La maté
¿Cuántas veces tropezaré con la misma piedra? ¿Cuántas?
Eso es lo que repite mi cabeza, esa voz insana que me ata a lo que todos creen que es bueno. Miro a mí alrededor, estoy en una iglesia y ni sé cómo he llegado aquí. Mis ojos están llorando sangre. Se han roto mis lagrimales de tanto dolor. El nerviosismo es severo en mí, se nota en que todo mi cuerpo tiembla y que ante cualquier ruido reacciono como un animal asustadizo.
Frente a mí hay un crucifijo, en él está la imagen de Jesús. Sus labios están tornados en dolor, sus párpados bajados en señal de derrota y sus cabellos caen lánguidamente sobre su rostro. Las gotas de sangre recorren cada hueco de su frente, pecho, vientre, muñecas y tobillos. Está únicamente arropado por una sábana en sus partes. Sin duda está bien recreado, aunque yo nunca creí en él.
Me descubro susurrando partes de una plegaria, una inventada que no es obra de ningún loco creyente. Mis ojos están clavados en él, mis pupilas creen arder, y mi garganta se seca.
“Buen padre, si me escuchas en este inmenso vacío te habrán llegado rumores de que no creo en ti. Sé que todos en su última voluntad recurren a tu nombre, te aclaman y te suplican por sus pecados. Sin embargo mis pecados me han hecho mejor persona, he aprendido de las lecciones de la vida y si no hubiera sido por alguno de ellos no me tendrías frente a ti.
Quiero decirte que he deseado a la pareja de otros, que he copulado sin amor y por simple placer, que he adorado otros dioses como el dinero o el poder, he creído en fantasía implícita en los libros de piratería o caballería, he recorrido el mundo entero maldiciéndote y he vivido en el más puro abismo de fe. No creo en ti, y sin embargo estoy hablando contigo. Es algo extraño y difícil de entender, alguien me pidió que lo hiciera y ahora estoy arrodillado ante un cacho de madera que dice ser la imagen de tu hijo. Jamás nadie tuvo una fotografía de él, y sin embargo todos lo dibujan de este modo. No importa, realmente no importa hacia donde mire. Ya que dicen que estas en todas las cosas, me pregunto si también en mi ordenador donde alguna que otra vez he visto o leído relatos eróticos. He almacenado en él miles de tesoros y al final no me quedo con nada. Mis tesoros son mis textos, a veces en referencia a ti y maldiciéndote. No lo tomes como una ofensa, cuando nos enfadamos con nuestros padres siempre decimos cosas ofensivas y que no pensamos.
La cuestión es que no pienso, soy impulsivo y hago locuras. Las mayores han sido por amor, las nulas por odio o venganza. Suelo hacer lo que tú pedías, poner la otra mejilla o esperar que el tiempo lo ponga en su sitio. ¿Sabes? Creo en el Karma, es algo que viene de oriente y que se asentó en las costumbres de todo este mundo occidental. Yo, te pido tan sólo que seas consciente de porqué cometí hoy este acto, este asesinato. No podía más. La muerte me tentó y me hizo un precio justo. He matado, me he manchado las manos de sangre y no puedo decir que esté arrepentido. Tan sólo pido que seas justo. Si existe, lo serás, sino tan sólo sucederá lo que tenga que ocurrir.”
Horas atrás me volví loco. Me levanté como cada mañana, me tomé una ducha, un buen café cargado y un trozo de tarta de queso. Me peiné, lavé los dientes y al final me senté en el sofá con uno de mis tantos apuntes. Intento sacarme una carrera, ser hombre de provecho y sacar partido al dinero invertido en mi educación. Sentado allí empecé a escuchar la radio. En ella se daban noticias y se falseaban datos. Después a la hora de la comida hubo otro caos en mi mente, otra falsedad más y ya exploté en gritos. Lo que decían me afectaba. Fui a ver a mi pareja, me escuchó un rato y luego caí en la cuenta que donde estaba seguro era en sus brazos, pero no podía ser, no podía ser tan cobarde. Me enfrenté a ello y la muerte se apareció como pequeño demonio en mi hombro, entonces la maté. Le di tantas puñaladas que cayó en el suelo suplicante. Dejé de escuchar, las voces desaparecieron y todo quedó en silencio…todo, incluso el sonido de mi voz. Después desperté aquí, la había matado.
-Joven.-era un hombre de unos cuarenta años con una sotana, di por hecho que era el cura.
-¿Sí?-pregunté temblando.
-¿Has matado a alguien?-dijo algo asustado, aunque ese era su trabajo, escuchar a los pecadores y que los juzgara Dios.
-Sí, he matado a mi peor enemiga.-susurré alzándome de las baldosas.
-¿Y quién era esa mujer?-estaba preocupado, con los ojos llenos de temor.
-La mentira, ahora ya no tengo a nadie contra quien luchar.-
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