Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 13 de septiembre de 2011

Tears for you - Capítulo 2 - Ese viernes (Parte IV)






Tomé la fotografía entre mis largos dedos. La apresé notando que era parte de los recuerdos más preciados que él podía tener. Realmente se parecía a Rita, pero algo más bajita y los pómulos menos marcados. Él se veía imponente, algo más alto que Paulo, y sin dejar ese tremendo parecido. Al fondo de aquella imagen se podía ver las típicas casas blancas sureñas, esas que el tejado es una azotea donde se tiende dándole un matiz dinámico al paisaje.

-Murió cuando tenía doce años.-dijo estirando su mano para que devolviera tan preciado tesoro.-Un accidente, por mi culpa.-entregué la fotografía y él se apresuró a guardarla, como si le quemara.-Fue ahí cuando vi su verdadero amor hacia mí, porque siempre dudé que me amara ya que me tuvo muy joven y perdió muchas oportunidades. Ella cantaba, amaba la música como lo haces tú o lo hacía tu madre.

-¿Cómo superó tu padre esa pérdida?-pregunté intentando saber con qué clase de hombre me relacionaba, así fuera su padre así podía ser él. Había visto ese cliché en muchos hombres, incluyéndome a mí, que tomábamos la personalidad del padre o la madre para encarar la vida.-Dime.

-Aún me pregunto si lo superará algún día. A veces me pregunta si él pudo haber hecho algo más, o si yo pude hacerlo. Recorre los pasos dados aquel día en su mente, pero no encuentra solución. Siempre llega a una pregunta que no se resuelve y vuelve al inicio. Sin embargo, se enclaustró en los libros y en las obras de teatro. Él no ha tenido tanta fama como yo, creo que porque sus obras no obtuvieron tanta censura y revuelo social.

Me imaginé a su padre frente a las viejas olivetti envuelto en humo de cigarrillos de aroma fuerte, muy varoniles, con sus ojos dispersos en cada palabra e intentando que su mente lograra conectar con su obra y no con fantasmas. Un hombre algo sombrío, anclado en un tiempo que no existe y que avanza inexorablemente hasta que lo encuentre dándole caza. Uno de esos viejos escritores chapados a la antigua en los géneros que ya nadie lee, no porque sean manos sino porque los gustos cambian y a veces hacia obras estúpidas, normalmente completamente vacías con personajes aún más vacíos.

-Debió ser duro para él.-murmuré.-¿Qué edad tienes?

-Este pasado julio cumplí los treinta.-dijo sin pestañear, también asombrado por mi pregunta.

-Soy más joven que tú, no mucho pero lo soy.-sonreí con cierta ternura al ver que respondía con una leve risotada.-Vas progresando, ahora ríes aunque sea un poco. No te va ser tan serio, aunque eso aparentes, debe de haber en ti algo de bromista y desenfadado.

-Deliras.-respondió.

-¿Cómo puedes ser entonces amigo del señor Sakurai entonces?-dije inclinando leve mi cabeza.-Y de mi hermano, porque mi hermano bajo esa máscara de príncipe de cuento de hadas tiene un lado bromista, desenfadado.

-Viejas y largas historias.-susurró.-Ya ni recuerdo como comienzan.-entonces me miró directamente.-¿Cómo conociste a Kamijo?

-Antes deja que te cuente mi infancia, como así dijiste que querías.

-Por supuesto, hazlo.-dijo animándome aunque notaba su interés sobre mis relaciones con personas que conocíamos ambos, creo que era algo normal.

Con calma fui reviviendo pasadizos de un enorme laberinto donde me creí encerrado, sin salida alguna, hace unos años. Recorrí cada rincón sin olvidar detalles sobre la luz, los colores, los aromas y las palabras exactas a pesar de mi corta edad en aquellos años.

Fui capaz de trasmitirle el sentimiento que me provocó el tocar una pieza completa por primera vez, con cuatro años casi exactos. Era una pieza sencilla y muy típica, pero me costó tanto esfuerzo durante días que fue como ver el paraíso. Me sorprendió aquel recuerdo, sobretodo por lo agradable a pesar de tenerlo escondido tan profundamente en mi alma.

Por supuesto vino a mi memoria mi peluche favorita, mis canciones infantiles, la sonrisa calmada de mi padre y como bailaba mi madre cuando escuchaba “Take on me”. Todos aquellos dulces recuerdos terminaron con aroma a pólvora, como aquella mañana lluviosa en la cual mi padre se quitó la vida frente a mis ojos.

