Durante horas no pude pegar ojo, su cuerpo reposaba entre las sábanas de aquella cama y murmuraba algo en sueños aunque no entendía bien lo que sucedía. Parecía haber quedado en brazos de Morfeo y este le regalaba, al parecer, un sueño dulce aunque algo ajetreado. Me aproximé a él y lo abracé, quería saber que sucedía, pegué mi oído derecho sobre su rostro y me dispuse a sentir sus palabras cercanas a mis labios. No lograba hacer entendible ningún balbuceo y por lo cual me tumbé contemplando el techo hasta que su cuerpo se movió posándose sobre mi torso. Decidí dejarme llevar por el sueño y me encontré con él caminando por un pasadizo más oscuro que la propia noche mientras que algunas ventanas transmitían algo de luz.
Un vacío en mi interior lleno de dolor y amargura era los sentimientos que me desolaban. La hojarasca y los cristales junto con el aire enrarecido de aquel lugar se adentraban en mis pulmones. Era un momento muerto en medio de un tiempo lejano que aún palpitaba en mi cráneo. Reconocí aquel pasillo, aquellos cristales, aquella luz, el sabor frío de un lugar donde se mecía un joven lleno de sin sentidos. Guardado en una estancia triste y con recuerdos llenos de sentimientos de furia. Aferrado a una vida eterna que jamás deseo cuando decidió abandonar este mundo. Allí estaba atado a si mismo, sus alas abarcando su torso, la historia de un miserable que conversaba con ángeles difuntos y demonios que lo convertían en frágil espejismo. Su corazón confuso y palpitante, las lágrimas bañando su rostro, su mente llena de terroríficos pasajes sintiendo la nana de un violín en cada neurona aún activa. Me apoyé en el recuadro de la puerta desencajada de sus bisagras y quedé contemplándolo como si fuera un cuadro demasiado hermoso y trágico para pasarlo por alto. Sus ojos de felino se alzaron y su rostro virginal aún aniñado se mostró bajo el baño de la luz de luna que penetraban por los vidrios y barrotes de su asfixiante confinación que estaba bastante alejado de su estatura. Por lo demás una cama y una almohada en toda la celda, en toda la mazmorra. Caminé hacia él, anduve por aquellas losas llenas de polvo y minutos asesinados en momentos, importantes y simples, de antaño. Su alma se sentía engañada, la esperanza se había alejado hacía tiempo, destrozado y arrojado. La soledad se había aferrado a sus cabellos, la inocencia de sus rasgos me hizo adentrarme, haciendo crujir bajo mis pies los cristales rotos, hasta su celda posándome junto a él. Decidí sentarme junto a su cuerpo, sus ropas blancas como la nieve aunque algo ajadas me hicieron sentir cosas que hacía años, quizás demasiados, que no se adentraban bombeando mi corazón marchito.
-Hacía décadas que no me sentía como ahora.- Murmuré mientras nuestras miradas se fundían con un punto fijo en el pasadizo que daba a la habitación.
-Has vuelto a encontrarme, me has encontrado en el lecho de mi historia funesta.-Comentó apoyando su cabeza sobre mi hombro derecho, sus cabellos se desparramaron sobre mi chaqueta gris.
-Tenía que encontrarte, creo que es algo habitual.-Repuse palpando su rostro para apartar sus cabellos.
-Se esta haciendo algo recurrente, demasiado ordinario.- Dijo posando su mano sobre la mía alejándola de él.
-No deberías machacarte con el pasado.- Comenté.
-Desistir a sentir lo que una vez tuve no es mi forma de ser, lo sabes bien.- Respondió suavemente.
-No, pero debería de serlo.-Dije reprochándole que se martirizara con imágenes que debía apartar.
-Quería morir, deseaba probar el sabor de aquel cáliz que a veces es prohibido, tuve un sueño aterrador aquellas noches. Decidí desistir y dejarme llevar, no quería contemplar más los muros de la celda llamándote, en susurros, intentando apartar los comentarios de aquellos que buscan lugares inexistentes, como el paraíso del cielo. Estaba cansado, demasiado, como para sobrevivir una noche más. Era un ser imperfecto, un ángel de alas de cenizas, que se marchitaba. Las heridas de la mente, las del alma y sobretodo las del cuerpo se hacían presentes. Añoraba sonreír, necesitaba dejar de llorar.- Dijo intentando no adentrarse en mis ojos que lo contemplaban en aquellos momentos.
-¿Conseguiste dejar de llorar?- Le cuestioné dando por hecho la respuesta.
-No.- Aquella solución a mi enigma la sabía antes de que oírsela.
-Lo sabía, es imposible ser feliz encerrado en un mundo apartado de la realidad factible a la vista del hombre. Eras un muñeco encerrado en una bola de cristal y creíste que cayendo desde la mesa sentirías la libertad, pero no, pues no alcanzaste nada y perdiste tu vida.- Le reproché su poca valentía ante lo ocurrido.
-No me regañes, no fue tampoco mi culpa.-Dijo con la voz quebrada.
-Has dado eso a entender, tú y sólo tú decidiste dejar de creer en la vida.-Le recordé.
-Te confundes.- Repuso aferrándose a mi brazo derecho.
-¿En qué?- Murmuré intentando comprender que deseaba decirme con aquello.
-Me duplicaron y triplicaron la medicación porque según ellos tuve varias crisis, me ataron a la cama mientras sufría convulsiones y sentía frío como si mi cuerpo fuera de hielo. Te llamé en aquellos momentos, no sentí tu alma y creí que jamás lo haría. Me arroparon con varias mantas hasta que el temblor pasó y quedé en un estado extraño de tranquilidad muscular para después ser desatado. Cuando se alejaron de mí y pusieron los cerrojos caminé tambaleándome hasta este rincón, la muerte se sentó a mi lado y conversamos unas décimas de segundo. Se puede decir que me sedujo, me evadió y decidí que se llevara mi cuerpo.-Dijo y tras esto se alzó contemplándome como un animal indefenso. Las lágrimas recorrían su rostro, sus cabellos cayeron sobre sus ojos, su cuerpo débil y juvenil tambaleaba. Era la imagen propia del pasado, aquel niño que tanto adoré, un joven lleno de miedos. Hice un gesto llamándolo a mis brazos, no lo dudó, y se acurrucó, como un niño pequeño, sobre mi pecho.
-Eras demasiado especial para aquella época, demasiado enigmático incluso para esta. Creo que jamás te comprenderé del todo.-Dije acariciando sus cabellos, su sollozo no se silenciaba y se convirtió en el hilo musical junto con el silbido del viento que se apoderó de aquel lugar.
-Mi destino es morir a solas, ser un mensajero con las alas rotas, un ermitaño alejado de la sociedad unido a las sombras.-Murmuró, aferrándose a mis solapas con sus, débiles, manos de niño soldado de guerras inacabadas contra sus propios miedos.
-Eres un ángel de alas de cenizas, un proscrito, un bohemio algo egoísta, un alma cansada por culpa de su vejez. Intenta seguir en pie, seguir luchando, seguir conquistando un trozo nuevo para tu historia. No te dejes, no te rindas, no huyas, no camines lejos de lo que deseas. Tan sólo quédate a mi lado mientras el mundo gira y cambian las épocas, deja que te de la paz aunque sea un solo instante.-Mi voz se convirtió en un hilo débil cargado de melancolía mientras él temblaba sobre mi pecho, pues se había hecho un hueco entre mi regazo.
-¿Recuerdas los primeros días de enero de aquel trágico, para ti, dos mil siete?- Me cuestionó en voz queda.
-Sí, fue cuando las reglas se truncaron para la sombra, cuando mi vida se derrumbó y en aquella, blanca y fría, habitación caí sobre el vacío del eco de la muerte.-Dije junto con el rumbo de una lágrima que se vertía por mi rostro aún sereno.
-Para mí no fueron trágicos, fueron algo distinto. Me diste calor, comprensión, atenciones y sobretodo algo de paz. Alejaste de mí aquellas voces, las imágenes de las demás presencias, el Apocalipsis se diluyó y sollocé al ver que nos separaban de nuevo. Me diste la miel y la sombra me la arrebató con tan sólo el alce de su voz.- Repuso, y entonces, entre aquellos tablones, sentí la necesidad de brindarle caricias de dulzura.
-Siento que hayas estado solo, te mal acostumbré.- Murmuré mientras besaba sus cabellos.
-En varias ocasiones hemos sido hermanos o vivido en cercanía, últimamente nos reencarnamos en seres alejados e incluso de países distintos. No deseo que te apartes de mí, eres la causa de mis sonrisas y de mi existencia.- Comentó alzando su vista profundizando en la mía.
-No lo haré.- Prometí mientras en mi cabeza rogaba que no diera por echo algo que no puedo controlar.
-Lo harás cuando encuentres alguien a quien dar tu amor, alguien que te llene, algo que te ate hacia otros mundos.- Dijo quedando en silencio, rogando en sus labios que aquello fuera cierto.
-Lo haré, es una promesa.- Besé su frente cobijándolo con mi cuerpo.
-Me siento absurdo, enamorarme de alguien inalcanzable. Aunque según dicen que nos solemos sentir amados o deseamos amar por alguien que sea nuestro gemelo, nuestra mitad.- Susurró.
-No puedes obligarme a que te ame.-Repuse.- Es como si pidieras que creyera en Dios o en Lucifer, es imposible obligarme a algo que no deseo.- Concluí y con ello el sueño. Yo quedé a solas en aquel lugar, él había despertado.
Me sentí ruin, un ser que apartaba la felicidad de alguien que la necesitaba. Contemplé aquella habitación, gris y vacía, llena de un lúgubre sentimiento de pavor. La cama portaba aún la desnudez de antaño en mi primera visita y las cuerdas para atar al enfermo. Desperté y lo contemplé sobre mi cuerpo apoyando sus labios sobre mi cuello mientras sus dedos recorrían cada zona de mi rostro.
-Eres distinto y a la vez idéntico.- Murmuró rozando en mi cuello la piel terciopelada de sus labios.
-Tú sigues siendo un niño perdido.- Comenté apartando su mano de mi rostro.
-No, lo era cuando estaba lejos de ti.- Dijo alzando su cabeza sonriendo como si algo dentro de él obviara mis palabras.
-Podrías bajarte, necesito ir a tomarme una ducha.-Le respondí y no se movió de aquella posición.
-Eres parte de mí, te mentí en aquella teoría. Recuerda, rememora, el pasado siempre vuelve y con el yo.- Susurró posándose en un lado de la cama.
Un vacío en mi interior lleno de dolor y amargura era los sentimientos que me desolaban. La hojarasca y los cristales junto con el aire enrarecido de aquel lugar se adentraban en mis pulmones. Era un momento muerto en medio de un tiempo lejano que aún palpitaba en mi cráneo. Reconocí aquel pasillo, aquellos cristales, aquella luz, el sabor frío de un lugar donde se mecía un joven lleno de sin sentidos. Guardado en una estancia triste y con recuerdos llenos de sentimientos de furia. Aferrado a una vida eterna que jamás deseo cuando decidió abandonar este mundo. Allí estaba atado a si mismo, sus alas abarcando su torso, la historia de un miserable que conversaba con ángeles difuntos y demonios que lo convertían en frágil espejismo. Su corazón confuso y palpitante, las lágrimas bañando su rostro, su mente llena de terroríficos pasajes sintiendo la nana de un violín en cada neurona aún activa. Me apoyé en el recuadro de la puerta desencajada de sus bisagras y quedé contemplándolo como si fuera un cuadro demasiado hermoso y trágico para pasarlo por alto. Sus ojos de felino se alzaron y su rostro virginal aún aniñado se mostró bajo el baño de la luz de luna que penetraban por los vidrios y barrotes de su asfixiante confinación que estaba bastante alejado de su estatura. Por lo demás una cama y una almohada en toda la celda, en toda la mazmorra. Caminé hacia él, anduve por aquellas losas llenas de polvo y minutos asesinados en momentos, importantes y simples, de antaño. Su alma se sentía engañada, la esperanza se había alejado hacía tiempo, destrozado y arrojado. La soledad se había aferrado a sus cabellos, la inocencia de sus rasgos me hizo adentrarme, haciendo crujir bajo mis pies los cristales rotos, hasta su celda posándome junto a él. Decidí sentarme junto a su cuerpo, sus ropas blancas como la nieve aunque algo ajadas me hicieron sentir cosas que hacía años, quizás demasiados, que no se adentraban bombeando mi corazón marchito.
-Hacía décadas que no me sentía como ahora.- Murmuré mientras nuestras miradas se fundían con un punto fijo en el pasadizo que daba a la habitación.
-Has vuelto a encontrarme, me has encontrado en el lecho de mi historia funesta.-Comentó apoyando su cabeza sobre mi hombro derecho, sus cabellos se desparramaron sobre mi chaqueta gris.
-Tenía que encontrarte, creo que es algo habitual.-Repuse palpando su rostro para apartar sus cabellos.
-Se esta haciendo algo recurrente, demasiado ordinario.- Dijo posando su mano sobre la mía alejándola de él.
-No deberías machacarte con el pasado.- Comenté.
-Desistir a sentir lo que una vez tuve no es mi forma de ser, lo sabes bien.- Respondió suavemente.
-No, pero debería de serlo.-Dije reprochándole que se martirizara con imágenes que debía apartar.
-Quería morir, deseaba probar el sabor de aquel cáliz que a veces es prohibido, tuve un sueño aterrador aquellas noches. Decidí desistir y dejarme llevar, no quería contemplar más los muros de la celda llamándote, en susurros, intentando apartar los comentarios de aquellos que buscan lugares inexistentes, como el paraíso del cielo. Estaba cansado, demasiado, como para sobrevivir una noche más. Era un ser imperfecto, un ángel de alas de cenizas, que se marchitaba. Las heridas de la mente, las del alma y sobretodo las del cuerpo se hacían presentes. Añoraba sonreír, necesitaba dejar de llorar.- Dijo intentando no adentrarse en mis ojos que lo contemplaban en aquellos momentos.
-¿Conseguiste dejar de llorar?- Le cuestioné dando por hecho la respuesta.
-No.- Aquella solución a mi enigma la sabía antes de que oírsela.
-Lo sabía, es imposible ser feliz encerrado en un mundo apartado de la realidad factible a la vista del hombre. Eras un muñeco encerrado en una bola de cristal y creíste que cayendo desde la mesa sentirías la libertad, pero no, pues no alcanzaste nada y perdiste tu vida.- Le reproché su poca valentía ante lo ocurrido.
-No me regañes, no fue tampoco mi culpa.-Dijo con la voz quebrada.
-Has dado eso a entender, tú y sólo tú decidiste dejar de creer en la vida.-Le recordé.
-Te confundes.- Repuso aferrándose a mi brazo derecho.
-¿En qué?- Murmuré intentando comprender que deseaba decirme con aquello.
-Me duplicaron y triplicaron la medicación porque según ellos tuve varias crisis, me ataron a la cama mientras sufría convulsiones y sentía frío como si mi cuerpo fuera de hielo. Te llamé en aquellos momentos, no sentí tu alma y creí que jamás lo haría. Me arroparon con varias mantas hasta que el temblor pasó y quedé en un estado extraño de tranquilidad muscular para después ser desatado. Cuando se alejaron de mí y pusieron los cerrojos caminé tambaleándome hasta este rincón, la muerte se sentó a mi lado y conversamos unas décimas de segundo. Se puede decir que me sedujo, me evadió y decidí que se llevara mi cuerpo.-Dijo y tras esto se alzó contemplándome como un animal indefenso. Las lágrimas recorrían su rostro, sus cabellos cayeron sobre sus ojos, su cuerpo débil y juvenil tambaleaba. Era la imagen propia del pasado, aquel niño que tanto adoré, un joven lleno de miedos. Hice un gesto llamándolo a mis brazos, no lo dudó, y se acurrucó, como un niño pequeño, sobre mi pecho.
-Eras demasiado especial para aquella época, demasiado enigmático incluso para esta. Creo que jamás te comprenderé del todo.-Dije acariciando sus cabellos, su sollozo no se silenciaba y se convirtió en el hilo musical junto con el silbido del viento que se apoderó de aquel lugar.
-Mi destino es morir a solas, ser un mensajero con las alas rotas, un ermitaño alejado de la sociedad unido a las sombras.-Murmuró, aferrándose a mis solapas con sus, débiles, manos de niño soldado de guerras inacabadas contra sus propios miedos.
-Eres un ángel de alas de cenizas, un proscrito, un bohemio algo egoísta, un alma cansada por culpa de su vejez. Intenta seguir en pie, seguir luchando, seguir conquistando un trozo nuevo para tu historia. No te dejes, no te rindas, no huyas, no camines lejos de lo que deseas. Tan sólo quédate a mi lado mientras el mundo gira y cambian las épocas, deja que te de la paz aunque sea un solo instante.-Mi voz se convirtió en un hilo débil cargado de melancolía mientras él temblaba sobre mi pecho, pues se había hecho un hueco entre mi regazo.
-¿Recuerdas los primeros días de enero de aquel trágico, para ti, dos mil siete?- Me cuestionó en voz queda.
-Sí, fue cuando las reglas se truncaron para la sombra, cuando mi vida se derrumbó y en aquella, blanca y fría, habitación caí sobre el vacío del eco de la muerte.-Dije junto con el rumbo de una lágrima que se vertía por mi rostro aún sereno.
-Para mí no fueron trágicos, fueron algo distinto. Me diste calor, comprensión, atenciones y sobretodo algo de paz. Alejaste de mí aquellas voces, las imágenes de las demás presencias, el Apocalipsis se diluyó y sollocé al ver que nos separaban de nuevo. Me diste la miel y la sombra me la arrebató con tan sólo el alce de su voz.- Repuso, y entonces, entre aquellos tablones, sentí la necesidad de brindarle caricias de dulzura.
-Siento que hayas estado solo, te mal acostumbré.- Murmuré mientras besaba sus cabellos.
-En varias ocasiones hemos sido hermanos o vivido en cercanía, últimamente nos reencarnamos en seres alejados e incluso de países distintos. No deseo que te apartes de mí, eres la causa de mis sonrisas y de mi existencia.- Comentó alzando su vista profundizando en la mía.
-No lo haré.- Prometí mientras en mi cabeza rogaba que no diera por echo algo que no puedo controlar.
-Lo harás cuando encuentres alguien a quien dar tu amor, alguien que te llene, algo que te ate hacia otros mundos.- Dijo quedando en silencio, rogando en sus labios que aquello fuera cierto.
-Lo haré, es una promesa.- Besé su frente cobijándolo con mi cuerpo.
-Me siento absurdo, enamorarme de alguien inalcanzable. Aunque según dicen que nos solemos sentir amados o deseamos amar por alguien que sea nuestro gemelo, nuestra mitad.- Susurró.
-No puedes obligarme a que te ame.-Repuse.- Es como si pidieras que creyera en Dios o en Lucifer, es imposible obligarme a algo que no deseo.- Concluí y con ello el sueño. Yo quedé a solas en aquel lugar, él había despertado.
Me sentí ruin, un ser que apartaba la felicidad de alguien que la necesitaba. Contemplé aquella habitación, gris y vacía, llena de un lúgubre sentimiento de pavor. La cama portaba aún la desnudez de antaño en mi primera visita y las cuerdas para atar al enfermo. Desperté y lo contemplé sobre mi cuerpo apoyando sus labios sobre mi cuello mientras sus dedos recorrían cada zona de mi rostro.
-Eres distinto y a la vez idéntico.- Murmuró rozando en mi cuello la piel terciopelada de sus labios.
-Tú sigues siendo un niño perdido.- Comenté apartando su mano de mi rostro.
-No, lo era cuando estaba lejos de ti.- Dijo alzando su cabeza sonriendo como si algo dentro de él obviara mis palabras.
-Podrías bajarte, necesito ir a tomarme una ducha.-Le respondí y no se movió de aquella posición.
-Eres parte de mí, te mentí en aquella teoría. Recuerda, rememora, el pasado siempre vuelve y con el yo.- Susurró posándose en un lado de la cama.
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