Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 3 de septiembre de 2008







Pasaron varias noches desde que mi criatura viniera a la vida. Me sentía igualado a Dios, un orgullo y una prepotencia absoluta que recorría cada milímetro de mi cuerpo. Mis dedos acariciaban su rostro de porcelana, pómulos algo marcados, mandíbula perfecta, labios suculentos y cabellos azabaches. Una diosa, sin duda. Había conjurado una diosa para este dios implacable, para mí, un vulgar demonio.

La llevaba a caminar, posada junto a mí como una perfecta estatua viviente. No había hombre en todo Nueva Orleáns que no se girara para observarla. Perfecta, mujer de piel lustrosa y mirada de ángel. Tenía un candor, una inocencia, que en realidad por su maldad intrínseca carecía. Sus cejas eran poco pobladas, bien delineadas como si fuera un dibujo hecho con un lápiz, sus pestañas bastante pobladas me seducían a besar sus párpados. ¡¿Y qué decir de sus manos?! Agarraban mi brazo sutilmente, sin arrugar ni un ápice mis levitas negras, negro vampiro. Le había comprado un traje negro que se acomodara a su silueta, simplemente por el placer de observar el movimiento de sus caderas. Pero ella rehusó usarlo, sin embargo la convencí rogándole mil veces por verla una vez con él. ¡Y qué radiante estaba!

Podía gritarlo, jurarlo, brincar agarrado a las farolas como un iluso…pero sí, ella era mía, estaba a mi lado y sonreía para mí. No. No era una mera ilusión. No. Me negaba a ello. No era un sueño, estaba bien despierto en medio del Jardín Oscuro, y la observaba minuciosamente como si fuera una muñeca. Me convertí en un iluso, en un desgraciado iluso, y he de decir que lo sigo siendo. Aún hoy, años después de aquello, la observo y me deleito con el sabor de su piel, el aroma de sus cabellos, con deslizar mis dedos por encima de sus pantorrillas y sonreír a la vez con un gesto cómplice.

Yo siempre fui un sibarita. Estaba condenado a nadar en lujos, a veces demasiado estrambóticos y poco útiles. A ella la vestía con las telas más caras, la ropa que estaba en bogue y hoy resoplo cuando su rebeldía hace constancia en vaqueros desgastados y jerséis anchos. Pero en realidad no importa, no importa nada. ¡Nada! Ella está a mi lado, es tan igual a mí que incluso terminamos pensando lo mismo. Es como si nuestro cerebro estuviera interconectado, como si me susurrara al oído cada intercambio de información de sus neuronas. Parecemos gemelos, gemelos en cuerpos distintos y con una misma alma dividida.

¡Al diablo! ¡Al diablo todo! Ya no me compadecía de mi soledad, de mi angustia eterna. De mi antiguo amante que iba y venía a mis brazos, de mis lobos, de mis fueros internos, de nada. ¡Al diablo y a la hoguera ardiente del infierno! ¡Que arda todo! ¡Todo! ¡Y que todo sean cenizas! ¡Mugrosas y asquerosas cenizas lanzadas al aire! ¡Más bien a la nada! Ella me entiende, me entiende en cada pedazo de mí ser. Sabe lo que quiero, lo sabe muy bien y no tengo que alzar ni una ceja para que sepa que estoy disgustado. ¡Y su sonrisa! Su sonrisa borra todas mis preocupaciones. Es algo que no puedo describir, que no puedo. Estaría noches enteras, noches plagadas de innumerables estrellas como segundos pesados y muertos en mi reloj, noches de vigilia frente al portátil describiendo cada sensación. Ahora lo sé, mi mayor aventura es ella, ella me ha dado lo que ningún mortal o inmortal me dará nunca. Ella me ha dado su complicidad. Sí, somos cómplices en una selva inmortal y salvaje, sí, enfrentándonos a los cambios de décadas, al tiempo mismo. ¡Sí! Mi felicidad no pende de un hilo, no pende de destruir normas…no. Mi felicidad pende de las caricias que en mi lecho ella me otorga.

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Lestat de Lioncourt