Echo la vista atrás y siento
escalofríos. Al fin he conseguido estar donde deseaba. He recorrido
mundo, sacrificado verdades, palpado imposibles, sentido la verdad
derramarse sobre mi rostro y quemarme. He tenido la desfachatez de
reírme del Demonio y llorar por él. Sin duda fui todo lo que no
debía de ser. Pero, hay momentos que me recuerdan que quizás no he
vivido tanto, y, si lo he hecho no lo he disfrutado.
Recuerdo a Louis apoyado en el balcón
con la vista perdida en los lejanos edificios. La calle estaba
serena. Sólo locos y borrachos se atrevían a recorrerla en esos
momentos. Tenía el ceño ligeramente fruncido, sus manos se
aferraban al balcón con coraje y estaba a punto de estallar en uno
de sus discursos profundos sobre mi maldad. Eran tan extraño hablar
de bondad, misericordia, el Diablo, la vida, la muerte y la traición
que yo le hacía a todos. Yo bajaba el infierno para otros, lo
condenaba a él a jugar conmigo y luego corría por las calles
riéndome de mi victoria. Al menos, así lo creía.
Había llegado ebrio de placer. Mis
mejillas estaban sonrojadas, mis ojos brillantes y mi cabello estaba
libre cayendo sobre mis hombros. Tenía la camisa mal abotonada, los
pantalones con la bragueta abierta y estaba descalzo. Sobre el sofá
había una mujer, la cual parecía borracha de ron, que yo mismo
había traído con engaños y pretextos. La muerte rondaba su cutis
juvenil, su escote rezumaba su última respiración aún y su piel
empezaba estar fría.
—¿Por qué?—murmuró aferrándose
al balcón—. ¡Por qué!—exclamó girándose para que lo viera.
El típico burgués que deseaba ser un
santo varón, discípulo de modales y creencias nobles. Su camisa de
chorreras estaba impecable, como el pañuelo verde botella de su
cuello y la chaqueta del mismo color y tono. Llevaba unos elegantes
pantalones de vestir negros, medias y unas elegantes botas que
brillaban por el lustre. Magnífico.
—¿Por qué no?—pregunté con una
sonrisa burlona.
—¡Son vidas humanas! Podemos vivir
de animales—dijo entrando en el salón.
—Malvivir—rectifiqué.
—¡Llámalo como quieras!
Estaba exaltado y furioso. Me divertía
ver animado su rostro. Él desconocía que esa mujer había ahogado a
sus hijos tras envenenar a su marido. En esos momentos, era una puta
más que sacaba la cartera a cualquiera y vivía de uno de los
oficios más viejos del mundo. Yo me regodeaba, me sentía malo, y él
me tachaba de perverso. Quizás debí saborear más esos momentos.
Pues son momentos felices para mí que no regresarán.
Lestat de Lioncourt
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