Al poco tiempo escuché como caía el agua salpicando los azulejos y su cuerpo. Me senté en el sofá y eché la cabeza hacia tras. Mis pensamientos revoloteaban, el aroma a sales de baño me extasiaba, sus labios sobre los míos como un simple juego, no lo entendía y me estaba volviendo loco. En ese instante deseé volver a mi lugar de origen, a Venecia, pasear por los canales mientras el sol luce en todo lo alto, era un deseo demasiado hermoso.
Cuando salió empapado con una toalla rodeando su cintura me miró certero, como si estuviera escrutando cara pensamiento recóndito de mi mente, era algo ya habitual, un ritual, que no me asombraba. Se sentó junto a mí apoyando sus húmedos cabellos en mi hombro, su rostro estaba sereno y su respiración era acompasada. El silencio me estremecía, necesitaba saber que había visto en mi mirada, quería que romper el muro invisible…
- Deseas volver a tu país, volver a ver aquello que una vez amaste y ahora añoras.- Comentó.- Es normal, pero, allí no esta nuestro enemigo sino el tuyo propio. Está tu habitación revuelta y llena de humedad, las colillas y sábanas revueltas, todo cerrado herméticamente a que apareciera un heredero o alguien de tu familia. En el canal, cerca de él, tu oficina, junto a tu apartamento aquella cafetería que te evadía de tu rutina. El periódico y su perfume entre tus manos mientras te embriaga el aroma del café.- Murmuró mientras se alzaba del sofá, su cuerpo esbelto me hizo pensar que ambos habíamos recurrido una vida parecida a la que tuvimos.
-Yo tan sólo quiero pasear una vez por Venecia.- Respondí mientras el se giraba hacia la estancia donde se hallaba mi cuarto.
- Yo simplemente deseo olvidar las agujas, los grilletes, las patadas, los abusos y sobretodo las brutales palizas que recibí junto con lo que tengo aun que soportar. Soy un ángel con alas rotas, deseo volar y no me das aire para tener libertad. Me atas como te atas a tu pasado, ya no soy el chico débil que arrullaste en una iglesia carente de afecto, soy un guerrero.- La puerta de la habitación tronó, había sentido su ira, su desesperación.
- Elías.- Dije corriendo hacia la puerta.- Elías.- Repetí golpeando la madera que nos alejaba.
- No me llamo Elías, me llamo Alexander.- Gruñó como si una daga de dolor se clavara en su alma.
-Alexander, deja que entre por favor, necesito hablar seriamente contigo.- En ese preciso instante la puerta se abrió y apareció tan sólo con los pantalones puestos algo caídos que llevaba el día anterior. Su cuerpo mostraba una marca en todo el pectoral derecho como si fuera un animal de un ganado común.
- Me voy.- Dijo con mirada desafiante y aspecto sereno.
-No puedes.- Le contesté agarrándolo del brazo izquierdo. Sus cabellos aún mojados cayeron tapando su rostro como si fuera una cortina con un acto algo teatral.
-No deseas continuar con nuestra misión en el mundo, deseas tan sólo satisfacer a tu egoísmo, llenarte de todo lo ruin que puedes ser y sentir en ti que puedes anteponerte ante las necesidades más básicas de los demás. Continuaré yo solo, yo puedo, soy más fuerte de lo que puedes llenar a cavilar. Estoy harto de tu egolatría, yo y yo, ¿nada más que existes tú en el mundo? Me da vergüenza haber pensado que seguirías siendo aquel guerrero, aquel intrépido dispuesto a todo, a dejar su vida en pos de un sueño.- Su voz parecía llena de furia, una ira concentrada, una pena que le hacía temblar el labio. Sabía que él seguía siendo aquel joven que descubrí una vez en una casa medio derruida, que contemplé en aquel hospital abandonado y seguí para poder liberar su alma que era parte de la mía propia.
-No seas tremebundo.-Murmuré mientras se intentaba deshacer de mi mano firme sobre su cuerpo debilitado.- Sigues siendo el mismo, otro rostro y otra historia, el mismo niño que habla tanto con demonios como con ángeles. Un hombre con una espíritu lleno de torturas. No me vas a confundir con ese escudo que tú mismo te has forjado.- Dije atrapándolo hacia mí, su respiración se volvió ajetreada.
- No tienes razón.- Comentó mientras intentabas desasirse en vano de mis brazos.
- Sigues siendo aquel niño extraviado, sigues siendo un pequeño aterrado por las sombras de su habitación y siempre serás para mí un alma en pena en busca de liberación.- Sus lágrimas comenzaron a fluir y sus manos se aferraron a mis ropas.
Lo sostuve entre mis brazos y lo llevé hasta la cama, allí nos tumbamos reconfortándolo con el silencio. Sus lágrimas bañaban su rostro sobre mi pecho. Sentía la necesidad de protegerlo incluso de si mismo. Entonces caí en la cuenta que si yo había llegado a ser un reflejo parecido de lo que fui él no podía ser menos. Me cuestioné de donde procedería, cuales serían sus sueños y su nuevo pasado. No dije nada, tan sólo me quedé aferrado a él intentando mantenerme fuerte y sereno. Su mirada era la de un cachorro abandonado llena de misterio y con simples trazos de amargura. Sus labios, salpicados por las gotas de aquel dolor de verse solo de nuevo, temblaban al son de sus latidos desacompasados. Terminó cayendo en un sueño mas no dejó de llorar ni un segundo, aquello me impactó. Yo no pude descansar pues me quedé como un centinela guardando sus sueños con fiereza. Me sentía preso de un razonamiento ilógico apenas lo conocía y sin embargo sabía consolarlo además de sentir su dolor en mi pecho. Al cabo de las horas despertó y sus labios cayeron sobre mi rostro en un gesto cómplice.
-Cuéntame todo lo que sepas, intenta ayudarme, guiarme hacia lo que yo no comprenda.- Le susurré mientras se recostaba a mi lado. Caí en la cuenta que aquel momento era íntimo, jamás lo había tenido con nadie, mucho menos con un extraño.
-Simplemente somos un alma en dos, ambos tenemos un don o una carga. Verás nuestras almas siempre se han comunicado, en realidad todas lo hacen sin que nos demos cuenta. Lo que solemos llamar el destino o la casualidad no es más que llamadas de almas que se buscan hasta encontrarse, ya sean para una resolución favorable o desagradable. Nosotros tenemos un don como dije y se trata de ver lo que otros no pueden, a veces se vuelve en nuestra contra en la mayoría de los casos tomándonos por locos. Tú siempre te has revelado, has deseado olvidar todo, obviar el pasado y emprender un presente con un lastre que te lleva al dolor y la miseria que es la destrucción de uno mismo.- Comentó mientras se alzaba de la cama.- Sé que esto es algo incomodo para ti, aún me ves como un extraño.- Concluyó mirándome fijamente como un animal salvaje.
-Dame tiempo.- Murmuré.- Pero, dime, que sabes del yo que soy ahora.-Comenté mientras le tomaba del brazo recostado aún en la cama.
-Eres un escritor, un hombre bohemio y algo culto, adicto al cigarrillo y a la bebida, no has amado jamás de verdad pues has tenido miedo a que te dañen y además te sientes confuso siempre ante lo que eres realmente. Aunque te admiro, sabes escribir maravillosamente, tienes un don que no quieres desarrollar por completo. me has hecho adentrarme en aquellos personajes confusos y arrogantes a la vez al igual que a los despiadados o románticos. Tienes una versatilidad sublime y me encanta. Pero como persona eres carente en muchos sentidos aunque tienes buena comunicación. Eres un desastre, nada ordenado, confuso en tus pensamientos como ya he dicho y sobretodo algo que me aterra y son tus ganas de negar la realidad.- Respondió y yo necesité bajar la mirada pues había acertado en todo, o casi todo.
-Y dime… ¿cómo eres tú?- Le cuestioné mientras se volvía a recostar a mi lado.
-Soy un joven bastante rebelde, al menos así me definieron mis padres, me marché de casa bastante joven y no supe más de ellos, y poco me importa. Me gusta escuchar al mundo y tomar su pulso, soy un hombre urbano y también huraño que se encarcela a si mismo en una cima alta lejos de todo. Amo la naturaleza pero me gusta desplazarme ante la mirada de cualquier idiota que intenta averiguar quien soy. Me gusta la música clásica al igual que tú, amo por completo la literatura, como tú, pero tengo un espíritu distinto…yo afronto la realidad y el pasado.- Sus palabras eran dagas, él era un hombre que rompía muros y yo los construía.-Además vivo mi sexualidad sin pudor.-Dijo alejándose por completo de mí. En esos instantes no supe que pensar, que decir o que sentir.
-¿Tienes algo en mi contra?- Dije mientras lo veía marcharse de la habitación.
-Antes tú no tenías complejo con abrazarme, con besarme o acariciarme. Me hacías sentir especial, cosa que no fui nunca a ojos de nadie, como antes hiciste. Olvídalo, quieres, estoy cansado y quizás mezclo cosas.- Tomó una camiseta que estaba sobre la silla, la cual le presté.-Voy a dar una vuelta, no puedo estar más entre estas cuatro paredes y debo de hacerme a la idea que no es mi lugar.- Hacía frío y pretendía ir en tirantas, estaba loco pero aquella locura parecía que me atraía por encanto de magia pues deseaba saber todo lo que portaba en su alma, pues era parte de la mía.
-No entiendo.-Dije alzándome de mi posición.-No vas a salir, está nevando, hace un mal clima.-Murmuré mientras le tomaba del brazo y lo apoyaba contra mi pecho.-Escucha, tienes que ser claro conmigo y te pido perdón si a veces soy frío o ando perdido para el mundo.- Repuse mientras intentaba zafarse de mí.
-Antes, sentí que volvías a fundirte en mí como antaño.- Susurró cabizbajo.
-Dime que demonios deseas expresar, no te entiendo, necesito que me digas con claridad lo que me quieres decir.-Dije mientras lo volteé hacia mí y lo sacudí enérgicamente sin ser demasiado violento.
-No recuerdas los besos, las caricias cómplices y sobretodo sentí que me comprendías. Claro que yo era el reflejo del pasado y tú eras el reflejo de tu alma.- Comentó mientras parecía derrumbarse.
-Entiendo.- Murmuré y lo aferré a mi cuerpo, un abrazo que me llenó de temores y a la vez de dudas.
Empezó a sollozar de nuevo aferrado a mí, su alma había estado atormentándose años simplemente por la complicidad que en el pasado le profesé. Nunca creí que llegaría a esos extremos su unión hacia mí, me sentí ridículo e impotente. Sentí su boca húmeda junto con sus mejillas sobre mi hombro derecho mientras sus manos se aferraban a mi espalda clavando sus manos entre la carne. Había jugado con sus ilusiones, con sus emociones y con su presente en instantes que ni yo mismo entendía que hacía. Me aproximé junto con él hacia el borde de la cama y lo senté sobre mis piernas quedando su cabeza en mi pecho, aquella postura la recordaba, era la misma pose de la iglesia. Esta vez el incienso ni las ceras nos embriagaban sino el silencio y la soledad de una pequeña habitación. No sé porque lo hice pero surqué sus labios con un roce cómplice con los suyos para luego susurrarle que no le abandonaría. No debí hacerlo, me arrepentí de ello, eso sólo le alentaría y le llevaría a desear más de mí, cosa que no obtendría. Sus labios buscaron los míos de nuevo y me poseyeron un segundo, su lengua se instaló en mi boca y yo decidí parar aquella locura. No sentía lo que él deseaba, esperaba o añoraba. Mi sentimiento era de unión, de hermandad. Entonces contemplé su rostro de nuevo las lágrimas brotaban solas y sus labios estaban apretados, como intentando mantenerse firmes ante un deseo. En ese instante abandonó mis brazos y se dirigió al armario para tomar ropa de abrigo.
-Te dicho que no puedes salir ahí fueras, morirás congelado.-Comenté algo nervioso.
-¿A caso te importa que me muera hoy mismo?- Dijo algo hiriente.- Como bien dijiste a penas me recuerdas, a penas me conoces.- Estaba sacando mis palabras de contexto, todo lo estaba manipulando y yo me sentía presionado.
-Me importa, no dejaré que nadie se suicide ante una ventisca como la que esta cayendo.- Respondí, estaba atacado, no deseaba verlo lejos de mi protección.
-Ahora vas de hermano protector, de hombre leal, de gran consejero. Hace unos instantes me has besado y luego apartas mis labios de ti como si fuera un leproso.- Comentó envenenado siendo bastante hiriente.
-No voy de nada, lo siento, no deseaba darte esperanzas tan sólo necesité calmarte como aquella vez.- Respondí acercándome a él y cerrando con ímpetu el armario.
-Aquella vez me besaste, me hiciste sentir vivo, me llenaste de una fragancia nueva que hasta aquel entonces no había entendido. Maltratos, malos modos, insultos y reniegos hasta que tus brazos se abrieron como alas arropándome como mantas cálidas llenas de amor. Me dices que me quieres consolar, pues, no quiero consuelo.-Dijo mientras intentaba apartarme de la puerta donde guardaba los abrigos.
-Siento que confundieras cosas, como has confundido aquí hace unos segundos.- En mi mente aún era un niño lleno de miedos internos, de dolor y tragedia. En mi no se concebía aquel adulto de aspecto frágil y rostro desmoronado por lágrimas amargas vertidas por mi culpa.
-Soy homosexual, bien que lo sabes y lo sabías, alentarme a besarte o que me abrigues, sólo haces alentarme a arrojarme hacia un barranco inexiste.- Espetó mientras las lágrimas brotaban de su mirada.
-Lo sé, sé lo que eres, siento que mis actos no los entiendas.- Mi mirada se había vuelto turbia, yo también estaba llorando.
Cuando salió empapado con una toalla rodeando su cintura me miró certero, como si estuviera escrutando cara pensamiento recóndito de mi mente, era algo ya habitual, un ritual, que no me asombraba. Se sentó junto a mí apoyando sus húmedos cabellos en mi hombro, su rostro estaba sereno y su respiración era acompasada. El silencio me estremecía, necesitaba saber que había visto en mi mirada, quería que romper el muro invisible…
- Deseas volver a tu país, volver a ver aquello que una vez amaste y ahora añoras.- Comentó.- Es normal, pero, allí no esta nuestro enemigo sino el tuyo propio. Está tu habitación revuelta y llena de humedad, las colillas y sábanas revueltas, todo cerrado herméticamente a que apareciera un heredero o alguien de tu familia. En el canal, cerca de él, tu oficina, junto a tu apartamento aquella cafetería que te evadía de tu rutina. El periódico y su perfume entre tus manos mientras te embriaga el aroma del café.- Murmuró mientras se alzaba del sofá, su cuerpo esbelto me hizo pensar que ambos habíamos recurrido una vida parecida a la que tuvimos.
-Yo tan sólo quiero pasear una vez por Venecia.- Respondí mientras el se giraba hacia la estancia donde se hallaba mi cuarto.
- Yo simplemente deseo olvidar las agujas, los grilletes, las patadas, los abusos y sobretodo las brutales palizas que recibí junto con lo que tengo aun que soportar. Soy un ángel con alas rotas, deseo volar y no me das aire para tener libertad. Me atas como te atas a tu pasado, ya no soy el chico débil que arrullaste en una iglesia carente de afecto, soy un guerrero.- La puerta de la habitación tronó, había sentido su ira, su desesperación.
- Elías.- Dije corriendo hacia la puerta.- Elías.- Repetí golpeando la madera que nos alejaba.
- No me llamo Elías, me llamo Alexander.- Gruñó como si una daga de dolor se clavara en su alma.
-Alexander, deja que entre por favor, necesito hablar seriamente contigo.- En ese preciso instante la puerta se abrió y apareció tan sólo con los pantalones puestos algo caídos que llevaba el día anterior. Su cuerpo mostraba una marca en todo el pectoral derecho como si fuera un animal de un ganado común.
- Me voy.- Dijo con mirada desafiante y aspecto sereno.
-No puedes.- Le contesté agarrándolo del brazo izquierdo. Sus cabellos aún mojados cayeron tapando su rostro como si fuera una cortina con un acto algo teatral.
-No deseas continuar con nuestra misión en el mundo, deseas tan sólo satisfacer a tu egoísmo, llenarte de todo lo ruin que puedes ser y sentir en ti que puedes anteponerte ante las necesidades más básicas de los demás. Continuaré yo solo, yo puedo, soy más fuerte de lo que puedes llenar a cavilar. Estoy harto de tu egolatría, yo y yo, ¿nada más que existes tú en el mundo? Me da vergüenza haber pensado que seguirías siendo aquel guerrero, aquel intrépido dispuesto a todo, a dejar su vida en pos de un sueño.- Su voz parecía llena de furia, una ira concentrada, una pena que le hacía temblar el labio. Sabía que él seguía siendo aquel joven que descubrí una vez en una casa medio derruida, que contemplé en aquel hospital abandonado y seguí para poder liberar su alma que era parte de la mía propia.
-No seas tremebundo.-Murmuré mientras se intentaba deshacer de mi mano firme sobre su cuerpo debilitado.- Sigues siendo el mismo, otro rostro y otra historia, el mismo niño que habla tanto con demonios como con ángeles. Un hombre con una espíritu lleno de torturas. No me vas a confundir con ese escudo que tú mismo te has forjado.- Dije atrapándolo hacia mí, su respiración se volvió ajetreada.
- No tienes razón.- Comentó mientras intentabas desasirse en vano de mis brazos.
- Sigues siendo aquel niño extraviado, sigues siendo un pequeño aterrado por las sombras de su habitación y siempre serás para mí un alma en pena en busca de liberación.- Sus lágrimas comenzaron a fluir y sus manos se aferraron a mis ropas.
Lo sostuve entre mis brazos y lo llevé hasta la cama, allí nos tumbamos reconfortándolo con el silencio. Sus lágrimas bañaban su rostro sobre mi pecho. Sentía la necesidad de protegerlo incluso de si mismo. Entonces caí en la cuenta que si yo había llegado a ser un reflejo parecido de lo que fui él no podía ser menos. Me cuestioné de donde procedería, cuales serían sus sueños y su nuevo pasado. No dije nada, tan sólo me quedé aferrado a él intentando mantenerme fuerte y sereno. Su mirada era la de un cachorro abandonado llena de misterio y con simples trazos de amargura. Sus labios, salpicados por las gotas de aquel dolor de verse solo de nuevo, temblaban al son de sus latidos desacompasados. Terminó cayendo en un sueño mas no dejó de llorar ni un segundo, aquello me impactó. Yo no pude descansar pues me quedé como un centinela guardando sus sueños con fiereza. Me sentía preso de un razonamiento ilógico apenas lo conocía y sin embargo sabía consolarlo además de sentir su dolor en mi pecho. Al cabo de las horas despertó y sus labios cayeron sobre mi rostro en un gesto cómplice.
-Cuéntame todo lo que sepas, intenta ayudarme, guiarme hacia lo que yo no comprenda.- Le susurré mientras se recostaba a mi lado. Caí en la cuenta que aquel momento era íntimo, jamás lo había tenido con nadie, mucho menos con un extraño.
-Simplemente somos un alma en dos, ambos tenemos un don o una carga. Verás nuestras almas siempre se han comunicado, en realidad todas lo hacen sin que nos demos cuenta. Lo que solemos llamar el destino o la casualidad no es más que llamadas de almas que se buscan hasta encontrarse, ya sean para una resolución favorable o desagradable. Nosotros tenemos un don como dije y se trata de ver lo que otros no pueden, a veces se vuelve en nuestra contra en la mayoría de los casos tomándonos por locos. Tú siempre te has revelado, has deseado olvidar todo, obviar el pasado y emprender un presente con un lastre que te lleva al dolor y la miseria que es la destrucción de uno mismo.- Comentó mientras se alzaba de la cama.- Sé que esto es algo incomodo para ti, aún me ves como un extraño.- Concluyó mirándome fijamente como un animal salvaje.
-Dame tiempo.- Murmuré.- Pero, dime, que sabes del yo que soy ahora.-Comenté mientras le tomaba del brazo recostado aún en la cama.
-Eres un escritor, un hombre bohemio y algo culto, adicto al cigarrillo y a la bebida, no has amado jamás de verdad pues has tenido miedo a que te dañen y además te sientes confuso siempre ante lo que eres realmente. Aunque te admiro, sabes escribir maravillosamente, tienes un don que no quieres desarrollar por completo. me has hecho adentrarme en aquellos personajes confusos y arrogantes a la vez al igual que a los despiadados o románticos. Tienes una versatilidad sublime y me encanta. Pero como persona eres carente en muchos sentidos aunque tienes buena comunicación. Eres un desastre, nada ordenado, confuso en tus pensamientos como ya he dicho y sobretodo algo que me aterra y son tus ganas de negar la realidad.- Respondió y yo necesité bajar la mirada pues había acertado en todo, o casi todo.
-Y dime… ¿cómo eres tú?- Le cuestioné mientras se volvía a recostar a mi lado.
-Soy un joven bastante rebelde, al menos así me definieron mis padres, me marché de casa bastante joven y no supe más de ellos, y poco me importa. Me gusta escuchar al mundo y tomar su pulso, soy un hombre urbano y también huraño que se encarcela a si mismo en una cima alta lejos de todo. Amo la naturaleza pero me gusta desplazarme ante la mirada de cualquier idiota que intenta averiguar quien soy. Me gusta la música clásica al igual que tú, amo por completo la literatura, como tú, pero tengo un espíritu distinto…yo afronto la realidad y el pasado.- Sus palabras eran dagas, él era un hombre que rompía muros y yo los construía.-Además vivo mi sexualidad sin pudor.-Dijo alejándose por completo de mí. En esos instantes no supe que pensar, que decir o que sentir.
-¿Tienes algo en mi contra?- Dije mientras lo veía marcharse de la habitación.
-Antes tú no tenías complejo con abrazarme, con besarme o acariciarme. Me hacías sentir especial, cosa que no fui nunca a ojos de nadie, como antes hiciste. Olvídalo, quieres, estoy cansado y quizás mezclo cosas.- Tomó una camiseta que estaba sobre la silla, la cual le presté.-Voy a dar una vuelta, no puedo estar más entre estas cuatro paredes y debo de hacerme a la idea que no es mi lugar.- Hacía frío y pretendía ir en tirantas, estaba loco pero aquella locura parecía que me atraía por encanto de magia pues deseaba saber todo lo que portaba en su alma, pues era parte de la mía.
-No entiendo.-Dije alzándome de mi posición.-No vas a salir, está nevando, hace un mal clima.-Murmuré mientras le tomaba del brazo y lo apoyaba contra mi pecho.-Escucha, tienes que ser claro conmigo y te pido perdón si a veces soy frío o ando perdido para el mundo.- Repuse mientras intentaba zafarse de mí.
-Antes, sentí que volvías a fundirte en mí como antaño.- Susurró cabizbajo.
-Dime que demonios deseas expresar, no te entiendo, necesito que me digas con claridad lo que me quieres decir.-Dije mientras lo volteé hacia mí y lo sacudí enérgicamente sin ser demasiado violento.
-No recuerdas los besos, las caricias cómplices y sobretodo sentí que me comprendías. Claro que yo era el reflejo del pasado y tú eras el reflejo de tu alma.- Comentó mientras parecía derrumbarse.
-Entiendo.- Murmuré y lo aferré a mi cuerpo, un abrazo que me llenó de temores y a la vez de dudas.
Empezó a sollozar de nuevo aferrado a mí, su alma había estado atormentándose años simplemente por la complicidad que en el pasado le profesé. Nunca creí que llegaría a esos extremos su unión hacia mí, me sentí ridículo e impotente. Sentí su boca húmeda junto con sus mejillas sobre mi hombro derecho mientras sus manos se aferraban a mi espalda clavando sus manos entre la carne. Había jugado con sus ilusiones, con sus emociones y con su presente en instantes que ni yo mismo entendía que hacía. Me aproximé junto con él hacia el borde de la cama y lo senté sobre mis piernas quedando su cabeza en mi pecho, aquella postura la recordaba, era la misma pose de la iglesia. Esta vez el incienso ni las ceras nos embriagaban sino el silencio y la soledad de una pequeña habitación. No sé porque lo hice pero surqué sus labios con un roce cómplice con los suyos para luego susurrarle que no le abandonaría. No debí hacerlo, me arrepentí de ello, eso sólo le alentaría y le llevaría a desear más de mí, cosa que no obtendría. Sus labios buscaron los míos de nuevo y me poseyeron un segundo, su lengua se instaló en mi boca y yo decidí parar aquella locura. No sentía lo que él deseaba, esperaba o añoraba. Mi sentimiento era de unión, de hermandad. Entonces contemplé su rostro de nuevo las lágrimas brotaban solas y sus labios estaban apretados, como intentando mantenerse firmes ante un deseo. En ese instante abandonó mis brazos y se dirigió al armario para tomar ropa de abrigo.
-Te dicho que no puedes salir ahí fueras, morirás congelado.-Comenté algo nervioso.
-¿A caso te importa que me muera hoy mismo?- Dijo algo hiriente.- Como bien dijiste a penas me recuerdas, a penas me conoces.- Estaba sacando mis palabras de contexto, todo lo estaba manipulando y yo me sentía presionado.
-Me importa, no dejaré que nadie se suicide ante una ventisca como la que esta cayendo.- Respondí, estaba atacado, no deseaba verlo lejos de mi protección.
-Ahora vas de hermano protector, de hombre leal, de gran consejero. Hace unos instantes me has besado y luego apartas mis labios de ti como si fuera un leproso.- Comentó envenenado siendo bastante hiriente.
-No voy de nada, lo siento, no deseaba darte esperanzas tan sólo necesité calmarte como aquella vez.- Respondí acercándome a él y cerrando con ímpetu el armario.
-Aquella vez me besaste, me hiciste sentir vivo, me llenaste de una fragancia nueva que hasta aquel entonces no había entendido. Maltratos, malos modos, insultos y reniegos hasta que tus brazos se abrieron como alas arropándome como mantas cálidas llenas de amor. Me dices que me quieres consolar, pues, no quiero consuelo.-Dijo mientras intentaba apartarme de la puerta donde guardaba los abrigos.
-Siento que confundieras cosas, como has confundido aquí hace unos segundos.- En mi mente aún era un niño lleno de miedos internos, de dolor y tragedia. En mi no se concebía aquel adulto de aspecto frágil y rostro desmoronado por lágrimas amargas vertidas por mi culpa.
-Soy homosexual, bien que lo sabes y lo sabías, alentarme a besarte o que me abrigues, sólo haces alentarme a arrojarme hacia un barranco inexiste.- Espetó mientras las lágrimas brotaban de su mirada.
-Lo sé, sé lo que eres, siento que mis actos no los entiendas.- Mi mirada se había vuelto turbia, yo también estaba llorando.
Continuará.
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