Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 17 de mayo de 2017

Libertad. Llámalo libertad.

Día 17 de Mayo: Día contra la transfobia y la homofobia. 
Día para reivindicar. 

Lestat de Lioncourt 


—Deja de mirarme así, caballerito—dije encaramado a una de las ramas de un viejo árbol.

Veía el cementerio de los Blackwood bajo las suelas de mis botas. Podía contemplar el horizonte lleno de tumbas, algunas sin nombres y otras tan olvidadas que ni siquiera merecía la pena señalarlas. Entre todas ellas había una especial. En ella descansaban los restos de Virgina Lee. Recordé el día en el cual Manfred quedó viudo y comenzó a llorar amargamente mientras me lo contaba por teléfono. Había sido un golpe magistral del destino, el mismo que nos había puesto a ambos en contacto para fundar una pequeña “sociedad”.

Él había entrado en escena en silencio, pero su presencia siempre era peculiar. Tenía una fragancia intensa, algo masculina, que para nada tenía que ver con el rostro dulce y delicado que cargaba. Cuando mirabas a Tarquin veías a un niño remilgado, mimado y de rasgos suaves que buscaba doliente el apoyo de alguien. Siempre parecía a punto de romper a llorar.

—Te he dicho que dejes de hacerlo.

—Me preguntaba si hablarías conmigo antes de irme—comentó con las manos en los bolsillos—. Haré lo que me dijiste. Justo iba a visitarte antes para explicarme mi paradero, pues creí que sería conveniente.

—Y me has encontrado de nuevo en tus tierras, justo en la puerta de tu casa, y contemplando el lugar donde ha muerto esa bruja de piel oscura y ojos de esmeralda. Esa mujer tan fuerte, tan poderosa, que ha muerto por tu culpa porque deseaba salvarte. Mírate nada más, Quinn. Tienes suerte, pues te han quitado una gran carga y ahora eres libre. Eres tan libre como lo he llegado a ser yo, aunque yo lo he hecho después de muchos años luchando contra mi propia verdad—comenté antes de bajar de un brinco.

Mi aspecto era el habitual. Llevaba un traje oscuro, con una camisa también del mismo tono y sin corbata. El gabán de cuero negro cubría gran parte de mi atuendo, así como los guantes que evitaban que mis largos y huesudos dedos lo atormentaran. Ante él tenía a un hombre de cabello largo trenzado y con un sombrero de ala ancha bastante elegante. Era sin duda la representación de nuestra primera vez. Él, por el contrario, vestía mucho más formal que aquella noche. Llevaba unos jeans de vestir, unos mocasines, una camisa blanca de algodón y una chaqueta americana color chocolate. Parecía uno de esos modelos de revistas para adultos jóvenes que tanto dan que hablar. Al menos, ante los adictos a la moda y tendencias urbanas. Estando los dos frente a frente quien nos viera pensaría que éramos dos hombres de negocios metidos en asuntos turbios, pues el lugar no era el apropiado para una conversación. Era una zona de recogimiento y duelo. Estábamos rodeados de espíritus, pues podía sentirlos aunque no verlos, y eso me ponía los vellos de punta.

—¿A qué te refieres con tu libertad? ¿Acaso no te rescató Arion?—preguntó algo incrédulo.

—¿Acaso crees que ser esclavo sólo es llevar cadenas físicas?—dije apoyándome contra el rugoso tronco, algo chamuscado por la fogata de días atrás donde feneció Merrick, mientras él seguía contemplándome con esos ojos azules tan abismales.

—No, claro que no—respondió—. ¿Pero no las soltaste cuando comenzaste a vivir con él?

—No. ¿Acaso la sociedad ha evolucionado mucho desde entonces? Al menos, por aquellos días, existía en la mitología un dios menor intersexual llamado Hermafrodito—dije con una sonrisa para nada cándida, pues mostraba cierto dolor—. Pero hoy en día cualquiera se cree capaz de juzgarme. Incluso la ciencia te obliga a veces a elegir un sexo, un género y una sexualidad definida.

—Ya veo...

—Y las leyes. Las leyes están hechas para los denominados normales, como si el resto fuéramos monstruos de circo. Pues los raros somos mayoría. ¿Por qué debo de elegir un sexo? Tal vez mi cerebro desarrolló más el masculino, pero ¿y mi lado femenino? En mis genitales se desarrollaron ambos debido a un error biológico, aunque eso no tiene nada que ver con lo que hay bajo mi cráneo o la ropa que a mí me apetece vestir. ¿Es que acaso un hombre es menos hombre porque use lencería femenina? La ropa es ropa, igual que el maquillaje se usaba sólo para los guerreros y ahora los usan las mujeres, desde la puta hasta la más alta ejecutiva, como símbolo de belleza o para cubrir imperfecciones. Sin embargo, me miras y no sabes qué soy. Mi actitud va de un género a otro, al menos lo que socialmente se acepta como masculino o femenino. Me gusta hablar en neutro, aunque también puedo usar el femenino. Mírame, ¿qué soy? Soy libre, soy persona, soy humano, soy un vampiro y eso me hace fuerte. Soy diferente y por eso soy un monstruo, pero admite que no hay monstruo con una belleza como la mía.

Mis palabras salían solas. Borbotaban como si fuese una olla de agua hirviendo. Él me miró asombrado, pero no dijo nada más. Ante él tenía a una criatura que se desenvolvía en un discurso que para nada había escuchado antes. Estaba derrumbando cualquier barrera.

—¿Y sabes qué me gustaría?—dije con una sonrisa lasciva—. Que vieras como soy capaz de enloquecer a Arion con mi sola presencia usando cualquier ropa. Del mismo modo que comprendieras que él es un hombre libre de cualquier atadura, de moral creada por una cultura vacía y pobre basada en religiones absurdas, porque ha aprendido que el amor derrumba cualquier barrera y fortalece al verdadero guerrero—di un paso hacia él y coloqué mis manos enguatadas en su rostro, sosteniéndolo con cierto cariño. Mis pulgares acariciaron sus mejillas e incliné mis labios sobre los suyos. Dejé un beso pequeño, casi minúsculo, para luego estrecharlo contra mi cuerpo—. Eres mi hijo y siempre te defenderé aunque no me ames, aunque me detestes, aunque sólo sepas llorar y no te levantes. Algún día lograrás romper la barrera de todos tus miedos y serás auténticamente libre.

Al apartarme me di cuenta que lloraba en silencio. Era un llanto similar al sirimiri de una llovizna de primavera o verano. Sus ojos tenían una belleza indomable en ese momento y sus mejillas se habían manchado con las lágrimas sanguinolentas.

Él no dijo nada más, pero sé que en el fondo de su corazón me dio las gracias. Por mi parte ya había cumplido. Fue mi despedida. Me marché de su vida y decidí que no volvería a Nueva Orlenas. Él podría hacerlo, pero no bajo mi atenta mirada. Lo liberaba de la carga de soportarme noche tras noche observándolo desde algún edificio.



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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt