Claudia tenía sus planes, pero el mundo decidió tener otros para ella. El mundo o el destino, llámenlo como quieran.
Lestat de Lioncourt
Ella fue la elegida. Entre todas las
mujeres que paseaban radiantes a mi alrededor, aquellas que me
adoraban por mis rizados cabellos dorados y las que me envidiaban por
mi juventud inocente. Todas parecían iguales. Mujeres hermosas de
diversos tamaños, con senos más o menos proporcionados, y
encantadoras sonrisas llenas de maternales sentimientos. Pero ella me
miró de una forma que no pude describir. Era una mirada llena de
dolor, furia, desconsuelo, amor y necesidad. Comprendí que conocía
que era la crueldad y la rabia germinado en su corazón impotente.
Fue sólo un instante en una calle
abarrotada en París. Quedó al otro extremo de la calle, con sus
manos sobre su medalla y varias lágrimas corriendo por sus mejillas.
Le recordaba a alguien. Yo era la muñeca perfecta que jamás pudo
crear, la niña que no pudo ver crecer, la pequeña que se escapó de
sus brazos y comprendí que había tenido una pérdida tan terrible
como perfecta para mis planes. Su hija, su pequeña, había muerto y
ahora estaba enterrada, a varios metros bajo el cementerio, donde
nada, ni la paz ni la quietud del mundo, salvaría su carne de ser
comida por los gusanos.
Sus manos eran de artista, no sólo de
madre. Ella creaba las muñecas más fastuosas de todo París. Poseía
una pequeña tienda donde creaba sus hermosas niñas, las cuales se
parecían muchísimo a mí. Tienda que decidí visitar de su mano,
pues no tuve reparos en acercarme y ser el ángel que iluminara su
noche. ¿Quería jugar a ser madre? Yo jugaría a ser niña.
Confesé mis secretos más terribles,
pero aún así me miraba ilusionada. Yo era lo que ella necesitaba:
una niña que no moriría. Sería el lirio que adornaría su vacío
regazo. Sus manos acariciaron suavemente mis cabellos, los cuales
parecían irreales bajo la luz tenue de su mesa de trabajo. Sus ojos
llorosos cobraron una vida única. Comprendí entonces que debía
aferrarme a ella. Era más fácil de manipular que Louis, pero
también había algo más: su cuerpo.
Tenía un cuerpo esbelto, de apariencia
frágil, con unos senos perfectos rebosantes de perfume. Sus ojos,
tan claros como los míos, miraban al mundo con cierta cautela.
Poseía unos labios carnosos, aunque ligeramente pequeños. Parecía
una muñeca, igual que yo, pero con una vida que yo no tenía. La
quería para mí. Louis la haría para mí. Sería la marioneta
perfecta. Podría comprender que es ser una mujer sin sufrir
demasiado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario