Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

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jueves, 8 de mayo de 2008

Pinceladas...dedicatoria


captura de zetsuai...mmm Atsu de Buck Tick fue el modelo que tomaron para uno de los protagonistas, para el cantante claro.



(Un rondo veneciano...¿por qué?...mmm la dedicatoria de Román es para mi Romanus...y cuando pienso en un personaje que interprete, aunque más bien es el personaje que se amolda a su personalidad, ese es Marius Romanus...oui...y cuando pienso en Marius veo Venecia)


Gritas que no me comprendes y explotas…

abriendo mi torso desnudo para ver que alberga.

Buscas entre las vísceras deseando mi alma rota

ríos de sangre y dolor es lo que a mi muerte acerca

Ira, dolor, incomprensión y caos…

…explotas, una y otra vez, no comprendes.

Lloras al ver que caigo al suelo y tu aliento se vuelve vaho.

Ahora comprendes, ahora entiendes mi locura…ahora entiendes

Me amas, me adoras, me idolatras y buscabas la solución al acertijo, pero sabías muy bien que no hay cura ni absurdas frases en mi amor puro. He dejado que me mates, que investigues en mi cuerpo y que con ello accedas a mi alma. Sin embargo, hay cosas que ni yo mismo entiendo, que mi mente hace y que mi cuerpo reacciona…mis sentimientos están en el cerebro, en mi alma albergados en esa materia gris que agita a mi sangre y mis músculos. En este momento te sientes sin aire, que todo te falta y sobra. Ahora comprendes. El amor no es algo físico, no es algo táctil, es volátil y poco apreciado.

Sin embargo, volveré a la vida y te buscaré. Tomaré tu mano, como jamás lo he hecho, y miraré en los pozos de desesperación y orgullo que son tus ojos cafés. Te explicaré lo que siento, sin palabras, y besaré tu boca sin pedirlo antes…como los abrazos que siempre he necesitado.

Acéptalo, he dejado que busques para que te satisficiera que todo yo, todo lo que represento, soy tuyo y no de nadie más.

Dedicado a la Diosa de las musas.

Arcángel Negro

Pinceladas


_Our_Kiss_is_a_Sin__by_beautiful_shinigami



Estaba próximo octubre. Habíamos viajado a Japón, le mostré mis raíces y él parecía adaptarse a todo como si hubiera nacido en aquel lugar. Recorría las calles observándolo todo, parecía un niño que descubría el mundo por primera vez, sonreía agarrado a mí y esperaba alguna indicación mía. También estuvimos en el norte de España, Galicia, donde caminamos por los bosques más frondosos y pueblos perdidos, allí nos adaptamos al ambiente y éramos menos liberales. Sin embargo, encontramos calma y el frescor de aquellas tierras. Cuando volvimos había madurado como persona, él también y me constaba.

Pero una noche, una noche cambiaría todo. Absolutamente todo.

-Tengo sueño.-susurró antes de entrar en el coche, iba agarrado a mi brazo y su mirada estaba llena de melancolía. Habíamos visto una película que le había hecho sentirse muy similar al protagonista.

-Ahora en el coche descansa hasta llegar a casa.-respondí abriendo el coche. A lo lejos, aunque no tanto, mi deportivo se iluminó un instante. Nuestros pasos se aproximaron a él con sigilo y me quedé un instante respirando hondamente.

-Mañana quiero ir a la playa, por la noche.-dijo con una media sonrisa.-esta terminando el verano y quiero despedirme de la arena.-abrió la puerta y se sentó en el del copiloto.

-De acuerdo, tus deseos son órdenes mi dulce príncipe.-comenté subiéndome, encendiendo la radio en un canal de ópera y arrancando el coche.

-Ponte el cinturón.-susurró colocándoselo él.

-Estamos cerca de casa, no hay nadie en la carretera y no he bebido.-odiaba ponérmelo cuando iba con camisetas sin mangas. La correa del cinturón me rozaba los brazos y me había quemado.

-De acuerdo.-dijo bajando los párpados.

Quedamos en silencio, la ópera hacía coros a la ciudad y de repente, como de la nada, a pocos metros de donde circulaba mi automóvil, un suicida venía haciendo eses. A contra mano, a gran velocidad y empotrándose con mi deportivo.

No recuerdo mucho, tan sólo sonido de sirenas y el llanto de Víctor. Pedía que le dejaran venir junto a mí, todo se volvió muy confuso. Meses más tarde desperté en la cama de un hospital. Concretamente me había llevado ocho meses en coma. Estaba en los huesos, pero no importaba porque estaba a mi lado. Su rostro parecía desesperanzado.

-¿Dónde estoy?-pregunté dolorido.

-Te dije que te pusieras el cinturón.-sus ojos se llenaron de lágrimas y hubo un silencio intenso.

Tras varias semanas estoy aquí, es veintidós de agosto y puedo decir que estoy vivo. Si embargo parte de mí murió. Víctor está pendiente a mí, nuestra relación se ha vuelto más intensa y yo dudo que vuelva a ir al trabajo. No me siento con fuerzas y como la empresa es en parte mía viviré de los beneficios o quizás trabajaré en casa. Para mi ya no habrá más momentos de locura sobre el asfalto, sentirlo bajo mis pies mientras troto hasta la lejanía. No podré ir al gimnasio, no podré hacer muchas cosas…ahora una silla me impide todo, me ata a ser un despojo de lo que fui.

Veintidós de Agosto del 2008

Dijiste que me protegerías, no lo has hecho, pero al menos sigues a mi lado…sigues sobrecogiéndome con tu mirada, haciéndome soñar con tus caricias y fundiéndome en la desesperación si te quedas en silencio…no me proteges, no importa, si bien esto es mejor que tus brazos rodeando mi torso.

Tan sólo te pido que me ames…

Y eso ya lo haces.

Fin

martes, 6 de mayo de 2008

Pinceladas


Es de un videojuego japonés yaoi de nombre impronunciable e indecible!
Me la pasó una amiga, hace mucho tiempo.



Enlazados

-¡Dios mío!-era lo único que lograba decir entre gemidos, junto con mi nombre. Durante dos días no salimos de mi habitación, apenas comíamos y lo poco era de comida rápida. Llamaba a pizzerías y él mientras seguía a lo suyo entre mis piernas. A pesar de que el exceso te pasa factura, que siempre hay que descansar, en realidad no lo hacía.

-¡Vamos!-dije introduciendo dos de mis dedos en su entrada, acariciaba ese punto de placer. Su próstata era el lugar adecuado para desquiciarlo. Me hundía en sus entradas, acariciando las paredes de su esfínter, mientras mordía sus pezones.

-¡Más por Dios!-se retorcía, notaba sus piernas abrirse cada vez más y a la vez temblar sobre mis hombros.

-No seas puta.-susurré en sus oídos y besé su cuello, con un contacto leve para volverlo loco.

-¡Seré lo que quiera!-reprendió en un gemido brutal.

-Shin-sonreí diciendo su apodo, para después colocarme sobre su pecho, pegando el mío bañado en sudor.

-Házmelo, te lo ruego.-susurró sin apenas fuerzas. Era la última vez que lo haríamos, de momento.

Habíamos probado todas las partes de la casa. Desde el sofá, pasando por la cocina, la mesa de mi despacho, la mesa del comedor, las alfombras e incluso de pie en la ducha. Todo era factible, todo. Él venía desquiciado a mis brazos, debía domarlo y la única forma que sabía era a golpe de embestidas. Los vecinos no decían nada, era verano y la mayoría estaban fuera de casa. Sin embargo, los que nos escuchaban en las noches silenciaban sus ruegos. ¿Qué iban a decir? Les daba pudor parar a una pareja homosexual, a dos hombres, que gozaban sin reparos de sus cuerpos y de sus almas. Ellos quedarían como estrechos, personas que no tienen alma, a pesar de ser nosotros unos impúdicos.

-Abre bien tus piernas, sedúceme con la mirada e implóralo con tu lenta. Grita que quieres verme fundido en ti, que el calor de tu interior será únicamente para mi miembro y que jamás dejarás de adorarme.-hice un inciso mientras observaba como se retorcía. Eran tres dedos en su entrada, abriéndola bien para mostrarle mis capacidades sexuales.-Dime.-sujeté su rostro para que me mirara, introduje un dedo y él lo succionó, envolviéndolo por completo con sus labios. Le aparté mi apéndice y le miré con un brillo de malevolencia.-¡Dilo!-sonrió observando las venas de mi cuello, necesitado de que proclamara al aire quien le dominaba.

-¡Román!-espetó tocándome con las yemas de sus dedos mi pecho.-Mi bestia, mi dios.-susurró abriendo su entrada, colocando bien sus manos en su trasero para mostrarlo.

-Tú eres mi puta, mi gran amor.-dije con una sonrisa descarada y él aceptó el apodo.

Entré de una estocada, a ritmo bravo y notando que su holgura era extrema. Tantas veces había entrado en las últimas horas que él no necesitaba masajes, realmente era un colador. Gemía clavando sus ojos en mí, con total descaro, mientras que yo intentaba no desfallecer ante el calor rojizo de sus entrañas. Estaba irritado, pero aún así quería que lo hiciera una vez más. Era un caballo desbocado, un gran semental, y él un frágil muchacho con un apetito insaciable. Me quedé quieto con toda mi longitud dentro, susurré un te amo dejando que mi aliento bañara su rostro, y comencé a salir y entrar de su maltrecho agujero. Sus manos fueron a mi pecho, me arañaban, y su espalda se arqueaba hacia atrás, junto con su cabeza. Un latigazo eléctrico vino en él cuando volví a mi ritmo habitual. De nuevo me quedé quieto, sin embargo esta vez vacié el cargador de mi arma. Gota tras gota, ese líquido elemento blanquecino, mi esencia, bañó su esfínter y con ello sus entrañas.

-Te amo.-dijo agotado cayendo entre las sábanas y almohadas, todo estaba revuelto. Había varias latas de cerveza por el suelo, cajas de pizza amontonadas y las ropas que una vez poseímos. Todo apestaba a sexo y en ese ambiente me susurró nuevamente su amor, su cariño.

Cuando iba a recostarme, satisfecho por completo, junto a él no pude. El teléfono sonó y la voz que oí era de mi madre. Estaba preocupada por mí, sabía que le había pedido que no viniera a mi casa en al menos unas semanas, sin embargo aún así estaba desconcertada. Le expliqué la situación y tan sólo pidió disculpas por molestar. Después de unos instantes observando el móvil me acosté abrazándole.

Al despertarme él no estaba, canturreaba en la ducha y me di cuenta de que era totalmente de día. No sabía cuanto había dormido pero estaba seguro que más de unas diez. Me encaminé hacia donde estaba y al abrir las cortinas me colé junto a él, sonrió y parafraseé a Allen Ginsberg.

-Dulce chico, dame el culo. ¿Nunca te has acostado con un hombre?-susurré pegándolo a los azulejos.

-No más por ahora, por favor.-dijo girándose para besar tenuemente mi boca.

-Vaya, tampoco quería eso.-mascullé con una sonrisa.-Vayamos a dar una vuelta.-comenté cogiendo la esponja para deslizarla por su espalda, lentamente.

-No recuerdo quien lo dijo, pero comentan que el mejor instante de un amor es cuando tomas de la mano a la persona que amas.-su rostro era tan hermoso que no me daba cuenta de qué o quién era.

-Será un placer ir de la mano.-respondí

-Pero no te vistas con esa ropa, ponte algo más actual.-sonrió haciendo que mi apariencia fría se derritiera.-Y aféitate, pinchas.-rió un poco y me abrazó.

Me afeité como quería, me puse ropa que no fuera mi traje de chaqueta y salí de casa con él de la mano. Las miradas fueron crueles, también despiadadas y a veces incomprensibles. Me sentía mal, espiado por todos y en boca de nadie. No se atrevían a decir nada. Pero también vi algunas de envidia, sonrisas que antes no veía o simplemente la nada. Supe que era ser homosexual con ese gesto. Él simplemente se aferraba a mi brazo y sonreía.

-Quiero tomar un helado.-parecía un niño caprichoso y eso era quizás lo que más me gustaba de él.

-Vayamos a una cafetería.-pasé mi mano por la cintura.

Tomamos ese maldito helado, la camarera fue bastante amable y en realidad pasamos desapercibidos. Entonces lo supe y me sentí peor que nunca. Yo había ido al baño, al volver lo encontré con un rostro serio.

-¿Qué sucede?-pregunté.

-Me han preguntado qué edad tienes, que eres un padre muy joven.-masculló.-Yo simplemente he dicho que eres mi pareja. No me ha importado la pregunta, tampoco su cara. Pero sí que pensara que podía ligar contigo.-me besó dulcemente en los labios y miró el helado a medio comer.-Quiero irme.-susurró levantándose.

Tras eso nos marchamos a casa, descansamos un poco más y me di cuenta del día que era. Habíamos dormido dos días, eso no lo sabíamos y él se echó a reír. Sus labios se posaron en los míos y caímos en la cama, aún alborotada. Sin embargo, le aparté y le pedí que recogiéramos un poco todo aquello. Limpiamos la casa para después dormir un poco más.

Aquel día concluyó de ese modo, agridulce, si bien no importó. Estaba a mi lado, al fin. Había trascurrido cinco días en su compañía y apenas habíamos hablado de nuestras vidas lejos uno del otro. Tan sólo queríamos estar juntos, era necesario.

Dieciocho de Julio del dos mil siete.


Awaken Me by MincedNiku


Dame tu calor.

Habían pasado dos semanas desde mi inicio vacacional, no había tenido respuesta suya y ya sentía que no lo haría nunca. Cada noche un hombre ocupaba mi cama. Pronto, demasiado pronto, intenté olvidarlo. Entraba en ellos desesperado y con un hambre atroz, algo que ni siquiera yo esperaba sentir.

-Eres muy hermoso.-susurré a uno de los chicos que sería mío, y yo suyo por completo, durante una velada más. Tenía dieciséis años casi diecisiete, aunque me había dicho que tenía veinte. Sin embargo, minutos atrás había confesado y yo ya estaba demasiado caliente para echarme hacia atrás.

-Espero que no te importe, tan sólo quería conocerte. Jamás conocí a un asiático.-comentó sonriendo.

Me maldije mil veces. Sabía porqué le había escogido, era igual Víctor. Sus gustos, su forma de ser y su sonrisa. Le desnudé lentamente y mordí sus pezones, me iba a recrear con él.

-No me importa.-dije pasado unos minutos.-Me gustan los chicos como tú.-introduje un dedo sobre sus boxer, sus piernas se movieron ante aquella reacción de placer.

-Soy virgen.-era el segundo en esos días que le arrancaba la virginidad, el primero fue aquel rubio.

-No importa, te gustará.-susurré besando su cuello.

-Me gustan los hombres algo rudos, quizás es una tontería, pero.-no le dejé terminar ya que mordí su entrepierna sobre la tela.-Quiero más.-masculló.

Bajé su ropa interior y observé su miembro erecto, no debía tener más de quince centímetros y quizás algunos menos. Aún no estaba totalmente desarrollado, hasta los veinte no llegaba a estar completamente formada al igual que el resto del cuerpo, eso decían en algunas revistas. Me la llevé a la boca e hice que acariciara mi paladar con su punta. Engullía mirándole con minuciosidad, quedándome con cada rasgo. Por unos instantes él no era Eduardo, sino Víctor.

-Román.-gimió mi nombre y enloquecí.

Entré en él atándole las manos, estaba feliz y con una ilusión en mis manos. Le penetraba lentamente, sin embargo tan profundo que le hacía gritar mientras gemía. Comencé a gritar que era mío, que le quería y que no le dejaría irse de mi lado. Cuando eyaculé y él hizo lo mismo volví a la realidad.

-¿De verdad me quieres?-preguntó palpando mi torso.

-No, te confundí con alguien que…-su mirada pasó de la euforia a un apagón inmediato.

-Lo entiendo, apenas nos conocemos y sería idiota si te hubiese creído.-sonrió sin fuerzas, por lo que pude vislumbrar creyó lo que decía.

Cuando se marchó me quedé ahogado en la amargura. Por unos minutos tuve a Víctor, mi Shin, entre mis manos. Me estaba volviendo paranoico. Últimamente lo encontraba en cualquier lugar y rogaba que realmente fuera él. Paré a un chico gótico en la calle, porque de espaldas era exacto a mi pequeño.

Me fui al ordenador y comencé a teclear, palabra tras palabra, buscando un significado a algo que no entendía. Era inexplicable, ansiaba poder escribir un texto. Cada punto y coma, cada nuevo párrafo y cada inicio del próximo, eran la prolongación de mi mente. Era una reflexión sobre el amor, sobre el dolor y distanciado de todo lo que había leído, a la vez tan próximo. Mi cerebro se estaba concentrando en un papel inexistente.

Cuando lo acabé decidí guardarlo e imprimirlo. Lo dejé colocado en el corcho de mi pequeño despacho. Allí siempre presente como muestra viva de que un día tuve inspiración para emular a un filósofo contemporáneo, o quizás clásico.

Mientras aún repasaba las líneas, con las chinchetas en la mano, tocaron a la puerta. Supuse que sería Eduart, se abría dejado algo y por lo tanto había vuelto. Al abrir era él, Víctor, con el rostro serio y la mirada cabizbaja. Sus ropas estaban desaliñadas, como sus cabellos mal recogidos en una coleta, y sus manos temblorosas. Me abrazó besándome sin reparar en nada. Yo me quedé inmóvil, estaba petrificado.

-Siento haber tardado tanto, tenía que pensar.-susurró acariciando mi rostro.-Pero ahora sé lo que quiero.-sus labios volvieron a estar sobre los míos.-Y es a ti.-aquella mirada tan penetrante, sin duda era él y no una ilusión.

-Quien lamenta todo soy yo, debí estar más atento.-mis manos acariciaron su rostro y se alojaron en su cintura.

-Estoy dispuesto a vivir contigo.-me abrazó con fuerza, rodeándome con sus delicados brazos y sonreí maravillado.

Esa noche fue espectacular y especial. No hicimos el amor, tan sólo conversamos y él parecía haber madurado, tanto que me asombraba. Yo también lo había hecho y me había dado cuenta que le necesitaba por encima de mi orgullo, de mis miedos y de mi patético trabajo. Ahora lo veía patético, inducía a las personas a sentir necesidades, que aunque existían en ellos las magnificaba. Mi única necesidad en esos instantes era él, arroparle y desearle como si el mundo fuera a evadirse en ese momento.

No pude dormir, tan sólo le observaba agarrado a mi cuerpo. Estaba obsesionado con él de una forma increíble. Besé su frente y me acomodé en las sábanas. Él no debía saber que en su ausencia estuve con más hombres, así que haría limpieza general mientras le mandara por compras a la mañana siguiente, como hice, y vaciaría el ordenador de fotos indecorosas que me habían regalado.

Veintisiete de Julio del dos mil siete.

Pinceladas


Vamos Youka, puedes desangrarme!



Máscaras

Para mí comenzó una nueva era, la de aceptación. Tenía que digerir que me gustaban otros hombres, que podía amarlos y excitarme con solo un roce de sus manos. Lo primero que hice fue hablar con mi madre. Quería contarle todo a ella y a mi padre, era necesario. Sería un peso menos, así al menos podría liberar mi mente en esas circunstancias.

Me puse unos vaqueros nada más levantarme, no tenía que ir a trabajar y me levanté tarde. Pensé en cuánto tiempo hacía que no usaba unos entre semana. Cogí una camiseta cualquiera y me cepillé un poco los cabellos. No me afeité, ni me duché, ni desayuné. En vez de coger el automóvil me fui andando, la casa de mis padres estaba a una media hora andando. La temperatura aún era fresca, eran las diez de la mañana, y se podía soportar. Mis chanclas resonaban en la acera, pero no llamaba la atención por eso, sino por mis ojeras. Pensé que debí de haberme puesto unas gafas de sol, ocultar que no dormía bien en días.

Al llegar a la puerta de la casa familiar, donde probablemente mi madre veía un serial mañanero y mi padre ojeaba uno de tantos periódicos gratuitos, sentí que mis piernas temblaban. Toqué al timbre y escuché la voz gruesa de mi padre, me abrió la puerta y me miró algo sorprendido.

-Hacía tiempo que no te veía, pero preferiría no verte. ¿Qué demonios te ha pasado?-su acento nipón aún era notable, él en casa a veces hablaba en japonés con amigos de su país, personas que tras su éxito fueron viniendo para montar negocios y que ahora, según los nativos, son una plaga.

-Tengo que confesar algo, a mamá y a ti.-comenté esperando que me dejara pasar.

-Entra.-comentó abriendo la puerta para que pasara.

Una vez dentro mi madre apagó el televisor y él se sentó a su lado.

-¿Y bien?-mi madre me miraba preocupada, no sabía qué decir o qué preguntar.

-No soy hombre de rodeos, lo siento, seré directo.-comenté clavando la mirada en ambos.-Soy bisexual, tal vez homosexual.-dije tomando aire.

Ellos ni se inmutaron, mi padre se echó a reír de los propios nervios y mi madre tan sólo apretó una de sus manos.

-Lo sabía, sabía que ese chico tenía que ver contigo.-dijo mi madre como si nada.