-¿Sucede algo?-preguntó al ver que mi rostro se volvía como el de una muñeca de porcelana, mis manos temblaron y mis ojos se cerraron pesadamente.-Deberías descansar.

-He recordado el aroma a pólvora, los ojos vidriosos de mi padre, su boca abierta emanando sangre y aquella imagen terrible de su cráneo.-dejé que las lágrimas surgieran, no podía controlarlas y el nerviosismo me hizo tiritar.

-Suicidio.-murmuró levantándose de su palco donde me contemplaba, un estúpido e incómodo sillón, para tomarme de las manos acariciándolas.

Sentía sus manos frías, lejos de la tibieza de las manos de Kurou. Eran unas manos cuidadas, pero heladas y algo más pequeñas. Me apretó con fuerza y solemnidad. No dijo nada, sólo dejó que mis lágrimas bañaran mi rostro mientras me aferraba a él. Terminó abrazándome haciéndome sentir su aroma. Su colonia penetró en mi mente, así como el sentimiento de sentirme correspondido por el sentimiento de pérdida.

-Ambos perdimos algo muy valioso, estoy seguro que crees que fue tu culpa, así como yo lo creo con la muerte de mi madre, pero éramos niños y los niños siempre tienen las manos sin manchas de sangre.

Quería creer que tenía razón, sin embargo él no había escuchado sus últimas palabras. Mi padre había ambicionado tanto, deseado cosas imposibles, y caminado por senderos torcidos para que yo me sintiera orgulloso de su imperio. Tenía diez años y sus palabras me asustaron, acobardaron y después fueron el lastre de mis pesadillas.

-Necesito descansar.-dije recostándome en el colchón.-Por favor, seguiremos el próximo viernes.

-De acuerdo.

Se marchó sin decir más. No quería escuchar su voz, ni sentir de nuevo ese abrazo. Necesitaba a Kurou, quería a mi esposo y el sentimiento de paz que únicamente él me trasmitía. El señor Wilde podía consolarme con un sentimiento parecido, con emociones similares, pero para nada era la persona que yo quería.

Me quedé tumbado con los ojos cerrados y las manos cerradas arrugando las sábanas. Durante unos minutos intenté calmarme, pero estaba tan turbado que no había manera. Ese sentimiento de desasosiego hizo que me impulsara fuera de la cama, y descalzo además de poco abrigado, fui hacia la sala donde se encontraba mi piano.

Mis pasos eran tambaleantes, precavidos para no ser cazado en mitad del pasillo, y mis manos se cerraron aferradas a la tela de mi pijama mientras me rodeaba a mí mismo. Notaba mis cabellos caer sobre mi frente, mientras me estremecía por completo. Como pude me aferré a la puerta que daba a la sala, nada más abrirla la paz vino a mí junto a una melodía dulce.

Nada más sentarme frente al piano y levantar la tapa sonreí con cierta ilusión, era algo superior a mí. Mi espíritu se calmaba con la música, la música que me hacía olvidar el dolor y la desesperación. Tenía hambre de paz, hambre de felicidad. Mis dedos se encargaron de alimentar ese apetito casi insaciable, lo hacían con Mozart como si el espectro los impulsara.

No tardaron ni cinco minutos en dar conmigo las chicas del servicio, junto a Sebastian. Todos ellos me rogaban que me marchara a la cama, pero yo no podía dejar de tocar y prácticamente no les escuchaba. Podía verles, escuchar el murmullo de sus voces, pero el piano me hacía quedar seducido por completo.

Creo que pasaron varias horas cuando aquellos fuertes brazos me rodearon, su colonia agradable envolvió mis sentidos y cerré los ojos dejándome caer contra su pecho. Sus enormes manos acariciaron mi vientre y mis cabellos haciéndome sentir calmado al fin, desconectando mi mente de aquel trance para entrar en su encantamiento. Sus labios fríos besaron mis mejillas y una de sus manos tomaron las mías, para también rozarlas con sus dulces besos.

-Kurou.-murmuré abriendo mis ojos para girarme y tomarlo de su rostro.

Su sonrisa le hacía parecer un enorme gigante bonachón. Era tan dulce, tan abnegado en hacerme feliz, que se olvidaba de su pose fría ante el servicio. Sebastian le había visto sonreír en más de una ocasión, algo que no solía ocurrir antes. Siempre me pareció un hombre interesante, desde el primer día.

-¿Qué te preocupa?-preguntó arrodillándose para quedar con su rostro frente al mío.-Dime.

-Nada.-dije con una enorme sonrisa.-Sólo te extrañaba.

-¿Qué tal estás de la fiebre?-dijo palpando mi frente.-No tienes.

-No eres mi padre.-respondí acariciando su rostro, apartando sus largos cabellos.-Eres mi amante, pero se te olvida.

-Soy tu esposo.

Siempre recalcaba ese punto, como si pudiera olvidar el día más feliz de mi existencia. Aquel día conocí a mis suegros, sus padres. Ella era japonesa, una mujer estilizada y que aparentaba casi diez años menos de su edad real. Él era un hombre alto, también delgado, y con unos impresionantes ojos verdes. Ambos se me asemejaron hermosos gatos por su elegancia, la paz que transmitían y la sonrisa dulce que me regalaban. Tuve miedo de no gustarles, pero finalmente aceptaron que su hijo y yo éramos felices. Hubiera deseado que mis padres me hubieran visto tan feliz, ese es el único punto oscuro que encuentro al día de mi boda.

-Debes descansar.-me tomó en brazos sin que pudiera evitarlo.-Yosh, no es bueno que estés enfriándote de esta forma.

Suspiré pegando mi rostro a su cuello, dejando que mi aliento hiciera cosquillas a mi hermoso gigante, mientras los dedos de una de mis manos jugaban con sus largos mechones negros. Mis pies se movían en el aire, estaba descalzo y ni siquiera me había percatado de ello hasta entonces.

Al llegar a la habitación me recostó con suavidad en el colchón, pero no dejé que me abrigara sino que tiré de su corbata hacia mí. Deseaba tanto su boca, el sabor a nicotina y a té verde de sus labios. Sus brazos estaban temblorosos y apoyados en mis caderas, pero terminaron en el colchón, los míos quedaron alrededor de su cuello dejados caer sobre sus fuertes hombros.

-Ai shiteru.-dije próximo a su boca mientras veía sus mejillas sonrojadas.

Kurou siempre se sonrojaba como un colegial. Me hacía sentir que mis besos siempre eran los primeros y más puros, al igual que los suyos. Éramos dos niños perdidos en el país de Nunca Jamás, a pesar de ser dos demonios viviendo el paraíso de las mentiras.

-I love you.-susurró con aquel encantador acento que siempre tenía, pero se remarcaba aún más cuando hablaba en su idioma.

Quité con cuidado el nudo de su corbata, para tirarlo a un lado, y comenzar a quitarle los botones de su camisa. Como pude le saqué el saco y botón a botón quité su camisa. Mis labios estaban pegados a los suyos, le excitaba que le besara y eso le regalaba. Nunca dejó de estar nervioso cuando llegaba el momento, como virginal criatura, y yo únicamente deseaba verlo temblar por la emoción del acto.

-Me haces muy feliz.-lo tomé del rostro para besar su frente y sobre sus ojos, todo aquello con pacífica ternura.

Hice que se tumbara sobre la cama y yo me senté a horcajadas sobre su vientre. Mis dedos acariciaban lentamente su torso dibujando trazos al azar, mientras mis ojos se clavaban en los suyos con una mirada camino entre la seducción y la dulzura.

Deslicé mis manos hasta el borde de su pantalón, abriendo así el cinturón para comenzar a quitar las últimas prendas. Su respiración era algo agitada y sus enormes manos fueron a mi rostro. Sabía que él no pedía estos encuentros, sólo esperaba paciente a mis caricias y deseos. Poco a poco quedó desnudo, cada trozo de su piel desnudo era rozado por mis labios y mis dientes. Besaba y mordía cada trozo de su cuerpo provocándole escalofríos y débiles jadeos.

Me aparté un instante sólo para despojarme del pijama y de mi ropa interior. Él me miraba intentando calmarse, era como su ritual. Siempre terminaba temblando y yo probando sus propios límites.

-Yosh.-murmuró estirando sus brazos hacia mí, aceptándome nuevamente sobre su torso.

Mi boca no se quedó quieta ni un instante, por mucho que él quisiera una pequeña tregua para asimilar mis juegos. Bajé hasta sus caderas, mordiéndolas, para luego ir hacia sus muslos, y morderlos también.

-Eres encantador.-susurré notando como abría sus piernas por inercia.

Comencé a besar su miembro, el cual ya estaba algo despierto y receptivo, mientras mis manos arañaban sus nalgas. Noté como se agarró al colchón soltando un suplicante gemido, cuando rodeé con mis labios su glande. Sus manos dejaron el colchón cuando el ritmo de mis lamidas y succiones se volvieron intensas, fueron directas a mis hombros. Sus ojos se llenaron de lágrimas y sus mejillas terminaron por estar aún más rojas, parecían dos hermosas amapolas en pleno campo nevado.

Mis dedos se movieron camino a su entrada y de inmediato comencé a dilatarlo. Mi hermoso Kurou siempre necesitaba mis caricias, sobretodo cuando había esperado pacientemente que mejorara con sus cuidados.

Finalmente me aparté para contemplar aquella hermosa estampa. Mi gentil gigante temblaba esperando ser amado por mi cuerpo como lo era por mi alma. Me acomodé entre sus piernas e hice que me rodeara con ellas. Pronto su boca buscó la mía y mis manos fueron a sus hombros para tomar impulso. Entré lentamente en su interior y sentí un estallido en mi alma. Gemí roncamente, mientras él gimoteaba por las deliciosas sensaciones que aquello le provocaba.

-My darling.-balbuceó dejando escapar un gemido más mientras todo él temblaba.

Empezamos a estar perlados en sudor, mientras nuestras bocas se unían una y otra vez. Mis manos intentaron acariciar su rostro, pero terminé aferrado a uno de los almohadones. Me abrazó con mayor intensidad y me miró rogando un ritmo más elevado, algo que ya pedían con cautela sus caderas. Se movía de forma erótica a pesar de su enrome estatura.

Aumenté mi ritmo, así como él aumentaba el suyo de forma contraria a la mía buscando aire. El calor se volvió intenso, como intensos eran nuestros arrebatos. Mordí su cuello aferrándome esta vez a su cintura, pero mis manos terminaron sobre su rostro. Quería que me mirara, aunque no podía mantener los ojos abiertos. Yo necesitaba ver la expresión turbada de su rostro, completamente ajeno a la realidad y sumergido en las fantasías de la lujuria que le dominaba.

Cuando llegó al éxtasis final gritó mi nombre elevando su pelvis, yo simplemente enterré mis uñas en sus hombros y me dejé ir junto a él. Durante el acto ambos nos habíamos arañado, por mucho que él quisiera tener cuidado por el enorme tatuaje que yo poseía en la espalda.

-Kurou.-dije casi sin aliento.-Dos cosas.

-¿Cuales?-respondió agitado y con los ojos cerrados.

-Te amo, te amo intensamente.-murmuré.-Esa es una.-dije saliendo lentamente.

-¿Y la otra?-preguntó con una leve sonrisa, completamente extasiado.

-Necesito un cigarro.-murmuré sentándome sobre su vientre.

No tardó en soltar unas buenas carcajadas. Sus manos se pegaron a mi cintura acariciándome e intentando incorporarse. Era tan hermoso que parecía un ángel tallado por Miguel Ángel. Tenía los cabellos revueltos y empapados, bien pegados a su frente, y su torso marcado estaba lleno de pequeños arañazos. El mordisco de su cuello se veía sensual, una marca de deseo y amor bien visible a pesar del cuello de su camisa. Sí, lo había marcado como siempre, desde que empezamos a salir, a pesar de ser mi esposo.

1 comentario:

Athenea dijo...

Dos cosas: Me ha encantado, y Kurou es monísimo, jajaja. Desde el principio de la historia estaba claro que Yosh había sufrido mucho en su vida, pero ya nada más comenzar a narrar su historia, descubrimos que su padre se suicidó. No puedo ni imaginar el dolor de semejante pérdida, mi padre estuvo muy enfermo hace dos años, y casi me derrumbo. Lo pase francamente mal y fue una época que aún trato de olvidar. Por eso de algún modo entiendo el dolor que siente Yosh, aunque no es ni remotamente parecido porque mi padre consiguió finalmente superar su enfermedad y el suyo decidió quitarse la vida voluntariamente.

La escena final entre los dos esposos ha sido preciosa. Me ha encantado :)

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt