Viniste a mí. Llegaste a mi vida sin otro motivo que el dejarte adorar. Sucumbí. ¿Cómo no hacerlo? Estaba ensimismado en tu fragancia, en tu mirada café y en la suavidad de tus movimientos. Despertabas pasiones allá donde te colocabas. Tus cabellos negros caían sobre tu rostro, ocultando levemente esa mirada de fiera enjaulada sin motivo.
Si pienso en ti vienen los recuerdos de la primera noche. Desperté junto a una princesa. Las sábanas blancas era tu único atuendo. La luz se colaba entre los agujeros de la persiana. Las cortinas se movían levemente por una brisa cálida. Murmurabas algo aferrando la almohada y sonreí.
No podía creer mi suerte, el destino, que la fatalidad me arrojara a tus brazos y se convirtiera en felicidad. Fue tan improvisto que no sé explicarlo. Dicen que he perdido la razón, no sé si alguna vez la tuve. Me has derrotado con una mirada. Llámame simple. Simple, tan simple, que he caído ante tu magia. Sin embargo, pido que esa magia siga sobre mí, no rompas el hechizo…simplemente ahógame en tus labios.

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