Estaba allí mirándome fijamente como
si el mundo mismo se acabase en su mirada, en el borde de su alma, en
la sensación extraña que me transmitía esa sabiduría perversa y
esa esperanza marchita en el lacrimal salvaje de sus ojos. Me perdí
por un segundo en los prados verdes, en esos diamantes extraños,
mientras él simplemente guardaba silencio. Era un silencio tan
angustioso que mi corazón se delató. Bombeó fuerte, salvaje,
impertinente...
Mis amores siempre han sido dramáticos.
Jamás han tenido un matiz de felicidad tan delicada como la que viví
junto a él. No obstante, no dejaba de ser tortuoso y horrible.
Retuve a Louis a mi lado gracias a Claudia, pero siempre intenté
creer que me amaba tanto como yo lo amaba a él. Un amor puro e
insatisfactorio a la vez.
Quería que dijese algo, pero no me
atrevía a preguntar. Sólo permitía que me mirara. Sus ojos me
seguían allí donde iba y no podía refugiarme siquiera mirando
hacia otro lado. Al otro extremo de los muros de esa sala se hallaba
un barrio que conocíamos bien. Habíamos deambulado mil veces por
sus calles en compañía de Claudia, pero de eso hacía demasiado
tiempo. Las paredes que caían sobre nosotros como aves de rapiña
eran las mismas que una vez fueron nuestro hogar, cálido y
apetecible, y que ahora estábamos reformando por mera nostalgia.
—Habla—dije acongojado.
—Has vivido algo horrible, pero
siento que no puedo permitir que me perdones...
¿Yo a él? ¿Perdonarle? Tal vez no me
ayudó cuando más lo necesité, pero me advirtió. Él intento que
comprendiera lo estúpido que estaba siendo. No podía condenarlo por
ello. Era un buen hombre y yo un imbécil. Cerré los ojos y apreté
los puños para hacer acopio de todas mis fuerzas. Deseaba abrazarlo
y llenar su rostro con mis besos. Incluso le quería arrebatar las
prendas a jirones para poderlo desnudar y lograr sentir de ese modo
su piel contra la mía.
—Oh, Louis...—suspiré—. Te pedí
consejo y me burlé de ti. Estabas en tu derecho—dije abriendo los
ojos para acercarme a él y retenerlo entre mis brazos—. Louis...
—Siento que quieres volver al pasado
tanto como yo, pero ya no somos los mismos. No lo somos. Esto va a
ser un rotundo fracaso—confesó echándose a llorar mientras se
aferraba a mí.
¡Cuánto odiaba y amaba que llorara!
Eran sentimientos contradictorios. Unos sentimientos que lograron que
lo besara y le dijera que era mi gran amor. Un amor perverso y
persistente que jamás me abandonaría. En estos momentos lo veo
tranquilo leyendo un libro de poemas. De esa escena hace más de
veinte años. Hemos vuelto, nos hemos separado y regresado de nuevo.
Siempre volvemos porque no somos capaces de vivir lejos el uno del
otro a pesar de las disputas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario