Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 12 de abril de 2014

El placer de tres

Aquí tienen un poco de placer de tres, amor para tres, placer con tres almas... tres... 

Lestat de Lioncourt 


Había deambulado nuevamente por New Orleans después de sus huidas a diversos lugares de Europa. París fue tan sólo el punto de partida. Sin él pretenderlo estaba emprendiendo una búsqueda incesante de Rowan, con el corazón roto y sin esperanzas. Vacío, cansado, angustiado y dolido se refugió de nuevo en ser la muerte y el diablo bailando al mismo son por las calles de su vieja ciudad. ¿Amar New Orleans? Nadie amaba ese lugar que él mismo. Sus calles, el ambiente que se vivía en los abarrotados cafés al caer la tarde, el aroma de los dondiegos y el azahar, el sentimiento de libertad que se hallaba en cada esquina invitándole a conocer mentiras, verdades y cualquier capricho pasajero. Era un lugar de contrastes donde había sido inmensamente feliz y por supuesto había tenido sus derrotas, así como su debacle.

La noche era cálida, casi veraniega, y llevaba tan sólo un traje blanco con la camisa azul celeste algo desabrochada. Podía verse con claridad su largo cuello, las clavículas marcadas y parte de su torso. Llevaba las manos metidas en los bolsillos, dándole un aire descuidado y canalla, y caminaba por la ciudad como si fuera su dueño. Tenía el cabello rizado, completamente revuelto, y caía por sus hombros hasta la cruz de su espalda. Sus lentes violetas estaban colocadas en la punta de la nariz, igual que un bohemio, y sonreía satisfecho por el calor agradable de su última víctima.

Entonces, como si Dios mismo lo hubiese querido, ella apareció. Estaba casi desnuda, o al menos eso aparentaba con aquella indumentaria, al llevar tan sólo un vestido escotado en v, el cual a duras penas cubría sus pechos llenos y turgentes, mientras que la falda quedaba corta, muy por encima del medio muslo. Su cabello pelirrojo destacaba suelto, ondulado, vivo como una llama y contrastando con la pureza de la tela blanca con lentejuelas. Sus vertiginosos tacones no eran problema para ella.

—Hola Jefecito—dijo con una seductora, pero dulce, sonrisa mientras caminaba hacia él desenvuelta y firme.

Él no dudó en echarse a reír. Era la primera vez en año que no discutían desde la primera frase. Su aspecto aniñado se mezclaba en la imagen de una loba, una devora hombres, muy seductora y encantadora. Su carmín rojo los perfilaba en forma de corazón y que provocaban en él deseos de besarla.

—Mona, brujita, ¿qué haces por las calles sola sin tu Abelardo?—preguntó inmóvil para permitir que ella caminara, deleitándose así con sus largas piernas y el contoneo de su cintura—. Una chica como tú no debería estar sola.

—¿Crees que me pierda?—susurró estirando sus brazos para acariciar las solapas del traje de Lestat. Lo miró de forma hipnótica y atrayente, para luego dejar una caída de párpados sensual y provocadora—. Jefecito ¿y si me pierdo? ¿Qué harás?

—Encontrarte para meterte en mi cama—respondió antes de besarla estrechándola contra él.

Se dejó rodear con sus brazos, permitiendo que él disfrutara del sabor de su boca, mientras pegaba sus senos al torso del príncipe de los vampiros. Lestat no quería pensar en Rowan, su huida, y la decadencia que ella le había hecho gozar. Sin duda él necesitaba beber de la vida y Mona era la vida misma.

—¡Lestat!—el encanto del momento lo rompió una voz conocida que le hizo apartar sus manos de ella, como si le quemara aquel pequeño cuerpo, para ver a su hermanito allí de pie con la rabia contenida—¡Qué demonios hacen!

—Quinn... empezó él—susurró corriendo a sus brazos mientras esperaba salir bien librada.

—Besarla, del mismo modo que te besé a ti en un callejón hace unas semanas—respondió con franqueza—. Disfrutar de su voluptuosa figura, su seductor aroma y esa magia que hace con la lengua.

—¡Canalla!—gritó furioso.

—Quinn ¿te has besado con él?—preguntó frunciendo el ceño mientras se apartaba de su pareja—. ¡Quinn!

—Sí, y no sólo eso—dijo con una seductora sonrisa, de esas francas y perversas, mientras se miraba las uñas de la mano derecha en un gesto que intentaba quitar importancia a todo lo demás—. Tuvimos sexo—pero, no le quitó importancia sino que agrandó la herida.

—¡Quinn! ¡Dime que no es cierto!—dijo en un tono más molesto.

—Tengo una forma de remediar esto—comentó con calma acercándose a ambos para observarlos como si fueran dos obras de arte perfectas.

Odiaba verlos discutir por algo que, en su opinión, no merecía la pena siquiera malgastar un par de segundos. Tomó a Tarquin del rostro observando sus profundos y felinos ojos azules, tan azules como el cielo en pleno verano, e hizo que se inclinara suavemente hacia él. Frente a Mona, la cual observó atónita y atenta, besó sus labios hundiendo su lengua en ellos. Eran unos labios gruesos, aunque masculinos, y en su boca aún existía cierto sabor a carmín. Los dedos largos dedos de Lestat presionaban los pómulos de su buen amigo, casi su discípulo, mientras él respondía aquel beso sin oponer demasiada resistencia.

Aquel caballerito bien vestido con un traje elegante de corte clásico, con una camisa blanca y unos zapatos lustrosos caía rendido ante la rebeldía de su héroe. Porque eso era para él. Lestat era el héroe de muchos jóvenes vampiros, también la gran pesadilla, y el dolor de cabeza de los más antiguos.

—Podemos darnos amor incesantemente ésta noche o discutir quien ha cometido el mayor pecado—susurró cerca de su boca mientras lo miraba sin perder detalle de sus labios suavemente abiertos, su expresión dulce y sus ojos cerrados esperando un segundo—. Tengo una residencia cerca de aquí.

—Jefecito... —murmuró sin saber como encajar aquello—¿Qué nos estás proponiendo?

—Amor, lujuria y placer—dijo bajando sus manos por el rostro de Quinn hacia su cuello, acariciando la camisa con la punta de sus dedos, para luego apartarse y girarse hacia ella—. Hablo de hacerte gemir, cherie. De provocarte tal gozo que no puedas apartarte jamás de nosotros—su acento francés salió a flote como si fuera un corcho en medio del mar.

Tomó a Mona por la cintura rodeándola con el brazo derecho, la miró como si fuera una presa y besó sus labios mientras Quinn dejaba que su boca rodara por su cuello y sus hombros. Estaban en mitad de una calle, poco concurrida debido a lo estrecha que era, pero algún que otro transeúnte se quedaba viendo la escena y escuchando atónitos la conversación.

—Mi hermanito lo ha entendido a la perfección ¿tú aún no?—susurró antes de apartarse para echar a caminar con las manos en los bolsillos—Vamos, mi vivienda sigue donde la dejé hace años. La mansión no es segura ante tantos ojos y la verdad, para ser sinceros, prefiero mi propio refugio.

Ambos se miraron durante varios segundos en silencio, para después caminar tras él como habían hecho en otras ocasiones. La noche era agradable y las plataneras se movían en el jardín trasero de la vivienda. El césped se veía cuidado, igual que cada una de las plantas que daban vida a ese pequeño paraíso, pero él no se permitió deleitarse con los aromas y sensaciones. Lestat tenía grandes ideas en mente.

Lestat siempre había deseado a ambos y sentido un amor profundo por aquellas criaturas; ellos caminaban observando su espalda con sus hombros caídos y sus manos en los bolsillos. Quinn adoraba a al irreverente vampiro que solía tratarlo como a un hermano pequeño, pues para él era un héroe y casi un Dios entre los susyos; Mona lo deseaba desde el primer momento en el cual puso sus ojos claros en ella.

Por unos instante los ojos azules de Tarquin se dedicaron a recordar, con cierto aire melancólico, aquella morada. La fuente era un murmullo agradable, el movimiento de las plataneras alzándose hacia el cielo oscuro de New Orleans, y las escaleras que él mismo había tomado para entrar como ladrón en la vivienda de la leyenda. Aquellos primeros segundos, en los cuales sintió una emoción propia de cualquier joven que conoce a su gran ídolo, volvieron a él convirtiéndolo en un hombre nervioso, con una leve sonrisa soñadora, y cierto deseos deseos oscuros.

—Iremos al dormitorio principal—dijo subiendo por la escalera mientras acariciaba el pasamanos.

La vivienda resplandecía con luz propia. Las hermosas molduras del techo destacaban gracias a las elegantes lámparas que colgaban encendidas y magníficas. Los muebles estaban tal como él había indicado su disposición hacía décadas; algunos de ellos los había elegido para Louis, a su gusto, y ahora estaban allí como testigos silenciosos de un amor que se truncó.

Los dedos blancos de uñas deslumbrantes de Lestat jugaban con las vetas, sus pasos eran terriblemente seductores, y él sabía que no iba a elegir. Quería quitarles la ropa mientras su alcoba se convertía en paraíso de amor, pasión y celos. Los secretos que ocultarían sus besos se enterrarían en un delicioso recuerdo.

—Lestat...—susurró sosteniendo la mano de su Ofelia Inmortal, la cual observaba fascinada el movimiento hipnótico de su creador. Podía hundirse en el aroma de Tarquin y rogar que las manos de Lestat la cubrieran. Él, sin embargo, quería correr hacia la habitación y esconderse avergonzado por la excitación que ya corría como un delicioso hormigueo por su nuca.

Su invitado de lujo se giró, los observó con todo el amor que ocultaba en su pecho, y rió acercándose a ambos para tomar el rostro de su hermanito entre sus manos. Le fascinaba esa sensación de inseguridad que notaba en él. Mona se soltó de las manos de su eterna pareja para echar sus brazos hacia él.

—Jefecito, ¿crees que podrás con ambos?—dijo echándose a reír antes de sentir los besos suaves, tiernos y fríos que erizaron su piel. Lestat sabía donde besar, sobre todo si era su cuello y sus clavículas.

—Pregúntate mejor si podrás soportar a dos hombres apasionados como nosotros—sentenció apartándose de ellos para terminar de subir la escalera.

Al fondo del pasillo, tras numerosos cuadros pintados al óleo, se encontraba una habitación ricamente decorada. La cama era amplia y poseía una colcha de color borgoña, varias almohadas y un par de mesillas de noche que sostenían lámparas de plata muy elegantes. Las hermosas vistas de la avenida quedaban ocultas por unas gruesas cortinas, ya que estaban aún echadas.

Lestat se aproximó a Mona comenzando a quitarle la ropa, Quinn comenzó a quitársela a él. Las manos se mezclaban. Los dedos de ella acariciaban los rizados cabellos negros de su noble Abelardo, los besos de él eran para el cuello de Lestat mientras que él buscaba como deshacerse de la escasa ropa que cubrían los senos de su hija inmortal. Era tres diablos buscando el edén entre caricias, besos y agradables sensaciones que los envolvían con lujuria.

Se precipitaron a la cama desnudos dejando que ella estuviera entre ambos. Sus bocas se buscaban mientras las manos de Lestat pellizcaban los pezones de Mona y las de Quinn se deslizaban entre sus muslos. Atendida por dos amantes fogosos que compartían su amor con ella, sin prisas y sin ataduras. Los cabellos pelirrojos de Mona se perdían en las sábanas, su piel blanca salpicada por las numerosas pecas le daban un aspecto aniñado y tentador, mientras que sus pezones rosados se endurecían bajo aquellos dedos largos y bien entrenados.

—Cherie—murmuró al notar como la diestra de su pequeña brujita acariciaba su sexo, el cual ya estaba despierto, mientras hacía lo mismo con su hermanito—Oh, cherie—jadeó mirando los profundos ojos verdes que se entrecerraban por el placer de las caricias. Los dedos de Quinn palpaban su clítoris estimulándolo mientras buscaba las mejillas de Lestat, para besarlo de forma amorosa.

Ambos movían sus caderas ayudando a las manos de su amante. Podían notar como cosquilleaban su bajo vientre, el sudor comenzaba a hacerse notar y sus labios se fundían en besos interminables. La boca de Lestat terminó en el pezón derecho de Mona así como la boca de Quinn hizo lo mismo con el otro. Las caricias del príncipe de los vampiros, aquel maldito rebelde y quien los había inducido a caer en sus bajas pasiones, se concentraron en los muslos de la joven, para deslizarse después hacia sus nalgas y hundir dos de sus dedos.

—Quinn... Jefecito...—sus labios eran dos cerezas que pedían ser besadas hasta desgastar su color.

—Tranquila brujita, tranquila. Tienes a dos caballeros a punto de explotar de deseos por ti—dijo entre risas mientras él lo observaba con ciertos celos en sus pupilas, los cuales calló levantando su rostro para besarlo; en ese momento Mona decidió actuar.

Ella se incorporó de la cama observándolos, ellos detuvieron un ardiente beso para contemplarla. Se movía sensual y sumisa mientras se arrodillaba justo en el borde. Parecía una sirena surgida de un mar de seda. Sus pezones eran redondos, duros y gruesos; pero lo mejor de Mona era la picardía con la cual te hacía combustionar. Terminaron sentándose en los pies de la cama mientras ella repartía lamidas entre ambos miembros, así como besos y pequeñas mordidas. Ellos se miraban perdidos en el placer, jadeando y dejando que sus manos acariciaran los rizados mechones rojos que ella poseía.

Lestat decidió incorporarse y tiró de Quinn, quedando así los dos frente a frente. De ese modo, como si estuvieran en mitad de un duelo, ella podía usar su lengua con ambos y demostrar que era sin duda una experta en otorgar placer a los hombres.

Las manos de ambos eran de pura seda y se perdían en el pecho y la espalda de Mona. Sus bocas se fundían en besos mientras jadeaban esperando el momento, la pequeña oportunidad, para levantarla del suelo y hacerla de ellos. Fue su noble Abelardo quien la levantó arrojándola a la cama, abriendo sus piernas y lamiendo su sexo antes de recostarse en la cama y tumbarla sobre él. Lestat rió por el impulso y lo acompañó.

Los senos de Mona rozaban los labios de Quinn, mientras que su espalda encorbada quedaba pegada a la de Lestat. El momento glorioso de la penetración fue terriblemente delicioso para los tres. Ella quedó sin voz mientras clavaba sus uñas en uno de los almohadones, ellos sin embargo la llenaban de besos su cuerpo mientras comenzaban a moverse suavemente dentro de ella. Por dentro, como por fuera, estaba cálida y húmeda. Las pequeñas gotas de sudor que perlaba su cuerpo se confundían con sus pecas, pero también se mezclaban con el sudor de sus amantes. Aquellos dos vampiros que ella tanto amaba, los mismos que habían cumplido su palabra de no dejarla morir, estaban matándola con el placer que la arrastraba hacia la demencia. Los besos, palabras inventadas y caricias iban en todas las direcciones.

Los sensuales y altos gemidos de Mona los incitaba a ambos a convertirse en dos canallas apasionados, buscaban sus gemidos y sus gritos de placer. Sus manos se buscaban para ayudarse mientras se miraban a los ojos completamente cómplices. Ella simplemente estaba ciega por el placer y el ardor que sus miembros le ofrecían.

—Os amo—dijo Lestat justo antes de notar que Quinn llegaba al orgasmo y arrastraba a Mona, y con ella él quedaba vendido al placer. Los tres gemían en un tren de locura y diversión más allá de lo posible.


Cayeron cansados en el colchón, casi desplomados, buscándose en un inmenso lío de largos cabellos dorados, pelirrojos y negros así como brazos y manos que necesitaban con angustia contacto. La risa de Lestat fue lo último que se escuchó, como si fuera un niño pequeño cargado de inocencia y ensoñaciones, mientras su hermanito caía rendido y ella se acomodaba entre ambos. Por primera vez no pensaba en Rowan ni en su mala suerte, y tal vez ellos lo sabían guardando ese secreto en miradas cómplices y delicioso silencio.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt