Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 16 de julio de 2017

Excitación

Marius no tiene remedio... ¡Es peor que yo!

Lestat de Lioncourt


Estaba hecha una furia y no entendía a razones. De nuevo estábamos discutiendo. Ella no se sentía querida ni respetada. Realmente jamás apreció todo lo que hice por su persona y la de veces que extrañé su aroma impregnando mi piel y cabellos. Aguardé a que dijese su última impertinencia y me mirara con los ojos de una furiosa pantera. Se veía espléndida, arrogante, poderosa y sabedora de su belleza. Su mirada gris se clavó en la mía y su boca carnosa se cerró apretando sus dientes. Tenía unos labios seductores y gracias a mi ofrecimiento, convirtiéndola en parte de mi vida y eternidad, perduraron hasta estos días.

Bianca siempre ha sido una mujer tremendamente complicada. Pandora lo es, pero ella duplica por completo esa furia contenida. Además cuando la veo es como ver las obras de Botticelli cobrando vida. Sus cabellos de espigas de trigo tenían unos reflejos de oro extremadamente bellos gracias a la luz de las lámparas de la habitación. Su vestido, ajustado y escotado, realzaban sus senos turgentes y su cintura estrecha debido a sus amplias caderas. Tenía perlas dispersas por su recogido en pequeños pasadores, igual que si hubiésemos regresado a la Venecia de los abismos de nuestros recuerdos. Su respiración era endemoniadamente agitada y provocaba que se marcaran muchísimo sus clavículas así como se moviesen sus senos.

—¿Deseas una disculpa?—pregunté arrogante mirándola con indiferencia, aunque la verdad era distinta.

Quería arrojarme a sus brazos y arrebatarle la boca. Ahora podíamos tener sexo como cualquier adolescente. Fareed nos había ofrecido un reemplazo hormonal que recuperaba el vigor y los deseos logrando una gran proeza. No era que estuviésemos muertos, sino que nuestros deseos se habían concentrado en algo más allá que esa unión carnal y espiritual. Pero ya no. Ni siquiera necesitábamos inyectarnos en momentos previos al sexo. Teníamos tratamientos y yo lo tomaba. Por supuesto que lo tomaba. Era uno de los sujetos bajo experimentación. Así que todo aquello había logrado remover lo que creía dormido y alzar al fin mi espada frente a ella.

—Me merezco eso aunque sea—aseguró.

Di un paso más hacia delante y mi cuerpo, de proporciones gigantescas con respecto al suyo, ensombreció su rostro debido a la proyección de este contra ella. Mis manos se colocaron sobre sus estrechos hombros y acariciaron la cinta fina de su minúsculo vestido.

—Creí que lograste amar a otro.

—Yo también. Eso no quita que sienta que merezco tu amor y respeto, pero no eres capaz de ofrecer siquiera las migajas que dejas tras los poemas de amor a Pandora y Armand. Ni siquiera eres capaz de tenerme una pizca de compasión como tienes hacia Daniel. Nada—dijo al borde del llanto y yo entonces actué.

Enredé mis grandes manos en las pequeñas tiras azulinas de su vestido y tiré de estas. Las rompí. Me llevé estas conmigo e hice que su vestido cayese al suelo rozando sus tobillos. Sus senos, desnudos y de rosadas aureolas se quedaron al descubierto. De inmediato sus gruesos pezones se endurecieron y quedé fascinado. Incliné mi cabeza con avidez y mordí el derecho sin llegar a perforarlo. Sus piernas temblaron, su respiración se agitó aún más y sus manos se aferraron a la levita roja que me había regalado Seth.

Mi zurda subió por su hombro hasta el cuello y la agarré fuertemente por la garganta, para luego hacer que se moviera hasta la pared más cercana, allí la diestra bajó hasta su vientre y luego se colocó entre sus muslos rozando sus labios vaginales. Justo cuando solté sus labios pude escuchar un largo y quejumbroso gemido.


Algo en mí se quebró. Recordé los días de Venecia y como arriesgué el amor de Armand por sus coqueteos. De hecho, estuve a punto de perderlo. Cuando a él lo atacaron me hallaba con ella gozando de sus virtudes. Así que simplemente la solté y huí de allí dejándola a solas con su conciencia, sus deseos y la furia que había desencadenado en mi persona.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt