Desde hacía varios años
Daniel se hallaba en uno de los apartamentos más lujosos y amplios
de la Isla Nocturna. Allí, encerrado y absorto del mundo, se hallaba
conectado a su única pasión. Siempre sentiría remordimientos por
haber causado aquel cambio, pero aún creo firmemente que puede
producirse otra evolución en un futuro. Sin embargo, cada vez tengo
menos esperanzas y ya no siento ese magnetismo hacia él. Mi único
deseo es ver en sus ojos alguna inquietud que no sea recortar, pegar,
encolar y pintar las casitas que se mantienen en pie en un decorado
de cartón, algo de madera, piedras y raíles de pequeñas
locomotoras que pasan a toda velocidad por las paradas de los
diversos pueblos de fachadas blancas, grises similares a las piedras
o enormes rascacielos representando la modernidad de éste mundo.
No tengo porque llamar,
pues poseo llave y aunque lo hiciera, por mera educación y
protocolo, nadie saldría a recibirme. En ocasiones pido que un
vampiro joven, al cual tengo ensimismado con mi poder, que le ayude a
surgir de su embelesamiento y le ofrezca algo de su sangre. El joven
a cambio tiene relatos de mi vida, preciadas confidencias sobre el
mundo en el cual nos desenvolvemos o consejos que aprecia de forma
noble. A decir verdad, le detesto. Detesto a ese imbécil, pero es
sólo una marioneta que en cuanto sea ineficiente cambiaré por otra.
Al aparecer en el
apartamento noté que la temperatura era agradable. Daniel se hallaba
en el salón descalzo, con su camisa blanca arrugada, unos jeans muy
simples y esas gafas. No comprendía porque seguía usándolas.
Quizás era para sentir ese lado humano latiendo bajo el manto helado
de la inmortalidad. En mis manos llevaba un paquete y ni el ruido del
papel, mis pasos o la cerradura, al igual que la puerta cerrándose,
lo sacaron de su concentración.
Dejé el paquete cerca de
él, a sus pies, y me senté en el banco libre que se hallaba a pocos
metros sintiendo un muro invisible entre ambos. Miraba sus facciones
para siempre congeladas en un hombre que rozaba la treintena, sus
labios algo sugerentes y aquellos ojos inquietos que se movían
rápidamente observando como la locomotora emitía vapor de agua y le
entretenía. Podía ver diversión en él.
—Daniel, te he traído
algo— dije con un gesto amable esperando que me respondiera —
Daniel— incliné hacia un lado mi cabeza y después suspiré
pesadamente encogiéndome en el banco.
Recordé las veces que le
perseguí por el mundo, nuestro encuentros en trenes nocturnos e
incluso en aviones. Como burlaba cualquier sistema de seguridad para
aparecer junto a él en la cama, escuchar como gritaba y
prácticamente corría por todo el apartamento. Extrañaba esos
momentos en los cuales él mostraba vida, y en ocasiones cierto
pánico o disgusto. En concreto, recordé la noche que le ofrecí que
llevaba un frasco con mi sangre alrededor de su cuello.
Hacía algo de frío
porque recordaba llevar un jersey de cuello alto hecho con lana
gruesa. Era color azul pavo real que resaltaba mi pelo alborotado.
Tenía las piernas cubiertas por un pantalón grueso y tejano y unas
deportivas que había visto a un muchacho usar días atrás mientras
correteaba por la ciudad. Daniel se encontraba frente a mí, sentado
en el escritorio de la habitación. Su camisa estaba abierta
mostrándome su torso así como el borde de su pantalón muy similar
al mío. Los zapatos de vestir se veían desgastados, pero eso era lo
que menos importaba. Sentía una enorme atracción hacia él y él
tenía conocimiento de ello.
—Daniel ¿me explicarás
éste mundo?—pregunté sentándome en la cama intentando no arrugar
sus ropas- Daniel, quiero comprender todo lo que hay a nuestro
alrededor. ¿Lo comprendes?
Guardó silencio con
aquellos ojos tan fríos y quietos que sentí que mis mejillas podían
ruborizarse de haber bebido sangre aquella noche. Su aspecto era frío
pero sabía que tan sólo meditaba, buscando quizás solución a mis
deseos. Me había enamorado de él y deseaba forzar sus sentimientos
hacia mí.
—Hazme uno de los tuyos
y tendré el tiempo suficiente para mostrarte todo lo que sé y
descubrir junto a ti el mundo que tú tanto aprecias—respondió
apoyando el codo derecho en la mesa. Sus gafas de montura metalizada
destellaron bajo la cálida luz de la habitación.
No podía hacer aquello
tan rápido y sin meditar durante algunos días. Era la tercera vez
que pedía que fuera su maestro. Jamás había sido maestro de nadie
salvo de mí mismo cuando me vi abandonado por todos. Aprendí a
sobrevivir y luchar contra todos y por mi bienestar. Sin embargo, no
deseaba el mismo camino tortuoso para Daniel. Amaba la calidez de su
aliento, el tacto agradable de sus dedos cuando me apartaba al
aproximarme excesivamente para contemplarlo de cerca o las pequeñas
gotas de sudor que perlaban su frente cayendo como gotas de lluvia en
un cristal.
—Es una decisión que
debo meditar—respondí encogiéndome de hombros mientras notaba su
disgusto—No quiero cometer errores Daniel. Es la primera vez que me
siento en la necesidad de ofrecerle todos los secretos de éste mundo
a un mortal y convertirlo en mi compañero—confesé levantándome
de la cama sintiendo el frío suelo de imitación fallida a mármol.
El hotel era barato, pero
se sentía limpio y cómodo. No había exceso de ruido salvo los
vehículos que circulaban por la avenida próxima al edificio. Se
colaba el murmullo de los neumáticos rozando el asfalto, las
frenadas por distracciones o simplemente los policías de tránsito
dando órdenes para mejorar la circulación. Era un lugar situado en
New York, con hermosos jardines a pocas manzanas y calles abarrotadas
donde se podía perder incluso un inmortal.
—Haces que pierda el
tiempo—fue un duro y brusco reproche por su parte cuando me
aproximaba a él deseando que me acogiera entre sus brazos.
—Sólo te ruego
paciencia—quedé situado a corta distancia estirando mis manos
hacia su rostro. Con cuidado le quité las gafas dejándolas sobre la
mesa y sonreí al ver su rostro liberado de aquellas monturas. Se
veía más desafiante si cabía, como si quisiera partirme en mil
pedazos sólo por pedirle unos meses.
—¿Bromeas? Desde que
apareciste en mi vida me has dado largas—me apartó de él para
luego tomarme de los brazos y mirarme con rudeza—¿No ves que estoy
dispuesto a darte todo? Pongo mi vida en tus manos ¿qué hay más
preciado que una vida? Te dejaré ver todos mis secretos y con ellos
podrás conocer todo lo que quieres. Incluso podrás comprender como
se pone en marcha un coche.
—Me lastimas—era
falso que me hiciese daño, pero sentir la presión de sus dedos
contra mis finos brazos me hacía sentir preso del deseo mientras la
incertidumbre me hacía caer en una espiral de preguntas.
—Mientes—siseó.
Su rostro entonces se
serenó cuando comprobó que iba a romper a llorar. Me tomó entre
sus brazos y acarició mis cabellos como nunca antes lo había hecho.
Se llevó un mechón a su nariz y olió el gel barato que ofrecía el
hotel. Había tomado un baño y caminado por la habitación bastante
desconcertado porque no se encontraba en la habitación. Después
según supe por él, y también por el olor a tabaco mezclado con
whisky barato impregnado en el cuello de su camisa, estuvo en el bar
del hotel tomando unos tragos mientras despertaba.
—¿Por qué mientes
Armand? ¿No comprendes que quiero estar contigo? Deseo ser un
vampiro a tu lado. Quiero que tú seas mi maestro— era un honor y
un deseo que había jurado silenciar por mi parte.
Siempre quise un
compañero más allá de los vampiros que iba conociendo a lo largo y
ancho del mundo. Ni Marius, Santino u otro vampiro se había
transformado ante mis ojos en un ser único, el cual me absorbiera
con su belleza y su innegable amor. Louis fue mi amante, compañero y
también un orgullo conocer una criatura tan cínica. Ante mis ojos
se transformó lentamente en un ser distinto debido a la experiencia
de los años. Daniel podía convertirse en ese ser único con el cual
vería el fin de los tiempos.
—Te amo—busqué sus
labios como días atrás esperando su aprobación.
Los besos con Daniel
siempre tenían un sabor etílico con un aroma a cigarrillo que no me
importaba en lo más mínimo. Quería sentir su boca junto a la mía,
su lengua danzar atravesando mis labios y dientes, y dejarme amar
como jamás me habían amado.
Tal y como esperaba su
beso su áspero y masculino. Sus manos quedaron entorno a mi cintura
mientras mis brazos rodeaban su cuello. No habíamos tenido jamás
mayor contacto que unos besos algo castos y otros desenfrenados,
aunque los últimos eran realmente escasos. Mi boca se humedecía
mientras me sentaba mejor sobre sus piernas y él se echaba hacia
atrás en la silla. Sentía que se rompería por nuestro peso debido
a la fragilidad del material con el cual estaba hecha.
—Haré una demostración
para que puedas entender como serán nuestras noches juntos. Piénsalo
Armand, es una propuesta irresistible— dijo con sus ojos claros
contra los míos de avellana con tonos café.
—¿Me darás besos así
de intensos?—pregunté percibiendo como sus manos se movían hacia
el borde del jersey y como tiraba de éste hacia arriba.
En unos segundos estaba
desnudo mostrando mi torso de rosados pezones a su disposición. Él
sonrió agarrándome del costado con la mano derecha, mientras el
brazo izquierdo tomaba forma de gancho en la zona baja de mi columna,
muy cerca del borde del pantalón. Sus labios sellaron besos sutiles
en mi rostro mientras lo presenciaba todo con cierta inocencia.
Desconocía hasta que punto podía llegar a ser de persuasivo, sin
embargo lo comprendí cuando comenzó a succionar mi pezón derecho.
Mi primera reacción fue
sorpresa, pero la siguiente fue tomarlo de sus cabellos rubios, los
cuales siempre fueron de un tono más oscuro que los de Lestat o
Marius, para agarrarme a su cabeza mientras le permitía seducirme de
una forma tan sencilla y a la vez burda. Él sabía que deseaba
sentirlo entre mis piernas desde el primer momento y ese pensamiento
siempre permaneció en su mente, la cual era un libro abierto para mí
en muchos aspectos.
—Daniel, no tienes que
hacer nada para demostrarme tu amor hacia mí—él no escuchó mis
palabras, las cuales sonaban claramente tomadas por el nerviosismo
ante los acontecimientos que ocurrirían uno tras otro, tan
acelerados como una montaña rusa, y que aún hoy disfrutaba
recordándolos—Daniel....
Se incorporó de la silla
cargándome hasta arrojarme a la cama, momento que aproveché para
cerrar los ojos dándome un aspecto vulnerable que esperaba
excitarle. Sentí sus manos cálidas por mi figura acariciándome
mientras mis párpados permanecían bajados. La punta del dedo índice
jugó con mis labios y se introdujo en mi boca. No dudé ni un
instante en succionarlo imaginando que era su miembro, el cual al fin
vería.
—Si me conviertes en
vampiro te haré el amor cada noche. Disfrutaremos del sexo como dos
condenados demonios— se inclinó lamiendo mi cuello.
Esa acción tan erótica
la sentí como un latigazo de placer, el cual me hizo dejar de pensar
en algo que no fuese su cuerpo desnudo contra el mío. Abrí mis ojos
mirándolo con aquel dedo que acariciaba serpenteando con lengua
dejándolo completamente húmedo. Mi pantalón se encontraba abultado
por mi miembro de escasas dimensiones, aunque esperaba que no le
importase el tamaño del mismo.
—Deja que te demuestre
que puedes tener ese cielo que tanto deseas—susurró sacando su
dedo de mi boca mientras se apartaba para desnudarse.
No hubo nada erótico en
sus movimientos. Sólo era un hombre desnudándose frente a mí. La
camisa cayó al suelo, después su correa y por último sus
pantalones. Descubrí entonces que no llevaba ropa interior y que su
miembro aún se encontraba en estado de flacidez. El magnífico vello
púbico que poseía era algo más oscuro que su cabello y deseé
tocarlo porque parecía extremadamente suave.
Sus ojos no expresaban
lujuria, sino una frialdad similar a la de un asesino. Sin embargo,
había dado por hecho que era su única forma de mirarme. Comprendía
su rabia hacia mis dudas, pues en su lugar estaría tan emocionado
como desesperado por no perder la juventud y el conocimiento que yo
podía ofrecerle. Sin embargo, cuando lo veo observar sus casitas con
esos ojos llenos de satisfacción, prácticamente al borde de las
lágrimas, siento envidia y vergüenza.
Me incorporé arrojándome
al suelo, quedando de rodillas, mientras él me tendía su miembro.
Sonreí con inocencia fingida y cierto nerviosismo que no pude
disimular en ningún momento. Besé la punta de su sexo, aún
cubierto por la piel, y posteriormente me dediqué a dejar lamidas
que provocaron que los primeros jadeos por su parte aparecieran. Mis
manos dejaban sutiles caricias y arañazos en sus muslos hasta sus
rodillas y por su vientre plano.
Dejé que mi mandíbula
se empujara totalmente hacia abajo y mi boca abarcara cada tozo de
aquel fantástico pene. Me sentía de nuevo como la puta del Maestro;
pues los movimientos, con mi lengua y mi cabeza, provocaban que él
gimiera aferrándose a varios mechones de mi pelo. No me importaba
ser tratado con brusquedad si había amor, pero tarde comprendí que
Daniel jamás lo hizo. Sólo era un estúpido que se ofrecería a él
abiertamente, otorgándole lo único que le interesaba y buena parte
de mi malherido corazón.
—Así, muy bien.
Sacaba prácticamente
todo su miembro y volvía a introducirlo. También jugaba con la
punta sobre mis labios y golpeaba mis mejillas. Sus testículos no
fueron olvidados, pues también estaban siendo masajeados sin dejar
las caricias y las miradas seductoras. Sin embargo, sentí que era
tiempo que él me hiciera vibrar y al fin fuésemos uno. Creí que
nuestros cuerpos encajarían a la perfección, como en esas estúpidas
novelas románticas que Louis había adquirido alguna vez cuando
vivíamos juntos, pero poco o nada tuvo de romántico ese encuentro.
Me aparté quitándome el
pantalón junto a la ropa interior y me recosté en la cama mirándolo
de la forma más atractiva que conocía. Marius se deshacía en
halagos, besos y caricias cuando lo flechaba con cierta picardia. Si
bien, él me giró dejándome en un ridícula posición conocida como
la del perro. A cuatro en aquella enorme cama, donde se podía
alcanzar el cielo con la punta de los dedos, me penetró apoyándose
en mis hombros.
—No, yo deseo otra
postura—supliqué cuando ya era tarde y mis gemidos empezaron a
surgir mientras me aferraba a las sábanas.
En ese hotel tan discreto
y económico empezamos a ser la nota discordante. En plena madrugada
mis gemidos, sus jadeos y el chocar del cabezal de madera contra la
pared se convirtió en algo mucho más ruidoso que el tránsito. Mis
ojos se llenaron de lágrimas por el placer y la indignación. No era
así como había imaginado nuestro primer acto. Si bien, sabía que
eran mis caprichos quienes hablaban y no yo.
Pero, algo en él hizo
que cambiara la posición y al fin me viese completamente desnudo,
con el escaso vello coronando mi sexo tan duro como mis sonrosados
pezones. Mis labios esbozaron una sonrisa confiada que terminó
transformada en una mueca de placer. Me penetró abriéndome las
piernas y colocándolas a ambos lagos de su figura, muy cerca de sus
caderas, y su boca buscó la mía mientras yo me aferraba él
arañándole. El olor a su sangre, debido a los arañazos, me hizo
explotar.
—No pares, no—dije
pensando que lo haría, pero él no parecía querer parar de todas
formas.
Sus estocadas me
destrozaban y mis piernas temblaban mientras ambos nos mirábamos
obnubilados por el desenfreno. Estaba bañado en sudor sanquinolento
y él en ese tan salino, como el de cualquier humano, pero con un
aroma nuevo muy distinto. El olor del sexo era distinto, más
atractivo y pegajoso. Me percaté que la liberación anterior de mi
esperma no había mermado mi erección. Disfrutaba de la deliciosa
sensación de ser domado por un mortal, el cual parecía arder y
estar extremadamente sofocado.
—Te amo,
Daniel—balbuceé cerrando los ojos mientras sentía otra oleada de
placer, mis músculos se apretaron y él me llenó con un fuerte
gemido que provocó que se tensara incluso los músculos de su
cuello. Su cabeza estaba hacia atrás, sus hombros estaban
completamente arañados, y sus brazos estirados a ambos lados de mi
diminuto cuerpo en comparación con el suyo.
Quise creer que mis
palabras tuvieron la culpa de llegar a lo más alto tocando el
lujurioso cielo del orgasmo. Pero, siendo sinceros en estos momentos
cuando lo veo ensimismado en su tren de juguete, realizando un tímido
“chu chú” mientras sonríe, sólo veo a un idiota que se perdió
en el limbo donde yo sólo soy otro idiota que se preocupa demasiado
por él.
—Me amas y por eso debo
ser el elegido—dijo apartando algunos mechones pelirrojos de mi
rostro—Dime que lo harás.
—Lo haré, pero no ésta
noche—respondí—Pronto el estúpido de Lestat dará un concierto
y entonces lo haré—besé su rostro deseando que él repitiera mis
mismas acciones, pero sólo se apartó para poder fumar un cigarrillo
cerca de la ruidosa ventana del hotel.
—Una excusa más—sus
palabras tenían un tono que parecían haber sido talladas en hielo y
eso me asustó.
—Daniel, lo haré.
Me había incorporado de
la cama para correr a darle otro de mis inoportunos abrazos, pues
siempre me apartaba y aún así regresaba a rodearle deseando que no
se sintiera decepcionado. Él acarició mis cabellos
involuntariamente quizás para que no llorara, pero lo hacía en
silencio. De mis piernas se escurría su esperma blancuzco y espeso
tan cálido como él.
Regresando al presente y
a la brusca realidad siento lástima. No queda nada del periodista
que ambicionó demasiado. Fue egoísta, aunque supongo que yo también
lo he sido. Quise que me amara sin desear comprender sus verdaderos
sentimientos, obligándole a besarme y soportarme por algo que en
éstos momentos lo había destruido reduciéndolo a un ser
prácticamente mudo y de aspecto indefenso.
—Daniel, te he comprado
algo especial—dije sin escuchar sonido alguno de sus labios, pero
tampoco un mal gesto o una mirada que me echara de su lado.
Opté por chupar el dedo
índice de mi mano diestra y colarlo en su oreja. De ese modo hubo
reacción y una mirada llena de rabia.
—¡Qué!—gritó.
—Te he comprado
algo—señalé el paquete y él lo tomó.
El delicado papel que lo
envolvía quedó hecho pequeños trocitos y pronto la caja quedó
vacía, abandonada como si no se hubiese fijado que era roja como mi
pelo y que decía en letras grandes “De Armand”.
—¡Un nuevo puente que
construir!—gritó enérgico sin darme las gracias y tal como
aparecí decidí irme en ese mismo instante.
Ahora me encuentro
llamando al ascensor meditando si debería dejar de ir a verlo y
solucionar parte de sus problemas como un refugio, alguien que le
obligue por unos minutos a buscar la realidad o simplemente seguir
adelante porque es mi responsabilidad. Él lo pidió, pero yo lo
hice. Mi maestro lo hizo conmigo ¿debería hacerlo también yo con
él?
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