-Mientras que no lo proclames, me importa una mierda. No quiero que mi hijo mariposee por ahí dejando en ridículo el nombre de mi familia.-comentó algo más relajado, aunque los nervios seguían en él.-Eso sí, te casarás y tendrás hijos.-masculló enérgico.

-No, lo dudo. No creo que pueda volver a amar a una mujer, desearla tal vez, pero amarla imposible. No pienso amar a nadie más y una boda significa unión, amor.-respondí firme en lo que decía, él no iba a cambiar mi forma de ver aquello.

-Entonces no eres mi hijo.-sus ojos tenían furia contenida, una furia de mil demonios.

-Noeru.-susurró mi madre.-¡Noeru!-tiró de él y lo giró hacia ella.-¡Mírame maldito testarudo!-gritó haciendo que la mirara, que se fijara en ella y no en mí.-Es nuestro hijo, no hace nada malo y debes recordar lo mal que lo pasamos nosotros al enamorarnos. Deja que haga su vida, tú pedías lo mismo hace casi cuarenta años.-mi madre parecía razonable.

-Yo me marcho, no quiero discutir.-musité.

-Noeru.-rogó mi madre esperando que él pidiera disculpas.

-Lo siento, son tus decisiones y no las mías.-sonreí levemente ante sus palabras. Me encaminé hacia él y lo abracé.

-Gracias, padre.-susurré y besé a mi madre para dar media vuelta.

Me fui de su casa, salí a la calle y tropecé con un chico.

-Tio mira por donde vas.-lo había visto en más de una ocasión, era japonés e hijo de un antiguo amigo de mi padre.

-Lo siento.-comenté recogiendo un libro que se le había caído de las manos.

-Eres el hijo de Noeru.-masculló con una sonrisa.-Joder, hacía meses que no nos veíamos. Nos presentaron en una fiesta.-estrechó mi mano con efusividad y sonrió.

-Lo sé.-susurré entregándole el libro.

-Venía a ver a tu padre, a entregarle el libro de poemas que hice. Están en kanjis.-su acento era muchísimo más notorio que el de mi padre, pero hablaba perfectamente español.

-De acuerdo, hasta pronto.-me aparté de él y seguí caminando.

-Hasta otro día.-masculló entrando en casa de mis padres.

Cuando volví a casa miré el mail a ver si había algo nuevo, nada. Tomé aire y suspiré pesadamente. Estaba dolido y adolorido por todo. Ya no me quedaban lágrimas para llorar. Me desnudé y me quedé en boxer, junto con una camiseta de tirantas. Me recosté en el sofá y comencé a ver un concurso de televisión, la ruleta de la fortuna. Pensé que hacía años que ya no la emitían, la veía cuando adolescente y aún seguía en pié el modo de juego. Sin embargo, no era un nostálgico y apagué aquel cacharro.

Pasadas unas horas en blanco cavilando sobre mi vida, sobre momentos del pasado y sobre cosas que no venían a cuento, me levanté y me puse en el ordenador. Inicié la trascripción de lo que había pasado en un archivo del programa Microsoft Word. Tuve que parar para tomar un trago, apenas eran las dos de la tarde y ya bebía. Quería quitar el nudo de la garganta y tan sólo pensé en un poco de tequila. Guardé aquello tras pensármelo bien, leyendo esa pantallita que suele salir al darle a la x.

Me quedé callado observando la pantalla. Después de un buen rato de inactividad me fui a un Chat, el de terra. Allí inicié conversaciones diversas y he de admitir que una muy subida de tono. El chico era de Cádiz, me proponía sexo sin compromiso si al vernos nos gustábamos y no sé porqué accedí. Quería estar seguro de lo que había dicho a mis padres, también olvidarme un poco de aquel caso perdido. Le di mi dirección y aseguró que en dos horas estaríamos follando como locos, esas fueron sus palabras textuales.

Una hora más tarde llamaron a la puerta, yo me acaba de duchar y adecentar un poco la habitación. Miré por la rendija y era un chico poco corpulento, más bien parecía anoréxico, pero atractivo. Tenía unos cabellos rubios que caían sobre sus hombros y unos labios algo finos, pero eso no importaba si sabía usarlos. Abrí con la toalla en mi cintura y cerré la puerta tras sus pasos.

-Dios.-se relamió los labios y sonrió.-¿Y tú no ligas teniendo ese cuerpo?-preguntó mirándome con aquellos ojos cafés tan descarados.

-Simplemente quiero olvidar a mi último chico.-comenté quitándome la toalla, mostrándome en plenitud.

-¡Madre mía!-gritó llevándose una mano a la boca.

En ese instante supe porqué no solía ligar con nadie, era un amanerado. Algunos homosexuales tienen la fea costumbre de rechazarse. Si eres un sujeto obeso, tienes granos o haces gestos excesivos te dicen que no a todo. Sonreí y lo pequé a mi cuerpo, haciendo que lentamente se arrodillara frente a mí.

-Es toda tuya.-susurré restregándola por su rostro.

-Joder, joder.-respondió nervioso.-Es mi primera vez, no sé si lo haré bien, tú di.-lo aparté y levanté para desnudarlo.

-Antes vayamos a la cama, no me gusta hacerlo de pie.-murmuré besando su cuello lentamente, recorriéndolo con mi lengua hasta llegar al lóbulo de su oreja, allí lo mordí y penetré esta con la punta de mi apéndice.

-Dios.-susurró temblando, haciendo un leve gesto con sus caderas.

-Vamos dentro.-comenté tirando de él hasta el salón.

-Sí, claro hermosura lo que tú digas.-susurró excitado, podía notarlo en todos los aspectos.

Tras eso le hice un sexo duro, a la vez extremadamente excitante para ambos. Fueron tres veces las que me vine en su cuerpo, con preservativo y concienciado de que era su primera vez, eso decía y debía creerlo. Se quedó pegado a mí tras el tercero, agotado y jadeando.

-Estuvo bien.-susurré colocándome un cigarrillo en los labios, prendiéndolo, sin importarme si a mi compañero le afectaba el humo.

-Sí, por eso quiero repetirlo. Joder, estas buenísimo y follas de lujo. No he probado ninguno, sólo contigo, pero joder.-susurró aún ajetreado por todo lo que había sucedido entre aquellas cuatro paredes.

-No soy de repetir.-respondí echando el humo hacia arriba, dejando que la nicotina nublara mi mente.

-¿No?-su rostro se volvió confuso.-Yo no buscaba únicamente sexo, sino algo más. Creo que te lo dije.-añadió a su frustrado tono de voz algo de melancolía.

-Y yo que sólo quería sexo.-lo aparté y le miré.-Es mejor que te largues ya.-salí de la cama y apagué el cigarrillo en el cenicero de la mesa de noche.

-Será lo mejor.-comenzó a vestirse en silencio, lo comprendió todo.

Tras marcharse me volví a duchar, cambié las sábanas y me quedé dormido. Pero antes medité, durante unos minutos, y me di cuenta que mientras lo hacía con aquel individuo no paraba de pensar en él, en Víctor.

Trece de Julio del dos mil siete.

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Y todos le hacemos la ola a Youka! Sí, es Iwaki, sí, mi amor platónico...


