Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 21 de octubre de 2013

Cuando la ambición te abraza

Desde hacía varios años Daniel se hallaba en uno de los apartamentos más lujosos y amplios de la Isla Nocturna. Allí, encerrado y absorto del mundo, se hallaba conectado a su única pasión. Siempre sentiría remordimientos por haber causado aquel cambio, pero aún creo firmemente que puede producirse otra evolución en un futuro. Sin embargo, cada vez tengo menos esperanzas y ya no siento ese magnetismo hacia él. Mi único deseo es ver en sus ojos alguna inquietud que no sea recortar, pegar, encolar y pintar las casitas que se mantienen en pie en un decorado de cartón, algo de madera, piedras y raíles de pequeñas locomotoras que pasan a toda velocidad por las paradas de los diversos pueblos de fachadas blancas, grises similares a las piedras o enormes rascacielos representando la modernidad de éste mundo.

No tengo porque llamar, pues poseo llave y aunque lo hiciera, por mera educación y protocolo, nadie saldría a recibirme. En ocasiones pido que un vampiro joven, al cual tengo ensimismado con mi poder, que le ayude a surgir de su embelesamiento y le ofrezca algo de su sangre. El joven a cambio tiene relatos de mi vida, preciadas confidencias sobre el mundo en el cual nos desenvolvemos o consejos que aprecia de forma noble. A decir verdad, le detesto. Detesto a ese imbécil, pero es sólo una marioneta que en cuanto sea ineficiente cambiaré por otra.

Al aparecer en el apartamento noté que la temperatura era agradable. Daniel se hallaba en el salón descalzo, con su camisa blanca arrugada, unos jeans muy simples y esas gafas. No comprendía porque seguía usándolas. Quizás era para sentir ese lado humano latiendo bajo el manto helado de la inmortalidad. En mis manos llevaba un paquete y ni el ruido del papel, mis pasos o la cerradura, al igual que la puerta cerrándose, lo sacaron de su concentración.

Dejé el paquete cerca de él, a sus pies, y me senté en el banco libre que se hallaba a pocos metros sintiendo un muro invisible entre ambos. Miraba sus facciones para siempre congeladas en un hombre que rozaba la treintena, sus labios algo sugerentes y aquellos ojos inquietos que se movían rápidamente observando como la locomotora emitía vapor de agua y le entretenía. Podía ver diversión en él.

—Daniel, te he traído algo— dije con un gesto amable esperando que me respondiera — Daniel— incliné hacia un lado mi cabeza y después suspiré pesadamente encogiéndome en el banco.

Recordé las veces que le perseguí por el mundo, nuestro encuentros en trenes nocturnos e incluso en aviones. Como burlaba cualquier sistema de seguridad para aparecer junto a él en la cama, escuchar como gritaba y prácticamente corría por todo el apartamento. Extrañaba esos momentos en los cuales él mostraba vida, y en ocasiones cierto pánico o disgusto. En concreto, recordé la noche que le ofrecí que llevaba un frasco con mi sangre alrededor de su cuello.

Hacía algo de frío porque recordaba llevar un jersey de cuello alto hecho con lana gruesa. Era color azul pavo real que resaltaba mi pelo alborotado. Tenía las piernas cubiertas por un pantalón grueso y tejano y unas deportivas que había visto a un muchacho usar días atrás mientras correteaba por la ciudad. Daniel se encontraba frente a mí, sentado en el escritorio de la habitación. Su camisa estaba abierta mostrándome su torso así como el borde de su pantalón muy similar al mío. Los zapatos de vestir se veían desgastados, pero eso era lo que menos importaba. Sentía una enorme atracción hacia él y él tenía conocimiento de ello.

—Daniel ¿me explicarás éste mundo?—pregunté sentándome en la cama intentando no arrugar sus ropas- Daniel, quiero comprender todo lo que hay a nuestro alrededor. ¿Lo comprendes?

Guardó silencio con aquellos ojos tan fríos y quietos que sentí que mis mejillas podían ruborizarse de haber bebido sangre aquella noche. Su aspecto era frío pero sabía que tan sólo meditaba, buscando quizás solución a mis deseos. Me había enamorado de él y deseaba forzar sus sentimientos hacia mí.

—Hazme uno de los tuyos y tendré el tiempo suficiente para mostrarte todo lo que sé y descubrir junto a ti el mundo que tú tanto aprecias—respondió apoyando el codo derecho en la mesa. Sus gafas de montura metalizada destellaron bajo la cálida luz de la habitación.

No podía hacer aquello tan rápido y sin meditar durante algunos días. Era la tercera vez que pedía que fuera su maestro. Jamás había sido maestro de nadie salvo de mí mismo cuando me vi abandonado por todos. Aprendí a sobrevivir y luchar contra todos y por mi bienestar. Sin embargo, no deseaba el mismo camino tortuoso para Daniel. Amaba la calidez de su aliento, el tacto agradable de sus dedos cuando me apartaba al aproximarme excesivamente para contemplarlo de cerca o las pequeñas gotas de sudor que perlaban su frente cayendo como gotas de lluvia en un cristal.

—Es una decisión que debo meditar—respondí encogiéndome de hombros mientras notaba su disgusto—No quiero cometer errores Daniel. Es la primera vez que me siento en la necesidad de ofrecerle todos los secretos de éste mundo a un mortal y convertirlo en mi compañero—confesé levantándome de la cama sintiendo el frío suelo de imitación fallida a mármol.

El hotel era barato, pero se sentía limpio y cómodo. No había exceso de ruido salvo los vehículos que circulaban por la avenida próxima al edificio. Se colaba el murmullo de los neumáticos rozando el asfalto, las frenadas por distracciones o simplemente los policías de tránsito dando órdenes para mejorar la circulación. Era un lugar situado en New York, con hermosos jardines a pocas manzanas y calles abarrotadas donde se podía perder incluso un inmortal.

—Haces que pierda el tiempo—fue un duro y brusco reproche por su parte cuando me aproximaba a él deseando que me acogiera entre sus brazos.

—Sólo te ruego paciencia—quedé situado a corta distancia estirando mis manos hacia su rostro. Con cuidado le quité las gafas dejándolas sobre la mesa y sonreí al ver su rostro liberado de aquellas monturas. Se veía más desafiante si cabía, como si quisiera partirme en mil pedazos sólo por pedirle unos meses.

—¿Bromeas? Desde que apareciste en mi vida me has dado largas—me apartó de él para luego tomarme de los brazos y mirarme con rudeza—¿No ves que estoy dispuesto a darte todo? Pongo mi vida en tus manos ¿qué hay más preciado que una vida? Te dejaré ver todos mis secretos y con ellos podrás conocer todo lo que quieres. Incluso podrás comprender como se pone en marcha un coche.

—Me lastimas—era falso que me hiciese daño, pero sentir la presión de sus dedos contra mis finos brazos me hacía sentir preso del deseo mientras la incertidumbre me hacía caer en una espiral de preguntas.

—Mientes—siseó.

Su rostro entonces se serenó cuando comprobó que iba a romper a llorar. Me tomó entre sus brazos y acarició mis cabellos como nunca antes lo había hecho. Se llevó un mechón a su nariz y olió el gel barato que ofrecía el hotel. Había tomado un baño y caminado por la habitación bastante desconcertado porque no se encontraba en la habitación. Después según supe por él, y también por el olor a tabaco mezclado con whisky barato impregnado en el cuello de su camisa, estuvo en el bar del hotel tomando unos tragos mientras despertaba.

—¿Por qué mientes Armand? ¿No comprendes que quiero estar contigo? Deseo ser un vampiro a tu lado. Quiero que tú seas mi maestro— era un honor y un deseo que había jurado silenciar por mi parte.

Siempre quise un compañero más allá de los vampiros que iba conociendo a lo largo y ancho del mundo. Ni Marius, Santino u otro vampiro se había transformado ante mis ojos en un ser único, el cual me absorbiera con su belleza y su innegable amor. Louis fue mi amante, compañero y también un orgullo conocer una criatura tan cínica. Ante mis ojos se transformó lentamente en un ser distinto debido a la experiencia de los años. Daniel podía convertirse en ese ser único con el cual vería el fin de los tiempos.

—Te amo—busqué sus labios como días atrás esperando su aprobación.

Los besos con Daniel siempre tenían un sabor etílico con un aroma a cigarrillo que no me importaba en lo más mínimo. Quería sentir su boca junto a la mía, su lengua danzar atravesando mis labios y dientes, y dejarme amar como jamás me habían amado.

Tal y como esperaba su beso su áspero y masculino. Sus manos quedaron entorno a mi cintura mientras mis brazos rodeaban su cuello. No habíamos tenido jamás mayor contacto que unos besos algo castos y otros desenfrenados, aunque los últimos eran realmente escasos. Mi boca se humedecía mientras me sentaba mejor sobre sus piernas y él se echaba hacia atrás en la silla. Sentía que se rompería por nuestro peso debido a la fragilidad del material con el cual estaba hecha.

—Haré una demostración para que puedas entender como serán nuestras noches juntos. Piénsalo Armand, es una propuesta irresistible— dijo con sus ojos claros contra los míos de avellana con tonos café.

—¿Me darás besos así de intensos?—pregunté percibiendo como sus manos se movían hacia el borde del jersey y como tiraba de éste hacia arriba.

En unos segundos estaba desnudo mostrando mi torso de rosados pezones a su disposición. Él sonrió agarrándome del costado con la mano derecha, mientras el brazo izquierdo tomaba forma de gancho en la zona baja de mi columna, muy cerca del borde del pantalón. Sus labios sellaron besos sutiles en mi rostro mientras lo presenciaba todo con cierta inocencia. Desconocía hasta que punto podía llegar a ser de persuasivo, sin embargo lo comprendí cuando comenzó a succionar mi pezón derecho.

Mi primera reacción fue sorpresa, pero la siguiente fue tomarlo de sus cabellos rubios, los cuales siempre fueron de un tono más oscuro que los de Lestat o Marius, para agarrarme a su cabeza mientras le permitía seducirme de una forma tan sencilla y a la vez burda. Él sabía que deseaba sentirlo entre mis piernas desde el primer momento y ese pensamiento siempre permaneció en su mente, la cual era un libro abierto para mí en muchos aspectos.

—Daniel, no tienes que hacer nada para demostrarme tu amor hacia mí—él no escuchó mis palabras, las cuales sonaban claramente tomadas por el nerviosismo ante los acontecimientos que ocurrirían uno tras otro, tan acelerados como una montaña rusa, y que aún hoy disfrutaba recordándolos—Daniel....

Se incorporó de la silla cargándome hasta arrojarme a la cama, momento que aproveché para cerrar los ojos dándome un aspecto vulnerable que esperaba excitarle. Sentí sus manos cálidas por mi figura acariciándome mientras mis párpados permanecían bajados. La punta del dedo índice jugó con mis labios y se introdujo en mi boca. No dudé ni un instante en succionarlo imaginando que era su miembro, el cual al fin vería.

—Si me conviertes en vampiro te haré el amor cada noche. Disfrutaremos del sexo como dos condenados demonios— se inclinó lamiendo mi cuello.

Esa acción tan erótica la sentí como un latigazo de placer, el cual me hizo dejar de pensar en algo que no fuese su cuerpo desnudo contra el mío. Abrí mis ojos mirándolo con aquel dedo que acariciaba serpenteando con lengua dejándolo completamente húmedo. Mi pantalón se encontraba abultado por mi miembro de escasas dimensiones, aunque esperaba que no le importase el tamaño del mismo.

—Deja que te demuestre que puedes tener ese cielo que tanto deseas—susurró sacando su dedo de mi boca mientras se apartaba para desnudarse.

No hubo nada erótico en sus movimientos. Sólo era un hombre desnudándose frente a mí. La camisa cayó al suelo, después su correa y por último sus pantalones. Descubrí entonces que no llevaba ropa interior y que su miembro aún se encontraba en estado de flacidez. El magnífico vello púbico que poseía era algo más oscuro que su cabello y deseé tocarlo porque parecía extremadamente suave.

Sus ojos no expresaban lujuria, sino una frialdad similar a la de un asesino. Sin embargo, había dado por hecho que era su única forma de mirarme. Comprendía su rabia hacia mis dudas, pues en su lugar estaría tan emocionado como desesperado por no perder la juventud y el conocimiento que yo podía ofrecerle. Sin embargo, cuando lo veo observar sus casitas con esos ojos llenos de satisfacción, prácticamente al borde de las lágrimas, siento envidia y vergüenza.

Me incorporé arrojándome al suelo, quedando de rodillas, mientras él me tendía su miembro. Sonreí con inocencia fingida y cierto nerviosismo que no pude disimular en ningún momento. Besé la punta de su sexo, aún cubierto por la piel, y posteriormente me dediqué a dejar lamidas que provocaron que los primeros jadeos por su parte aparecieran. Mis manos dejaban sutiles caricias y arañazos en sus muslos hasta sus rodillas y por su vientre plano.

Dejé que mi mandíbula se empujara totalmente hacia abajo y mi boca abarcara cada tozo de aquel fantástico pene. Me sentía de nuevo como la puta del Maestro; pues los movimientos, con mi lengua y mi cabeza, provocaban que él gimiera aferrándose a varios mechones de mi pelo. No me importaba ser tratado con brusquedad si había amor, pero tarde comprendí que Daniel jamás lo hizo. Sólo era un estúpido que se ofrecería a él abiertamente, otorgándole lo único que le interesaba y buena parte de mi malherido corazón.

—Así, muy bien.

Sacaba prácticamente todo su miembro y volvía a introducirlo. También jugaba con la punta sobre mis labios y golpeaba mis mejillas. Sus testículos no fueron olvidados, pues también estaban siendo masajeados sin dejar las caricias y las miradas seductoras. Sin embargo, sentí que era tiempo que él me hiciera vibrar y al fin fuésemos uno. Creí que nuestros cuerpos encajarían a la perfección, como en esas estúpidas novelas románticas que Louis había adquirido alguna vez cuando vivíamos juntos, pero poco o nada tuvo de romántico ese encuentro.

Me aparté quitándome el pantalón junto a la ropa interior y me recosté en la cama mirándolo de la forma más atractiva que conocía. Marius se deshacía en halagos, besos y caricias cuando lo flechaba con cierta picardia. Si bien, él me giró dejándome en un ridícula posición conocida como la del perro. A cuatro en aquella enorme cama, donde se podía alcanzar el cielo con la punta de los dedos, me penetró apoyándose en mis hombros.

—No, yo deseo otra postura—supliqué cuando ya era tarde y mis gemidos empezaron a surgir mientras me aferraba a las sábanas.

En ese hotel tan discreto y económico empezamos a ser la nota discordante. En plena madrugada mis gemidos, sus jadeos y el chocar del cabezal de madera contra la pared se convirtió en algo mucho más ruidoso que el tránsito. Mis ojos se llenaron de lágrimas por el placer y la indignación. No era así como había imaginado nuestro primer acto. Si bien, sabía que eran mis caprichos quienes hablaban y no yo.

Pero, algo en él hizo que cambiara la posición y al fin me viese completamente desnudo, con el escaso vello coronando mi sexo tan duro como mis sonrosados pezones. Mis labios esbozaron una sonrisa confiada que terminó transformada en una mueca de placer. Me penetró abriéndome las piernas y colocándolas a ambos lagos de su figura, muy cerca de sus caderas, y su boca buscó la mía mientras yo me aferraba él arañándole. El olor a su sangre, debido a los arañazos, me hizo explotar.

—No pares, no—dije pensando que lo haría, pero él no parecía querer parar de todas formas.

Sus estocadas me destrozaban y mis piernas temblaban mientras ambos nos mirábamos obnubilados por el desenfreno. Estaba bañado en sudor sanquinolento y él en ese tan salino, como el de cualquier humano, pero con un aroma nuevo muy distinto. El olor del sexo era distinto, más atractivo y pegajoso. Me percaté que la liberación anterior de mi esperma no había mermado mi erección. Disfrutaba de la deliciosa sensación de ser domado por un mortal, el cual parecía arder y estar extremadamente sofocado.

—Te amo, Daniel—balbuceé cerrando los ojos mientras sentía otra oleada de placer, mis músculos se apretaron y él me llenó con un fuerte gemido que provocó que se tensara incluso los músculos de su cuello. Su cabeza estaba hacia atrás, sus hombros estaban completamente arañados, y sus brazos estirados a ambos lados de mi diminuto cuerpo en comparación con el suyo.

Quise creer que mis palabras tuvieron la culpa de llegar a lo más alto tocando el lujurioso cielo del orgasmo. Pero, siendo sinceros en estos momentos cuando lo veo ensimismado en su tren de juguete, realizando un tímido “chu chú” mientras sonríe, sólo veo a un idiota que se perdió en el limbo donde yo sólo soy otro idiota que se preocupa demasiado por él.

—Me amas y por eso debo ser el elegido—dijo apartando algunos mechones pelirrojos de mi rostro—Dime que lo harás.

—Lo haré, pero no ésta noche—respondí—Pronto el estúpido de Lestat dará un concierto y entonces lo haré—besé su rostro deseando que él repitiera mis mismas acciones, pero sólo se apartó para poder fumar un cigarrillo cerca de la ruidosa ventana del hotel.

—Una excusa más—sus palabras tenían un tono que parecían haber sido talladas en hielo y eso me asustó.

—Daniel, lo haré.

Me había incorporado de la cama para correr a darle otro de mis inoportunos abrazos, pues siempre me apartaba y aún así regresaba a rodearle deseando que no se sintiera decepcionado. Él acarició mis cabellos involuntariamente quizás para que no llorara, pero lo hacía en silencio. De mis piernas se escurría su esperma blancuzco y espeso tan cálido como él.

Regresando al presente y a la brusca realidad siento lástima. No queda nada del periodista que ambicionó demasiado. Fue egoísta, aunque supongo que yo también lo he sido. Quise que me amara sin desear comprender sus verdaderos sentimientos, obligándole a besarme y soportarme por algo que en éstos momentos lo había destruido reduciéndolo a un ser prácticamente mudo y de aspecto indefenso.

—Daniel, te he comprado algo especial—dije sin escuchar sonido alguno de sus labios, pero tampoco un mal gesto o una mirada que me echara de su lado.

Opté por chupar el dedo índice de mi mano diestra y colarlo en su oreja. De ese modo hubo reacción y una mirada llena de rabia.

—¡Qué!—gritó.

—Te he comprado algo—señalé el paquete y él lo tomó.

El delicado papel que lo envolvía quedó hecho pequeños trocitos y pronto la caja quedó vacía, abandonada como si no se hubiese fijado que era roja como mi pelo y que decía en letras grandes “De Armand”.

—¡Un nuevo puente que construir!—gritó enérgico sin darme las gracias y tal como aparecí decidí irme en ese mismo instante.

Ahora me encuentro llamando al ascensor meditando si debería dejar de ir a verlo y solucionar parte de sus problemas como un refugio, alguien que le obligue por unos minutos a buscar la realidad o simplemente seguir adelante porque es mi responsabilidad. Él lo pidió, pero yo lo hice. Mi maestro lo hizo conmigo ¿debería hacerlo también yo con él?


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Lestat de Lioncourt