esperté en medio de una habitación encalada de blanco, los arcos de media punta daban al mar y las olas resonaban rompiendo contra las rocas de un acantilado cercano. Me encontraba sobre una alfombra bien ornamentada y de colores tan vivos como las plumas de un pavo real, varios almohadones se acomodaban bajo mi nuca y cabeza. Un aroma a mar, esencias relajantes y velas. La luz cegadora del sol se reflejaba en cada punto de la habitación y el viento entraba refrescando todo, haciendo que los velos sutiles de las ventanas se movieran como eróticas bailarinas.
Me levanté con dolor de cabeza. No recordaba como había llegado allí. Noté que mis ropas eran distintas, como de otra época y de un lugar tan lejano que no se vería ni en los mapas. Era una chilaba blanca, eso es lo que me cubría la figura, y con un borde plateado en el cuello. Mis cabellos oscuros caían sobre mis hombros y mi piel era tirrena. Comencé a escuchar música cuando me dirigí a un espejo, era de uno de esos de cuerpo entero. Allí atravesé la mirada con unos ojos de gatos, eran los míos. Un verdor oliva y fiero. Mi rostro estaba cubierto por bello, en una barba corta y mis rasgos eran distintos a los de un chico oriental.
La música comenzó a sonar y varias chicas se presentaron ante mí. Llevaban telas vaporosas y de colores propios de la naturaleza, de un jardín cubierto de flores silvestres. Danzaban a mí alrededor mientras reían acariciando mi torso y mi rostro. Besaron mis labios una a una, yo estaba cubierto de incredulidad y halagos.
-Príncipe.-susurraron al unísono y tal como vinieron se esfumaron.
Un joven apareció en la sala. Se puede decir que era la reencarnación de Adán. Llevaba una manzana en la mano, la cual mordió y dejó que el jugo manchara sus labios. Se situó lentamente frente a mí y sonrió. Cuando iba a preguntar qué sucedía se convirtió en lechuza y desperté.
Estaba en mi cama, la noche era calurosa y junto a mí estaba ese hombre. Sus rasgos eran árabes, sus labios jugosos y el incienso bañaba el cuarto. Ahora lo comprendía. Recordé la discoteca, el alcohol y tropezar con aquel chico en los servicios. Una charla animada, un beso inesperado y terminamos en mi cama revolviendo las sábanas. El placer del pecado nocturno. Había vivido las mil y una noches con un Aladino sin genio de la lámpara.
Ya sabes que te lo dedico a ti preciosa.
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