Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 30 de octubre de 2014

Dos corazones

Había logrado sobrevivir a mi última aventura. El amor de Rowan estaba en mi pecho, igual que el amor que había tenido hacia todos los Mayfair, pero eso quedaba atrás, como un pasado muy lejano, si recordaba los últimos meses cargados de peligros. Era como si todo fuese un sueño. Quizás todo fue un maravilloso sueño del cual desperté de golpe. Las noches volvían a ser tranquilas, muy agradables a pesar de ser pleno otoño, y las luces e de neón brillaban como si el infierno no estuviese esperando por todas las almas que discurrían por la ciudad. En las Iglesias se seguían rezando por los pecadores, aunque no eran pescadores de almas. De todas mis aventuras aprendo algo. La rabia y la desesperación de la última me había hecho regresar a mi carácter bravucón y fiero.

Las nuevas tecnologías empezaban a interesarme en todos los sentidos. Era interesante observar toda la noticia que se acumulaba en la red. Veía en ellas cierta ventaja. Las ventas de mi nuevo libro se contabilizaban con rapidez. Muchos comenzaban a dejar diversas opiniones sobre los primeros capítulos. Había quienes pedían y clamaban por tenerlo en su idioma. Me resultaba casi cómico que tantos me creyeran personaje de ficción. Si bien, así era mucho mejor. No iba a volver a los escenarios a gritar que era malo, el demonio, un vampiro y por lo tanto debían adorarme ofreciéndome su sangre.

Louis se desentendía de los nuevos medios de comunicación. Si bien, disfrutaba de la radio y de ciertos canales de televisión donde podía ver, con cierta fascinación, obras de teatro y películas que atraían su atención. El resto de nosotros era como él, salvo Armand. Muchos disfrutaban con películas, pero no se adentraban como yo en todo lo que les rodeaba. Quería experimentar y disfrutar, cosa que traía ciertos problemas con él. Las divergencias en nuestras formas de diversión proseguían a pesar de los siglos.

Normalmente despierto antes del anochecer. La cama se hacía insoportable. Estiracé los brazos, me incorporé en la cama y tomé el portátil que me esperaba sobre la mesilla. Acabé encendiéndolo mientras jugueteaba con sus bordes metálicos. Era como la caja de Pandora. Siempre sentía cierta emoción al leer cierta información, escuchar algo de música o distraerme con comentarios absurdos. El ordenador portátil acabó iluminando tenuamente la habitación. Mis manos se deslizaban con cierta habilidad por las diversas teclas. Pulsaba y pulsaba buscando en cada rincón de ese pequeño universo respuesta a mis deseos. Quería encontrar nuevos libros, autores que jamás hubiesen llegado a mis manos, y por supuesto noticias. Me enloquecía todo aquello. Tenía el mundo entero en la palma de la mano.

Estiré mis piernas notando las de Louis. Sus pies marmóreos y blanquecinos rozaron los míos. En ese instante, en tan sólo unas milésimas de segundo, decidí echar a un lado el ordenador, dejándolo en el suelo sobre la delicada alfombra persa, para contemplarlo.

Tenía el cabello revuelto sobre su espalda, salpicando la almohada y enredándose en su cuello. Siempre me ha recordado las ondulas de sus mechones a un mar revuelto, el cual cepilla con carisma y logra parecer un caballero. Si bien, yo jamás dejo de tener un apariencia salvaje pese a mis burdos intentos. Sólo las sábanas de blanco algodón cubría su cuerpo, rodeando su cadera. Tenía un semblante tranquilo, perdido en el mundo de los sueños. Sus perfectas cejas negras le daban un aire serio a sus facciones, las cuales eran ligeramente duras. Tenía un cuerpo más estrecho que el mío, su espalda terminaba en una ligera cintura y sus nalgas, redondas y bien proporcionadas, le daban la guinda a una silueta terriblemente atractiva.

Acabé recostándome a su lado, alargando mis brazos para rodear su cintura. De improvisto abrió sus ojos mostrándome esas pupilas verdes, tan profundas, que tanto me enloquecían. Aproximé mi rostro al suyo y rocé con mi lengua sus labios carnosos. Inmediatamente él abrió su boca y buscó un beso salvaje de la mía. Ese beso era intenso, nuestras lenguas se fundían en una lucha. Mis brazos se apretaban contra su figura, sus piernas se enredaban contra las mías y noté que sus brazos se alzaban para rodearme por el cuello.

—Louis... —susurré. Había logrado separarme de su boca, la cual parecía cada vez más apetecible, mientras mi mano derecha despejaba algunos mechones que caían sobre su rostro.

Tenía una mirada extremadamente seductora. El brillo esmeralda que poseía provocaba que se asemejara a un par de joyas, engarzadas en, las pobladas y largas, pestañas que tenía. Era innegable su belleza. Decidió recostar su espalda en la cama para después invitarme con un sólo gesto, simple y directo, a caer sobre su silueta menuda. Sus pezones cafés estaban duros y la sábana había caído a los pies de la cama. Pude comprobar que su sexo ligeramente erecto necesitaba ciertas atenciones.

Me incliné sobre su pecho besando sus hombros, clavículas y finalmente sus pectorales. Ataqué como un recién nacido hambriento. Mordía y succionaba cada uno de sus redondos pezones. Él gemía bajo moviendo sutilmente sus caderas. Sus manos estaban sobre mi espalda, deslizando sus dedos como si tocara una intensa partitura de piano. Podía notar como arañaba haciéndome sangrar, aunque rápidamente cicatrizaba provocando un escozor algo excitante.

—Lestat—dijo con voz temblorosa.

Sus labios carnosos tenían mayor sensualidad que hacía segundos atrás, pues se habían coloreado de rojo porque se los mordía y los apretaba ante los pequeños latigazos de placer. Los ataqué. Su boca se abrió con un breve suspiro, rodeó la mía y permitió que colara una vez más mi lengua. En ese momento abrió sus piernas ofreciéndome una imagen tentadora. Dejé de besarlo sólo para concentrarme en diversas caricias sobre su torso. Las hacía con mi diestra, mientras la zurda la apoyaba en la almohada.

—Lestat...—jadeó mi nombre entrecerrando sus ojos, pues mis dedos acabaron rodeando su miembro.

De improvisto se alejó, aunque lo hizo tembloroso, para ir hacia una de las esquinas de la habitación. Allí estaba su escritorio, donde guardaba sus velas. Cuando regresó a la cama segundos después, con los ojos turbados por el deseo, lo hizo con una caja de cerillas y una vela. Con un movimiento rápido encendió la vela, me recostó en la cama boca arriba y se sentó sobre mi pelvis. Sus nalgas rozaron la punta de mi glande, provocando que suspirara de placer y deseo, pero fue la cera derretida de la vela lo que me hizo gemir bajo. Comenzó a mover sus caderas para que mi miembro se frotara contra su trasero, tocando incluso su entrada, mientras derramaba algunas gotas sobre mi pecho y bajo vientre.

Me alcé de la cama apagando la vela, para luego echarla al suelo sin importarme las manchas sobre el mármol, y ataqué su boca con mordidas, besos profundos y otros más suaves. Él gemía ahogado. Mi mano derecha se había colado entre sus piernas y hundía dos dedos en su entrada, buscando su próstata. No dejó en ningún momento de moverse. Sus largas piernas se abrían buscando mis caricias más salvajes.

—Fóllame como a tus putas... esas que vas a visitar aún a los burdeles—dijo colocando sus manos sobre mis hombros. Enterró sus uñas y gimió—. Si hay una puta en tu vida debo ser yo. Yo, Lestat—me miró implorando un poco de mis atenciones y amor.

Había amado sinceramente a muchos, tuve amores puros, y sin embargo, a pesar de nuestras disputas, acababa a su lado ofreciéndole todo lo que me pedía. Por eso mismo lo agarré del pelo tirando de éste, empujándolo al suelo y dejando medio cuerpo sobre la cama. Sus nalgas quedaron alzadas y sus piernas bien abiertas. No dudé en golpear ambos glúteos, notando como se movían ligeramente como reacción al golpe. Él gimió mi nombre e intentó mirarme por encima de su hombro izquierdo. Acabé agarrándolo del cuello para incorporarlo, pero después lo arrodillé frente a mí. El portátil no estaba lejos, la vela había caído a centímetros de la alfombra, y él me miraba por una de sus manos aferradas a la sábana. Era una imagen tentadora.

—Empieza por parecerte a una—susurré acercándole mi miembro—. Hazlo, Louis.

Su lengua lamió tímidamente mi glande, su diestra se puso sobre la base presionando los testículos y la zurda arañaba mi cadera con ligeras caricias de sus uñas. Esas lamidas se intensificaron y sus labios acabaron rodeando gran parte de mi sexo. El ritmo de sus succiones fueron aumentando y finalmente lo aparté, arrojándolo sobre la cama y arremetí contra sus nalgas. Entré de una vez, haciendo que chillara y se aferrara al colchón. Estaba girado de espaldas, con sus nalgas alzadas nuevamente y sus piernas bien abiertas.

Cada embestida eran más brusca que la anterior, y, le sacaba fuertes gemidos. Él podía notar mi sexo en toda su extensión. Sabía que cada vena rozaba su interior rugoso, cálido y hambriento. Engullía mi sexo hasta mis testículos, coronados con una espesa y suave mata de rizos dorados. Sus manos tiraban con imperiosa necesidad las sábanas y sus labios se abrían magistralmente. Louis se contoneaba mejor que una mujer, pues estaba acostumbrado a mis reclamos y atenciones.

—Mon amour... —murmuré inclinándome sobre él, para besar la cruz de su espalda.

—Je t'aime—dijo con los ojos cerrados y de forma entrecortada por los gemidos.

La cama se quejaba sobre el mármol blanco de la estancia. El dosel se movía como una palmera por una fuerte racha de viento. El sonido de la notificación de un correo se sumó a los diversos ruidos. Fuera, en la ciudad, la vida transcurría y algunos locales ya ofrecían música en vivo. Miles de almas desesperadas discurrían cerca de nuestra propiedad, sin sospechar lo que ocurría o quienes vivíamos allí. Él gritaba mi nombre junto a palabras que no lograba comprender. Tiritaba él tiritaba de placer. A penas era capaz de despegar su cuerpo del colchón, pues sus brazos cedían. Mis manos se movían por sus costados, pero finalmente quedaron ancladas firmemente en sus caderas. Su miembro lograba tener ciertas atenciones por el roce de las sábanas contra su glande. Noté que lloraba. Un par de lágrimas de sangre bordearon sus mejillas y cayeron por sus pómulos hasta el hueso de su mandíbula.

Llegué a la cima sintiendo como un rayo de placer me atravesaba, de pies a cabeza, concentrándose en mi vientre y atrapando mis testículos. Cuando llegué al orgasmo final él gemía igual que las putas a las que tanto envidiaba. Pocos segundos después llegó a un punto sin retorno, igual que yo. Ambos quedamos satisfechos, aún enganchados uno al otro, mientras él quería recobrar el juicio. Yo sólo quería morder cada milímetro de su espalda. Estábamos perlados de sudor sanguinolento, con el pelo revuelto y sexo salpicando parte de nuestra figura. Al salir se quejó mientras reptaba por la cama, pues deseaba recostarse y descansar. Por mi parte sonreí, me eché a un lado en el colchón y pasé mis brazos tras la nuca. Él me miraba fascinado, echado a un lado, quizás con varias preguntas que hacerme. Si bien, ambos guardamos silencio hasta que nos incorporamos, para explorar la noche y buscar algo de sangre.  

Lestat de Lioncourt 

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Lestat de Lioncourt