Daniel y David again... ¡Si es que no tienen nada mejor que hacer que tentar a la suerte!
Lestat de Lioncourt
Habían
pasado varios años desde que Memnoch se había aparecido ante Lestat
arrancándole la soberbia y sus vacías creencias, arrojándolo a la desesperación
y el horror, marcándolo para siempre de algún modo y provocando que muchos que
eran incrédulos se desesperaran por aferrarse a una fe impropia de un ser que
siempre fue maldito, desterrado y olvidado ante los ojos de Dios. Las décadas
caían como centurias debido a los acontecimientos que habían derrumbado los
cimentos de nuestro mundo. Nos convertimos de nuevo en seres desesperados por
conseguir información y aceptar la nueva realidad tal cual se vivía en las
calles, las cuales se habían convertido en improvisados infiernos y
crematorios.
Me
sentía seguro junto a David Talbot pero la seguridad es muy frágil, sobre todo
después de lo ocurrido. Marius aún temblaba recordando las horribles quemas
alzándose por doquier y el peligro que yo, como vampiro joven, corría. Además
había sido amenazado y era consciente que en cualquier momento podía acabar carbonizado.
Sin embargo ya había visto la muerte de cerca, tan cerca como estaba del
escenario de Lestat el día que Akasha despertó. Puedo escuchar aún el rugido de
la guitarra mientras el irreverente Príncipe de los Vampiros aullaba desesperado
sus canciones. Es imposible olvidarlo. Ese concierto marcó un antes y un
después en mi vida, al igual que lo hizo Louis, Armand y Marius.
He
caminado por los senderos de la locura como para dejarme hundir con facilidad. Me
gusta surgir como una llama en mitad de la noche y sobrevivir pese al dolor de
las heridas, ya sean físicas o mentales, porque no he nacido en las tinieblas
para convertirme en un mero observador. Ahora quiero ser algo más que un
periodista. Deseo indagar más allá de lo prohibido y lo lícito. Por eso esa
noche caminaba a su lado.
Íbamos
en busca de libros prohibidos por la Santa Inquisición y que fueron salvados
gracias a la Orden de La Talamasca en su pequeña sede en Toledo, España. Aquellas
calles empinadas y empedradas no tenían nada que ver con las neoyorkinas ni con
ninguna otra que yo hubiese pisado jamás. Había ruido de tráfico incluso siendo
más de las doce de la noche y se podía encontrar algún bar abierto.
—¿Alguna
vez habías venido a España?—pregunté a David—. Yo estuve en Madrid pero es muy
distinto.
—No
estamos en la zona más poblada de la ciudad, sino en su periferia. Deberíamos trasladarnos
a una pequeña casa rural donde nos esperan. Tengo las llaves del vehículo de
alquiler que dejaron para nosotros en el hotel—explicaba mientras caminaba a mi
lado con las manos en los bolsillos y la mirada fija en el maravilloso paisaje
urbano.
Ningún
edificio se parecía a otro e incluso había construcciones bastante antiguas. Gozaba
de ese momento como nunca antes. El aroma a las flores invernales era agradable
e incluso el frío. Los hermosos edificios antiguos se repetían uno tras otro
con sus enormes portones de madera y hierro forjado, así como las plazas
cargadas de árboles de tronco grueso y brazos desnudos, y las luces tintineando
en las ventanas con el murmullo de la televisión en un idioma que no solía
usar.
—¿Ese
libro es importante?—pregunté—. Hablo del “Demonio”. Nunca había escuchado nada
sobre un libro como ese.
—Está
forrado con piel humana—comenzó a explicar—. Fue escrito en unas horas y posee
unas cien hojas. No hay dibujos. Sólo letras precipitadas una tras otras con un
complejo relato sobre el demonio—dijo parando frente a un BMV de color negro.
—¿Y
qué tiene de especial? Muchos libros eran forrados con piel humana—dije.
—Piel
humana de niños recién nacidos. El Abad usó a dos gemelos que había tenido con
una monja, matándolos previamente y usando sus pequeñas y delicadas pieles. Después
narró como el demonio se presentó ante él para hablarle del bien y del mal, de
Dios y el Diablo, así como mostrarle los infiernos y los cielos. Posee una
narración rica, concisa y similar a la que Lestat hizo en su día—abrió la
puerta del piloto y yo hice lo mismo con la contraria—. Mi padre me habló del
libro hace mucho tiempo y estando en Talamasca supe que no había sido quemado. Es
un libro que aquellos que amamos las ciencias ocultas, la demonología o las
historias truculentas conocemos muy bien.
—Quieres
revisarlo por si tiene que ver con el ser que se presentó ante Lestat…
—Así
es. Nos llevará varios días descifrar cada metáfora y los distintos Evangelios
citados en la obra. Pero con calma y entrega podemos lograrlo—confesó girando
la llave para encender el motor.
Era
emocionante saber que podíamos colaborar con las investigaciones. Ahora Talamasca
no era un sitio vetado. Todos los miembros de la Orden conocían bien los
detalles de su formación y la verdad que se había ocultado durante siglos. Habíamos
logrado entrar en la institución sin tener que hacerlo a hurtadillas, ni en
contra de las temibles leyes que Marius solía imponer junto al resto de
Milenarios, o simplemente comprando el silencio de algún miembro a cambio de
información privada y personal.
El
traslado a la vivienda, en mitad del campo y cerca de una abadía, fue
silenciosa. El silencio siempre imperaba entorno de David. Quizá porque estaba
tan desesperado en tomar el libro entre sus manos o quizá preocupado por Jesse
Reeves, la cual había quedado aislada en el Amazonas con los trabajos de
reconstrucción de la vieja biblioteca de Maharet, que no abrió la boca. Yo decidí
encender mi teléfono móvil y encender el Spotify. Escuchaba canción tras
canción dejando que la música intoxicara cada una de mis neuronas. De vez en
vez tamborileaba mis dedos sobre el salpicadero o contra mis muslos.
El
vehículo se desvió por un camino polvoriento lleno de baches y acabamos
aparcados muy cerca de la entrada principal. Dentro nos esperaban dos hombres
de Talamasca. Ellos vivían en la abadía que había sido reconstruida para la
Orden. Allí estaban con la docena de libros apilados unos contra otros.
—¿Tienes
el del Demonio? Es el primero que quiero leer—dijo directamente nada más
sentarse en una de las sillas vacías.
—Señor
Talbot, deseo decirle que es un honor estar en tu presencia—comentó sentándose
frente a él. Era un hombre grueso, mal afeitado, de ojos pequeños muy oscuros y
piel ligeramente tostada. Olía a vino y queso porque habían estado consumiendo
algo de cena mientras llegábamos a su encuentro. Casi no quedaba pelo en su
cabeza pero la tenía proporcionada y se veía aseado—. Mi nombre es Juan.
—El
mío es Pedro, señor Talbot—dijo tomando asiento también frente a David.
Yo
no me senté. Decidí revolotear por la habitación a espaldas de aquellos dos
hombres. El tal Pedro era joven, casi de mi edad física, y tenía los ojos
verdes aceituna. El cabello rubio mal peinado me recordaba al mío, pero era
mucho más delgado y sus ropas más formales. Noté que había estado descansado en
el sofá cercano a la ventana y por eso estaba con la ropa algo arrugada, el
pelo revuelto y cierta somnolencia.
—El
mío es Daniel—dije sin que hiciese falta.
—También
es un placer conocerte, Daniel—comentó Pedro.
David
estuvo leyendo aquellos documentos durante varias horas. Después, aunque los
hombres se negaron en un principio, metió todos los libros en cajas y las
introdujo en el maletero del coche. Seguiríamos leyendo todo en el hotel. Las noches
siguientes serían terribles pero entretenidas.
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