Intrahistoria

Jamás había imaginado que alguien pudiera perder tanto los estribos. Olvidé el control de mi vida y me dejé llevar por la corriente. Durante dos semanas estuve pendiente a él, a que llegaran noticias suyas. Rendía en el trabajo, pero no apagaba el móvil ni un segundo. Llegué a cargar la batería en medio de una sala de juntas. Mi jefe me desconocía, incluso me hizo ir a su despacho y conversar amigablemente sobre lo que ocurría.

-Siéntate.-su voz era igual de amable que siempre, pero su rostro denotaba preocupación.

-Gracias.-murmuré tomando asiento intentando mantener mi rostro alzado.

-¿Sabes por qué te he llamado?-preguntó amontonando un pequeño taco de papeles, para luego dejarlos en la clasificadora.

-Por mi comportamiento.-respondí seguro de lo que decía.

-Así es, desde que pasó aquel revuelo te veo distinto. Muy nervioso, quizás, y abrumado con todo.-hizo un pequeño inciso para mirar hacia la ventana observando los edificios colindantes, después clavo sus ojos de águila en mí.-No has tenido vacaciones en los tres años que llevas aquí, ni una vez te he visto quejarte y mucho menos pedir días libres o de asuntos propios. Ahora lo haces.-no sabía si eso era bueno o malo.

-No volverá a pasar.-balbuceé.

-Tómate dos meses de descanso, te pertenecen como mínimo tres pero te necesito en octubre, ya sabes la campaña de navidad.-respondió a mis estúpidas palabras. Eran típicas por mucho que las hubiera cavilado.

-No puedo, la mitad del negocio me pertenece y lo sabes.-argumenté mi decisión y el sonrió de lado.

-Sí puedes, porque debes hacerlo. Créeme así no ayudas a la empresa, tampoco a ti y a tus problemas. Soluciónalos.-parecía obstinado en ello, que tomara esa decisión deseara yo o no.

-Se han solucionado.-dije tajante aún a sabiendas que era falso.

-¿De qué modo?-interrogó alzando una ceja.

-Me han olvidado.-aquello fue inconsciente, creo que ya mi mente hablaba sola hacia el exterior. Necesitaba desahogarme y no tenía a nadie, era lógico que al final, en el momento más insospechado, lanzara algo que denotara mis problemas sentimentales.

-Así que son problemas del corazón. ¿Con ese muchacho? Bueno, no me incumbe pues cada cual puede ser lo que le de la real gana, tan sólo espero que no te afecte más. Vete de mi vista, de la vista de la empresa, hasta Octubre.-no parecía enfurecido ni extrañado, pero sí cansado de que jamás deseara abandonar mi puesto.

-Mañana comenzaré a quedarme en casa.-comenté aceptando lo que decía.

-No, ahora mismo.-dijo con una sonrisa.-Entiéndelo, eres mi mejor hombre y además te considero como un hijo. Odio ver cómo deambulas de acá par allá como un fantasma. Si el motivo es ese chico háblalo con él, intenta que no interfiera en el plano profesional y vuelve a ser el hacha en los negocios.-se levantó y caminó hacia mí, dejó sus manos caer sobre mis hombros.-Levántate de la silla, sal de la oficina, pasea un rato y despéjate. Mañana será otro día y así hasta que haya uno en el que el sol no salga, pero créeme siempre sale.-tenía razón en varios aspectos, pero en ese instante tan sólo meditaba qué hacer.

Me levanté y le di un apretón de manos, para marcharme. Recogí mis enseres, el ordenador y poco más, me despedí de mi secretaria y bajé hasta donde estaba mi coche. Cuando llegué a casa, después de dar varias vueltas por la ciudad, me sentía perdido y derrotado, una vez más, mientras que el resto del mundo colaboraba añadiendo un ladrillo a la intrahistoria.

No hice mucho, tan sólo vi películas de mi filmoteca particular y me dejé ir en el sofá. El teléfono no sonaba, seguía en su rutinario silencio. Hacía ocho días desde su despedida y no había ni un mísero mail. Recordé entonces la fecha, doce de Julio, era su cumpleaños. Eso hizo que me despertara de la melancolía hasta caer en el pozo de la amargura. No quería saber más del mundo y me quedé dormido.

Doce de Julio del dos mil siete.

sábado, 3 de mayo de 2008

Pinceladas


Otra de Ayase de No Money, sin dinero.


Un video del personaje de mi pareja y mío.

Condenas

Me había dicho taxativamente que no, que era imposible. Sin embargo, aquella mañana me vestí como si fuera una cita con él. Aún podía respirar en mi cuerpo su aroma, sentir en mis brazos el roce de su piel y entre mis dedos palpaba aún la sedosidad de sus cabellos. Era cuatro de Julio, un día señalado en mi calendario con un círculo impecable.

Días atrás me había reunido con el abogado que contraté para la acusación de su tío. Habíamos conversado durante horas como se iba a exponer todo. Presentíamos que iba a ser un juicio rápido, que no tendría que alargarse. Teníamos acordadas las preguntas que me realizaría y cómo debía contestar, la verdad y con serenidad. Debía rememorar todo lo que había sucedido, así que opté por buscar en mi libreta de cuero, esta donde escribo, cada fragmento de la historia.

Ahora me doy cuenta de una cosa, de un pequeño detalle. Desde el primer instante me sentí atraído por Víctor, o Shin como a él le gusta que le llamen, al verlo tan frágil. No tuve deseos de golpearlo por lo que había hecho, sino más bien de estrecharlo entre mis brazos y besar sus labios. Estaba lleno de morados, uno más le hubiera matado el alma. Es un espíritu libre enjaulado en mil barrotes llamado sociedad, familia y desesperanza.

Me afeité con cuidado y perfección, me duché con un gel nuevo perfumado de forma parecida a mi colonia, y me coloqué el traje negro con la camisa gris y la corbata a juego. Aunque hacía treinta grados debía soportar aquello, ya sabía hacerlo. Me miré al espejo, había envejecido casi cuatro años en esos meses, todo era por las ojeras y la falta de sueño. Sin embargo, todo se arreglaría, eso es lo que me decía constantemente.

Sopesé mi promesa, sabía que la iba a romper, pero quería que se llevara una imagen de mí como en los viejos tiempos. No quería que recordara mi chándal manchado con su sangre, tampoco aquella ropa vieja que uso en casa y mucho menos desnudo sobre su cuerpo. Necesitaba que me observara como en la imagen que portaba en la cartera. Aquella fotografía que me sacó, aún no sé cómo.

Cuando llegué al Juzgado me senté en una de las bancas esperando a que fuera llamado, Víctor estaba sentado junto al abogado. Su tío esta también en la sala mirándolo con ansias asesinas, se podía notar. La familia de ambos estaba sentada próxima a mi asiento, podía escuchar su conversación y como despreciaban al muchacho comentando que todo eso era mentira. Desde luego se podía poner de título a sus palabras “no hay más ciego que quien no quiere ver”.

