Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 31 de julio de 2007

Anotaciones Existenciales.


Moira / Max -> L Word (daniela sea)
Capítulo cuarto: Inseguridad.




























No dormí del todo bien, porque su imagen venía a mi mente y lo peor de todo es que me excitaba. Deseaba sentir su cuerpo bajo el mío, notar su excitación mientras sus labios devoran a los míos. Tuve que masturbarme, más de una vez. Me abracé a la almohada como si fuera su cuerpo y soñé que tenía una vida plena junto a él. Dios, suena tan patético que hasta yo mismo me daría una paliza. Comencé a llorar dejando que todo saliera. Eran las cuatro de la mañana cuando logré conciliar el sueño. Para ello tuve que levantarme y hurgar en la nevera. Cogí una lata de cerveza y aunque no suelo beber la tomé en pocos sorbos. Me encontré mareado y luego quedé dormido en mi cama.

La mañana vino, con ella una buena ducha fría y un desayuno a medias. Me vestí con unos vaqueros negros gastados y una camisa junto con un tres cuartos de cuero. Odiaba verme tan deprimido, todo era mejor cuando él pasaba de mí el último año. Héctor decía que estaba extraño, como ido, y tenía razón. Cuando llegué al instituto me puse a conversar con mi único amigo y le comenté que tenía que decirle algo muy importante, pero que en esos instantes no sería y sí mientras almorzáramos. Iván llegó tan presuntuoso como siempre, pavoneándose ante las chicas y charlando con los cabezas cuadradas de su cuadrilla. Se sentó a mi lado, sonrió levemente encantado por el secreto que sabía.

-Te has puesto elegante para mí, ¿cher?-Murmullo encantado.

-No, me suelo vestir para mí y no para gusanos.-Le devolví la mueca de simpatía falsa y busqué por mi maleta los libros.

-Según eso que escribes te gustan los gusanos.-Dijo apoyando el codo del brazo izquierdo en la mesa y su cabeza en la palma de su mano.

-Me gustaban, no esta fechado y por lo tanto no sabes en que momento de mi vida lo hice.-Comenté triunfante.

-Eso es cierto.-Respondió incorporándose en el asiento.

-Dudo que hayas podido leer más de la primera página por tu velocidad de lectura.-Lo humillé y gozaba haciéndolo, tenerlo bajo mi control me excitaba.

-Cierto.-Parecía modosito.

-Pues ahora deja de joder y juega con los marcianitos del móvil mientras los nenes grandes nos formamos para ir a la universidad.-Me sentía libre y que podía dominar la situación.

-No tendrías que ser tan borde.-Lo noté apenado, confuso más bien.

-¿Te recuerdo que soy más fuerte que tú?-Interrogué sarcástico.

-¿Te recuerdo que sé tu sexualidad?-Creyó haberme tocado lo que más dolía.

-Es tu palabra contra la mía, pero dime ¿también de cerdo eres homofobico? O es que te gusto, ¿te pongo burro nene?-Jamás hubiera creído que yo pudiera reaccionar de esa forma, él tampoco por lo que notaba.

-Déjame en paz.-Le había dolido aquello y reí socarronamente.

-Yo tan sólo quiero ser amable con la lombriz de tierra.-Dije en tono humorístico.

La conversación acabó allí, con el murmullo de nuestro alrededor y que ninguno habíamos alzado la voz nadie pudo oír nada. La primera clase era de literatura y yo leí un poema propio que antes del verano entregué al profesor. Luís parecía encantado con aquel pequeño fragmento de mi alma, lo había titulado La soledad de un muerto vivo.

Soledad de un muerto vivo.

La tierra esta removida junto a mí,
El ataúd cerrado y la lápida recordándome.
Nadie más recuerdo que aún permanezco aquí,
Y jamás volveré a escuchar mi nombre.

Hace más de veinte años que vine al mundo,
Me sentí plagado de esperanzas y sueños;
Aquellos que ya yacen rotos a mi lado mientras me pudro,
Porque otros se cargaron hace tiempo a su dueño.

Las risas de mi infancia se convirtieron golpes;
Uno tras otro me hicieron un ser deforme.
Sin amigos, ni esperanza y sin sonrisas;
Un niño madura, crece muy deprisa

Me he convertido en un muerto que yace despierto;
Aquel que aún tiene latido en su pecho descubierto,
Se mece lentamente en las sábanas de su dormitorio,
Mientras una nueva obra se marchita en su escritorio.

Le odian, me odian, pero no saben cuanto me necesitan,
Sin hablar de mi vida la suya estaría vacía;
Sin golpear mi vientre su diversión no seguiría vigente.
Estoy muerto aunque mi sangre me resucita pues por mi transita.

Vivo pero con el alma muerta, quebrada y destruida;
Vivo de piel, carne, órganos y mente.
Repto por la noche como una serpiente;
Quizás luchando por buscar una salida.

No quiero morir más, quiero sentir el aire en mis pulmones;
¡Por ello lucharé, libraré mis guerras con dos cojones!
Aunque parezca vulgar más vulgares son ellos con sus insinuaciones.
Tan muertos están como yo, tan sólo vivos para sus básicas funciones.

Todos preguntaron asombrados de quien era el autor, mi profesor con un rostro de orgullo comentó que era de su mejor alumno señalándome. Los presentes en el aula no podían imaginar que mi talento tuviera esos límites, aunque yo veía bastante pobre esa poesía y prefería otras que estaban guardadas en el cajón de mi mesilla. Algunos conocían que era poeta, novelista o algo así pero no más. No me sentía satisfecho de que supieran mis palabras, había marcado mi territorio y mostrado el asco que tenía hacia ellos. Sin duda me daban pena, eran patéticos maniquís siguiendo las modas más absurdas que pueden imaginarse. Yo vestía como me gustó siempre, sin embargo algo sí he tomado de mis ídolos pero tan sólo alguna prenda o algo que me distinga de ellos. Después de literatura vino historia, tras este matemáticas y luego el almuerzo.

Toqué a Héctor con mi mano sobre el hombro e hice un gesto hasta la salida. Caminamos hasta encontrar nuestro lugar especial, algo así como un santuario de los parias del mundo; era una sombra bajo un roble, alejados de todos y de todo. Tomó asiento a mi lado y apoyó su espalda en el tronco. Me miró deseoso de saber que tenía entre manos o que tramaba.

-Soy homosexual.-No me anduve con rodeos, debería habérselo dicho mucho antes. Noté que sonrió y clavó sus ojos en mí.

-Había soñado muchos años con esto, desde que te conocí supe que eras especial y me sentí comprendido.-Parecía muy alegre, pensé que era por la confianza recibida.

-¿No te importa?-Interrogué aliviado.

-En absoluto, es más estoy feliz.-Susurró aproximándose mientras me acariciaba el rostro.

-No entiendo.-Dije sonriendo levemente.

-Tengo posibilidades de poder tenerte como algo más, ¿las tengo?-Aquello me heló la sangre, no entendía bien que quería decir pero algo estaba claro…él también lo era.

-¿Eres homosexual?-Pregunté lo evidente, lo sé.

-Bisexual, pero dime ¿las tengo?-Interrogó.

-No, hace mucho tiempo que estoy enamorado de alguien.-Respondí siendo sincero, se lo merecía.

-No pasa nada, al menos tengo una posibilidad en un futuro.-Apartó su mano de mí y fijó su vista al frente.

-Jamás saldría con un amigo, no quiero perderte si nos peleáramos o algo.-Dije levantándome del suelo.

-Lo sé, es absurdo que hiciera esa pregunta.-Vi como una lágrima bordeaba su rostro.

-Tengo que marcharme.-Comenté deslizando mis dedos entre sus cabellos.

-¿A dónde? No probaste bocado y aún queda casi veinte minutos.-Levantó su mirada hacia mí, y yo la esquivé clavándola en las chanchas de baloncesto.

-Al servicio, a pensar.-Dije tragando saliva y apartándome de él.

Nervioso, confuso, con un nudo en el estómago tiré mi bocadillo en una papelera y corrí hasta el lavabo. Allí lloré frente al espejo, me dolía hacerle daño y él se merecía ser correspondido. Sé que él me haría feliz, que me ayudaría en todo y que sería mi fiel guardián aunque no lo deseara pues ya lo hacía. Sin embargo no me atraía sexualmente, no le quería y me odié por no saber corresponder a sus sentimientos. Me lavé el rostro y en ese instante tocó la campana, me fui a clases e intenté aparentar estar sereno. Él entró, cogió sus cosas y se marchó diciendo que estaba indispuesto. Me hizo un guiño y murmuró que le pasara los apuntes, yo tan sólo asentí. Noté que el aire entre los dos se había enrarecido, me sentía un villano mientras percibía la mirada de Iván.

-Tu amigo el raro esta enfermo.-Dijo en tono humorístico.

-No es raro.-Dije controlándome por no abofetearle.

-Es como tú.-Respondió.

-Más raro eres tú y aún no te están diseccionando como a una rana para experimentos genéticos; no me toques los cojones porque hoy no estoy a favor de la masturbación.-Comenté abriendo el libro de filosofía. Don Ángel, un hombre mayor poco corpulento y de estatura baja, entraría por las puertas en minutos. Era un hombre que se hacía querer aunque también dama miedo cuando se enfadaba. No entendía como alguien tan bajito inflingiera tanto respeto. Seguramente no medía más del metro cincuenta de estatura.

-Joder que genio estas echando.-Murmuró.

-El que siempre he tenido y siempre he ocultado.-Respondí.

-Así pondrías burra a cualquier tia, lástima que te vayan las salchichas.-Aquella ironía se la podía introducir hondamente por el recto.

-Te he dicho que si quisiera que me masturbaras te llevaría al baño y usarías tu boca, como deseas, pero ahora no tengo ganas para ello.-Dije relajado mientras le sonreía.

-Das miedo.-Tragó saliva y se quedó callado para el resto. Esos cortes hirientes y tajantes le hacían falta.

Cuando llegó la hora de sociología pedí irme un cuarto de hora antes, quería saber como se encontraba Héctor y llevarle los apuntes. Dije que tenía que ir al médico más tarde y que no podría ir entonces a su casa. La profesora lo entendió era su ojito derecho, o más bien el de todos los profesores. Iván me miró como si contemplara a un igual y no a un insecto, eso me resultó extraño. Cogí mi maleta, mis libros y me marché. Corrí por las calles hasta llegar a su casa. Estaba solo, como siempre pues vivía con su tia y esta trabajaba a todas horas.

-Pasa.-Dijo con un gesto de cabeza indicándomelo.

-¿Estas bien?-Pregunté dejando mi maleta en la esquina junto al paragüero.

-Preferiría morirme ahora mismo, debo de parecerte un idiota.-Comentó cerrando la puerta.

-Me pareces alguien muy inteligente.-Me abalancé a él y le abracé. Quería que sintiera que para mí nada había cambiado cuando empecé a notar sus manos caminar por mis nalgas. Sus labios se posaron en mi cuello y no supe como reaccionar.-No te confundas.-Susurré viendo como se apartaba.

-Lo siento.-Respondió.

-Es mejor que me vaya, después te pasaré por mail los apuntes pasados a ordenador.-Dije dando un paso atrás tocando el pomo de la puerta.

-Te amo.-Masculló.

-No me hagas sentir más escoria.-Dije acariciando su rostro, intentaba hacerle entrar en razón.

-¿Quién es?-Dijo cuando me giré.

-No quiero que lo sepas.-Comenté.

-Por favor.-Me abrazó por la espalda y me enterneció, quería decirle toda la verdad y no ocultarle nada.

-Iván.-Musité.

-¡¿Qué?1-Espetó, llevó las manos al cielo y se sintió herido.-¿Esa mierda?-Interrogó.

-Tranquilízate, no va a pasar nada entre nosotros y se me pasará seguro.-Dije girándome y atrapando sus brazos con mis manos firmemente.

-Espero que sí y que vengas a mí.-Susurró.

-Adiós.-Dije tomando mi maleta y cerrando la puerta.

Ahora me encuentro en casa, acabo de comer y he ido al gimnasio. Me siento estúpido y un gran hijo de puta, aunque sé que no tengo culpa de nada. Hoy no tengo sesión, así que haré los ejercicios y esperaré tranquilamente a que el idiota de Iván aparezca por mi casa o me llame. Sé que no es capaz de hacerlo solo, lo sé, y por ello vendrá a mí como las moscas a la miel. Si termino antes de que venga me pondré a pasar apuntes al ordenador y me sentiré muy aliviado, seguro, además de hacer un texto sobre lo que siento, aunque esto me ha ayudado. Así que esto es un fin de mi jornada, aunque solo son las cinco de la tarde.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt