Máscaras
Para mí comenzó una nueva era, la de aceptación. Tenía que digerir que me gustaban otros hombres, que podía amarlos y excitarme con solo un roce de sus manos. Lo primero que hice fue hablar con mi madre. Quería contarle todo a ella y a mi padre, era necesario. Sería un peso menos, así al menos podría liberar mi mente en esas circunstancias.
Me puse unos vaqueros nada más levantarme, no tenía que ir a trabajar y me levanté tarde. Pensé en cuánto tiempo hacía que no usaba unos entre semana. Cogí una camiseta cualquiera y me cepillé un poco los cabellos. No me afeité, ni me duché, ni desayuné. En vez de coger el automóvil me fui andando, la casa de mis padres estaba a una media hora andando. La temperatura aún era fresca, eran las diez de la mañana, y se podía soportar. Mis chanclas resonaban en la acera, pero no llamaba la atención por eso, sino por mis ojeras. Pensé que debí de haberme puesto unas gafas de sol, ocultar que no dormía bien en días.
Al llegar a la puerta de la casa familiar, donde probablemente mi madre veía un serial mañanero y mi padre ojeaba uno de tantos periódicos gratuitos, sentí que mis piernas temblaban. Toqué al timbre y escuché la voz gruesa de mi padre, me abrió la puerta y me miró algo sorprendido.
-Hacía tiempo que no te veía, pero preferiría no verte. ¿Qué demonios te ha pasado?-su acento nipón aún era notable, él en casa a veces hablaba en japonés con amigos de su país, personas que tras su éxito fueron viniendo para montar negocios y que ahora, según los nativos, son una plaga.
-Tengo que confesar algo, a mamá y a ti.-comenté esperando que me dejara pasar.
-Entra.-comentó abriendo la puerta para que pasara.
Una vez dentro mi madre apagó el televisor y él se sentó a su lado.
-¿Y bien?-mi madre me miraba preocupada, no sabía qué decir o qué preguntar.
-No soy hombre de rodeos, lo siento, seré directo.-comenté clavando la mirada en ambos.-Soy bisexual, tal vez homosexual.-dije tomando aire.
Ellos ni se inmutaron, mi padre se echó a reír de los propios nervios y mi madre tan sólo apretó una de sus manos.
-Lo sabía, sabía que ese chico tenía que ver contigo.-dijo mi madre como si nada.
-Mientras que no lo proclames, me importa una mierda. No quiero que mi hijo mariposee por ahí dejando en ridículo el nombre de mi familia.-comentó algo más relajado, aunque los nervios seguían en él.-Eso sí, te casarás y tendrás hijos.-masculló enérgico.
-No, lo dudo. No creo que pueda volver a amar a una mujer, desearla tal vez, pero amarla imposible. No pienso amar a nadie más y una boda significa unión, amor.-respondí firme en lo que decía, él no iba a cambiar mi forma de ver aquello.
-Entonces no eres mi hijo.-sus ojos tenían furia contenida, una furia de mil demonios.
-Noeru.-susurró mi madre.-¡Noeru!-tiró de él y lo giró hacia ella.-¡Mírame maldito testarudo!-gritó haciendo que la mirara, que se fijara en ella y no en mí.-Es nuestro hijo, no hace nada malo y debes recordar lo mal que lo pasamos nosotros al enamorarnos. Deja que haga su vida, tú pedías lo mismo hace casi cuarenta años.-mi madre parecía razonable.
-Yo me marcho, no quiero discutir.-musité.
-Noeru.-rogó mi madre esperando que él pidiera disculpas.
-Lo siento, son tus decisiones y no las mías.-sonreí levemente ante sus palabras. Me encaminé hacia él y lo abracé.
-Gracias, padre.-susurré y besé a mi madre para dar media vuelta.
Me fui de su casa, salí a la calle y tropecé con un chico.
-Tio mira por donde vas.-lo había visto en más de una ocasión, era japonés e hijo de un antiguo amigo de mi padre.
-Lo siento.-comenté recogiendo un libro que se le había caído de las manos.
-Eres el hijo de Noeru.-masculló con una sonrisa.-Joder, hacía meses que no nos veíamos. Nos presentaron en una fiesta.-estrechó mi mano con efusividad y sonrió.
-Lo sé.-susurré entregándole el libro.
-Venía a ver a tu padre, a entregarle el libro de poemas que hice. Están en kanjis.-su acento era muchísimo más notorio que el de mi padre, pero hablaba perfectamente español.
-De acuerdo, hasta pronto.-me aparté de él y seguí caminando.
-Hasta otro día.-masculló entrando en casa de mis padres.
Cuando volví a casa miré el mail a ver si había algo nuevo, nada. Tomé aire y suspiré pesadamente. Estaba dolido y adolorido por todo. Ya no me quedaban lágrimas para llorar. Me desnudé y me quedé en boxer, junto con una camiseta de tirantas. Me recosté en el sofá y comencé a ver un concurso de televisión, la ruleta de la fortuna. Pensé que hacía años que ya no la emitían, la veía cuando adolescente y aún seguía en pié el modo de juego. Sin embargo, no era un nostálgico y apagué aquel cacharro.
Pasadas unas horas en blanco cavilando sobre mi vida, sobre momentos del pasado y sobre cosas que no venían a cuento, me levanté y me puse en el ordenador. Inicié la trascripción de lo que había pasado en un archivo del programa Microsoft Word. Tuve que parar para tomar un trago, apenas eran las dos de la tarde y ya bebía. Quería quitar el nudo de la garganta y tan sólo pensé en un poco de tequila. Guardé aquello tras pensármelo bien, leyendo esa pantallita que suele salir al darle a la x.
Me quedé callado observando la pantalla. Después de un buen rato de inactividad me fui a un Chat, el de terra. Allí inicié conversaciones diversas y he de admitir que una muy subida de tono. El chico era de Cádiz, me proponía sexo sin compromiso si al vernos nos gustábamos y no sé porqué accedí. Quería estar seguro de lo que había dicho a mis padres, también olvidarme un poco de aquel caso perdido. Le di mi dirección y aseguró que en dos horas estaríamos follando como locos, esas fueron sus palabras textuales.
Una hora más tarde llamaron a la puerta, yo me acaba de duchar y adecentar un poco la habitación. Miré por la rendija y era un chico poco corpulento, más bien parecía anoréxico, pero atractivo. Tenía unos cabellos rubios que caían sobre sus hombros y unos labios algo finos, pero eso no importaba si sabía usarlos. Abrí con la toalla en mi cintura y cerré la puerta tras sus pasos.
-Dios.-se relamió los labios y sonrió.-¿Y tú no ligas teniendo ese cuerpo?-preguntó mirándome con aquellos ojos cafés tan descarados.
-Simplemente quiero olvidar a mi último chico.-comenté quitándome la toalla, mostrándome en plenitud.
-¡Madre mía!-gritó llevándose una mano a la boca.
En ese instante supe porqué no solía ligar con nadie, era un amanerado. Algunos homosexuales tienen la fea costumbre de rechazarse. Si eres un sujeto obeso, tienes granos o haces gestos excesivos te dicen que no a todo. Sonreí y lo pequé a mi cuerpo, haciendo que lentamente se arrodillara frente a mí.
-Es toda tuya.-susurré restregándola por su rostro.
-Joder, joder.-respondió nervioso.-Es mi primera vez, no sé si lo haré bien, tú di.-lo aparté y levanté para desnudarlo.
-Antes vayamos a la cama, no me gusta hacerlo de pie.-murmuré besando su cuello lentamente, recorriéndolo con mi lengua hasta llegar al lóbulo de su oreja, allí lo mordí y penetré esta con la punta de mi apéndice.
-Dios.-susurró temblando, haciendo un leve gesto con sus caderas.
-Vamos dentro.-comenté tirando de él hasta el salón.
-Sí, claro hermosura lo que tú digas.-susurró excitado, podía notarlo en todos los aspectos.
Tras eso le hice un sexo duro, a la vez extremadamente excitante para ambos. Fueron tres veces las que me vine en su cuerpo, con preservativo y concienciado de que era su primera vez, eso decía y debía creerlo. Se quedó pegado a mí tras el tercero, agotado y jadeando.
-Estuvo bien.-susurré colocándome un cigarrillo en los labios, prendiéndolo, sin importarme si a mi compañero le afectaba el humo.
-Sí, por eso quiero repetirlo. Joder, estas buenísimo y follas de lujo. No he probado ninguno, sólo contigo, pero joder.-susurró aún ajetreado por todo lo que había sucedido entre aquellas cuatro paredes.
-No soy de repetir.-respondí echando el humo hacia arriba, dejando que la nicotina nublara mi mente.
-¿No?-su rostro se volvió confuso.-Yo no buscaba únicamente sexo, sino algo más. Creo que te lo dije.-añadió a su frustrado tono de voz algo de melancolía.
-Y yo que sólo quería sexo.-lo aparté y le miré.-Es mejor que te largues ya.-salí de la cama y apagué el cigarrillo en el cenicero de la mesa de noche.
-Será lo mejor.-comenzó a vestirse en silencio, lo comprendió todo.
Tras marcharse me volví a duchar, cambié las sábanas y me quedé dormido. Pero antes medité, durante unos minutos, y me di cuenta que mientras lo hacía con aquel individuo no paraba de pensar en él, en Víctor.
Trece de Julio del dos mil siete.
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