Este Archivo no ha sido revelado por David ni por Daniel, sino por un tercero. Aún desconocemos quién ha podido filtrarlo pero me han asegurado ambos que es cierto.
Lestat de Lioncourt
La tormenta arrasaba la ciudad y el
fuerte viento estaba destruyendo algunos árboles que se doblaban con
facilidad. Las ramas caían a los pies de los gruesos troncos y los
vehículos empezaban a hacer sonar sus alarmas porque algunas caían
sobre ellos. El sonido de los cristales rotos, las tejas levantadas y
las sirenas de los bomberos se repetía una y otra vez. Él estaba
refugiado en el interior de aquella vieja vivienda vacía hacía
tantos años. Las ventanas estaban selladas por gruesos tablones de
madera tanto en el interior como en el exterior.
Se cubría a duras penas con una manta
vieja y sucia que había encontrado dentro. Su ropa, que estaba
empapada, la había dejado sobre un par de sillas que aún aguardaban
a sus dueños. Era una de esas casas que han sido arrancadas de manos
de sus dueños para quedar en manos de los bancos, tan miserables
como ruines tras estafar con los créditos de las hipotecas. Fuera la
tormenta seguía, pero dentro todo parecía demasiado sosegado. Su
cabello rubio estaba revuelto sobre su frente y sus ojos violetas
perdidos en mitad de la nada.
El sonido de la puerta le alertó y
prestó atención al sonido de los pasos, al corazón de la bestia
que se aproximaba y al aroma de su perfume masculino. Cuando atravesó
la primera estancia sonrió para sí y cerró los ojos agotado. Sabía
que era él y que había ido hasta allí en busca de su “discípulos”
de estos asuntos tan peculiares.
—David, no tienes por qué hacer de
mi niñera todo el tiempo—dijo relajando su cuerpo que hasta el
momento se había mantenido en una tensión insufrible.
—Si algo malo te pasara tendría
muchos problemas—explicó.
—No me pasará nada malo, David—abrió
los ojos y lo miró aguantándose la risa.
Su carísimo traje Armani estaba hecho
un desastre, tenía el pelo encrespado y revuelto, los zapatos estaba
llenos de fango y goteaba formando un pequeño charco donde se había
detenido.
—Has empezado a investigar en una
zona que puede comprometer tu vida—dijo sacándose la chaqueta para
dejarla contra el respaldo de una de las sillas.
La camisa blanca transparentaba
ligeramente y dejaba ver su cuerpo marcado por un entrenamiento que
él no había realizado. Aquel cuerpo esculpido con detalles de
Adonis no era suyo, pero al no encontrar dueño y perder el propio
decidió obsequiarse con esa musculatura casi perfecta.
—Ya empezamos con las reglas,
¿verdad? El genio de los fantasmas, el playboy de Talamasca, viene a
salvarme el culo porque cree que voy a morir. He salido de cosas
peores—respondió abrigándose mejor con aquella manta que olía a
polvo y humedad.
—Memnoch era un espíritu, estoy
seguro, y ese acaba casi con la vida de Lestat—le reprendió
sacándose la corbata.
—Ah, pero yo no voy a dejarme engañar
de ese modo—susurró antes de notar algo extraño en el ambiente.
—Daniel, no eres el más listo ni el
más entrenado—dijo percatándose él también que algo los
observaba.
—¿Y tú sí?—preguntó.
—Yo tampoco, Daniel—musitó en tono
bajo.
La vivienda había tenido problemas de
venta porque el padre de la familia se había suicidado días antes
del desalojo. Decidió quitarse la vida tras tomar una gran cantidad
de pastillas, que en un primer momento no le hicieron efecto, y
colgarse del techo en aquella estancia en la que todos compartían
horas de televisión, lectura o conversación en terribles días de
lluvia mientras los niños correteaban de habitación en habitación.
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