Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 27 de enero de 2012

El caso - New York, New York - Capitulo 1 - Parte 3





Empecé a reír a carcajadas, igual que si hubiera perdido por completo el juicio, pero estaba cuerdo. Era gracioso que dijera aquello, tenía su punto trágico y cómico, no sabía que era tener un amigo y sin embargo hablaba como si me hubieran decepcionado cientos de ellos. Aunque teniendo en cuenta que la humanidad no me agradaba, ni yo a ella, era de suponerse que mis amigos fueran escasos, por no decir que carecía de ellos con todas las de la ley.

Fumé con ansias aquel último cigarrillo, de igual modo que un condenado a muerte saborea su última comida. En la punta de mi lengua tenía tantas palabras por decir, pero a nadie a quién contárselas. Estaba solo, desechado en un mundo donde lo poco que valíamos eran nuestros recuerdos y el precio que le pondríamos si quisiéramos venderlos. Yo no tenía nada, ni valor siquiera como desperdicio. Era basura, la basura no suele ir muy lejos.

En mi mente había una fecha, una hora y un nombre. Era la cita del médico, tendría que verlo al día siguiente a primera hora. Mi estado actual era mental, supuestamente había sufrido un shock traumático. El hecho era que si no caminaba era porque mi mente no reaccionaba, puesto que mis piernas seguían siendo sensibles. Sin embargo, me negaba a reconocer que eso fuera de ese modo. Deseaba poder moverme, así como recordar, pero el golpe había dejado mi cerebro hecho papilla. Aún me dolía el cuerpo, después de tantos meses, como si los puños volvieran a sacudirme en medio de aquella penumbra.

Algunos días, no todos, pensaba que quizás no debería recordar toda la mierda de mi pasado, la misma que me esperaba asechando en los rincones de cada esquina. Estaba seguro que fuera quien fuese que me había intentado matar lo volvería a intentar, pasado un tiempo prudencial. Tal vez, no lo habían hecho porque estaba impedido y tan vacío como una caja de embalaje. No tenía nada, sólo trozos de vida que se quedaba en papel mojado.

Me recosté en la cama, tan revuelta como mis sentimientos patéticos y miserables, para mirar el techo cargado de humedad y leves grietas. Me sentía afortunado, porque al menos yo tenía un techo al que escrutar y otros no llegaban a tener cartones. Si no me recuperaba pronto y encontraba algún trabajo, por bajo que fuera, me quedaría sin dinero y sin él no podría pagar la pocilga que llamaba dulce hogar.

En mi mundo no había luz, ni esperanza, sólo sufrimiento y desánimo. Únicamente poseía un deseo y era recuperar al menos la imagen del cabrón que me había enviado a una silla, quitado lo poco de humano que tal vez tenía, provocando que quedara como un ángel que se estampa contra el suelo. Podía permitir quitarme yo mismo las alas, pero que otro me las quitara me frustraba. Percibía que era escombros antes del asalto, sin embargo yo era quien debía decidir si quería ser demolido por completo o seguir como esas feas estatuas que dicen ser parte de un mundo más moderno.

Cerré los ojos un instante, juro que sólo fueron unos segundos, pero pude notar como alguien me observaba desde alguna esquina de aquella habitación. Un sudor frío me recorrió el cuerpo, alargué la mano y tomé el revolver del cajón. Al abrirlos no había nada, sólo la podredumbre de siempre. Pero aún puedo jurar que unos ojos desconsolados me contemplaban como la Virgen María a su hijo clavado en la cruz.

Mi ritmo cardíaco se aceleró, así como mi respiración se hizo fuerte y torpe. Sentía aquella mirada pegada a mí, incluso podía notar la respiración agitada de otra persona cerca de mi cuello soplando los vellos de mi nuca. Mis sábanas se empaparon de sudor, un sudor frío que no paraba de brotar, mis manos estaban cerradas en puño mientras rogaba por la salvación de mi alma. Desconocía si yo alguna vez había sido creyente, o si Dios se apiadaría de mí, pero el Padre Nuestro surgió de mis labios con vehemencia.

Mis sususrros parecían tener eco, como si alguien hiciera las mismas alabanzas a Dios junto a mí, en mi oído. Podía notar los labios fríos cerca de mi cuello, besando mis mejillas y dejando leves palabras de aliento en mi oreja. Iba de un lado a otro de la cama, como si danzara, si bien terminó frente a mí esa sensación gélida y pesada.

Mi cuerpo pesaba casi veinte veces más, ni siquiera podía abrir los ojos. Abrí la boca intentando emitir un grito de dolor y terror, como si fuera el último suspiro de una larga agonía. Mis pulmones parecían ser agarrados con fuerza demoníaca, así como mi corazón y vísceras. Sentía una mano helada jugando con mis órganos, coqueteando con ellos como si fueran las hebras rubias de mis revueltos cabellos.

El peso de mi cuerpo se alivianó, así como esa sensación de angustia, abrí los ojos armándome de valor. Y por asombroso que pareciera tenía ante mí la imagen exacta de un ángel. Sus cabellos rubios caían sobre sus hombros hasta su cintura, rozándola con delicadeza. La ropa que llevaba era blanca, como la bata de un psiquiátrico pero con el toque estrafalario de las sotanas de los hombres santos. Sus ojos eran claros, tan azules como los míos pero con un toque verdoso parecido al de un bosque de cuento de hadas.

-¿Eres tú quien ha venido a rescatarme de ese demonio?

Aquello no tenía sentido, pero mi vida también carecía de sentido alguno. Tal vez la muerte había venido a buscarme, si bien Dios había enviado a uno de sus ángeles para protegerme. La absurda idea de un ángel salvando a un demonio, a un drogadicto que no recordaba ni sus adicciones, podía ser cómica pero estaba tan cagado de miedo que no hice comentario alguno al respecto.

-¿Rescatarte? Tú me has condenado.

Fue su única respuesta de sus labios, pero no de sus acciones. De forma rápida e imprevista sacó un cuchillo y se cortó el cuello. Su garganta empezó a empaparse de sangre, sus ojos se volvieron dos orbes negras, y su piel se volvió grisácea lejos del color de rosa silvestre que había poseído en un principio. Cayó a mis pies, empapando las sábanas y el colchón con su vida.

Comencé a gritar cerrando los ojos con fuerza, como si me quemara su imagen destrozada frente a mí, y al abrirlos otra vez, para asegurarme que aún permanecía allí su cadáver, ya no estaba. El sol despuntaba por los altos edificios, la vida nocturna cesaba y dejaba paso a los altos ejecutivos buscando en el café la solución a su vida de insecto urbano.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt