Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Tenshi - Capitulo 3 - Sombras chinescas - Parte III



Te amo Carolina.


Tenshi cuidará de tus heridas, de tus ojos profundos y de cualquier rasgo de dolor que aún quede en tu sonrisa.





Cerré mis ojos unos instantes aspirando con ansiedad su perfume a canela, así como la arcilla de sus botas y la lavanda que llevaba pegada a su vestido. A mí vinieron recuerdos que me torturaron unos segundos, sus ojos cubiertos de lágrimas y sus manos rodeando mi cuello rogando seguir con vida de alguna forma. Noté entonces que la presión de mi pecho desapareció, aquel hueco había sido rellenado por las fantasías que se formaron en mi mente.

Imaginé su pequeña figura girar como bailarina bajo la nieve, sus cabellos se movían con la misma elegancia que los pliegues de su falda. Cada copo de nieve que llegaba a su cuerpo era como un beso, una caricia de las plumas arrancadas al ángel de la guarda. Su sonrisa era la luz de aquel jardín, iluminándolo alejando las sombras grotescas que allí anidaban. El eco de su risa era una canción de caja musical, simple magia. Quería verla como un hada, tal vez una pequeña luciérnaga, que seducía mi mundo dándole un calor y un brillo que jamás había logrado sentir ni ver.

Permanecí saboreando aquella imagen unos segundos, despertando aterrado de aquel cuadro al ver su cuello manchado por la marca de mis colmillos. Deseaba su sangre, lo hacía igual que el primer día, y sin embargo algo en mí me mantenía alejado. Tal vez, quería cumplir mi sueño de contemplarla girando sobre sí misma. Una rosa roja en medio de una ventisca, eso era.

Su voz era como el eco de la lluvia, calmaba mi ansiedad. Sin embargo, sentía mi garganta seca y podría notar que aumentaba el sonido ronco de mi respiración acelerada. Huí sin ser visto ni sentido por ella, si bien Frederick había estado tenso. Mis pies volvieron a tocar la nieve, mientras mis ojos buscaban el camino a seguir aquella noche.

Comencé a correr desorientado, ya que me guiaba únicamente el instinto. No había ansiado la sangre hasta que ella estuvo en mi presencia, como si fuera el revulsivo indicado para abrir mi apetito. La rabia de no poder abrazarla, arrancar su vestido y arroparla con mi cuerpo desnudo me descontrolaba. Deseaba que nuestro encuentro fuera como aquellos lejanos recuerdos, esos que ambos poseíamos como si fueran puro cuento.

Las carreteras estaban cortadas, muchos conductores se habían quedado aislados en sus vehículos. En un punto muy aislado un transportista bajaba de su camión. Caminaba frotando sus brazos, manos y rostro, mientras buscaba unos matorrales donde desahogarse. La gorra con el logotipo de su empresa era reflectante, así como el chaleco que llevaba sobre su plumón. Sus pantalones eran amplios y pertenecían a su mono de trabajo, bajo estos llevaba otros aún más abrigados. Las botas viejas, marrones y desgastadas, pisaban la nieve con precisión y cuidado. Con dificultad se veían sus ojos, pues tenía tapada la boca con una bufanda hecha a mano por su mujer.

Caí sobre él como un animal salvaje, no le dio tiempo ni a reaccionar. Pudo haber gritado, pero estaba tan aterrado que era incapaz de abrir la boca. Su mandíbula quedó congelada, igual que el paraíso helado que nos rodeaba. Estábamos alejados de la vista de todos, podía actuar salvaje y dejando un rastro irrefutable de vampiro cazando de forma instintiva.

Pronto de su garganta manó un potente y cálido chorro de sangre, nada más apartar algo sus ropas y clavar mis colmillos. Sus manos se aferraron a mis brazos, como única forma de intentar alejarme. En su cabeza comenzaron a llegar imágenes de sus hijos, su mujer y el último desayuno familiar hacía unos días. Venía del sur, de donde hacía mucho mejor tiempo, y su mujer le había hecho aquella bufanda para protegerle más hacia el norte cuando ella no pudiera abrazarle. Lo dejé seco, sin remordimiento alguno pese a las palabras y fotografías de momentos que no regresarán.

Me aparté jadeando por el calor que me recorría de pies a cabeza, mientras mis dedos aún eran garras afiladas y aferradas a su chaleco. Tiré de él contemplándolo, como si fuera el envoltorio de una chocolatina, para arrojarlo entre los arbustos de la cuneta donde se disponía a orinar. Allí quedó mientras mis piernas se hundieron en la nieve, la cual iba tomando cada vez mayor espesor y al hundir mis piernas podía notar como me atrapaba.

-Caes en tus mismos errores, abismos con sabor a sangre.-murmuré deshaciéndome de la ropa, arrojándola como si estuviera rodeado por fuego, no por el infierno gélido de las nieves.-Ces en tu miseria, en la miseria de desearla demasiado y no te atreves siquiera a tocar una hebra de sus cabellos. Temes romper el maldito encanto, o tal vez sabes que el encanto vendrá cuando la tomes entre tus brazos.-dije ya completamente desnudo, cayendo sobre la nieve y sintiendo un frío tan intenso que podría calificarse como más de cien dagas golpeando cada milímetro de mi desnuda figura.-¡Piensa maldita sea!-vociferé antes de alzarme hacia los cielos en mitad del inicio de una ventisca, una que comenzó a silbar mientras me empujaba contra el tejado de mi propia guarida.

Terminé aterrizando sobre aquellas viejas tejas, produciendo un fuerte ruido porque el viento parecía no desistir en su empeño de golpearme con violencia. Me deslicé con rapidez por la fachada, intentando no ser visto ni oído, hasta llegar a mi guarida habitual. Allí, encerrado entre los fuertes y consistentes muros de la bodega me sentí minúsculo. La naturaleza de mi instinto me dominaba y yo perdía los papeles. No sólo tenía que soportar el recuerdo del paso del tiempo reflejado en las dos únicas personas que me importaban, en Soledad y Frederick, sino también en la incapacidad de dominar aquello que creía resuelto.

Decidí sentarme en un pequeño despacho, tan sólo cubierto por algunos restos de nieve, para escribir palabras que resonaban en mi mente taladrándome. Tomé una de las hojas impecables que siempre tenía a mano, saqué el tintero del cajón y comencé a derramar palabra por palabra en aquel pedazo de papel.

“Las luciérnagas que se posan en tu falda iluminan tu rostro, la sonrisa amarga que portas es tan triste como las lágrimas de un ángel. Tu boca es pequeña, diminuta, no así las pestañas que pueblan tus enormes ojos que parecen perlas. Piel clara y suave, como las alas de un ángel, pero fría como la nieve y delicada como la porcelana. Pequeña hada, dulce mariposa, diosa de jardines místicos de frutos prohibidos. Eres la flor en la montaña que resiste las nevadas, el vértigo y el aire que no arrecia. Tan bonita, tan perfecta, y a la vez con mariposas negras sobrevolando tus cabellos de ébano.

Niña perdida de piernas de bailarina, suspiros de mujer que anidan en tu pecho de caja musical. Obra perfecta de mil poemas y odas a ninfas que jamás se asemejaron a ti. Diosa de la infancia perdida y los sueños robados que borda con paciencia nuevos, otros tantos, que quizás se cumplan y tal vez sean los pétalos de las margaritas que desnudas. Mujer de escasa estatura, piernas delicadas y heridas en el alma provocadas por la guadaña de la vida.

Maravillosa visión de cuento de hadas en triste y sucia realidad, trazos de tinta que no se borran y se convierten en mares. Eres el tesoro, la luz y el aire de las aldeas de espíritus desvergonzados que besan tus mejillas sonrojadas. Cuadro lleno de trazos, colores difuminados, que te dan el toque de espectro que no sabe nada pero calla tanto...

Y por eso te amo, porque pareces imposible e inalcanzable... pero eres el pequeño trozo de paraíso que me da vida.”

Me descubrí escribiendo una carta de amor, la cual destrocé de inmediato perdiendo la poca cordura que poseía. Subí arriba, debido a un impulso que no quise ni pude controlar, donde ambos descansaban. Frederick leía un viejo libro, poseía poemas y canciones rescatadas de la memoria popular de varios pueblos, mientras ella ya dormía apaciblemente. Rondé el pasillo caminando de un extremo al otro, intentando mantener la calma y finalmente abrí la puerta de aquella delicada criatura.

Los primeros pasos fueron indecisos, pero acabé sentado sobre una de las esquinas del colchón. A sus pies observaba su cuerpo frágil respirar con calma, mientras que yo lo hacía a duras penas por la agitación. Estaba desnudo, frío y aún algo empapado. Debido al peso que mi cuerpo ejercía la desperté.

Me miró atónita intentando retener un grito, sin embargo su cuerpo se destensó y sus ojos se volvieron curiosos. A pesar de lo opacos que podían llegar aquellos campos verdes, tan verdes como intensos, parecieron brillar y mostrarse sutiles. Me contempló durante unos instantes, para sonreír casi instantáneamente.

-Otra vez tú.-dijo antes de aproximarse a mí.-Como cada noche vienes a verme, en mis sueños.-murmuró acariciando mi rostro con sus manos.-Juegas conmigo y nada más llegar el día desapareces, como si fueras un vampiro y no un ángel.-murmuró antes de rozar mis labios con los suyos.-Siempre en silencio, contemplándome como un depravado, y desnudo como si no importara las ropas y su atadura.-pareció sorprenderse de nuevo, para después abrazarse con una necesidad parecida a la mía, aunque yo sólo sentía de esa forma cuando la sangre me llamaba y me rogaba que siguiera el ritual ancestral y necesario.

-Siempre yo.-murmuré antes de besar su frente caliente, como sus mejillas y su cuerpo por entero.

-Hoy pareces tan real como cuando era una niña, hueles a pino y barro.-dijo haciéndose hueco en mi regazo, permitiendo que la rodeara como hacía con mis víctimas.-Abrázame y no me sueltes, tengo miedo. Siempre tengo miedo, salvo cuando me abrazas.-susurró en un tono de voz tan bajo que únicamente lo hubiera podido escuchar yo, aunque Frederick hubiera estado sentado a mi lado.-No me sueltes, no quiero caer y romperme.

1 comentario:

MuTrA dijo...

Increiblemente dulce, y a ratos extremadamente vívido y real. Me ha gustado mucho esta tercera entrega del capítulo.

Besotes. :******

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt