D. Talbot
Jardín Salvaje
Los felinos, sobre todo los de pequeño
tamaño, han sido considerados un vórtice entre mundos de ánimas y
el corpóreo. Se les asumió poderes de dioses en las primeras
culturas, como Egipto, y demoniacos, más tarde en épocas más
cercanas donde eran acusadas las brujas y sus mascotas que en
ocasiones eran gatos. De pequeño tamaño, flexibles, pelaje espeso
corto o largo, de ojos almendrados de vivos colores que llaman la
atención a quienes quedan absorbidos por su belleza.
Han sido usados en rituales perversos y
en otros mucho más místicos y naturales. Es cierto, que poseen un
sexto sentido para percibir el peligro, como muchos otros animales, y
para observar ánimas en pena. Yo mismo he contemplado sucesos donde
éstos pequeños amigos han huido espantados ante la visión de un
fantasma o espíritu.
Cuando era niño solía perseguir los
gatos por los callejones cercanos a mi colegio. Solía manchar mi
ropa por senderos polvorientos y manchaba mis puños rozándolos por
el suelo. Tener un gato en mis brazos; era sin duda un estímulo en
una vivienda donde jamás hubo un animal, excepto los pájaros que en
ocasiones mi padre compraba para alegrar el silencio que en ocasiones
se hacía. Los gatos eran para mí un viaje a la diversión que me
alejaba de la soledad.
Había un gato especial de pelaje
negro, como el de Edgar Allan Poe, tuerto de un ojo y siempre con el
pelaje algo sucio que jamás me huía. Sonreía arrodillándome
frente a él y abría mis brazos. El gato sin demora se acercaba y
posaba sus patas en mis rodillas. Podía sentir sus bigotes largos y
cenicientos rozando mis mejillas y él mis brazos rodeando su cuerpo
durante algunos minutos.
Aquel gato siempre aparecía
esperándome en la esquina de un parque por donde siempre cruzaba de
camino a casa. Él me buscaba, no yo a él como ocurría con otros, y
parecía siempre feliz de llamar mi atención. Su gratitud era
inmensa y jamás tocó ni una sola de las sobras que yo le tendía.
Al crecer descubrí que era extraño.
Pasados más de quince años desde nuestro primer encuentro el gato
siempre aparecía cuando cruzaba aquel jardín, realizaba los mismos
gestos y se marchaba rápidamente entre los setos perdiendo su pista.
Confuso por la longevidad que éste poseía y también por los
diversos sucesos que habían ocurrido en mi vida investigué.
Intenté capturar su silueta con una
cámara de gran calidad por aquellas fechas. Sin embargo, cuando las
revelé no había nada, tan sólo cierta distorsión en la imagen.
Parecía que aquel animal se había esfumado. Entonces, comprendí
que él era una sombra de otro mundo, un fantasma quizás. Él tal
vez buscaba incansablemente el cariño que no le habían ofrecido y
yo curar la soledad que en ocasiones sentía como aplomo sobre mis
hombros.
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