Petronia de nuevo apareció y dejó algo que no suele dejar: sentimientos que no sean de rabia.
Lestat de Lioncourt
La oscuridad puede ser tu única
compañía cuando la soledad enmudece tus lágrimas, ata tus manos
impidiendo que la libertad avance y sesga cualquier sueño agradable.
Durante años me convertí en una marioneta rabiosa. Un animal de
presa que lanzaban sobre las arenas de un coliseo para que desgarrada
a mis víctimas. La barbarie yacía a mi alrededor, se agitaba como
un junco contra el viento, y podía ver en miles de ojos la verdad
más cruel.
Me convertí en objeto de deseo para
muchos. Codiciaban mi talento desgarrando gargantas. No pensaban en
mí como un ser humano, sino como una bestia sedienta de sangre. Mis
manos se mancharon en miles de ocasiones del carmín que derramaban
mis víctimas. Me vestí de dolor. El luto era mi emblema. Dejé de
sufrir cuando comencé a verlos a todos como seres sin alma.
Acabé siendo arrastrada a lugares más
turbios. Muchos deseaban palpar mi rareza. Me observaban como si
fuera un mito. Besaron mis labios con sed, acariciaron mi piel como
si fuera seda y acabaron arrancándome los últimos sueños que
conservaban. Fui la ramera que deseaban, el muchacho joven que tanto
les apetecía, el monstruo que no convertía en piedra y les ofrecía
placer...
La rabia quedó en mi pecho, pero no
así el odio. Comprendí que la bondad se podía encontrar en el ser
más insospechado. Sonreí al tomar su mano, sentirme digna de
alguien o algo, y finalmente me creí tan fuerte que deseé perdonar.
Si bien, nadie perdonó mi rareza. Arion, mi creador, suele decir que
soy una joya poco valorada aunque hermosa, valiosa e imposible de
olvidar. Desconozco si tiene razón, pero aprecio que me mostrara que
tras la máscara puedo ser algo más que un monstruo.
Mi dolor se ha convertido en parte de
su dolor, sus deseos se han convertido en parte de los míos.
Acompañarlo es a veces una tortura, pero siempre se convierte en una
experiencia fascinante. Quizás no seamos los mejores compañeros,
aunque siempre me agradará escuchar de su boca que no soy la alimaña
que todos creen.
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