Marius dedicando algo a Pandora...
Lestat de Lioncourt
Recuerdo aquel hombre. Ese hombre que
me abrió las puertas de su casa y me presentó a su encantadora
hija. Apenas era una niña de nueve años y yo ya era un hombre
joven. Ella sonreía con el brillo de cientos de constelaciones, sus
ojos eran profundos y cautivadores, su léxico y conocimientos iban
más allá de la educación y cultura que poseía.
Era hermosa. De delicados rasgos y
largo cabello negro que cubría su pequeña espalda. Si bien yo no
estaba preparado para comprometerme a tener una esposa, y menos tan
joven. Sabía que los matrimonios podían acordarse y arreglarse.
Comprendía cómo era para aquella sociedad el deber de ofrecer
descendencia. Sin embargo, era lo único que deseaba alejar del
imperio y de mí.
Había nacido hijo de una esclava. Sus
suaves y salvajes muslos se abrieron a mi padre, un hombre rudo y, en
ocasiones, detestable. Sometió a una hermosa y delicada mujer de los
bosques para satisfacer su virilidad, la llevó consigo y la
convirtió en su concubina. Su verdadera esposa lo toleraba mientras
amamantaba a su primogénito. Cuando nací la hicieron desaparecer y
me quedé a cargo de su mujer y mi hermano mayor, el cual tenía ya
un par de años. Fui educado como romano, pero jamás acepté ser un
guerrero. Amaba la fuerza y el poder defensivo de Roma, pero odiaba
tomar una espada. Mi padre, que esperaba tener entre sus filas al
mejor guerrero, se vio decepcionado. ¿De qué servía un coloso
apasionado por la historia, la poesía y la pintura? Por eso, esa
invitación de compromiso con la joven Lydia era lo mejor que me
podía ocurrir; pero como siempre, por terquedad, la perdí.
Tuvieron que pasar varios años, de
numerosos viajes y encuentros con otras mujeres, para ver a aquella
joven de aspecto salvaje rogando estar entre mis brazos. Nada más
verla supe que era ella. Ella era la niña que recitó poemas de amor
para mí. Una niña que era todo una mujer llena de gracia y fuerza.
Me quedé anonadado junto a mis esclavos, los cuales me ayudaban a
redactar los hechos que acontecían en los distintos pueblos que
visitaba. Deseé beber su piel, acariciar su cintura, aspirar el
aroma de sus cabellos y llevarla conmigo. Pero de nuevo el destino, y
su padre, nos separó.
Un destino que nos separaría más años
de los que ella y yo podríamos contar, que una vez unidos nos
volveríamos a dividir y sólo nos encontraríamos ocasionalmente
durante la eternidad. Seríamos como el sol y la luna que sólo se
encuentran cuando hay eclipse. Ese sería nuestro destino y horror.
Un amor imposible porque somos dos fieras que no se dejan someter.
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