Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 28 de noviembre de 2011

Tears for you - Capítulo 19 - Lágrimas de nieve (Parte II)



En el capítulo 20 verán el desenlace de esta novela. Es hora de entonar un adiós.

Aunque yo seguiré roleando con Yoshiki en un universo paralelo... ya que le hice personaje de rol hace muchos años, sólo que esta vez decidí darle el puesto que merecía y ofrecerle la vida "eterna" más allá de unas líneas en internet.








Me quedé de pie, con la camisa puesta sin abrochar y en las piernas sólo mis boxer. Mis cabellos alborotados, mis ojos llenos de preocupación y decepción, así como mis puños cerrados aferrándose a mis pantalones, lo decían todo. No había tenido la mejor de las noches, ni el mejor mes, pero en parte había merecido la pena el dolor que sentía si alguien al fin lo comprendía, alguien más que Kamijo. Ese era uno de los motivos por el cual me molesté con Kurou, si bien no podía aceptarlo de nuevo en mi vida así como así. Necesitaba tiempo, alejarme de él y huir de mis fantasmas.

-Vístete, debemos ir a casa y descansar para la noche. Tenemos una cita, la última, en el concierto de Navidad del Teatro.-susurró.-Es el regalo que nos tenía preparado a todos ayer, Kamijo. Una función donde se tocará música clásica mientras se representa de forma muda un cuento de Navidad, el de los fantasmas.

-Está bien, tengo que ver qué ropa ponerle a la pequeña.-murmuré.

-No, quiero que sea a solas tú y yo. Es lo único que te voy a pedir como regalo.-susurró levantándose para venir hacia mí, tomándome del rostro mientras me contemplaba lleno de amargura.-Seamos sinceros, no vas a volver a volver a quererme ni verme igual.

Me vestí apartándome de él, en silencio, mientras deseaba desaparecer de nuevo. Las imágenes de la noche anterior me hicieron girarme, para verlo como si lo juzgara por todos sus pecados. Me había desnudado y acariciado, así como besado desesperado por hacerme suyo, pero al final no pudo porque ebrio era una presa fácil y él no quería eso. Me hizo pensar, preguntarme si estaba sacando todo de quicio por culpa de mis temores y simplemente me quedé allí parado deseando que me abrazara. Sin embargo, no se obró el milagro. Parecía rendido y yo no me comprendía siquiera, no sabía si me dolía más aquella noche o el verlo derrotado abandonando la batalla.

Regresamos a casa con Anne dormida en mis brazos. Prácticamente no hablé con nadie en la fiesta, sólo me dediqué a beber y sonreír como si no pasara nada. No pude hablar con Mario, Yuki o ver si Helena había hecho su aparición estelar. Sólo me hundí en mi mundo antes que desapareciera. Eso hice en el coche aferrado a la pequeña.

-Podríamos hacer ese viaje a Italia, como último recuerdo feliz para ella.-comenté acariciando sus cabellos.

-No, lo harías por mí y no por ella.-dijo parándose en un semáforo.-Te conozco, por mucho que digas despreciarme algo de ese cariño sigue pidiéndote que seas amable conmigo. No quiero tus miserias Yoshiki, porque eso son.-murmuró con cierto pesar, arrastrando cada palabra.-Migajas de algo que consumismo muy rápido. He pasado más de cuatro años enamorado de ti, sabiendo bien que estaba obrando mal por amarte de esa forma tan intensa, y apartándote de todos porque tenía miedo a perderte. Si bien, no ha hecho falta que nadie viniera a tomar mi lugar.-murmuró antes de aferrar el volante mientras miraba el semáforo.-Yo mismo destruí todo, no confías en mí ahora y yo no puedo hacer nada.

-Decepcionaré a tu madre.-susurré.-Le dije que siempre te cuidaría, que te haría feliz.

-No decepcionas a nadie, porque lo has cumplido.-dijo serio.

-Ya no estoy tan enfadado.-murmuré clavando mis ojos en el retrovisor.-Sólo...

-Decepcionado.-terminó mi frase y yo sólo me encogí en el asiento.-Ya no deseo hablar más de esto, sólo te pido que cuides de Anne.-dijo arrancando para continuar el viaje hasta casa, la casa que aún era de ambos.-Ella te necesita más a ti que a mí.

-Sí.-murmuré.-Sabes que podrás verla cuanto quieras, incluso después de salir del despacho podemos ir juntos a recogerla.

-Me voy de la ciudad, estaré varios años fuera.-tragó duro antes de parar nuevamente en otro semáforo.-Ayer hablé parte de la noche con Kamijo, he aceptado una misión lejos de aquí y me llevará mucho tiempo.

-Si ya no te quiero, como así siento, ¿por qué me duele?-pregunté sin tener respuesta alguna.

Sentía rabia, miedo y también estaba la decepción que arrastraba. Él se había portado como un caballero toda la noche, después su forma dulce de tratarme durante días demostrándome que un fallo lo tienen todos. Sin embargo, aún me producía pánico que algo así volviera a suceder y entonces no parara a tiempo. Me decepcionaba que no me hubiera cuidado como decía, pero sabía que en su lógica era su forma de cuidarme.

No era estúpido y sabía que su alarde de creatividad, así como su impulso de volver a la pintura, no fue sólo por demostrarme su cariño. Quería mostrarse superior a Paulo, en todos los aspectos, pero yo seguía admirando a mi amigo y lo haría siempre. Él no comprendía como podía admirar a otros, que no era mi único apoyo como a él le sucedía conmigo.

Cuando llegamos a casa estaba llena de regalos, incluso había algunos que yo desconocía y supe que eran de Kurou. Desperté a Anne al entrar en el salón, ella se volvió hiperactiva abriendo todos los regalos que tenían escrito su nombre. Yo comencé con los míos, por el papel de regalo sabía que eran suyos y todos me hicieron temblar con sentimientos encontrados.

Estaba el cuadro que me había pintado, poseía un marco simple pero envejecido que provocaba un impacto mayor en la obra. Había una caja musical, estaba pintada a mano con dragones y dentro había una bailarina de madera con traje de tela blanca. La música que sonaba era la primera canción que él me había regalado, nuestro primer baile, mientras aún yo desconocía todo lo que él sentía por mí. El tercer regalo que abrí era una camiseta con uno de sus diseños, a la espalda se podía leer un poema escrito con su propia letra.

“Nos encontramos para sentir el amor,
el más ardiente y destructivo.
En este edén he conocido la felicidad
y por ello sigo a tu lado, en tu camino.

Porque los ángeles, en ocasiones son dragones.”

Me giré para observarle, había amontonado sus regalos y los contemplaba fijamente. No podía averiguar qué pasaba por su cabeza, sobretodo cuando acariciaba la tarjeta que había hecho hacía semanas. Todos los regalos los había ido comprando con cautela, pero lo primero que hice fue esa tarjeta.

-Es nuestra primera navidad con Anne, me has hecho el mejor regalo. No sé como agradecerte tanto amor, porque jamás pensé que alguien me lo daría.-dijo leyéndola en alto, para luego huir dejando sus regalos sin abrir.

Nuestra pequeña seguía ajena a todo. Abrazaba la infinidad de regalos que le habíamos hecho. Sin embargo, se paró para correr hacia mí y abrazarme. Yo intenté no llorar, sólo acariciar sus cabellos con una sonrisa amarga.

-¿Tiene mi niña todo lo que le pidió al gordo de rojo?-pregunté antes de sentir como me abrazaba.

-Yo ya tuve lo que quería, pero me gustan estos regalos de más.-dijo sonriendo con esa dulzura que me mataba, eran como mil dagas en ese momento.-Siempre quise que papá fuera feliz, ahora papá lo es y yo también. Tengo una familia enorme que me quiere.-comentó antes de tomarme del rostro.-Tengo que hacer un dibujo de todos.

-Mete también a Sebastian, él también es de la familia.-ella asintió antes de levantarse.-¿Lo harás en el libro de pinturas que te han regalado?

-Sí, pero sé que esto no fue Santa.-dijo tomándolo.-Fue Sebastian, porque él me estuvo preguntando si me haría ilusión un libro enorme para pintar.-se tiró al suelo y comenzó a dibujar, mientras yo abría el último regalo.

Era el último regalo de Kurou, no sabía si abrirlo o dejarlo de esa forma. Sería como admitir que pronto se acabaría la Navidad, que un día cuando despertara no estaría y en su lugar habría una carpeta con los papeles del divorcio. Así que me levanté con aquella caja entre mis manos, para subir hacia el dormitorio y encerrarme con el pestillo echado.

Abrí la caja con cuidado, primero hice que el lazo cayera y después levanté la tapa para quedarme en silencio unos segundos. Dentro había un álbum de fotografías, cuando lo saqué comencé a llorar al contemplar que en cada página había una fotografía junto a poemas suyos. También había dibujos hechos a mano, eran suyos porque reconocía sus trazos a la perfección.

-Este es el comienzo de mi vida, porque antes yo no existía.-pude leer como comienzo a una serie de imágenes, algunas de hacía más de cinco años, en las cuales salíamos ambos muy jóvenes, o eso me pareció a mí.

Cada viaje, misión y pequeño momento en el cual lograba que posara a mi lado se encontraba allí. Cuando iba hacia el final pude ver algunas que desconocía de su existencia, eran artísticas y por supuesto íntimas. En una de ellas estaba tumbado en la cama, con las sábanas revueltas y el cabello acariciando parte de mi tatuaje. Bajo esa imagen pude leer un poema que me provocó deseos de salir corriendo y besarlo, olvidarme de mis miedos y aceptar que era un idiota, que ambos lo éramos.

“Cuando naciste las libélulas te regalaron sus alas,
las amapolas ofrecieron su sangre salvaje
y los dragones te acogieron como único descendiente.
Naciste en plena noche, muy lejos de los destellos del alba.

La crisálida que envolvió tu piel se hizo una con tu corazón,
las espigas de trigo tiñeron tus oscuros cabellos
y la nieve decidió darte el color con el aroma de los cerezos.
Por eso yo me enamoré de ti, de tu belleza y tu pasión.

Ahora yaces en mi lecho, en silencio sólo roto por tu aliento,
soñando con magia y notas mariposas cubiertas de notas musicales.
Yo soy un afortunado, porque gracias a ti soy hombre.
Debo dar gracias hoy al destino por hacerme tu guardián y tu amante.”

La última fotografía pertenecía a un día cualquiera de nuestra ajetreada vida. Anne bailaba cerca del piano y yo tocaba. Las únicas palabras que se podían leer junto a esa instantánea me terminaron de destrozar el alma, dejándome sin aliento y sin sentido.

“Vida, es a lo que llaman respirar y sentir emociones que a veces nos destrozan.
Pero vida también es sentir gratitud por cada segundo, eso lo sé gracias a vosotros.
Os amo.”

Dentro de aquella enorme caja había algo más, un libro suyo. Era un libro de todos los escritos, ordenados por fecha y donde dejaba todos sus miedos. Comencé a leerlo con los ojos llenos de lágrimas, terminé aferrado a sus notas, porque todo aquello lo sabía pero era incapaz de expresarse de esa forma cara a cara. Incluso había referencias a Paulo Wilde. Estaba obsesionado con el ideal de hombre que yo buscaba y que él no era, pensaba que terminaría dándome cuenta y huiría. Sabía que se sentía inferior al resto de personas, pero jamás creí que podía llegar a esa obsesión tan estúpida.

Tomé conciencia entonces de la hora, prácticamente debíamos estar cenando. Salí fuera buscándolo, no estaba en la casa, hasta que lo hallé en el jardín con una carpeta bajo su brazo. Casi no lograba ver más allá de unos metros, puesto que las lágrimas me emborronaban la vista.

Fui hasta él, sin ropa de abrigo podía notar el aire como cuchillas. Sin embargo, sabía que hallaría entre sus brazos el calor que tanto amaba. Cuando lo alcancé, casi sin aliento, aspiré su loción y sonreí como un estúpido. Sin embargo, no sentí sus brazos rodeándome y tampoco un intento de estos para atraparme. Alcé mi rostro cubierto de lágrimas hacia el suyo, el cual estaba sereno como el de un ángel de piedra.

-He firmado los papeles del divorcio, como querías.-susurró.-Te dejo la custodia de la niña.-dijo tomándome por los hombros, para apartarme.-He comprendido muchas cosas, una es que no soy buen actor y no puedo seguir fingiendo que no pasa nada. Creo que mentir no está bien, menos a las personas que uno quiere y yo quiero mucho a Anne. Anne es mi hija, daría cualquier cosa por verla feliz, pero sé que mentir sobre que todo va bien no servirá para nada. Aún así, te pido que le hagas creer que me marché a trabajar y que volveré pronto.-dijo ofreciéndome la carpeta.-Un día, le dices que nos hemos peleado por culpa de la distancia y que todo acabó.-acarició mis mejillas secando mis lágrimas.-Te hice mucho daño, sé que he metido la pata otras veces pero...

-Kurou-kun, yo no quiero estos papeles.-murmuré temblando.-No tienes porque irte, no tienes porque dejarme.-intenté abrazarlo, pero me lo impidió.

-Yoshiki.-dijo con una amarga sonrisa.-No, yo no voy a quedarme a tu lado viendo como te hago daño y después lo perdonas todo. Soy demasiado posesivo, creo que todo el mundo te hará daño y quiero encerrarte en la torre más alta del reino. Deseo que seas sólo para mí, que únicamente pueda cuidarte yo y que nadie más te toque. Deseo tanto, con tantas ganas, ser especial y perfecto que termino desquiciado. Quiero ser el mejor ante ti, pero siempre habrá otros mejores que yo y te darán una vida más calmada.-sus palabras me dolían e hicieron que me quedara mudo por el pánico.-No sé compartirte, ni quiero aprender. Por eso es mejor dejarte libre de mi egoísmo.

-No quiero, no quiero que me dejes.-me caí de bruces en ese preciso instante, pero él me tomó entre sus brazos ofreciéndome su calor.-No, no quiero que me dejes.

-Eso dices ahora, seguro que cuando pienses con claridad verás que únicamente no quieres perder los buenos recuerdos.-susurró antes de besar mis labios, un beso desesperado que llegó a calmarme.-Seca tus lágrimas, date una ducha y arréglate porque será nuestra última cita.-murmuró provocando que volviera a temblar.-Y este ha sido mi último beso, un recuerdo que siempre llevaré conmigo.

-Kurou, no me dejes.-susurré.-¿Qué te dijo Kamijo? ¡¿Qué te dijo?!-grité zarandeándolo.-Olvida que te dije yo, que te dijo él. Olvida todo eso, olvida por favor.-supliqué en vano, porque se apartó echando a caminar hacia el garaje.

Me propuse en ese momento convencerle, vestirme para él con uno de mis mejores trajes a mi estilo. Vestiría llamativo, como siempre hice, y me dejaría de usar ropa tan sobria. Tomé la decisión de demostrarle que seguía siendo el mismo, igual que él. Mientras me arreglaba Anne comía, lo hacía sentada en el suelo con el plato en sus piernas.

-Deberías bajar a comer.-ella negó cuando le dije aquello, mientras me alborotaba un poco los cabellos.

-Quiero ver como papá Yosh se arregla.-dijo antes de dar un mordisco a su bocadillo.

-Comer tan poco de noche no es bueno, ¿eso es lo único que deseas?-ella asintió mientras me contemplaba.-¿Qué tal me veo?-dije sonriendo nervioso.

Me puse una camisa negra de encaje que se pegaba bien a mi cuerpo, dándome un aspecto algo femenino sin dejar lo masculino a un lado. Sobre la camisa sólo llevaría mi gabán rojo. Los pantalones que usé eran de cuero, también extremadamente ajustados, y unas botas bajas con cierta punta que siempre me recordaba a brujas, duendes y elfos.

-Te ves bonito.-murmuró quedándose con sus ojos clavados en los míos, como si intentara leer mis emociones.-Estás nervioso papi.-dijo señalándome el rostro, yo simplemente bajé su mano y la besé.

-Papá ya se tiene que ir, pero si quieres dormir aquí se lo dices a Sebastian. No quiero que esté histérico porque no te ve en tu cuarto, siempre le llamo para saber si duermes bien y no quiero que lo sofoques.-ella asentía algo distraída con su cena.-Anne, pórtate bien.

-Sí.-dijo con una enorme sonrisa que me provocó estrecharla y besarla, durante un buen rato.

Estaba nervioso, nuestro futuro se jugaba con las pocas cartas que tenía. Debía hacer que recapacitara, como yo había hecho. Estuve a punto de caerme por las escaleras, porque al verlo trajeado tendiéndome la mano como si fuera una visión de otro mundo, mis piernas fallaron. Sonreí abrazándome a él, sintiendo su cuerpo cálido pegado al mío y deseando que así fuera. Aquellas fotografías, sus textos y todo lo que él tenía para brindarme me habían hecho ver los motivos de su reacción. Ya no tenía miedo, porque quien los poseía era él.

Había preparado uno de los automóviles, siempre hacía un chequeo antes de cada salida. Nada más montarnos encendí la radio y comencé a cantar, mientras rezaba porque me mirara. Sin embargo, iba con sus ojos fijos en la carretera y para mí no tuvo ni un instante. Cuando subí por las escaleras del teatro, aferrado a su brazo, noté como algunas mujeres lo miraban y sentí unos celos horribles. Aún tenía mi anillo de bodas en la mano, pero sabía que él era libre al fin de mirarlas si quería. Incluso era libre para regresar con ellas y no conmigo.

Ya en el placo no hice caso de la obra, por muy innovadora y espectacular que fuera. Estuve todo el tiempo pegado a él, mordisqueando su cuello. Buscaba sus labios, pero él me negaba su boca y con ello el fundirme en ellos como si fuera lava.

-Kurou.-susurré.-Mi dulce gigante, ¿por qué no me dejas que te bese?-murmuré apoyando mi cabeza en su hombro.

-Tomé mi decisión, igual que tú la tomaste hace días.-su tono fue seco y frío, como si me hablara de un expediente cualquiera.

Cuando terminó la obra todos aplaudían y yo sollozaba. En ese momento, su frialdad aparente se deshizo y pude notar sus labios pegados mi frente. Nos marchamos del palco, tomados de la mano y sin preguntarnos qué debíamos hacer. Tan sólo quería disfrutar de la noche con él, quería que fuera la mejor de su vida y que aprendiera una lección importante. Esa lección era que yo le necesitaba tanto como él me necesitaba a mí.

La noche era algo fría, pero no me importaba si me helaba con tal de estar al lado suyo. Podía sentir su mano estrechando la mía, uniendo sus dedos como firmes cadenas. Mis pies se movían ágiles, no sentía agotamiento alguno. Estaba por pedirle que nos casáramos de nuevo, de improviso y sin que pudiera negarse. Recordé aquella tarde en el lago en la cual le dije que deseaba ser su esposo. Él tomó aquello como una broma, pero pocas semanas después estábamos en el juzgado besándonos de forma ansiosa frente a cuatro invitados. Me sonrojé recordando su sonrisa tímida y dulce de aquellos días, así como su forma cuidadosa de estrecharme entre sus brazos pensando que me iba a romper. Siempre había sido gentil y caballeroso, como si fuera la dama que debe rescatar del castillo.

Entonces noté demasiado silencio, soltó mi mano para aferrarse a mi cintura. La calle estaba desolada, la farola que iluminaba aquel tramo tintineaba, como si fuera a morir pronto de agotamiento, y la siguiente aparentemente estaba fundida. Noté pasos a mi espalda, pero al girarme no vi a nadie. Kurou se aferró con mayor insistencia a mí, sabía que se preparaba para cualquier posible emboscada.

-Oh, admiren a la pareja feliz.-susurró una voz en tono tétrico que por el eco surgía de la zona más lúgubre de la calle.-Admiren a Richard Clawson y su geisha cuyo nombre es tan largo como estúpido.-aquel tono de voz sosegado y cruel me hizo estremecerme buscando el cobijo de los brazos de mi pareja, simplemente por miedo a lo desconocido.

Había ido desarmado, era una noche en el teatro y no una misión. Pero sabía que Kurou siempre llevaba consigo sus armas. Eran bisturís, navajas y cualquier cuchillo de pequeño tamaño eran sus favoritas para hacerlos pasas por inadvertido o simple adorno.

-¡Sal maldito cobarde y da la cara!-exclamó provocando que nuestro asaltante riera de forma macabra.

-¡Yes, my lord!-dijo alzando la voz, apareciendo frente a nosotros.

Me quedé congelado. Sus cabellos castaños con betas color miel, su color de pelo natural, así como su joven rostro y su sonrisa falsa, de cínico sin remedio, eran de Dorian Lambert. Caminaba sin cojera aparente, a pesar que poseía una pierna biónica. Era el mismo individuo que Kamijo dejó vivir para que recordara su clan, el Sakine, que con el poderoso imperio Yuuji nadie debía osar perturbar. El mismo que se deshizo de su jefe, de parte de su clan, con sus propias manos y que había tomado relevancia generando terror allí donde pasaba.

-¡Tú!-grité.-¡Bastardo! ¡Tú te llevaste a mi niña!

-Lo pasamos bien.-susurró remarcando su acento inglés, como si fuera un caballero sofisticado y no una miserable lagartija.

Kurou se movió rápido y escuché tres disparos, así como la risa macabra de Lambert en el ambiente, los pasos rápidos de varias personas, el aliento entrecortado de mi dulce Gigante y el revuelo de las calles aledañas... fueron lo primero que sentí.

-¿Estás herido?-pregunté entre sollozos, porque el pánico me pudo.-Kurou.

-Sólo ha sido el hombro.-murmuró con una muesca de dolor, la misma que se transformó en horror.

-Eso está bien.-dije calmado, puesto que si era sólo el hombro significaba que en unos días estaría de nuevo haciendo de las suyas. Si bien, eso fue antes de toser sangre, lo cual me alarmó.-Kurou, ¿por qué toso sangre?-mi vista se desvanecía, igual mi cuerpo, y la quemazón que comencé a sentir, era como mordidas rabiosas en mi vientre y en uno de mis hombros.-Me duele.-fue lo único que recuerdo haber dicho antes de notar como tomas mis fuerzas me abandonaban.

Logré escuchar los rugidos de Kurou, el llanto atroz de una bestia herida en medio de la noche. Como si un demonio desplegara al fin sus alas mientras la rabia, el dolor y el terror le consumían. Sus lágrimas mancharon mi cuello, también mi rostro, mientras su sombrero caía y sus cabellos rozaban mis mejillas. Sensaciones que eran como caricias comparadas con el dolor agudo que me mantenía prácticamente inconsciente, hasta que dejé de sentir incluso ese dolor tan insoportable.

“Dulces sueños mi ángel,
que las amapolas rocen tus labios
y el trino del alba no te despierte.
Dulces sueños mi príncipe dragón.

Hoy nos veremos en el vergel,
ese del cual tanto hablas
y podremos decirnos adiós.
Hoy susurraré en tus oídos mi canción.

Dulces sueños mi pequeño mundo,
en el cual reposa tu alma.
El envoltorio de celofán se ha roto
y ha dejado ver tu crisálida.

No olvides que te amo,
no olvides jamás.
Dulces sueños mi ángel...”

1 comentario:

Athenea dijo...

¡¡Yoshiki no puede haber muerto!! Si no, ¿cómo narra la historia? XDDD. No puedes dejarme así, sin saber qué va a pasar entre esos dos. ¿Muere Yosh? ¿Acaban juntos? ¿Acaban juntos y muertos? Y Lambert... Ya sabía yo que era un vil cabritillo.

Joder, ahora que se estaban arreglando las cosas entre Kurou y Yosh aparece este... En serio, ha sido un final de lo más inesperado, te lo has currado.

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt