
No puedo resistirlo, lo habré subido mil veces, pero aquí está otra vez.
Este Lestat "casi" tiene dos años. Fue el primer regalo de este tipo que me habían hecho. Lo hizo Romanus, la verdad es que aún estoy como un niño dando botes cuando recuerdo cómo me hizo sentir y luego sonrío. Fue su primera muestra de amistad lejos de sus palabras y apoyo, fue un regalo que ya no esperaba. Siempre fui un tanto malcriado, quería que me atendiera a mí y a nadie más y cuando le pedí un dibujo...me dijo "ya veré" y pasó tres meses, en navidad, cuando me otorgó esta maravilla. Se lo enseñé a todo el mundo y me dediqué a dar envidia a diestro y siniestro. Ahora lo sigo haciendo por culpa de que es mi pareja, a pesar de mis "celos" que a veces no controlo, sigo restregándole a todos que Romanus ES PARA MI!
El texto es un relato sobre Lestat y Romanus, los personajes de Anne Rice, pero modificados hasta parecerse bastante a nosotros. Simplemente es un regalo
Desde el punto de vista de la filosofía el arte es una de las ciencias que alimentan al hombre, que lo hace ser lo que es y lo distingue de los animales. Es de las pocas cuestiones de raciocinio y maestría, además es fuente de orgullo y belleza. El arte y su esencia han estado rondando la mente humana desde que era primitiva. Siempre estuvo ahí, y por ello algunos se sintieron en deuda con las musas.
En una ciudad al norte de Roma, en una pequeña mansión, se encuentra un hombre iluminado por la fragancia de varias velas. La luz eléctrica le daña la vista, piensa que es demasiado deslumbrante para apreciar matices. Sobre la mesa un bodegón de frutas y junto a estas un muchacho recostado cubierto tan sólo por una sábana. Sus ojos dentellean sabiduría, maestría sus pinceladas e ingenio su sonrisa.
-Ya estoy acabando.-murmura como si nada, aquellos trazos son únicos y de gran belleza.
Él se llama Marius, una vez fue un noble más de una Roma que aún no había tocado decadencia. Hijo de una esclava celta y de padre guerrero, se crió entre libros y su imaginación le hacía ser demasiado curioso. Iba de aquí para allá cargado con sus pergaminos, su pluma y su necesidad de saber. Quería ser la persona más sabia de Roma, tras más de mil años se ha convertido en un saber que perdura noche tras noche. Es un hijo de las tinieblas, lo llamaron Dios del Árbol y lo crearon obligándolo a quedarse preso en su cuerpo esculpido a sus más de treinta años. Conoció a Botticelli, vivió la peste, fue quemado, amó a un prostituto, se relacionó con la nobleza Veneciana, vio hasta dónde llegaron las raíces familiares hasta que se sintió fuera de lugar e incluso fue uno de los amantes de la fotografía en sus inicios. ¿Qué no ha hecho este maldito bebedor de eternidad?
-Ya he terminado, gracias pequeño.-murmura mientras deja el pincel a un lado, junto a la paleta, y camina hacia él, lentamente como si le pesara el cuerpo por completo.
-Maestro, ¿puedo pedirle algo a cambio?-pregunta el muchacho levantándose de la mesa para quedar ante el venerable vampiro.
-Esto me recuerda.-hizo un inciso y sonrió, cerró los ojos y en su mente pudo vislumbrar por segundos a su querido Amdeo.-me recuerda a alguien a quien yo amé, siempre me pedía algo a cambio por posar para mí.-en sus labios aún había ese matiz de dulce añoranza.
-Deseo un beso, en los labios.-bajó los párpados y posicionó su boca a expensas de aquel inmortal, de aquel ser lleno de belleza y majestuosidad. Creo que eso es lo que hacía que todos cayeran en sus brazos, como las moscas a la miel, hacia una muerte segura o una seducción peligrosa.
-Aquí lo tienes.-lo rodeó por la cintura con uno de sus brazos, agarrando con firmeza sus nalgas, y con la mano que tenía libre acarició su rostro hasta sus labios. Estos fueron besados delicadamente, para luego ser lamidos y amedrentados con la fiereza de un vampiro. Aquel beso tan pasional le sorprendió al muchacho, sin embargo tan sólo se dejó guiar y sonrió al verse liberado de aquel abrazo.-¿Algo más?-preguntó cerciorándose de que el joven iba en paz.
-No, tan sólo que me prometa que siempre me dejará posar para usted.-susurró tímidamente mientras yo miraba la escena, carcomido por los celos y frunciendo mi ceño.
-Marius.-dije con la voz rasgada y bastante brusco en mis maneras. Caminé hasta él y me quedé mirando al chico ansiando matarlo.
-Lestat, mi pequeño príncipe, ¿qué haces aquí?-preguntó como si nada.
-Cerciorarme de que ningún imbécil intenta usurpar mi lugar.-el chico se movió rápido recogiendo sus ropas para salir corriendo.
-Ya espantaste mi comida, estarás feliz. Hace semanas que no pruebo ni una gota de sangre.-sus brazos en jarra, su mirada llena de sentimientos contrariados y su voz enfatizada hacia el desacuerdo.
-Discúlpame, ya te dije que iba a cambiar, pero como tú siempre has dicho soy incorregible.-me detuve un instante, mordí mi lengua y le otorgué un beso de sangre. Uno de esos besos que únicamente podemos entender los seres como nosotros.-Vine a verte, echaba de menos tu forma de recriminarme por todo y por nada.-besé su cuello y sonreí.
Él únicamente se quedó atónito, y respondió a mi sonrisa con una caricia sobre mis cabellos.
-Vayamos al cuarto, creo que tenemos que debatir sobre varios asuntos. Entre ellos, qué hacer con tus impulsos juveniles, ya no eres un niño, sin embargo sigues tan apetitoso como siempre.-rió descaradamente, ya me había dado a entender qué pretendía y yo únicamente me dejé hacer.
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