Es normal, ¿verdad? A mí me parece mentira que fuese tan fuerte... Yo me hubiese vuelto loco.
Lestat de Lioncourt
Todos desean estar a mi lado porque
poseo ciertos poderes. Odio tenerlos. Ojalá jamás hubiesen
aparecido. Son una molestia. Me pongo en contacto con recuerdos y
emociones que me perturban. Desde que escapé de las garras de la
muerte, en esa cubierta de barco, están ahí. Aún ni siquiera puedo
incorporarme en la cama, pues todavía estoy convaleciente, pero ya
varios periódicos hablan de mi milagro y de mis visiones.
Tía Vivian está preocupada, como es
lógico, porque yo soy como su hijo. Creo que no tiene a nadie más
en este mundo, pese a que sus amigas siempre quedan con ella y toman
té con pastas. La única familia soy yo. Crecí sin el cariño de
una madre y no puedo compararlo con el de mi tía, pero podría
asegurar que esos ojillos me observan con la misma devoción y amor
que posee una. Debí pensar en ella cuando conducía mi coche para
suicidarme. No obstante no podía vivir con tantos malos recuerdos, y
ahora estos terribles sueños y visiones me persiguen.
No puedo dejar de intentar recordar
cuál es la misión que me encomendaron esos rostros. Aunque sé que
tengo que volver a Nueva Orleans. No sé cómo ni porqué, pero es mi
deber. Al menos es lo que siento. Quiero salir del hospital y que las
enfermeras dejen de traerme sus décimos de lotería, bolsos,
reliquias y demás objetos. Ni siquiera ellas me dejan descansar.
Hoy ha venido una chica. Por un momento
creí que era otra enfermera, pero en realidad se trataba de una
periodista. Era muy guapa, vestía muy bien y al acercarse comprobé
que no llevaba bata. Poseía unos ojos preciosos que parecían los de
un gato, por lo vivos y salvajes. Su sonrisa era encantadora. Me dijo
que venía del New York Times. Por primera vez un periódico grande,
realmente famoso, venía a buscarme. No era la televisión, radio o
periódicos locales. Alguien con un fuerte peso en su editorial le
había pedido que cubriese mi noticia.
Empezó a preguntarme por los motivos
por los cuales estaba flotando en medio del mar. Tuve que hablar
brevemente del aborto que realizó la que era mi novia, la cual me
abandonó y me dejó sin mis grandes sueños de formar una familia.
Expliqué que el resto de mis amantes no podían curar las cicatrices
de mi infancia y juventud, pero tampoco mi empresa de construcciones
lograba llenarme. Sólo lo hacía la literatura y la música clásica,
aunque sólo a ratos. Estaba cansado de beber cerveza fría mientras
pasaban “Lo que el viento se llevó” o releía alguna de las
novelas de mi autor favorito. Cansado de una vida indigna. Era un
hombre joven, pues sólo rondaba los cuarenta, y aún así mi vida, o
al menos parte de ella, había sido un camino de desgracias. No
obstante reí contando alguna anécdota del hospital, pese a que en
su momento me molestó o perturbó. Cuando se fue me sumí en un
silencio apabullante incluso para mí. Dormí varias horas, me
incorporé y me marché al aseo, cuando regresé me quedé mirando la
ventana. Al día siguiente publicarían ese artículo mucho más
humano que el resto de noticias.
Cuando llegó a mí, con el desayuno,
no pude parar de reír. Había tomado notas de todo y se había
centrado en algunas de mis ocurrencias. Sonreí esperanzado y supe
que ese día me darían el alta, como así sucedió. Una vez en la
calle no pude dejar de pensar en mi rescatador. Me preguntaba todo
sobre él o ella. Deseaba saber qué le motivó sacarme del mar como
si fuese un gran pez.
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