Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 24 de enero de 2012

El caso - New York, New York - Capitulo 1 - Parte 2





Los recortes de periódico eran sobre algunos camellos, así como casos de asesinato, que para mí no tenían relación alguna con mi vida actual y tampoco parecían relacionados unos con otros. Todo parecía estar formando una pista, la huella de mi zapato. Era una gran pista sobre mi pasado, la cual me haría recordar y enfurecerme, pero en ese momento lo había olvidado por completo. Sólo parecía un intento desesperado de un maníaco obsesivo. Aquello no era nada, sólo basura y suciedad.

La noche se volvía más intensa, menos cálida y más siniestra. Las sombras de mi apartamento parecían venir a por mí, igual que la Parca, para llevarme de vuelta al infierno. Pasaba mis manos sobre mi rostro, la barba de unos cuantos días pinchaba bastante y comenzaba a sentirme sucio. Por mi cabeza rodaba una única idea, esa era el suicidio.

-Debí pegarme un tiro nada más haberme despertado.

El vaso de agua en la mesilla de noche era tentador para acompañarlo con varias pastillas, pero no tenía quizás el valor o las fuerzas necesarias para hacerlo. Sentía que era mucho de boquilla y nada de acción, como cualquier otro perdedor. Mis ojos se clavaron el las manecillas del reloj despertador, un modelo antiguo que me recordaba que cada segundo de mi vida lo desperdiciaba, estaba desperdiciado, y otro seguro que le sacaría partido.

-¿Por qué estoy vivo? ¡¿Por qué?! ¿Por qué demonio no morí yo y se salvó otro? ¿Qué estúpido juego es este? ¿Estás son tus putas oportunidades? ¡Dime Jesús! ¡Maldito seas! ¡Si no me querías en el Cielo me conformaba con el infierno! ¡Allí al menos tendría piernas para follar con las putas que Satanás me brindaría!

Sentía rabia contra el universo, contra cualquier creencia. Estaba frustrado. La situación me podía. No quería estar allí. Prefería la vida de cualquier chupatintas sin vida social, de esos que viven con sus viejas madres las únicas que les ve atractivo. No tenía nada ni nadie, sólo un piso maloliente y ropa arrugada en una maleta. Ni siquiera me quedaban muchas esperanzas, pronto me consumiría y si seguía respirando era porque quería saber al menos quién fui, aunque fuera en el último segundo de mi patética vida.

Tomé el vaso de agua sin pensarlo, para después tomar impulso y arrojarlo contra la pared. Explotó quebrándose en mil pedazos, uno de ellos saltó hacia mi y me cortó el pómulo, muy cerca del ojo. Aquello me hizo explotar a mí. Estallé en un llanto amargo, en la desesperación más intensa y dolorosa. Mi rostro se mojaba por la sangre y las lágrimas, así como aquellos viejos periódicos quedaban emborronadas sus letras con el agua.

Acaricié con la punta de mis dedos la cadena de plata que llevaba al cuello, en ella tenía una cruz a la cual se le había desprendido el cristo. No sabía si siempre había estado así, o quizás yo mismo lo había arrancado por furia. Era de lo poco que me quedaba. Mis ojos se cerraron mientras gruñía, lo hacía bajo y cansado. Mi mano se cerró en puño entorno a la cruz y de mis malolientes labios se podía leer un padre nuestro.

-Perdona mis pecados, como los pecados de todos aquellos que dicen amarte y luego te dan la espalda. No soy más que el fruto del odio y la desesperación. Si esto es una prueba sólo lograrás que deje de creer en ti, no me dará ánimos para seguir demostrándote que me arrepiento. Aunque no sé como me voy a sentir arrepentido si desconozco los motivos por los cuales me condenas al infierno antes de tiempo, porque esto es el infierno. ¿No es así?

El infierno era aquel lugar donde pagábamos nuestros pecados con dolor, sentíamos la ira de Dios en los ojos de un demonio y terminábamos arrepentidos mientras llorábamos por no sentir los brazos de nuestras madres. Éramos condenados. Yo me sentía condenado, peor que en cualquier prisión maloliente de este país para ilusos. Allá donde miraba veía suciedad, almas quebradas y algunas llevaban sotana. Sin embargo, yo era el peor de todos. No recordaba cual eran mis pecados ni como solucionarlos, por lo tanto jamás saldría del infierno. Sólo era un lisiado intentando recordar como salir de un laberinto.

-Si al menos recordara si logré amar, sufrir o porque estaba en ese callejón.

Siseé sacando de la cajetilla el último cigarro. Miré aquella silueta alargada, ese tubo lleno de droga legal y tan adictiva como el café, antes de prenderlo como bruja en la hoguera. Varios de mis mechones rubios cayeron sobre mi frente, acariciando mis finas cejas. No era mi marca de cigarros, lo sabía porque parte de mí recordaba y reaccionaba a los estímulos. Por ello fumaba, porque nada más despertar pedí un cigarrillo.

Tenía recuerdos, breves, pero ninguno importante. El golpe en la cabeza había hecho añicos todo lo que fui, aunque al parecer lo que buscaban con esa paliza era matarme. Pudieron pegarme un tiro, pero al parecer era gastar demasiado en un individuo como yo. Era mucho mejor pegarme patadas y golpearme con el bordillo de la acera. Tal vez no era un ajuste de cuentas, sino un robo que salió mal. Lo cierto era que recordaba el sabor del cigarro, algo insignificante comparado con el rostro de mi capullo que me había dejado de esa forma.

-Sólo te tengo a ti, sólo a ti.

Mis manos temblaban, comenzaba a tener frío y la caldera de ese viejo edificio fallaba. Desde que había regresado, hacía poco más de una semana, se había roto en dos ocasiones. Era lo malo de los viejos edificios, tenían achaques como cualquier viejo. Mis labios presionaban la boquilla del cigarro, mientras humedecía con mi lengua la punta de aquel corcho, y mis dedos intentaban no soltarlo.

-Me odio, odio a todos. Pero maldito tabaco, eres mejor que cualquier amigo.

Empecé a reír a carcajadas, igual que si hubiera perdido por completo el juicio, pero estaba cuerdo. Era gracioso que dijera aquello, tenía su punto trágico y cómico, no sabía que era tener un amigo y sin embargo hablaba como si me hubieran decepcionado cientos de ellos. Aunque teniendo en cuenta que la humanidad no me agradaba, ni yo a ella, era de suponerse que mis amigos fueran escasos, por no decir que carecía de ellos con todas las de la ley.

1 comentario:

Athenea dijo...

Como ya te dije en mi anterior comentario, me gusta la atmósfera decadente y oscura en la que estás enmarcando la historia, aunque también te digo que espero que este hombre encuentre la luz al final del túnel, o, al menos, consiga desenterrar su pasado de las montañas de tierra que la amnesia ha puesto sobre él. El detalle del tabaco, si bien es un cliché típico de los relatos con personajes solitarios y decadentes, es lo único que hace al personaje medianamente humano. En ese aspecto me ha recordado a la "Metamorfosis" de Kafka, cuando el bicho se aferra al único cuadro que queda colgado de la pared de su habitación para no perder del todo su humanidad. Me va gustando la historia. ¡Un beso!

Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt