Hacía tan sólo unas horas de su
conversión como vampiro. Su belleza estaba dando paso a otra aún
más enigmática. La noche le daba unos rasgos más finos, las suaves
arrugas que estaban comenzando a aflorar desaparecieron, y sus ojos
verdes parecían piedras preciosas similares al jade. Su cabello
estaba perfectamente peinado y descendía hasta la cruz de su
espalda. Tenía una boca sugerente y trémula. Aún sollozaba por la
hermosa visión que le proyectaba las sombras que dejaba a su paso la
luz de la luna. No puedo clasificar lo atractivo que se veía, ya que
estaba arrebatador. A penas vestía una camisa que estaba abierta,
manchada de su propia sangre, y unos pantalones que pronto tendría
que cambiar por la muerte mortal.
–Aún te mueres, puedo notarlo–dije
sentado en mitad de aquella plantación–. ¿Vienes mucho a ésta
capilla?-pregunté mirando los alrededores y lo cuidada que estaba–.
Sé que lo haces, no sólo por todo lo que puedo ver.
–Lo hago, pero ¿puedo hacerlo aún?
¿no soy ahora un demonio? – su voz sonó distinta, pues incluso la
muerte mortal ofrecía un nuevo timbre de voz.
–¿Y qué importa? Deberías venir si
así lo deseas – me encogí de hombros observando sus rasgos
mientras me controlaba a duras penas.
–Era de mi hermano, el cual murió...
–esa historia la conocía muy bien.
–Sí, muy triste todo. Tú te
volviste alcohólico agravando el sufrimiento de tu familia,
malgastabas el dinero en juegos de azar y mujerzuelas, y lo más
importante terminaste en mis brazos –esbocé una cínica sonrisa
estirando mis brazos hacia él, los cuales rechazó frunciendo el
ceño entre molesto y confuso–. Hasta hace unas horas no había
secretos entre ambos, tu mente era un libro abierto para mí y podía
bucear en sus páginas. Cher, deja de fustigar tu y examina el mundo
que hay a tu alrededor– giré mi cuerpo lentamente extendiendo mis
brazos hacia el cielo y reí –. Oh, Louis... tenemos un gran futuro
juntos.
–¿Qué futuro hay?–interrogó
abrazándose a sí mismo y yo corrí a tomarlo por los brazos. Agarré
sus carnes aún blandas, pero fibrosas, mientras sonreía fascinado.
Estaba rendido a sus pies por completo.
–Décadas, cientos de años, quizás
miles de años para verlo frente a nuestras narices–mientras
intentaba convencerlo él se zafó de mí manoteando.
Supe que deseaba llorar fuertemente y
suspiré hastiado. Estaba comportándose de forma patética. Él
ahora era un vampiro y debía aceptar que quiso serlo, con todas sus
consecuencias y privilegios, mientras que yo no tuve esa opción.
–Estás comenzando a
cansarme–mascullé.
–¿Cansarte?–su voz sonó quebrada,
como si eso le afectara–. ¿Te irás y me dejarás solo?
–Puede– respondí.
–¡No puedes irte y dejarme solo! ¡No
sé nada!–se arrojó precipitadamente a mis brazos y yo lo rodeé.
¡Ah! ¡Qué magnífica sensación fue
aquella! Él aún estaba tibio y podía sentir como quería que lo
estrechara con firmeza. Su rostro se hundió en mi torso y sollozó.
Mis manos se movían sobre sus cabellos azabaches y su espalda algo
estrecha para ser un hombre.
Aspiré su aroma corporal que aún
permanecía en él mezclado con el fango, la sangre ingerida y miles
de otros aromas adheridos a su piel. Podía sentir su sudor y también
ese perfume único que tan sólo él tenía. Mis manos lentamente
fueron hasta su cintura estrechándola con cierta gula.
–No me iré, no me iré porque me
quieres y no puedo ser tan cruel ¿o sí?–tenía los ojos llenos de
confusión y, aunque no podía leer su mente, pude sentir como se
estremecía con cada caricia–. Pero, te has portado muy mal Louis.
–¿Qué puedo hacer por ti? ¿Qué?
No quiero sentirme desplazado en éstos momentos. Necesito de tu
apoyo, porque siento que me voy a marear–reí jugando con los fríos
dedos de mi mano derecha dentro del cuello de su camisa. Rozaba su
piel tibia esperando alguna reacción por su parte.
Me incliné hacia él hundiendo mi
rostro en aquella masa espesa de cabello negro. Mi nariz rozó el
lóbulo de su oreja izquierda, así como con mi aliento y mis labios,
antes de dar una lamida a ésta y hablar.
–¿Alguna vez has sentido la
virilidad de un hombre?–pregunté aquello porque no indagué en
ello las veces en las cuales nos encontramos, claro que él no deparó
en mí y yo sí en él.
–No– su cuerpo tembló como un
junco en medio de grandes ráfagas de viento.
–Bien, hoy aprenderás a dar placer a
un hombre–agachó la cabeza ocultando bien su rostro. Podía sentir
el deseo naciendo de él, pero no podía leer su mente.
Las prostitutas jamás le saciaron y en
su mayoría sólo las usaba para conversar. Horas interminables de
llantos insufribles que soportaban porque era mejor que gemir
fingidamente. Él necesitaba a un hombre que le mostrase el placer
del sexo.
Mis dedos algo fríos, debido a la
pérdida de sangre para darle de nuevo la vida, provocó que se
estremeciera. Los escasos botones que aún quedaban salieron
rápidamente y la camisa cayó al suelo. Estábamos frente a la
capilla a ojos de cualquiera, pero a mí no me importaba y parecía
que a él tampoco.
–No, por favor.
–No tienes derecho a decir que no–mis
palabras provocaron que se alejara tras golpearme.
Tropezó en su huida con las raíces de
un ciprés cercano. Sus nalgas quedaron en una postura deliciosa pese
a la ropa. Me incliné de forma salvaje despojándole de la poca
humanidad que decía poseer. Sus prendas quedaron hechas jirones. Los
zapatos los lancé lejos, tanto o más que sus medias.
–¡No!-gritó cual virgen
desesperada.
–Oui!-respondí abriendo su trasero
mientras bajaba mi cremallera.
Aún estaba muriendo, podía percibir
que el dolor le laceraba aún pero deseaba tenerlo como amante desde
la primera noche. Nicolas no supo complacer ese capricho, ni siquiera
fue capaz de abrazarme sin rencor.
–Juro que no te dolerá.
Mis palabras siempre fueron falsas y
más al respecto de esas acciones. No tuve piedad y entré de una
única estocada. Su cuerpo era inmortal y podía soportar aquello, y
mucho más. Sus dedos se enterraron en la tierra removiéndola,
mientras sollozaba completamente contrariado. Sabía que se debatiría
durante minutos, pero acabaría gimiendo como puta.
Podía sentir como laceraba el esfinter
de Louis, entrando firmemente y con ritmo en su entrada. Mis manos
acariciaban su cintura, pero pronto fue la mano derecha a su cabeza,
agarrando varios mechones de sus suaves cabellos, y la otra mano cayó
sobre la cruz de su espalda. Sus caderas se movían al compás que yo
le ofrecía, y lo hacían de forma mecánica e involuntaria.
Pronto sus quejidos se convirtieron en
bajos gemidos que incluso a él le asombraron, éstos lentamente
tomaron mayor sonido y pronto acabaron siendo auténticos alaridos de
placer. Mis testículos golpeaban duramente su trasero, el cual fue
invadido sin necesidad de dilatación, mientras pellizcaba y azotaba
sus nalgas. Quería que él tuviera el mejor sexo para iniciarse.
–Plus, plus...–el ángel de aquella
capilla parecía contemplarnos insólito. Un lugar de fe se había
convertido en un trozo de infierno sobre la tierra.
Tras aquellas palabras alentadoras cabé
gimiendo, él hizo prácticamente lo mismo. Nuestros torsos quedaron
manchados por la fuerza de su esperma. Yo me vine dentro de él
mientras susurraba que era el amor de su vida. Por unos años dudé,
pero es así... y Louis siempre regresa a mí lado.
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