Intrahistoria
Jamás había imaginado que alguien pudiera perder tanto los estribos. Olvidé el control de mi vida y me dejé llevar por la corriente. Durante dos semanas estuve pendiente a él, a que llegaran noticias suyas. Rendía en el trabajo, pero no apagaba el móvil ni un segundo. Llegué a cargar la batería en medio de una sala de juntas. Mi jefe me desconocía, incluso me hizo ir a su despacho y conversar amigablemente sobre lo que ocurría.
-Siéntate.-su voz era igual de amable que siempre, pero su rostro denotaba preocupación.
-Gracias.-murmuré tomando asiento intentando mantener mi rostro alzado.
-¿Sabes por qué te he llamado?-preguntó amontonando un pequeño taco de papeles, para luego dejarlos en la clasificadora.
-Por mi comportamiento.-respondí seguro de lo que decía.
-Así es, desde que pasó aquel revuelo te veo distinto. Muy nervioso, quizás, y abrumado con todo.-hizo un pequeño inciso para mirar hacia la ventana observando los edificios colindantes, después clavo sus ojos de águila en mí.-No has tenido vacaciones en los tres años que llevas aquí, ni una vez te he visto quejarte y mucho menos pedir días libres o de asuntos propios. Ahora lo haces.-no sabía si eso era bueno o malo.
-No volverá a pasar.-balbuceé.
-Tómate dos meses de descanso, te pertenecen como mínimo tres pero te necesito en octubre, ya sabes la campaña de navidad.-respondió a mis estúpidas palabras. Eran típicas por mucho que las hubiera cavilado.
-No puedo, la mitad del negocio me pertenece y lo sabes.-argumenté mi decisión y el sonrió de lado.
-Sí puedes, porque debes hacerlo. Créeme así no ayudas a la empresa, tampoco a ti y a tus problemas. Soluciónalos.-parecía obstinado en ello, que tomara esa decisión deseara yo o no.
-Se han solucionado.-dije tajante aún a sabiendas que era falso.
-¿De qué modo?-interrogó alzando una ceja.
-Me han olvidado.-aquello fue inconsciente, creo que ya mi mente hablaba sola hacia el exterior. Necesitaba desahogarme y no tenía a nadie, era lógico que al final, en el momento más insospechado, lanzara algo que denotara mis problemas sentimentales.
-Así que son problemas del corazón. ¿Con ese muchacho? Bueno, no me incumbe pues cada cual puede ser lo que le de la real gana, tan sólo espero que no te afecte más. Vete de mi vista, de la vista de la empresa, hasta Octubre.-no parecía enfurecido ni extrañado, pero sí cansado de que jamás deseara abandonar mi puesto.
-Mañana comenzaré a quedarme en casa.-comenté aceptando lo que decía.
-No, ahora mismo.-dijo con una sonrisa.-Entiéndelo, eres mi mejor hombre y además te considero como un hijo. Odio ver cómo deambulas de acá par allá como un fantasma. Si el motivo es ese chico háblalo con él, intenta que no interfiera en el plano profesional y vuelve a ser el hacha en los negocios.-se levantó y caminó hacia mí, dejó sus manos caer sobre mis hombros.-Levántate de la silla, sal de la oficina, pasea un rato y despéjate. Mañana será otro día y así hasta que haya uno en el que el sol no salga, pero créeme siempre sale.-tenía razón en varios aspectos, pero en ese instante tan sólo meditaba qué hacer.
Me levanté y le di un apretón de manos, para marcharme. Recogí mis enseres, el ordenador y poco más, me despedí de mi secretaria y bajé hasta donde estaba mi coche. Cuando llegué a casa, después de dar varias vueltas por la ciudad, me sentía perdido y derrotado, una vez más, mientras que el resto del mundo colaboraba añadiendo un ladrillo a la intrahistoria.
No hice mucho, tan sólo vi películas de mi filmoteca particular y me dejé ir en el sofá. El teléfono no sonaba, seguía en su rutinario silencio. Hacía ocho días desde su despedida y no había ni un mísero mail. Recordé entonces la fecha, doce de Julio, era su cumpleaños. Eso hizo que me despertara de la melancolía hasta caer en el pozo de la amargura. No quería saber más del mundo y me quedé dormido.
Doce de Julio del dos mil siete.
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