- Mossini, que apellido tan extraño, Venecia, jamás he estado en ese lugar pero puedo recordar el aroma de los canales o de la oficina, el frío en los huesos del bosque, el aroma a tierra mojada, las iglesias o la luz que desprendían las cirios en ellas, el sonido de los pasos en medio de la noche, las ropas y su peso en mi cuerpo, el calor de las brasas, el eco de las voces en mi cabeza y sobretodo el tacto de aquellos dedos sobre mi cuello jugueteando con el crucifijo- Murmuraba mientras me aferraba a la almohada.- Elías, extraño muchacho de mirada profunda llena de amarga tristeza.- Mis parpados se cerraron inconscientemente y pude ver su rostro claramente fundiéndose en mi retina.- Espero que todo esto sea una fantasía demasiado cercana a la realidad.- Repuse, entonces noté como la televisión volvía a comunicarme algo.- Creí que estaba apagada.- Comenté mientras caminaba hacia el salón, otra reportera aparecía ante mis pupilas confusas.
“En este cementerio Veneciano se le ha visto extrañamente visitado por varios fenómenos paranormales. Todo esto comenzó desde que hace una semana se extrajera de su tumba el cadáver de Francesco Mossini, un investigador de la Europol que murió mientras seguía un caso. El ángel que lo guardaba a aparecido con dos surcos de sangre que no cesa de emanar, se ha investigado su procedencia y coincide con la del cadáver que protegía bajo sus alas. En todo el campo santo se puede notar un campo de fuerza gracias a los artilugios de los expertos. Dicen que algo esta sucediendo. Casualmente Francesco, Francisco, murió en Jerez y se sabe que visitó el campo santo para contemplar las tumbas de los jóvenes que hace unas horas también fueron perturbados de su descanso. Comentan, se escucha, que puede que los casos estén correlacionados puesto que él investigaba un caso bastante inusual en el hospital psiquiátrico que aun se erige cerca de la ciudad mencionada anteriormente. Su compañero en el caso abandonó después de la extraña muerte de su camarada. ¿Es este un caso paranormal? ¿Un juego extraño de coincidencia? ¿Un desquiciado que se ha atrevido a recordar aquellos sucesos? ¿Qué ocurrirá ahora?”
Tras esto el televisor se apagó solo, sin necesidad del mando, aquello me hizo sentir un terrible miedo y una sensación de ser vigilado constantemente. Volví a la sala de creación, cerré la puerta e intenté olvidar que el aparato se prendió por si solo. Encendí la lamparilla metálica cercana a la pantalla del ordenador y corrí las cortinas. Un aspecto de soledad completa junto con un aura de trama de novela negra se formó. Mi semblante reflejándose en el espejo de cuerpo entero de la esquina, que tenía tan sólo por adorno, me hacía pensar en que ese no era yo.- ¿Quién soy en realidad?- Murmuré tragando saliva, no pensaba salir de la habitación en al menos unas horas.- ¿En realidad la muerte nos vence?- Aquella duda en mis labios se formuló y encendió una luz en mi interior, me hizo pensar que ciertamente yo era el del reflejo y a la vez era otro que una vez caminó por Venecia y murió en el sur de esta esperpéntica España. Entonces noté un ruido en el exterior, corrí hacia la ventana y aparté las telas de las cortinas, un milagro ocurría allí fuera…nevaba.- ¿Desde cuando nieva?- Me cuestioné y reflexioné unos cuantos segundos para responderme asombrado.- Desde que tenía cinco años.- Volví a la silla y acaricié el teclado como por primera vez, retomé mi sueño de otra vida excéntrica y abandonada. Sin duda me parecía aquel tipo, un hombre sin amor y alejado de la felicidad. Un tipejo extraordinariamente creyente en casos inexplicables pero no en dios, un ser que rezaba sin saber el motivo, un hombre que espetó en medio de la casa de Dios que no creía en sus milagros ni artimañas. Sin duda, era yo pero en otro tiempo bastante lejano al mío.- Después de esto… ¿Qué debo de hacer?... ¿irme de Burgos hacia el sur? ¿Hacia Madrid donde vivió aquel joven escritor? ¿Buscar indicios en otros lugares de la península? ¿Viajar a Venecia? ¿Buscar a Elías o él se encargaría de buscarme de nuevo como ya hizo una vez?...Piensa Michel, piensa, de una puñetera vez en frío y con calma, es algo importante, no es un juego, algo sucede y debes conocerlo.- Decía sin sentido, comentaba a la nada, le preguntaba a las letras impresas en la pantalla.- ¿Esto es lo que se siente en una reencarnación?- Dije mientras mi mente susurraba “lárgate de aquí y olvida todo, no ha pasado nada, óbvialo como los monstruos que te buscaban en plena noche, como las sombras extrañas en tu habitación…MICHEL”
Mis dedos se aferraron a mostrar afecto a las palabras, todo encajaba y a la vez era imposible de rellenar el puzzle. No entendía nada. Mi conciencia intentaba educarse en la nueva realidad que poseía, mi mundo…todo mi mundo estaba siendo cambiado y yo tan sólo deseaba saber que demonios era yo. Mi identidad, mi ímpetu, mis gustos, mi forma de mirar, mis rarezas y sobretodo y ante todo cambiaba los muros de lo intangible. Las líneas aparecían a gran rapidez, cada diálogo estaba presente, los aromas y el tacto de la ropa. Sabía que nunca volvería a ser el mismo, que mis asuntos pendientes eran otros y que había divisado mi propio nacimiento. Una lágrima se derramó por mis carillos, recordé el deseo tan impropio que sentía por Elías. Era impropio pues no lo conocía y a la vez era un igual, reconocía sus labios y su mirada llena de pavor pues era la mía. Me encontraba en medio de una chispa y una bomba a preparada para prenderse. Cerré los ojos, quería concentrarme, adentrarme a todo lo que venía a mí, los sentimientos aparecían uno detrás de otro. Me estaba convirtiendo en lo que un día fui.
Necesité ir al cuarto de baño, tenía que despejarme y un golpe de agua fría en mi rostro lo haría. Me contemplé ante el espejo, aquella mirada desquiciada llena de cosas insólitas y a la vez vacía. No me reconocía, era como si un extraño me contemplara desde mi propio cuerpo. Cerré los ojos un leve instante, pude contemplar aquella iglesia con sus luces grotescas y su aroma a incienso. Los abrí con amplitud, mis pupilas estaban dilatadas y empecé a tener mareo. Abrí de nuevo el grifo y me intenté aclarar de nuevo. Mi cuerpo parecía no reaccionar, tenía un apetito voraz de contar lo que había sucedido lejos de mi cruel rutina. Fuera nevaba, caía los copos de nieve como en aquel último acto, en el ensayo final de una vida. Cómplice con mi mirada fugitiva en mi propio reflejo. Estaba dominado por mis propios deseos, por un impulso incontrolable que me hizo volver a la mesa junto con el ordenador.
La rutina había muerto y renacía un nuevo yo, el sol salía apareciendo con el la más oscura de las tinieblas que me envolvían en un estado irónicamente de relax. Las palabras machaban mi mente, revoloteaban y graznaban que la verdad no estaba resuelta. Mis dedos eran parte del aparato, estaba conectado a otro ser que era yo mismo en medio de la opaca luz del pasado.
No sé cuanto tiempo pasó, tampoco recuerdo haber tenido algunas de mis necesidades básicas. El murmullo de las noticias, mi conciencia revuelta y patas arribas como una habitación de adolescente en plenos exámenes, los vocablos pronunciados marcados con esmero en cada frase, todo se convertía en parte de mi vida. El tabaco lo había aborrecido del todo, el alcohol lo necesitaba más que nunca, mis dedos no se cansaban y mis ojos casi no parpadeaban frente a la pequeña ventana al mundo que es el monitor con el ordenador conectado a Internet. No sabía a donde me iba a llevar todo aquello, no sabía que creer o como prever mis actos. Casi había llegado al final del relato, sentí la imperiosa necesidad de un café bien cargado. Me dirigí a la cocina y tomé un sobre de cappuccino que se encontraba en el pequeño mueble del rincón donde guardaba lo poco comestible. Me dispuse a calentar el agua con el que mezclarlo, mi corazón parecía habitar la cabeza pues me latía. Tras esto volví a mi lugar, a la guarida que poseía en esos instantes, donde me sentía seguro. Dejé enfriarse aquel café, contemplé las páginas manuscritas revisando los párrafos y me llevé las manos a la cabeza. Tan sólo quedaba el final que era el inicio de mi propia vida. Una tos seca empezó a aferrarse en mi garganta, busqué por los cajones un paquete de caramelos, no podía ni respirar.
El teclado machacado una y mil veces durante tres días seguidos, mi aspecto desaliñado mientras el café sobre la mesa humeante me esperaba. En medio de la noche, como siempre, las doce campanadas ya habían sonado, la lluvia no cesaba, el cielo era un cúmulo de sábanas negras. Cuatro noches antes había tenido un sueño conmovedor, se había sentido protagonista de una historia bastante escalofriante aunque con un final demasiado temprano. No paraba de tomar caramelos para la tos de sabor a frambuesa, mis dedos eran ágiles como el batir de las alas del colibrí, mi mente intentaba recordar cada lugar y cada sonido junto al sabor de cada momento. El timbre empezó a sonar, un sonido opacado por los truenos, en la casa tan sólo había una luz la de mi despacho donde escribía como un maniaco.
Me alcé del teclado sin poder terminar mi frase, me cuestioné quien sería a estas horas y prendí la luz del pasillo donde un reloj marcaba las dos de la mañana y seis minutos, con sus espadas asesinas de segundos. Me adentré descalzo, mal afeitado, con el cabello enmarañado…no sabía si quiera porqué me dirigía hacia aquella puerta. Llegué a la entrada, deslicé mi mirada por la mirilla y allí había un joven semidesnudo totalmente empapado por la lluvia. Su rostro me era familiar, era como si rememorara los rasgos de alguien conocido. Abrí la puerta sin miramientos mientras en mis labios se pronunciaba un nombre…Elías…
El joven interrumpió en el departamento, temblaba y tan sólo mascullaba..."Tengo que hablar contigo...quizás no me conoces...pero yo sí..."
Su mirada era un caos, una fiera indomable llena de vida, mientras su rostro aparentaba un tacto de porcelana. Entró hasta el salón sin pedir permiso, estaba tiritando, parecía que estaba calado entero. No entendía como alguien salía de casa de aquella forma en una noche como aquella. Sus labios estaban amoratados, temblaba al unísono de sus dientes, sus cabellos empapados se alborotaban en la frente hasta que se sentó en el suelo cerca del calefactor. Temblaba, parecía abstraerse por momentos, estaba en mi propia casa y no me dirigía la palabra. Era algo extraño, cerré la puerta y me acomodé junto a él.
- Soy Elías, bueno era Elías.- Murmuró mientras el calor parecía aliviar un poco sus temblores por el día helado.
- Yo… creo que Francesco.- Dije sin tenerlo nada claro, no entendía como él estaba tan seguro. Más o menos le eché un cálculo a su edad, concluí que tendría la mía.
- Lo eres.- Repuso mientras buscaba mi mirada, luego se acomodó en mi hombro como si fuéramos viejos conocidos o amantes de ocasión.- Te he buscado sin cesar todo este tiempo, no conectabas conmigo, tuve un miedo terrible hasta que tu mente se abrió y me buscó en aquel sueño que rememoro todas las noches.- Comentó mientras parecía dibujarse una leve sonrisa en sus labios.- Creí que nos habíamos perdido, que todo había sucedido demasiado rápido y que deseabas de verdad olvidarte de tu gemela.- Dijo mientras su voz taladraba mi mente.- Tu alma gemela, soy tu gemelo en espíritu, tu hermano y contemporáneo espectro.- Finalizó mientras se alejaba de mi hombro para contemplar mi rostro con los ojos torneados y cayó al suelo victima de un mareo.
Lo tomé entre mis brazos, estaba empapado, quizás deliraba pero en sus palabras había algo de verdad. Pesaba bastante poco, era un saco de huesos y piel, aunque debo reconocer que bastante hermoso. Lo recosté en mi cama y le quité la ropa, intenté darle calor con las mantas pero no había manera, me desnudé también y me puse sobre su cuerpo. Sus carnes secas eran trémulas, frías como el mármol, tenía un perfume familiar a lluvia y barro que lo impregnaba por completo. Mis manos apartaron sus cabellos del rostro, sus labios estaban agrietados y mis dedos palpaban cara rasgo de su cara como si fuera ciego. Parecía recorrerlo para tomar nota de su contorno, como si aquel Elías tuviera un aspecto familiar en aquel chico. Pasaron algunas horas hasta notar que su cuerpo se estabilizaba, le abrazaba con fuerza sin miedo a pensar ni un segundo en lo que sucedía. “Francesco” musitó con media sonrisa cincelada en aquella maravillosa escultura que era, ningún ángel tenía aquel rostro y parecía sacado de un cuadro realista y perfecto. No entendía porque aquellos pensamientos revoloteaban en mi mente, quizás era consecuencia de todo el misterio que nos envolvía.
“En este cementerio Veneciano se le ha visto extrañamente visitado por varios fenómenos paranormales. Todo esto comenzó desde que hace una semana se extrajera de su tumba el cadáver de Francesco Mossini, un investigador de la Europol que murió mientras seguía un caso. El ángel que lo guardaba a aparecido con dos surcos de sangre que no cesa de emanar, se ha investigado su procedencia y coincide con la del cadáver que protegía bajo sus alas. En todo el campo santo se puede notar un campo de fuerza gracias a los artilugios de los expertos. Dicen que algo esta sucediendo. Casualmente Francesco, Francisco, murió en Jerez y se sabe que visitó el campo santo para contemplar las tumbas de los jóvenes que hace unas horas también fueron perturbados de su descanso. Comentan, se escucha, que puede que los casos estén correlacionados puesto que él investigaba un caso bastante inusual en el hospital psiquiátrico que aun se erige cerca de la ciudad mencionada anteriormente. Su compañero en el caso abandonó después de la extraña muerte de su camarada. ¿Es este un caso paranormal? ¿Un juego extraño de coincidencia? ¿Un desquiciado que se ha atrevido a recordar aquellos sucesos? ¿Qué ocurrirá ahora?”
Tras esto el televisor se apagó solo, sin necesidad del mando, aquello me hizo sentir un terrible miedo y una sensación de ser vigilado constantemente. Volví a la sala de creación, cerré la puerta e intenté olvidar que el aparato se prendió por si solo. Encendí la lamparilla metálica cercana a la pantalla del ordenador y corrí las cortinas. Un aspecto de soledad completa junto con un aura de trama de novela negra se formó. Mi semblante reflejándose en el espejo de cuerpo entero de la esquina, que tenía tan sólo por adorno, me hacía pensar en que ese no era yo.- ¿Quién soy en realidad?- Murmuré tragando saliva, no pensaba salir de la habitación en al menos unas horas.- ¿En realidad la muerte nos vence?- Aquella duda en mis labios se formuló y encendió una luz en mi interior, me hizo pensar que ciertamente yo era el del reflejo y a la vez era otro que una vez caminó por Venecia y murió en el sur de esta esperpéntica España. Entonces noté un ruido en el exterior, corrí hacia la ventana y aparté las telas de las cortinas, un milagro ocurría allí fuera…nevaba.- ¿Desde cuando nieva?- Me cuestioné y reflexioné unos cuantos segundos para responderme asombrado.- Desde que tenía cinco años.- Volví a la silla y acaricié el teclado como por primera vez, retomé mi sueño de otra vida excéntrica y abandonada. Sin duda me parecía aquel tipo, un hombre sin amor y alejado de la felicidad. Un tipejo extraordinariamente creyente en casos inexplicables pero no en dios, un ser que rezaba sin saber el motivo, un hombre que espetó en medio de la casa de Dios que no creía en sus milagros ni artimañas. Sin duda, era yo pero en otro tiempo bastante lejano al mío.- Después de esto… ¿Qué debo de hacer?... ¿irme de Burgos hacia el sur? ¿Hacia Madrid donde vivió aquel joven escritor? ¿Buscar indicios en otros lugares de la península? ¿Viajar a Venecia? ¿Buscar a Elías o él se encargaría de buscarme de nuevo como ya hizo una vez?...Piensa Michel, piensa, de una puñetera vez en frío y con calma, es algo importante, no es un juego, algo sucede y debes conocerlo.- Decía sin sentido, comentaba a la nada, le preguntaba a las letras impresas en la pantalla.- ¿Esto es lo que se siente en una reencarnación?- Dije mientras mi mente susurraba “lárgate de aquí y olvida todo, no ha pasado nada, óbvialo como los monstruos que te buscaban en plena noche, como las sombras extrañas en tu habitación…MICHEL”
Mis dedos se aferraron a mostrar afecto a las palabras, todo encajaba y a la vez era imposible de rellenar el puzzle. No entendía nada. Mi conciencia intentaba educarse en la nueva realidad que poseía, mi mundo…todo mi mundo estaba siendo cambiado y yo tan sólo deseaba saber que demonios era yo. Mi identidad, mi ímpetu, mis gustos, mi forma de mirar, mis rarezas y sobretodo y ante todo cambiaba los muros de lo intangible. Las líneas aparecían a gran rapidez, cada diálogo estaba presente, los aromas y el tacto de la ropa. Sabía que nunca volvería a ser el mismo, que mis asuntos pendientes eran otros y que había divisado mi propio nacimiento. Una lágrima se derramó por mis carillos, recordé el deseo tan impropio que sentía por Elías. Era impropio pues no lo conocía y a la vez era un igual, reconocía sus labios y su mirada llena de pavor pues era la mía. Me encontraba en medio de una chispa y una bomba a preparada para prenderse. Cerré los ojos, quería concentrarme, adentrarme a todo lo que venía a mí, los sentimientos aparecían uno detrás de otro. Me estaba convirtiendo en lo que un día fui.
Necesité ir al cuarto de baño, tenía que despejarme y un golpe de agua fría en mi rostro lo haría. Me contemplé ante el espejo, aquella mirada desquiciada llena de cosas insólitas y a la vez vacía. No me reconocía, era como si un extraño me contemplara desde mi propio cuerpo. Cerré los ojos un leve instante, pude contemplar aquella iglesia con sus luces grotescas y su aroma a incienso. Los abrí con amplitud, mis pupilas estaban dilatadas y empecé a tener mareo. Abrí de nuevo el grifo y me intenté aclarar de nuevo. Mi cuerpo parecía no reaccionar, tenía un apetito voraz de contar lo que había sucedido lejos de mi cruel rutina. Fuera nevaba, caía los copos de nieve como en aquel último acto, en el ensayo final de una vida. Cómplice con mi mirada fugitiva en mi propio reflejo. Estaba dominado por mis propios deseos, por un impulso incontrolable que me hizo volver a la mesa junto con el ordenador.
La rutina había muerto y renacía un nuevo yo, el sol salía apareciendo con el la más oscura de las tinieblas que me envolvían en un estado irónicamente de relax. Las palabras machaban mi mente, revoloteaban y graznaban que la verdad no estaba resuelta. Mis dedos eran parte del aparato, estaba conectado a otro ser que era yo mismo en medio de la opaca luz del pasado.
No sé cuanto tiempo pasó, tampoco recuerdo haber tenido algunas de mis necesidades básicas. El murmullo de las noticias, mi conciencia revuelta y patas arribas como una habitación de adolescente en plenos exámenes, los vocablos pronunciados marcados con esmero en cada frase, todo se convertía en parte de mi vida. El tabaco lo había aborrecido del todo, el alcohol lo necesitaba más que nunca, mis dedos no se cansaban y mis ojos casi no parpadeaban frente a la pequeña ventana al mundo que es el monitor con el ordenador conectado a Internet. No sabía a donde me iba a llevar todo aquello, no sabía que creer o como prever mis actos. Casi había llegado al final del relato, sentí la imperiosa necesidad de un café bien cargado. Me dirigí a la cocina y tomé un sobre de cappuccino que se encontraba en el pequeño mueble del rincón donde guardaba lo poco comestible. Me dispuse a calentar el agua con el que mezclarlo, mi corazón parecía habitar la cabeza pues me latía. Tras esto volví a mi lugar, a la guarida que poseía en esos instantes, donde me sentía seguro. Dejé enfriarse aquel café, contemplé las páginas manuscritas revisando los párrafos y me llevé las manos a la cabeza. Tan sólo quedaba el final que era el inicio de mi propia vida. Una tos seca empezó a aferrarse en mi garganta, busqué por los cajones un paquete de caramelos, no podía ni respirar.
El teclado machacado una y mil veces durante tres días seguidos, mi aspecto desaliñado mientras el café sobre la mesa humeante me esperaba. En medio de la noche, como siempre, las doce campanadas ya habían sonado, la lluvia no cesaba, el cielo era un cúmulo de sábanas negras. Cuatro noches antes había tenido un sueño conmovedor, se había sentido protagonista de una historia bastante escalofriante aunque con un final demasiado temprano. No paraba de tomar caramelos para la tos de sabor a frambuesa, mis dedos eran ágiles como el batir de las alas del colibrí, mi mente intentaba recordar cada lugar y cada sonido junto al sabor de cada momento. El timbre empezó a sonar, un sonido opacado por los truenos, en la casa tan sólo había una luz la de mi despacho donde escribía como un maniaco.
Me alcé del teclado sin poder terminar mi frase, me cuestioné quien sería a estas horas y prendí la luz del pasillo donde un reloj marcaba las dos de la mañana y seis minutos, con sus espadas asesinas de segundos. Me adentré descalzo, mal afeitado, con el cabello enmarañado…no sabía si quiera porqué me dirigía hacia aquella puerta. Llegué a la entrada, deslicé mi mirada por la mirilla y allí había un joven semidesnudo totalmente empapado por la lluvia. Su rostro me era familiar, era como si rememorara los rasgos de alguien conocido. Abrí la puerta sin miramientos mientras en mis labios se pronunciaba un nombre…Elías…
El joven interrumpió en el departamento, temblaba y tan sólo mascullaba..."Tengo que hablar contigo...quizás no me conoces...pero yo sí..."
Su mirada era un caos, una fiera indomable llena de vida, mientras su rostro aparentaba un tacto de porcelana. Entró hasta el salón sin pedir permiso, estaba tiritando, parecía que estaba calado entero. No entendía como alguien salía de casa de aquella forma en una noche como aquella. Sus labios estaban amoratados, temblaba al unísono de sus dientes, sus cabellos empapados se alborotaban en la frente hasta que se sentó en el suelo cerca del calefactor. Temblaba, parecía abstraerse por momentos, estaba en mi propia casa y no me dirigía la palabra. Era algo extraño, cerré la puerta y me acomodé junto a él.
- Soy Elías, bueno era Elías.- Murmuró mientras el calor parecía aliviar un poco sus temblores por el día helado.
- Yo… creo que Francesco.- Dije sin tenerlo nada claro, no entendía como él estaba tan seguro. Más o menos le eché un cálculo a su edad, concluí que tendría la mía.
- Lo eres.- Repuso mientras buscaba mi mirada, luego se acomodó en mi hombro como si fuéramos viejos conocidos o amantes de ocasión.- Te he buscado sin cesar todo este tiempo, no conectabas conmigo, tuve un miedo terrible hasta que tu mente se abrió y me buscó en aquel sueño que rememoro todas las noches.- Comentó mientras parecía dibujarse una leve sonrisa en sus labios.- Creí que nos habíamos perdido, que todo había sucedido demasiado rápido y que deseabas de verdad olvidarte de tu gemela.- Dijo mientras su voz taladraba mi mente.- Tu alma gemela, soy tu gemelo en espíritu, tu hermano y contemporáneo espectro.- Finalizó mientras se alejaba de mi hombro para contemplar mi rostro con los ojos torneados y cayó al suelo victima de un mareo.
Lo tomé entre mis brazos, estaba empapado, quizás deliraba pero en sus palabras había algo de verdad. Pesaba bastante poco, era un saco de huesos y piel, aunque debo reconocer que bastante hermoso. Lo recosté en mi cama y le quité la ropa, intenté darle calor con las mantas pero no había manera, me desnudé también y me puse sobre su cuerpo. Sus carnes secas eran trémulas, frías como el mármol, tenía un perfume familiar a lluvia y barro que lo impregnaba por completo. Mis manos apartaron sus cabellos del rostro, sus labios estaban agrietados y mis dedos palpaban cara rasgo de su cara como si fuera ciego. Parecía recorrerlo para tomar nota de su contorno, como si aquel Elías tuviera un aspecto familiar en aquel chico. Pasaron algunas horas hasta notar que su cuerpo se estabilizaba, le abrazaba con fuerza sin miedo a pensar ni un segundo en lo que sucedía. “Francesco” musitó con media sonrisa cincelada en aquella maravillosa escultura que era, ningún ángel tenía aquel rostro y parecía sacado de un cuadro realista y perfecto. No entendía porque aquellos pensamientos revoloteaban en mi mente, quizás era consecuencia de todo el misterio que nos envolvía.
Continuará
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