Las pruebas médicas, los comentarios de vecinos y las preguntas que me realizaron sirvieron alargaron el juicio dos horas. Fueron tres horas, con un descanso intermedio para todos los presentes y cinco minutos de deliberación para sopesar la condena. El juez lo tenía claro, no necesitaba más pruebas ni hacer que él subiera al estrado a relatar las torturas que había tenido. Al tío de Víctor le cayeron cinco años sin posibilidad de reducción de pena, treinta mil euros de multa por daños y aún así lo vi escaso.

Tras que todo sucediera, que sus familiares lo miraran como un desgraciado que había echado a perder a un hombre respetable, me aproximé y le abracé en los pasillos. En estos había periodistas, personas interesadas por el desarrollo de lo que allí sucedía.

-Aléjate de mí.-susurró apartándome como si fuera un leproso.

-¿Por qué?-pregunté intranquilo. Hasta ahora no me había rechazado, en ese instante sí quería cumplir mi promesa y me sentí dolido. Había cambiado de opinión de una forma que ni yo mismo podía creérmelo.

-¿Crees que siempre voy a ser tu perrito faldero? ¿Tu admirador? ¿Tu desconsolado amante? Estas loco si piensas eso, estoy cansado de que me lleves a la cama y luego me evites. Llamaste a la policía para que me devolvieran al centro, pero el señor quiso quedar como el príncipe azul.-hizo un inciso para respirar, estaba demasiado alterado aunque no gritaba y permanecía en una pose disimulada.-Entérate tu traje de principito destiñó y he visto que sólo eres un vagabundo.-me dolió, no puedo decir que lo pudiera digerir fácilmente.

-No creo eso, venía a cumplir lo que dije.-susurré intentando acariciar su rostro. Sin embargo, él lo aparto.

-Ya no te creo. Pensé que eras especial porque no te conocía, te amé durante tres años cuando tan sólo sabía de ti lo que otros contaban. Ahora que te conozco te detesto tanto o más que los que conversaban de ti. Creí que los chicos malos me iban, pero he me dado cuenta que como amantes dejan mucho que desear.-cada palabra era una puñalada.

-Para.-una lágrima se escapó de mis ojos, un dolor tremendo me penetró el alma y me sentí perdido.-Permíteme tomar un café contigo, hablar tranquilos de todo esto y al menos quedar como amigos.-murmuré sin saber bien qué éramos realmente.

-Eres patético.-dio un paso atrás y se giró, en ese instante lo agarré del brazo y lo pegué a mí.

-No te separes de mí.-besé su frente y lo arropé entre mis brazos. Era una fierecilla, algo que dudé que fuera y daba zarpazos certeros en el orgullo, honor y corazón.

-Es tarde, hiciste que me fuera hace tiempo.-me empujó lentamente consiguiendo zafarse de mí.

-Al menos dame tu número de teléfono, tu dirección.-susurré derrotado.-algo.-añadí agarrando una de sus muñecas, evitando así perderlo de vista.

-Sé el tuyo, también tu dirección y tu correo electrónico. Ya no uso el que creé para engatusarte, sino el corriente.-murmuró.-Si quiero te llamo, te envío un mail o voy a visitarte. Sin embargo, después del daño que me has hecho dudo que te busque.-me lo tenía merecido, me creía un ladrón de corazones y él me había robado el mío. No era así como quería que acabara el día, quería terminar como un héroe invicto y que algún día, alguno en el que tuviera el suficiente valor para admitir que lo amaba, buscarlo y que él cayera fulminado a mis pies.

-De acuerdo, llámame cuando llegues a casa.-intenté evadir la situación.

-No lo sé, no sé si lo haré. No sé si tardaré más de una semana o quizás no vuelva a buscarte nunca.-se abrazó a mí y me dio un escueto beso en la mejilla.-Gracias por lo del abogado y el hospital, pero te maldigo por haberme usado.-sonrió amargamente y me secó las lágrimas que caían sin cesar, sin poderlo evitar.-Estamos en paz.-se giró y caminó hacia donde una mujer lo esperaba.

Me quedé inmóvil observando como su cuerpo se perdía en los pasillos, evaporándose casi como un fantasma. No había ya nada entre él y yo, nada pendiente. Caí en la cuenta de que había caído en una vorágine de sentimientos, de impulsos hacia él, al ver su rechazo. Era un niño malcriado, peor que niño rico pues no eran tan caprichosos.

Regresé a casa, me había tomado el día libre y no tenía ánimos para nada. Me senté en el ordenador y dejé bien cargado el teléfono. Puse el nivel más alto te timbre, cerré las ventanas con doble cristal y puse la ventilación. No se oía ni el ruido de una mosca, quería descansar y a la vez que si alguien llamaba pudiera percibirlo en sueños. En la bandeja de entrada no había nada, pero lo dejé encendido y con la mensajería iniciada en sesión.

Me quedé dormido unas cuantas horas, al despertarme no había nada. En mis sueños él había llamado, nos habíamos reconciliado y yo había tomado valor para poder admitir mi bisexualidad. Había sido mágico, una noche de sexo perfecta y después un desayuno a su lado. Podía percibir su aroma, el roce de sus labios y el de su piel. Todo demasiado real.

Terminé por salir al gimnasio, allí estuve casi cinco horas. Me sumergí en la piscina, estuve haciendo pesas y también en la sauna. Después opté por salir a correr por la ciudad. Al regresar, no había señal alguna. Intenté mantenerme alejado de todo. Sin embargo, durante todo aquel tiempo estuve pendiente al móvil. Tan sólo lo dejé en la taquilla cuando nadé los quince minutos y los cinco de la sauna.

Me fui a la cama sin cenar, no tenía apetito a pesar de tanto desgaste. No podía pegar ojo, cada media hora me despertaba y buscaba alguna llamada. Eso era un castigo, un daño profundo y que se iba incrementado. Si bien, me lo merecía y no podía quejarme por ello. Sopesé la idea de que hubiera conocido a alguien, de que fuera de otro en ese preciso instante y los celos me carcomieron el cerebro. Me abracé a mi mismo y lloré, lo hice hasta que me quedé dormido.

Cuatro de Julio del dos mil siete.


jueves, 1 de mayo de 2008

Pinceladas


Aqui tienen a Sión y Dominic
En realidad son los protagonistas de Queen de Mamiya Oki, pero es que son iguales a nuestros personajes, incluso vistiendo.
p.d Sión aunque seas SEME conmigo eres muy maricona! [Sabes que te amo]




Promesas rotas

Voy a hablar en resumidas cuentas de lo que sucedió en dos semanas. Me volqué en mis obligaciones intentando huir de todo, olvidar incluso quien era yo. Apenas me miraba al espejo cuando me levantaba de la cama y cuando salía a correr era para no pensar. La música a todo volumen, el corazón palpitando con fuerza alejado de lo que me encarcelaba. Me sentía liberado, como si tuviera alas, cuando la ciudad estaba bajo mis deportivas y mis cabellos se empapaban por el sudor. El trabajo y su estrés, las obligaciones y él. Sobretodo lo hacía por él, quería dejarlo como si fuera un bache en el camino que había superado.

Me encontraba sentado en el ordenador elaborando informes, la campaña publicitaria había sido un éxito en el país nipón y tenía que hacer un pequeño resumen del seguimiento de la campaña. Cuando creía que el arduo trabajo estaba por finalizar, el teléfono móvil sonó. Era la mujer que había contratado, aquella que pagaba mi secretaria para no afrontar la realidad.

-Buenas tardes, Román.-aquella voz tan característica, con tanto acento del sur.

-Buenas tardes.-mascullé apagando el cigarrillo que tenía prendido en mis labios.

-Debo de informarle que mañana le darán el alta, tendrá que ir a un centro de menores.-era de suponer, era menor de edad. Me sentía un poco ofuscado, quería traerlo a mi vida de nuevo pero sabía el desequilibrio que haría en ella. Me mordí el labio inferior, tomé aire y miré al techo. No sabía que responder, si bien ella continuó.-Debería venir, está como apagado y apenas habla. Se lo digo de corazón, no parece un chico de su edad sino un anciano. Se ha repuesto de todo, pero es imposible las heridas internas. Necesita un hogar, alguien que le cuide y usted parece que le hace sentir bien. Ayer le pillé mirando una fotografía de su cartera, sonreía, y me di cuenta que era usted. Realmente me parece un chico extraño y a la vez extraordinario. No sé que tienen entre ustedes dos, no soy alguien que intente meterse en las vidas ajenas, pero puedo ver que ambos se necesitan.-tenía algo de razón, sin embargo no iba a ir al hospital.

-No va a ser posible, aquí acabó mi misión de buen samaritano. Mañana le pagará mi secretaria el salario de esta semana. Estoy muy conforme cómo le ha tratado, también como ha mantenido informada a mi secretaria. La llamaré en cuanto tenga trabajo para usted.-comenté llevándome un cigarrillo a los labios, uno nuevo que iba a ser aniquilado con ansias en cuestión de segundos.

-Muchas gracias y buenas tardes, otra vez.-susurró colgando el teléfono.

Era el dieciséis de Junio, jueves, y eso significaba que su nueva vida empezaría con un fin de semana para adecuarse a su día a día. Pensé entre el humo y el sabor de la nicotina que tal vez nos volveríamos a ver, en un par de años, y que esa sensación de necesidad que sentía se habría alejado.

Me levanté del escritorio, apagué el cigarrillo a medio acabar y me fui al mueble donde tenía mis mejores whiskys y ron. Me eché un poco de ron, para luego dirigirme a la nevera y mezclarlo con refresco de cola junto a un par de hielos. Aquello me sentó de miedo. Calmó mi sed, mis pensamientos y pronto iría por la segunda hasta acabar totalmente ebrio. Dejé el ordenador encendido, el documento por rematar y me acosté en el sofá.

Allí sentí un calor intenso, me quité la camiseta y después los pantalones. Me sentía ido por completo, la cabeza me daba vueltas, mis brazos parecían los de una marioneta y caían lánguidamente a ambos lados de mi cuerpo. Él, y sólo él, llenaba todo. Pensé en su fragilidad, en su belleza felina y sobretodo en sus sentimientos. Me di cuenta en ese instante de mis deseos carnales hacia su cuerpo, hacia lo que él representaba. Entonces rompí a llorar y me sentí estúpido. No quería aproximarlo a mí por miedo, por un miedo patético que no quería afrontar.

Aquella noche fue la peor de mi vida en mucho tiempo, me ahogaba y no sabía quien era realmente. A la mañana siguiente cuando fui a trabajar apenas rendí, me era imposible concentrarme. Más de cinco cafés me tomé intentando despertar mi mente, pero los nubarrones eran mis recuerdos y emociones, no un pesado sueño.

Desde el suceso en el hospital había entablado una relación más estrecha con algunos compañeros, con otros simplemente los obviaba y olvidaba que existía. Tanto era mi nula capacidad de expresarme con ellos que no recordaba sus nombres. Era increíble, alguien que tenía que comunicar deseos y emociones no podía con las suyas, tampoco relacionarse normalmente. En medio de una conferencia me transformaba, era alguien totalmente distinto y era eso lo que quería lograr. Como no alcanzaba mis metas sociales me hacía un ovillo en medio de la cama, en medio del tumulto de la sociedad y en cualquier lugar. Lo hacía para huir, para olvidar mis responsabilidades y mis errores.

Sin embargo, pasaron así varias noches, ocho en concreto. Recuerdo el calor de una madrugada, porque ya era bastante tarde, junto con una pequeña tormenta de verano que me despertó y me mantuvo en vela viendo la teletienda. Tomaba un té frío con mucho hielo. Mi boca estaba seca, nada calmaba aquella sed tan insaciable. Cuando de repente escucho el timbre de la puerta. No sabía quien podía ser, era un viernes de noche casi el sábado ya, y allí había alguien. No eran imaginaciones mías, pues nada más levantarme escuché un segundo toque. Cuando miré por la mirilla y vi quien era me temblaron las piernas. Ni la mismísima muerte me hubiera aterrado tanto, no, era el mayor de todos mis miedos concentrado en un cuerpo minúsculo de adolescente. Abrí la puerta y sin decir nada tiré de él hacia dentro.

Estaba empapado, calado hasta los huesos, y llevaba una mochila. Sonreí puesto que no era la primera vez que hacía eso y que observaba la misma escena. Me abrazó con fuerza comenzando a llorar, supuse que se había escapado del centro y había logrado llegar hasta mí. Sin embargo, me habían dicho que estaba en málaga y que no podían darme su paradero por cuestiones de seguridad, seguramente era por el juicio que iba a iniciarse inminentemente.

Lo observé minuciosamente sin decir nada, tan sólo le rodeé con mis brazos como él hacía con los suyos. Parecía un niño perdido que acababa de encontrar el camino a casa. Seguramente se había sentido desplazado en aquel lugar, pero mi casa tampoco era propicia para él y menos yo. Le aparté lentamente y besé su frente de forma paternal. Después le llevé hasta el sofá, mientras por el camino le liberaba de la mochila y la chaquetilla de vaquera. Noté que incluso su camiseta de tirantas estaba empapada. Aunque era lluvia fina se percibía que había estado andando bajo la lluvia durante horas, todas las que esa tormenta había acaparado. Sus sandalias estaban rotas, así que al sentarse se las quité.

-Te echaba de menos.-la televisión opacó sus primeras palabras, estaba demasiado alta así que las repitió.-Te echaba de menos.-en ese instante la apagué y percibí el eco de su voz.

-Estaba preocupado, pero no quiero que te obstines en algo que no puede ser.-murmuré sentándome junto a él.

-Me ha llevado días planear mi escapada, también conseguir dinero y hacerlo sin que nadie me encontrara. No salí en las noticias como menor huido, porque temían que la poca familia que tengo que quitara la vida.-lo que decía era algo cruel, algo inhumano. Me pregunté porqué tanta saña con él, no tenía la culpa de que su tío hubiera abusado de él y mucho menos que le golpeara.

-Lo sé, no me dejaban saber dónde estabas o cómo estabas. Supongo que cuando finalice el juicio todo será más fácil.-sabía que no iba a ser así, su tío saldría condenado y la familia de este junto a sus amigos irían a por él.

-Eso espero, porque días después cumplo dieciocho años y quiero cumplirlos a tu lado.-se dejó caer sobre mi torso y besó mi cuello, como si fuera mi pareja.

-Que deseara saber cómo estabas no significa nada, tan sólo lo hacía porque me agradas.-dije apartándolo.

Se quedó callado, mirándome fijamente con melancolía. Era como un niño frente a un pastel, algo que ambicionaba y que no podía tomar. Me levanté y busqué toallas, además de ropa y mudas para que se cambiara. Mientras que hurgaba por la cómoda, armario y aseo él me esperaba en el salón. A mi vuelta estaba en ropa interior, temblaba como un pequeño flan, y me acerqué colocándole una toalla en la cabeza. Comencé a secarle los cabellos, después froté bien su cuerpo con otra seca e hice que se pusiera una de mis camisetas.

De improvisto comenzó a besarme y yo seguí el juego como un imbécil. Era demasiada la tentación de aquellos cálidos y exuberantes labios, parecían pedir a gritos que los mordiera y poseyera con los míos. Caímos al sofá y honestamente pensé en hacerlo allí mismo. Sabía que no tenía ninguna enfermedad de transmisión sexual, es lo primero que hicieron cuando se recuperó. Yo siempre he usado condones y por lo tanto no tenía absolutamente nada infeccioso. No había problema en no usar protección, lo sabía. Sin embargo, lo levanté como si fuera una pluma y lo llevé hasta mi cama. Allí abrí las ropas como pude y lo arrojé con violencia. Le quité la camiseta que le acababa de prestar y esos boxer tan apretados que contorneaban su excitación.

Yo continuaba con mi ropa puesta y él introdujo sus frías manos bajo la camiseta. Comenzó a palpar mi abdomen, cada músculo de mi torso, para quedarse agarrado a mis costados. Sin embargo, su boca rodaba por mi cuello y mis labios demasiado inquieta. Sus piernas se abrieron llenas de necesidad, mientras su miembro crecía lentamente endureciéndose. Me bajé la cremallera de la bragueta y saqué mi sexo a relucir, dejé dentro de los calzoncillos los testículos. Mis labios se alojaron bajo su mentón, lamiendo su garganta como si fuera un sabueso. Su diminuta nuez se elevaba mientras tragaba levemente saliva, gemía y sus cuerdas vocales resonaban tras la carne de su cuello.

-Déjame darte placer.-susurró bajando sus manos hasta mi entrepierna, allí alojó la suavidad de sus dedos y comenzó a moverlos suavemente por toda su extensión.

Me relamí los labios y los mordí, aquella sensación era demasiado placentera.

-Demuéstrame cuanto me amas.-mascullé.

-Túmbate en la cama y te lo demostraré.-susurró entre risas.

En ese instante no me di cuenta de mis palabras, era otro y no pensaba con la cabeza. Más bien, simplemente era la extensión de mi miembro. Me recosté entre los mullidos almohadones y esperé a que él hiciera lo que deseara.

Se subió sobre mí y me mordió la oreja izquierda, después el cuello y acarició mi torso, aún con la camiseta, con sus manos. Quitó el botón que quedaba del vaquero y lentamente lo bajó hasta las rodillas, hizo lo mismo con los boxer y después me miró con una sonrisa cargada de erotismo. Inició una masturbación increíble. Ambas manos sobre mi escroto y el inicio de mi virilidad.

-Te amo.-aquellas palabras me sacaron de mi éxtasis, me hicieron volver a la realidad pero volví a caer en la neblina.

-Yo también.-susurré y él dejó escapar una sonrisa deslumbrante. ¿Por qué era tan fácil hacerlo feliz? ¿Por qué lo era con algo falso? ¿Por qué? Yo no le quería, al menos no sentía que lo hiciera. Era deseo, un deseo imposible de ocultar.

-Te voy a hacer muy feliz.-dijo aproximando sus labios a mi hombría, para engullirla lentamente.

Húmeda, excitante, única y maestra de sensaciones. Sabía mover la lengua, apretar los labios en contorno con mi extensión y mirar eróticamente mientras lo hacía. Comencé a gemir ante lo que realizaba con su boca, lo tomé de los cabellos y lo hundí en mi entrepierna. Mis piernas se abrieron inconscientemente por culpa del placer. En ese preciso instante dejó mi miembro y se subió sobre mi vientre, se lo introdujo lentamente en sus entrañas y comenzó a moverse lentamente. Mis manos fueron a sus nalgas y las agarraron con fuerza. Su ritmo aumentó como de la nada y me volvió loco.

-Te deseo.-murmuré con los ojos inyectados en un placer inclasificable.

-Te quiero mucho, quiero que lo hagas dentro.-apretó su entrada absorbiendo hasta la base mi sexo.

Minutos más tarde, después de su galope de me provocaba oleadas de sensaciones inexploradas hasta entonces, me vine en su interior. Dejé que mi esencia se liberara en todo su esplendor. Aquel líquido caliente, espeso y abundante colmó sus entrañas. Víctor liberó la suya y cayó fulminado sobre mí, jadeando.

-Todas las noches soñaba que vendrías a por mí, que me sacarías de allí y me harías un sexo similar.-susurró cuando comenzó a tener un aliento más pausado.

-Descansa.-murmuré meditando lo que había sucedido.

Horas más tarde se personó la policía. Había avisado que se encontraba en mi casa. Le había limpiado, cambiado las sábanas y de esa forma él dijo poder descansar mejor. Con sinceridad lo hice porque tenía planeado devolverlo al lugar de donde se había escapado. En media hora estaba una pareja de policías locales para llevarse a Shin. Él dormía placidamente con un pijama que le había dejado. Serían casi las seis de la mañana, estaba por rogar que vinieran en otro momento pero no me permitiría otro error.

Cuando despertó comenzó a gritar, llorar y rogar. Yo le dije que no podía estar conmigo, que después del juicio estaríamos viviendo juntos y que todo se arreglaría. Sin embargo, la verdad distaba demasiado. No quería volver a verlo, por su culpa estaba en un entuerto que no sabía como salir de él. Y antes de que se lo llevaran por la fuerza, con aquel pijama negro y el rostro lleno de lágrimas, repitió te amo sin cesar. Me sentía culpable de demasiadas cosas, perdido por completo. No podía estar a su lado. Él estaba pagando las consecuencias de mis miedos.

Ese fin de semana no salí a correr, ni hice vida alguna. Me pasé las horas releyendo los mails que había en mi cuenta de Hotmail. Allí había como unos cien de todos aquellos días en la residencia de menores. Tenían Internet y él se pasaba las horas muertas frente a una pantalla, esperándome, para poder hablar conmigo. Sus cartas eran narraciones de profunda soledad y sentimiento de perdida.

Lo único que hice fue borrarlos, bloquear su mensajería para que no llegara ninguno más y apagué el ordenador. Tras eso, tras sentirme el ser humano más despreciable en la faz de la tierra, me tumbé en la cama y no me levanté hasta el lunes casi al filo de mi hora de entrada al trabajo.

Ese día fue terrible. Tuve reunión con varios clientes, incluso un almuerzo de negocios. Tenía que aparentar que mi vida era perfecta, pero realmente era un autentico desastre. Al llegar a casa había una carta, era del juzgado y me citaban como testigo para el lunes cuatro de Julio. Quedaba una semana de remordimientos y una promesa que no iba a cumplir.

Veintisiete de Junio del dos mil siete.

Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt