Había logrado sobrevivir a mi última
aventura. El amor de Rowan estaba en mi pecho, igual que el amor que
había tenido hacia todos los Mayfair, pero eso quedaba atrás, como
un pasado muy lejano, si recordaba los últimos meses cargados de
peligros. Era como si todo fuese un sueño. Quizás todo fue un
maravilloso sueño del cual desperté de golpe. Las noches volvían a
ser tranquilas, muy agradables a pesar de ser pleno otoño, y las
luces e de neón brillaban como si el infierno no estuviese esperando
por todas las almas que discurrían por la ciudad. En las Iglesias se
seguían rezando por los pecadores, aunque no eran pescadores de
almas. De todas mis aventuras aprendo algo. La rabia y la
desesperación de la última me había hecho regresar a mi carácter
bravucón y fiero.
Las nuevas tecnologías empezaban a
interesarme en todos los sentidos. Era interesante observar toda la
noticia que se acumulaba en la red. Veía en ellas cierta ventaja.
Las ventas de mi nuevo libro se contabilizaban con rapidez. Muchos
comenzaban a dejar diversas opiniones sobre los primeros capítulos.
Había quienes pedían y clamaban por tenerlo en su idioma. Me
resultaba casi cómico que tantos me creyeran personaje de ficción.
Si bien, así era mucho mejor. No iba a volver a los escenarios a
gritar que era malo, el demonio, un vampiro y por lo tanto debían
adorarme ofreciéndome su sangre.
Louis se desentendía de los nuevos
medios de comunicación. Si bien, disfrutaba de la radio y de ciertos
canales de televisión donde podía ver, con cierta fascinación,
obras de teatro y películas que atraían su atención. El resto de
nosotros era como él, salvo Armand. Muchos disfrutaban con
películas, pero no se adentraban como yo en todo lo que les rodeaba.
Quería experimentar y disfrutar, cosa que traía ciertos problemas
con él. Las divergencias en nuestras formas de diversión proseguían
a pesar de los siglos.
Normalmente despierto antes del
anochecer. La cama se hacía insoportable. Estiracé los brazos, me
incorporé en la cama y tomé el portátil que me esperaba sobre la
mesilla. Acabé encendiéndolo mientras jugueteaba con sus bordes
metálicos. Era como la caja de Pandora. Siempre sentía cierta
emoción al leer cierta información, escuchar algo de música o
distraerme con comentarios absurdos. El ordenador portátil acabó
iluminando tenuamente la habitación. Mis manos se deslizaban con
cierta habilidad por las diversas teclas. Pulsaba y pulsaba buscando
en cada rincón de ese pequeño universo respuesta a mis deseos.
Quería encontrar nuevos libros, autores que jamás hubiesen llegado
a mis manos, y por supuesto noticias. Me enloquecía todo aquello.
Tenía el mundo entero en la palma de la mano.
Estiré mis piernas notando las de
Louis. Sus pies marmóreos y blanquecinos rozaron los míos. En ese
instante, en tan sólo unas milésimas de segundo, decidí echar a un
lado el ordenador, dejándolo en el suelo sobre la delicada alfombra
persa, para contemplarlo.
Tenía el cabello revuelto sobre su
espalda, salpicando la almohada y enredándose en su cuello. Siempre
me ha recordado las ondulas de sus mechones a un mar revuelto, el
cual cepilla con carisma y logra parecer un caballero. Si bien, yo
jamás dejo de tener un apariencia salvaje pese a mis burdos
intentos. Sólo las sábanas de blanco algodón cubría su cuerpo,
rodeando su cadera. Tenía un semblante tranquilo, perdido en el
mundo de los sueños. Sus perfectas cejas negras le daban un aire
serio a sus facciones, las cuales eran ligeramente duras. Tenía un
cuerpo más estrecho que el mío, su espalda terminaba en una ligera
cintura y sus nalgas, redondas y bien proporcionadas, le daban la
guinda a una silueta terriblemente atractiva.
Acabé recostándome a su lado,
alargando mis brazos para rodear su cintura. De improvisto abrió sus
ojos mostrándome esas pupilas verdes, tan profundas, que tanto me
enloquecían. Aproximé mi rostro al suyo y rocé con mi lengua sus
labios carnosos. Inmediatamente él abrió su boca y buscó un beso
salvaje de la mía. Ese beso era intenso, nuestras lenguas se fundían
en una lucha. Mis brazos se apretaban contra su figura, sus piernas
se enredaban contra las mías y noté que sus brazos se alzaban para
rodearme por el cuello.
—Louis... —susurré. Había logrado
separarme de su boca, la cual parecía cada vez más apetecible,
mientras mi mano derecha despejaba algunos mechones que caían sobre
su rostro.
Tenía una mirada extremadamente
seductora. El brillo esmeralda que poseía provocaba que se asemejara
a un par de joyas, engarzadas en, las pobladas y largas, pestañas
que tenía. Era innegable su belleza. Decidió recostar su espalda en
la cama para después invitarme con un sólo gesto, simple y directo,
a caer sobre su silueta menuda. Sus pezones cafés estaban duros y la
sábana había caído a los pies de la cama. Pude comprobar que su
sexo ligeramente erecto necesitaba ciertas atenciones.
Me incliné sobre su pecho besando sus
hombros, clavículas y finalmente sus pectorales. Ataqué como un
recién nacido hambriento. Mordía y succionaba cada uno de sus
redondos pezones. Él gemía bajo moviendo sutilmente sus caderas.
Sus manos estaban sobre mi espalda, deslizando sus dedos como si
tocara una intensa partitura de piano. Podía notar como arañaba
haciéndome sangrar, aunque rápidamente cicatrizaba provocando un
escozor algo excitante.
—Lestat—dijo con voz temblorosa.
Sus labios carnosos tenían mayor
sensualidad que hacía segundos atrás, pues se habían coloreado de
rojo porque se los mordía y los apretaba ante los pequeños
latigazos de placer. Los ataqué. Su boca se abrió con un breve
suspiro, rodeó la mía y permitió que colara una vez más mi
lengua. En ese momento abrió sus piernas ofreciéndome una imagen
tentadora. Dejé de besarlo sólo para concentrarme en diversas
caricias sobre su torso. Las hacía con mi diestra, mientras la zurda
la apoyaba en la almohada.
—Lestat...—jadeó mi nombre
entrecerrando sus ojos, pues mis dedos acabaron rodeando su miembro.
De improvisto se alejó, aunque lo hizo
tembloroso, para ir hacia una de las esquinas de la habitación. Allí
estaba su escritorio, donde guardaba sus velas. Cuando regresó a la
cama segundos después, con los ojos turbados por el deseo, lo hizo
con una caja de cerillas y una vela. Con un movimiento rápido
encendió la vela, me recostó en la cama boca arriba y se sentó
sobre mi pelvis. Sus nalgas rozaron la punta de mi glande, provocando
que suspirara de placer y deseo, pero fue la cera derretida de la
vela lo que me hizo gemir bajo. Comenzó a mover sus caderas para que
mi miembro se frotara contra su trasero, tocando incluso su entrada,
mientras derramaba algunas gotas sobre mi pecho y bajo vientre.
Me alcé de la cama apagando la vela,
para luego echarla al suelo sin importarme las manchas sobre el
mármol, y ataqué su boca con mordidas, besos profundos y otros más
suaves. Él gemía ahogado. Mi mano derecha se había colado entre
sus piernas y hundía dos dedos en su entrada, buscando su próstata.
No dejó en ningún momento de moverse. Sus largas piernas se abrían
buscando mis caricias más salvajes.
—Fóllame como a tus putas... esas
que vas a visitar aún a los burdeles—dijo colocando sus manos
sobre mis hombros. Enterró sus uñas y gimió—. Si hay una puta en
tu vida debo ser yo. Yo, Lestat—me miró implorando un poco de mis
atenciones y amor.
Había amado sinceramente a muchos,
tuve amores puros, y sin embargo, a pesar de nuestras disputas,
acababa a su lado ofreciéndole todo lo que me pedía. Por eso mismo
lo agarré del pelo tirando de éste, empujándolo al suelo y dejando
medio cuerpo sobre la cama. Sus nalgas quedaron alzadas y sus piernas
bien abiertas. No dudé en golpear ambos glúteos, notando como se
movían ligeramente como reacción al golpe. Él gimió mi nombre e
intentó mirarme por encima de su hombro izquierdo. Acabé
agarrándolo del cuello para incorporarlo, pero después lo arrodillé
frente a mí. El portátil no estaba lejos, la vela había caído a
centímetros de la alfombra, y él me miraba por una de sus manos
aferradas a la sábana. Era una imagen tentadora.
—Empieza por parecerte a una—susurré
acercándole mi miembro—. Hazlo, Louis.
Su lengua lamió tímidamente mi
glande, su diestra se puso sobre la base presionando los testículos
y la zurda arañaba mi cadera con ligeras caricias de sus uñas. Esas
lamidas se intensificaron y sus labios acabaron rodeando gran parte
de mi sexo. El ritmo de sus succiones fueron aumentando y finalmente
lo aparté, arrojándolo sobre la cama y arremetí contra sus nalgas.
Entré de una vez, haciendo que chillara y se aferrara al colchón.
Estaba girado de espaldas, con sus nalgas alzadas nuevamente y sus
piernas bien abiertas.
Cada embestida eran más brusca que la
anterior, y, le sacaba fuertes gemidos. Él podía notar mi sexo en
toda su extensión. Sabía que cada vena rozaba su interior rugoso,
cálido y hambriento. Engullía mi sexo hasta mis testículos,
coronados con una espesa y suave mata de rizos dorados. Sus manos
tiraban con imperiosa necesidad las sábanas y sus labios se abrían
magistralmente. Louis se contoneaba mejor que una mujer, pues estaba
acostumbrado a mis reclamos y atenciones.
—Mon amour... —murmuré
inclinándome sobre él, para besar la cruz de su espalda.
—Je t'aime—dijo con los ojos
cerrados y de forma entrecortada por los gemidos.
La cama se quejaba sobre el mármol
blanco de la estancia. El dosel se movía como una palmera por una
fuerte racha de viento. El sonido de la notificación de un correo se
sumó a los diversos ruidos. Fuera, en la ciudad, la vida transcurría
y algunos locales ya ofrecían música en vivo. Miles de almas
desesperadas discurrían cerca de nuestra propiedad, sin sospechar lo
que ocurría o quienes vivíamos allí. Él gritaba mi nombre junto a
palabras que no lograba comprender. Tiritaba él tiritaba de placer.
A penas era capaz de despegar su cuerpo del colchón, pues sus brazos
cedían. Mis manos se movían por sus costados, pero finalmente
quedaron ancladas firmemente en sus caderas. Su miembro lograba tener
ciertas atenciones por el roce de las sábanas contra su glande. Noté
que lloraba. Un par de lágrimas de sangre bordearon sus mejillas y
cayeron por sus pómulos hasta el hueso de su mandíbula.
Llegué a la cima sintiendo como un
rayo de placer me atravesaba, de pies a cabeza, concentrándose en mi
vientre y atrapando mis testículos. Cuando llegué al orgasmo final
él gemía igual que las putas a las que tanto envidiaba. Pocos
segundos después llegó a un punto sin retorno, igual que yo. Ambos
quedamos satisfechos, aún enganchados uno al otro, mientras él
quería recobrar el juicio. Yo sólo quería morder cada milímetro
de su espalda. Estábamos perlados de sudor sanguinolento, con el
pelo revuelto y sexo salpicando parte de nuestra figura. Al salir se
quejó mientras reptaba por la cama, pues deseaba recostarse y
descansar. Por mi parte sonreí, me eché a un lado en el colchón y
pasé mis brazos tras la nuca. Él me miraba fascinado, echado a un
lado, quizás con varias preguntas que hacerme. Si bien, ambos
guardamos silencio hasta que nos incorporamos, para explorar la noche
y buscar algo de sangre.
Lestat de Lioncourt
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