Capítulo Quinto
Guía hacia la felicidad
Nos vimos más a menudo y todo era como un amor adolescente, besos y caricias a escondidas mientras deseaba hacerlo preso de mi cuerpo. Tres meses como pareja mintiéndole cada vez más, tanto a él como a ella. Disfrutaba su compañía en cada segundo. Cuando su madre trabajaba los fines de semana por la tarde yo era feliz, muy feliz. Jugábamos a las cartas, veíamos películas antiguas y las caricias eran mi mayor tortura. Aprendí a esperar, a no dañar y a desear como un niño pequeño frente a un escaparate de golosinas. El verano había comenzado y tendríamos más tiempo para nosotros, sus labios calmaban mi sed y sus manos me arrullaban en una locura eterna. Era su cumpleaños, lo recuerdo como una fecha inolvidable, el veintidós de junio. Decidí regalarle algo caro y que demostrara lo que había empezado a florecer, un amor lleno de inconvenientes que me hacía sentir vivo. Compré un anillo con la inscripción de nuestro primer beso además del típico pantalón.
-¿Te has vuelto loco?-Preguntó dibujándose en su boca la felicidad.
-No-Respondí escuetamente.
-¿Es muy caro?-El anillo resplandecía en su mano.
-Es oro blanco.-Susurré aproximándolo hacia mí hasta dejarlo pegado a mi cuerpo.
-Es precioso.-Comentó aún maravillado por el regalo.
-No tanto como tú.-Mascullé robándole un dulce beso de sus labios.
-Quiero hacerlo.-Dijo temblando mientras se aferraba a mí.
-¿Hoy?-No salía de mi asombro, deseaba introducirme en él.
-Ahora, llévame a un hotel.-
Lo tomé de la mano y salimos de su habitación, su madre no había llegado aún de una reunión en la empresa y le dije que dejara una nota para ella. En la droguería compré aceite de almendras y en la farmacia una caja de condones, él me esperaba en un pequeño jardín cerca del motel. Cuando entramos en la habitación temblaba, lo desnudé en un segundo y lo recosté en el colchón. Jamás lo había tenido desnudo por completo, lo máximo que habíamos hecho era un francés y caricias sobre la ropa.
Sabía que tenía miedo, un miedo atroz, y demasiadas esperanzas puestas en que fuera mágico. El latido de su corazón, su torso moviéndose descompasado por su respiración entrecortada y su piel cálida me extasiaban. Besé su rostro y lamí su cuello, recorrí con mi lengua todo su pectoral hasta llegar a su entrepierna donde jugué durante un buen rato. Le di la vuelta, lo coloqué para besar sus nalgas y luego penetrarlo tras juntar el ungüento. Me costó entrar en su cuerpo, su gesto de dolor y su estrechez me hacían la tarea ardua. Mis movimientos fueron lentos, profundos y con un ritmo constante. Sus gemidos comenzaron a brotar de sus labios. Tocaba su miembro mientras lo embestía, el ritmo comenzó a ser rápido y mortal. Sus manos se aferraron a mis brazos clavando sus uñas en mí. Su boca buscaba la mía cuando llegó al orgasmo, yo tardé apenas unos segundos en seguirle.
-Te amo.-Susurró mientras salía de él.
-Has estado maravilloso.-Dije besando su torso.
-¿Me amas?-Interrogó acariciando mi pecho.
-Sí.-Susurré abarcándolo como a un tesoro.
-Dímelo.-Me rogó en tono quedo.
-No soy dado a decirlo.-Comenté.
-Por favor.-Sus manos acariciaron mi torso mientras me recostaba.
-Te amo.-Dije haciendo que se tumbara sobre mí.
-Eres un sueño, es como si se hubiera cumplido mis deseos.-Comentó mientras jugaba con sus cabellos.
-Tú también eres un sueño para mí.-Un sueño que temía que se rompiera en mil pedazos cuando supiera la verdad.
-Tienes que conocer a mi madre.-Dijo sonriendo.
-Ya la conozco.-Respondí.
-No como mi novio, tenemos que decírselo.-
-No.-Imaginé la reacción de mi suegra.
-Me amas, yo te amo.-Dijo preocupado y enfuruñado.
-Tienes diecisiete y yo te duplico la edad.-Besé su frente e intenté entrarlo en razón.
-Pero el amor todo lo puede.-Estuve a punto de responder a estas palabras con un: “Estoy casado”.
-Por ahora no quiero que nadie lo sepa.-Susurré quedándonos dormidos.
Durante unos meses fuimos felices, tanto que creí que soñaba. Me acurruqué en mis ilusiones, proyectos de futuro y en un pasado que quedaba atrás. Mi suegro había muerto hacía meses, mi mujer sufría depresiones constantes y nuestros hijos padecían todo lo que sucedía. Decidí atrasar el divorcio, pero ella lo pidió y se marchó de casa. Dividimos los bienes, ella se quedó con un pequeño chalet de veraneo y el coche mientras que yo con el piso. Joaquín decidió irse a vivir a un piso compartido con sus amigos, los dos más pequeños se los llevó y yo remodelé la casa. Aparte los recuerdos convertidos en fotografías y sus habitaciones las remodelé. Reformé la casa a mi gusto y allí me llevé más de una vez a Armando. Parecía encantado con la habitación de mi hijo mayor, tenían los mismos gustos musicales aunque no era tan extremista vistiendo y podía aceptar música de otros estilos.
-Me gusta tu casa.-Masculló uno de los eternos días de finales de invierno, estábamos desnudos sobre la alfombra y con la calefacción a una temperatura agradable.
-Es un apartamento que se ha quedado demasiado grande, pero con tu sola presencia lo llenas.-Susurré besando su cuello.
-Dentro de poco cumpliremos un año de habernos conocido.-Comentó recostándose sobre mi costado.
-Sabes, no he sido todo lo sincero contigo.-Pensé que era el momento indicado para decir toda la verdad o al menos parte de esta.
-¿Qué?-Preguntó sorprendido e incrédulo.
-No he cumplido hace poco treinta y tres años.-Respondí sintiendo como se secaba mi boca.
-¿Cuántos?-Interrogó inquieto
-Cuarenta y uno.-Dije aferrándome a su cuerpo.
-¿Por qué me mentiste?-Esa era la cuestión fundamental, le estaba haciendo vivir una mentira.
-Por miedo a que me dejaras de hablar, me atraías.-Susurré
-No importa, me da igual la edad que tengas.-Dijo sonriendo mientras acariciaba mi torso.
-Te amo.-No pude seguir, no podía decirle que no eran mis sobrinos sino mis hijos y que me estaba divorciando.
Guía hacia la felicidad
Nos vimos más a menudo y todo era como un amor adolescente, besos y caricias a escondidas mientras deseaba hacerlo preso de mi cuerpo. Tres meses como pareja mintiéndole cada vez más, tanto a él como a ella. Disfrutaba su compañía en cada segundo. Cuando su madre trabajaba los fines de semana por la tarde yo era feliz, muy feliz. Jugábamos a las cartas, veíamos películas antiguas y las caricias eran mi mayor tortura. Aprendí a esperar, a no dañar y a desear como un niño pequeño frente a un escaparate de golosinas. El verano había comenzado y tendríamos más tiempo para nosotros, sus labios calmaban mi sed y sus manos me arrullaban en una locura eterna. Era su cumpleaños, lo recuerdo como una fecha inolvidable, el veintidós de junio. Decidí regalarle algo caro y que demostrara lo que había empezado a florecer, un amor lleno de inconvenientes que me hacía sentir vivo. Compré un anillo con la inscripción de nuestro primer beso además del típico pantalón.
-¿Te has vuelto loco?-Preguntó dibujándose en su boca la felicidad.
-No-Respondí escuetamente.
-¿Es muy caro?-El anillo resplandecía en su mano.
-Es oro blanco.-Susurré aproximándolo hacia mí hasta dejarlo pegado a mi cuerpo.
-Es precioso.-Comentó aún maravillado por el regalo.
-No tanto como tú.-Mascullé robándole un dulce beso de sus labios.
-Quiero hacerlo.-Dijo temblando mientras se aferraba a mí.
-¿Hoy?-No salía de mi asombro, deseaba introducirme en él.
-Ahora, llévame a un hotel.-
Lo tomé de la mano y salimos de su habitación, su madre no había llegado aún de una reunión en la empresa y le dije que dejara una nota para ella. En la droguería compré aceite de almendras y en la farmacia una caja de condones, él me esperaba en un pequeño jardín cerca del motel. Cuando entramos en la habitación temblaba, lo desnudé en un segundo y lo recosté en el colchón. Jamás lo había tenido desnudo por completo, lo máximo que habíamos hecho era un francés y caricias sobre la ropa.
Sabía que tenía miedo, un miedo atroz, y demasiadas esperanzas puestas en que fuera mágico. El latido de su corazón, su torso moviéndose descompasado por su respiración entrecortada y su piel cálida me extasiaban. Besé su rostro y lamí su cuello, recorrí con mi lengua todo su pectoral hasta llegar a su entrepierna donde jugué durante un buen rato. Le di la vuelta, lo coloqué para besar sus nalgas y luego penetrarlo tras juntar el ungüento. Me costó entrar en su cuerpo, su gesto de dolor y su estrechez me hacían la tarea ardua. Mis movimientos fueron lentos, profundos y con un ritmo constante. Sus gemidos comenzaron a brotar de sus labios. Tocaba su miembro mientras lo embestía, el ritmo comenzó a ser rápido y mortal. Sus manos se aferraron a mis brazos clavando sus uñas en mí. Su boca buscaba la mía cuando llegó al orgasmo, yo tardé apenas unos segundos en seguirle.
-Te amo.-Susurró mientras salía de él.
-Has estado maravilloso.-Dije besando su torso.
-¿Me amas?-Interrogó acariciando mi pecho.
-Sí.-Susurré abarcándolo como a un tesoro.
-Dímelo.-Me rogó en tono quedo.
-No soy dado a decirlo.-Comenté.
-Por favor.-Sus manos acariciaron mi torso mientras me recostaba.
-Te amo.-Dije haciendo que se tumbara sobre mí.
-Eres un sueño, es como si se hubiera cumplido mis deseos.-Comentó mientras jugaba con sus cabellos.
-Tú también eres un sueño para mí.-Un sueño que temía que se rompiera en mil pedazos cuando supiera la verdad.
-Tienes que conocer a mi madre.-Dijo sonriendo.
-Ya la conozco.-Respondí.
-No como mi novio, tenemos que decírselo.-
-No.-Imaginé la reacción de mi suegra.
-Me amas, yo te amo.-Dijo preocupado y enfuruñado.
-Tienes diecisiete y yo te duplico la edad.-Besé su frente e intenté entrarlo en razón.
-Pero el amor todo lo puede.-Estuve a punto de responder a estas palabras con un: “Estoy casado”.
-Por ahora no quiero que nadie lo sepa.-Susurré quedándonos dormidos.
Durante unos meses fuimos felices, tanto que creí que soñaba. Me acurruqué en mis ilusiones, proyectos de futuro y en un pasado que quedaba atrás. Mi suegro había muerto hacía meses, mi mujer sufría depresiones constantes y nuestros hijos padecían todo lo que sucedía. Decidí atrasar el divorcio, pero ella lo pidió y se marchó de casa. Dividimos los bienes, ella se quedó con un pequeño chalet de veraneo y el coche mientras que yo con el piso. Joaquín decidió irse a vivir a un piso compartido con sus amigos, los dos más pequeños se los llevó y yo remodelé la casa. Aparte los recuerdos convertidos en fotografías y sus habitaciones las remodelé. Reformé la casa a mi gusto y allí me llevé más de una vez a Armando. Parecía encantado con la habitación de mi hijo mayor, tenían los mismos gustos musicales aunque no era tan extremista vistiendo y podía aceptar música de otros estilos.
-Me gusta tu casa.-Masculló uno de los eternos días de finales de invierno, estábamos desnudos sobre la alfombra y con la calefacción a una temperatura agradable.
-Es un apartamento que se ha quedado demasiado grande, pero con tu sola presencia lo llenas.-Susurré besando su cuello.
-Dentro de poco cumpliremos un año de habernos conocido.-Comentó recostándose sobre mi costado.
-Sabes, no he sido todo lo sincero contigo.-Pensé que era el momento indicado para decir toda la verdad o al menos parte de esta.
-¿Qué?-Preguntó sorprendido e incrédulo.
-No he cumplido hace poco treinta y tres años.-Respondí sintiendo como se secaba mi boca.
-¿Cuántos?-Interrogó inquieto
-Cuarenta y uno.-Dije aferrándome a su cuerpo.
-¿Por qué me mentiste?-Esa era la cuestión fundamental, le estaba haciendo vivir una mentira.
-Por miedo a que me dejaras de hablar, me atraías.-Susurré
-No importa, me da igual la edad que tengas.-Dijo sonriendo mientras acariciaba mi torso.
-Te amo.-No pude seguir, no podía decirle que no eran mis sobrinos sino mis hijos y que me estaba divorciando.
2 comentarios:
Mentiras tan pero tan graves no son, si se tomó bien lo de la edad, creo, y espero, que también las demás verdades.
Se está poniendo cada vez más interesante, y encima lo cortas así xD ¿por qué no piensas en tus pobres lectores, que quieren más?
Esta es la primera historia que sigo xD plis, nada de maltratos ok?
saludos
Sigo pensando que algo saldrá mal y acabará con todo...:(. Suele ocurrir cuando la historia de amor es demasiado perfecta (sí, soy muy cenizo).
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