Fue extraño. Reconozco que fue muy
extraño. Jamás sospeché que otro vampiro acudiría a mí, buscando
consejo y protección, como hice una vez con mi maestro Marius.
Realmente soy bueno dando consejos, pero seguirlos es muy difícil.
Ese chico me asombró. Tuvo unas agallas terribles para presentarse
ante alguien tan imprevisible como lo soy yo. Se personó frente a mí
de forma torpe y tosca. Incluso agredió a otro intruso, uno que
había llegado minutos antes por parte de Talamasca, al que tuve que
salvar el pellejo como si fuese realmente el héroe que todos
esperaban.
Me encanta la acción. Creo que es
divertido y emocionante tener una chispa de misterio en esta vida.
Misterios que deben ser resueltos con premura para despejar
incógnitas que nos avasallan. Así que no dudé en echarle una mano.
Sé que otros hubiesen echado también esa mano, pero al cuello. Si
bien, ¿acaso no soy un imprudente mayor? Claro que lo soy. Soy
dinamita en el templo, ¿o no?
Sólo quiero que entendáis que si le
ayudé fue porque me pareció lo correcto, pero también porque
estaba tremendamente aburrido de lamentarme por lo ocurrido años
atrás con Memnoch. No iba a estar todo el tiempo tumbado en una
capilla, tampoco iba a estar como perro faldero tras Louis por si
volvía a inmolarse. Él se había ido con Armand, al menos le había
exigido que lo hiciera, pensando que a su lado con la compañía de
Benji y Sybelle, siempre atentos a él, podría controlarse. Sobre
todo porque estaría lejos de nuestra amada Nueva Orleans. No quería
que se revolcara sobre los recuerdos que teníamos en esa casa, la
casa que asaltó libremente el larguirucho y jovencísimo Tarquin
Blackwood.
Bien, bien... ¿sabéis que sentí
cuando le miré a los ojos y lo vi tan perdido? Me vi a mí mismo
frente a Marius. Recordé el preciso instante donde desperté en el
barco que se acercaba a su isla. La misma cara de asombro que cuando
vi sus pinturas. Oh, esas magníficas pinturas. Aún sigue pintando y
de vez en cuando me envía algún cuadro alegre, porque sabe que me
encanta el arte aunque no lo entiendo demasiado, para que decore mis
diversas propiedades. Pues ese rostro de niño frente a un montón de
juguetes nuevos era el mío, el que también fue suyo.
Me han ayudado tantas veces que ni lo
recuerdo. Desde niño mi madre endureció un poco mi carácter, pues
quería que fuese fuerte ante las adversidades. Ella siempre ha
estado ahí. Ese chico no tenía posibilidad alguna de pedir consejo
a su madre, pues lo detestaba y prefería que se muriera. De hecho
creo que esa maldita bruja alcohólica y drogadicta rezó alguna vez
para que Quinn muriera. Sí, le llamo Quinn. Él me dijo que podía y
debía llamarlo Quinn. Es un chico noble, algo campestre, alejado del
mundanal ruido y sus banalidades. Ha sufrido muchísimo pese a estar
podrido en millones, tener una bonita finca y un pequeño hotel rural
repleto de historias y fantasmas.
Precisamente vino a mí por un
fantasma. Creo que esa historia la conocen bien si han leído el
libro. Incluso sabrán el desenlace. Bueno, en definitiva, conocí lo
que era una auténtica casa embrujada gracias a él. Quería que le
ayudara con un extraño fenómeno que le perseguía desde niño. Un
fantasma que iba envejeciendo a la par que él. No sabía si se
burlaba tomando su rostro o simplemente lo usaba porque no conocía
el suyo. Ni siquiera sospechaba la verdad la pobre criatura, aunque
antes de llamar a la encantadora Merrick yo lo sospechaba.
Hoy en día temo que su suerte no sea
la propicia. Me gustaría salir a buscarlo y decirle que no puede
estar oculto todo el tiempo. Sin embargo, mi madre va y viene y
quiero pensar que él en algún momento regresará. Ya no lo sé.
Realmente amé a ese chico. Su historia me hizo amarlo. Comprendí
que había sufrido unos problemas horribles y no podía dejarlo
tirado. Seré un vampiro, pero tengo un corazón muy humano.
Lestat de Lioncourt
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