chinchetas en la mano, tocaron a la puerta. Supuse que sería Eduart, se abría dejado algo y por lo tanto había vuelto. Al abrir era él, Víctor, con el rostro serio y la mirada cabizbaja. Sus ropas estaban desaliñadas, como sus cabellos mal recogidos en una coleta, y sus manos temblorosas. Me abrazó besándome sin reparar en nada. Yo me quedé inmóvil, estaba petrificado.

-Siento haber tardado tanto, tenía que pensar.-susurró acariciando mi rostro.-Pero ahora sé lo que quiero.-sus labios volvieron a estar sobre los míos.-Y es a ti.-aquella mirada tan penetrante, sin duda era él y no una ilusión.

-Quien lamenta todo soy yo, debí estar más atento.-mis manos acariciaron su rostro y se alojaron en su cintura.

-Estoy dispuesto a vivir contigo.-me abrazó con fuerza, rodeándome con sus delicados brazos y sonreí maravillado.

Esa noche fue espectacular y especial. No hicimos el amor, tan sólo conversamos y él parecía haber madurado, tanto que me asombraba. Yo también lo había hecho y me había dado cuenta que le necesitaba por encima de mi orgullo, de mis miedos y de mi patético trabajo. Ahora lo veía patético, inducía a las personas a sentir necesidades, que aunque existían en ellos las magnificaba. Mi única necesidad en esos instantes era él, arroparle y desearle como si el mundo fuera a evadirse en ese momento.

No pude dormir, tan sólo le observaba agarrado a mi cuerpo. Estaba obsesionado con él de una forma increíble. Besé su frente y me acomodé en las sábanas. Él no debía saber que en su ausencia estuve con más hombres, así que haría limpieza general mientras le mandara por compras a la mañana siguiente, como hice, y vaciaría el ordenador de fotos indecorosas que me habían regalado.

Veintisiete de Julio del dos mil siete.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt