Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 11 de septiembre de 2011

Tears for you - Capítulo 2 - Ese viernes (Parte III)




-¿Por dónde quieres que empiece? ¿Por lo que fui, lo que me hizo ser como soy o lo que soy en realidad?-dije con una leve sonrisa, como si simplemente jugáramos a las cartas y no tuviera la mayor repercusión lo que sucedería a lo largo de la charla.

-Por el inicio estaría bien.-respondió con una leve sonrisa.

-¿Por el principio? ¿El de mi desgracia o el de mi vida?-susurré acomodando las almohadas para intentar hacer memoria.

-Quiero saber como eras, así que supongo que podrías contarme cosas de tu niñez. Yo haré lo mismo en mi próxima visita, si te parece bien.-su tono de voz era tan sosegado como el de Kurou, eso me permitía sosegarme a mí también.

-Nací a finales del mes de noviembre de 1984.-sonreí recordando la fecha.-Sé la fecha de mi nacimiento, a pesar que no celebro mi cumpleaños. Pensé que lo habría olvidado con el paso del tiempo, como he olvidado muchas cosas.

Él estaba pendiente a mí, podía sentir sus ojos examinarme. Parecía un espécimen exótico frente a él, como si fuera el único de mi especie. Un animal enjaulado dispuesto a ser admirado, codiciado y a la vez menospreciado. Su rostro era sereno, como quien lee un libro cualquiera, pero sus ojos me atraían al mostrarse tan comunicativos. Me prestaba atención, no sólo me miraba.

-Soy de Takeyama, en Chiba.-susurré jugando con uno de mis mechones sin proponérmelo.-Mi madre era profesora de piano, aunque había sido una de las pianistas más impresionantes del país. Mi padre era un hombre rico por sus negocios heredados de mi abuelo y este los heredó de su padre.-susurré con amargura.-Mi vida era tranquila y llena de ventajas.

-Ventajas de ser un niño en una familia acomodada.-intervino y yo sólo asentí.-Sé que es eso, pero usualmente no te prestan atención. Puedes llegar a ser invisible ante los ojos de tus padres, de tus familiares más cercanos, y terminas siendo parte de la decoración.

-En algunas ocasiones sí, pero mi madre sabía darme sus atenciones.-dije intentando matizar que aunque me había sentido solo también sentí amor, sobretodo por parte de mi madre.-Ella descubrió que amaba el piano, más bien la amaba su expresión calmada mientras la música sonaba como si fuera magia.

-La magia del arte, de la música.-dijo aquello y lo miré con una enorme sonrisa.

-Sí, la música doblegada a sus hermosas manos níveas.

Nuestras miradas se cruzaron y sentí que él me comprendía. No sabía hasta que punto podía comprender mi fascinación por la música, mi necesidad te componer una canción aunque sólo fuera yo el eterno oyente, sin necesidad de aplausos y de palmadas en el hombro. Mi necesidad de crear era tan intensa e inmensa que me desbordaba.

-Te comprendo, aunque no en el ámbito musical. Soy escritor, uno de esos escritores que no le importa dejar parte de su alma diseminada en las minúsculas líneas de sus escritos. Como si fueran una hilera de hormigas componiendo frases enrevesadas de un acertijo, sí de ese modo.-su sonrisa era ilusa, como la de un niño, y me recordó tanto a mí que deseé estrecharlo entre mis brazos.

-Cuando imitaba a mi madre me sentía unido a ella, quería ser tan elegante y sugestivo como ella. Con cuatro años no comprendía mis pretensiones, pero ahora que echo la mirada hacia el pasado puedo verme a mí mismo deseando ser ella. Por momentos la odié y en otros la admiré viéndola como una especie de diosa, alguien con un talento tan inmenso que no era capaz de ocultar y mucho menos a su hijo.-susurré con cierta amargura.-Su pequeño, su única esperanza.

-¿Así te ves o te veía?-preguntó no muy seguro de si contestaría, pero algo me movió a mirarlo confuso.

-No lo sé, no sé si es una percepción errónea de la realidad o es la pura verdad.-murmuré.-Jamás se lo pregunté, jamás.

-Supongo que te veía y te verías de esa forma, creo que no debes estar errado.-quiso ser amable, se notó, pero yo no era tan iluso como para creerme realmente tan importante. Si bien, a veces me ganaba el deseo de creer que me amaba más que a su don.-Prosigue, por favor.

-Me parezco mucho a ella.-dije mirando mis manos, para después mover mis dedos suavemente sobre la ropa de cama.-Mis manos son idénticas a las suyas, mi labios cuando sonrío, la forma de mis cejas, mis pómulos algo marcados y mi piel clara.-cerré los ojos un instante y al abrirlos de nuevo noté como una lágrima bordeaba mis mejillas, para finalmente caer rodando hasta mi mentón.

-¿Cómo era tu padre?-intentó desviar mi atención sobre la figura de mi madre, me dolía no tenerla y no poder gritar que era feliz.

-Mucho más alto que yo, siempre estaba sumido en sus papeles y hablaba en tono bajo. A veces cuando me hablaba parecía hacerlo en murmullos, pero cuando llamaban de la oficina forzaba su voz para mostrarse autoritario. Jamás lo vi reír ni una sola vez, su sonrisa era tímida y únicamente respondía de ese modo a las carcajadas de mi madre.-sonreí amargamente contemplándole.-¿Cómo son tus padres?

-¿Mis padres?-aquella pregunta le sorprendió, pude notarlo.-Soy muy parecido a mi padre, pero más joven. Mi madre era una mujer a lo Rita Hayworth en Gilda.

-¿Bromeas?-dije abriendo leve mi boca, para terminar sonriendo.

-¿Por qué debería bromear? Era hermosa, realmente lucía como una estrella del celuloide.-susurró con ternura, como si su voz olvidara intentar mantener la cercanía sólo por compromiso.-Aquellos rizos dorados, sus ojos verdes de color intenso y sus piernas bien torneadas que eran envidiadas por todas sus amigas.

-¿Y tu padre? ¿Qué decía tu padre sobre su belleza? ¿No tenía arranques de celos?

Sin poder evitarlo me imaginaba una de esas viejas películas, riñas de enamorados a cada instante junto a tórridos besos que les hacía olvidar cada palabra anteriormente dicha. Una pareja envidiada y a la vez deseada. Un par de estrellas fugaces en plena mañana, algo raro y mágico.

-En ocasiones su flema inglesa le imposibilitaba explotar, pero en otras demostraba sus celos.

-Discutían.-interrumpí y él negó.

-No, nunca los vi discutir. Él era más de mostrarle al resto de hombres como se dominaba a una mujer bailando, besándola o haciéndola sucumbir a poesías que la ruborizaba de los pies a la cabeza.-mientras hablaba buscaba por los bolsillos interiores de su chaqueta su cartera, de la cual sacó una fotografía y me la tendió.-Son ellos, la hice yo con diez años en unas vacaciones por el sur de España.

1 comentario:

Athenea dijo...

Comprendo cómo se siente el señor wilde cuando escribe, a mí me pasa lo mismo. La escritura es una forma de liberar tu alma, de plasmar en el papel (o en el ordenador) tus sentimientos más profundos.

No sé por qué, creí que Yosh habría nacido en una familia pobre, y que había hecho su fortuna más tarde. Bueno, voy a leer la próxima parte :)

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt