Una de Ayame, es increible. Adoro lo cabrones que son algunos de sus personajes.
Conduje mi vista hacia el infinito de aquel desorden enjaulado en el habitáculo del dormitorio, una estancia carente de sentido y a la vez llena de ideas junto con su esencia, un lar de descanso para nuestras almas absortas en nuestros pensamientos. Alexander aguantaba mi hiriente silencio que se propagó como una llama. Quedé a oscuras junto a su cuerpo sin mover mi posición, como una partida ajedrecista que terminó en tablas, nada parecía hacernos mover y alzarnos de aquel lugar. Una idea inútil y estúpida vino a mi mente era si el mundo era como nuestros cuerpos, es decir, si moría la materia y renacía otra nueva en su lugar llenas de sensaciones acumuladas con el paso de la historia. En realidad somos una molécula sobre la faz de la tierra, tantas teorías y vidas malogradas junto con sentimientos que rondaban como aves de rapiña sobrevolando el todo, para nada. Me desahogaba en mi edén interior, él parecía un romántico ebrio lleno de dolor. Sus ojos permanecían apuntando mi figura a corta distancia mientras los míos estaban frenéticos recaudando información discutible. La locura se reflejaba en sus ojos a través de mi presencia como en un espejo cóncavo dándome aspecto de bufón. Me sentía confundido, así con aquel sentimiento, ridículo y a la vez único, sobreviví varios días expectante hacia el punto final e inicial de nuestro recorrido.
Durante aproximadamente una semana convivimos como si fuéramos huraños animales en hibernación. Sonreí inútilmente en más de una ocasión frente a las hojas de cuaderno que mi, extraña, compañía versaba hacia conclusiones extrañas sobre la vida y las almas. Momentos de marchito sabor y agoreros sentimientos que me hicieron recordar a los que una vez mi ente palpitó. Nuestras conversaciones, se alegraban sin pretexto alguno. Era la invasión de lo absurdo, de lo real, de la invención y enajenación mental sobre hipótesis del cosmos y dios. Era extraño todo aquello y yo me sentía confuso hasta el punto de necesitar cerrar los párpados cuando su voz cerraba mis neuronas.
Tantos lugares, tantos pensamientos e imágenes, vinieron a mi mente en un chispazo eléctrico que recorrió mi espalda. Pensé cierto tiempo pensando en Jerez, el mundo demoníaco de las sectas, la sombra, Dios y la cruz, San Miguel, el hospital y el psiquiátrico, los canales, las góndolas, mi despacho, la lluvia gélida del cementerio, el aroma a cappuccino expreso de Andrea, los copos teñidos de sangre, el calor del fuego, los juegos, las ceras, las pesadillas, la canción de cuna para noches de incertidumbre, los cristales rotos, el mecanismo de la vida, los susurros, grabaciones, el aroma a incienso, los muros de aquella catedral, los lamentos y ciudad de presencias aniquilando el encanto. Pero sobre todo aquello, sobre cualquier cosa, resaltaba la mirada de mi camarada. Alexander me conmovía con su angustia de rostro sereno, su mirada de dramaturgo exacerbado me hizo sentir confuso.
Los días fenecieron en las manecillas de mi reloj, aunque no fue en vano, el tiempo transcurrió como si de una ligera brisa se tratase. Me sentí extraviado entre los muros de aquel refugio, las comidas a deshoras y las conversaciones a altas horas de la madrugada ante una taza de café bien cargado. La prensa se había olvidado de los cuerpos extraídos de su lar de descanso, el campo santo quedó en silencio. Los periódicos seguían con sus riñas entre partidos políticos, el mundo seguía igual de podrido. Nosotros aislados en nuestros pensamientos, ideas y teorías convivíamos como si jamás hubiéramos salido al exterior. La nieve cubría todo con su manto, el calentamiento global dejó paso a una era de nieve y aires gélidos, todo estaba patas arriba. Nos despertamos en medio de un silencio confuso y contundente, su mirada escrutó el habitáculo y terminó posándose sobre mi pecho.
-Hoy nos dispondremos a salir de este lugar, emprenderemos la marcha.- Murmuré mientras mi brazo caía sobre su espalda acariciando sus cabellos.
-Creo que tenemos todo bien claro, hemos trazado planes, por lo tanto te doy la razón.- Sus labios comunicaban mas su alma parecía haber mermado.
-Noto en ti apatía y dolor, desidia y rencor, demasiada melancolía habitando y graznando sobre tu mente.- Comenté mientras sentía su respiración entrecortada.
-Mi mirada ausente, mis ganas de finalizar todo, el deseo de volar lejos de ti se contrastan con las ansias de ser encadenado a tu alma.- Repuso y el silencio se hizo presente, mis manos acariciaron por completo su espalda y sentí que le recorrió por completo un escalofrío.
-Sabes que tan sólo siento admiración y deseo de protección hacia ti. Ahora levantémonos y emprendamos el viaje.- Dije
En pocas horas habíamos recogido las mínimas pertenencias que nos iban a acompañar en la travesía. Libros, ropa, enseres personales y las anotaciones que habíamos realizado durante días junto con la memoria extraíble del ordenador. Tomé el reproductor de música y mi amuleto. Él parecía lejano a todo, extraviado, con mis ropas más clásicas y la mirada perdida en si mismo. Sentado en el borde de la cama, quizás en el borde de su mundo interior, dejó escapar una lágrima sobre su piel de porcelana. Alexander parecía mecerse en ideas difuminadas, como una fragancia, por su materia gris. Dejé de empaquetar las ropas y me senté a su lado, besé su rostro y noté su dolor. Su espectro me atormentaba. Su cabeza rodó hasta mi hombro, mi mano pasó por detrás de su espalda y noté sus labios en mi cuello humedecidos por su aliento. En un segundo me dejé llevar sus boca se posó sobre la mía y le dejé robarme un beso, cayendo sobre la cama. Se alzó sobre mi cuerpo, posó sus manos en mi pecho, su boca suplicaba saciar su ansiedad. Estaba atrapado, encarcelado, entre sus brazos.
-Para.- Murmuré cuando sus manos desabotonaban, con delicadeza, la camisa.
-No.- Comentó aferrándose a mi cuello y dejando caer por completo su frágil estructura sobre mi cuerpo.
-No te deseo de esta forma.- Dije mientras le apartaba los cabellos del rostro, en ese instante me di cuenta de que lloraba.
-Lo sé, deseo que todo acabe, volver a renacer y perderte la pista.- Respondió quedando todo en un frágil silencio, sólo roto por nuestras respiraciones.
-No renaceremos, continuaremos como ahora.- Comenté saliendo de entre las ropas de la cama y su figura.
-Entonces desapareceré yo solo.- Repuso mientras tomaba sus maletas.- Vamos, deseo tomar el tren.-Dijo tomando el abrigo, bastante decidido.
-No te lo permitiré.- Expuse agarrándolo por uno de sus brazos, lo agité y volteé hasta contemplar su rostro.
Su mirada de lince, sus labios aun endulzados por nuestro sello, sus cabellos caían sobre su frente y hombros, todo él era una seductora forma buscando entendimiento. Se abalanzó, me abarcó con sus brazos, comenzó a sollozar y yo tan sólo dejé que se aliviara. Lo tomé de su cintura, lo apreté contra mí, quedé en silencio escuchando su entrecortado aliento.
-No me abandones.- Balbuceó.
-No lo haré, no lo haré…- Dije apartándome de él, sequé con las palmas de mis manos las gotas de sus mejillas.
Tras esto nos dispusimos a tomar el primer tren que nos llevara al sur, no sabía aún si las ruinas del hospital continuarían allí, tampoco si todo siguió. Sabíamos de documentos que alegaban o comunicaban un fuego extraño en medio de una nevada, que algunas iglesias sintieron en sus cimientos un temblor y que Mossini murió solo en un cubículo hospitalario. Caminamos sin contarnos nada, nuestros pasos se hundieron en la nieve, las maletas eran pesadas y colmaron el maletero de mi coche. Como pude arranqué el motor congelado, el automóvil traqueteó, y nos pusimos en marcha hasta la estación. El vaho de sus labios formaban nubes de pesimismo, me dolía verlo tan distante. Su mirada se bifurcaba en el firmamento junto con la nieve que moría cayendo al suelo. A lo lejos contemplé los muros de piedra antiguos, las puertas metálicas de color verdes y las cristaleras opacas. Aparqué el coche cercano a la entrada principal, tomamos el equipaje y su figura me recordó a la de un sutil vampiro. Un hombre bohemio, frágil, demente y elocuente. Era un ser, no una persona. Lo observé caminar delante, frente a mi mirada. Sus pasos se hundían en el manto blanco y parecía no importarle el peso de los bártulos.
Compramos unos billetes para montarnos en aquel tren de alta velocidad, un trayecto algo arduo pero que merecía la pena. La expresión en todo momento de mi compañero era de lejanos pensamientos, una mirada desecha con unos labios amargos, sin duda el silencio aún me hacía conmoverme más, como si fuera las notas leves dadas por un arco entre las cuerdas de un stradivarius. Todo estaba a punto de finalizar y a la vez de emprenderse, una huida a lejanos mundos y una cercanía a la verdad humana. Al subir en aquel armatoste contemplé la ciudad por última vez, como una cálida despedida. Nos sentamos en el primer vagón, mi asiento junto al pasillo y el suyo junto a la ventana. El silencio de nuestros labios se contrastaba con el de la mirada. Sabía que su tristeza, su rencor y odio se debían al ser rechazado. Dejó caer su cabeza sobre el cristal y bajó los párpados, suspiró y posó sus manos sobre sus rodillas. Mi instinto paternal se movilizó pidiendo que se apoyara en mi hombro, en esos instantes una lágrima corrió por la ladera de su rostro. Allí recostado sobre mí con la mirada perdida en la oscuridad me sentí tan protector, como en el templo. Una leve sonrisa se formuló en mis labios, sus cabellos entre mis dedos y el tren en marcha. Una lluvia cenicienta comenzó a recorrer las vías empapando toda aquella urbe. Sus brazos se aferraron a mi cuerpo con levedad y de aquella postura quedamos durante algunas horas. Los demás pasajeros leían, escuchaban el hilo musical o tan sólo conversaban. Había pocas personas en nuestro vagón, era como si el recogimiento de nosotros mismos afectara a todo. La soledad bañaba al mundo.
-Cuando lleguemos allí deseo pasear bajo la lluvia, sentir el agua corriendo por mis mejillas y sollozar junto al cielo.- Murmuró alzándose de la guarida que se forjó entre mis brazos.
-Cuando lleguemos buscaremos hotel, cenaremos y descansaremos hasta el día siguiente.-Respondí.
-Haz lo que te plazca, no planifiques mi existencia.- Comentó alzándose del asiento.
-No me hables así.-Dije con énfasis atrapándolo con mis garras.
-Hablaré como yo desee.-Repuso desasiéndose de mi lazo.
-¿Dónde vas?-Le cuestioné herido por su actitud.
-No eres mi padre.- Sin mas se desplazó hacia el pasillo y caminó hasta la siguiente zona de descanso del tren.
-Espérame.-Espeté convirtiéndome en el centro de atención.
Intenté perseguirle, se movía rápido, no parecía humano. Caminé firme, pisando la moqueta de plástico barato. El vagón restaurante, allí me dirigí, podía estar tomando algo, pues no desayunamos. Entonces lo divisé, apoyado en el asiento de la cafetería, su mirada se fundía con la naturaleza muerta que mostraba el cristal. Parecía un espectro fantasmal que sin sentido había quedado en la deriva de aquel viaje. Su rostro mostraba la amargura más profunda que jamás noté impresa en nada ni nadie, era como el de una virgen doliente ante la cruz de un buen hijo. Ríos de lágrimas se formulaban en su rostro. Tuve la extraña sensación de que aquella escena ya había sido repetida. Me senté junto a él y un camarero le aproximó un café bien cargado.
-Cuando acabe todo esto no me volverás a ver.- Dijo aproximándose hacia sus labios la taza humeante.
-Lo dudo.- Murmuré.
Durante aproximadamente una semana convivimos como si fuéramos huraños animales en hibernación. Sonreí inútilmente en más de una ocasión frente a las hojas de cuaderno que mi, extraña, compañía versaba hacia conclusiones extrañas sobre la vida y las almas. Momentos de marchito sabor y agoreros sentimientos que me hicieron recordar a los que una vez mi ente palpitó. Nuestras conversaciones, se alegraban sin pretexto alguno. Era la invasión de lo absurdo, de lo real, de la invención y enajenación mental sobre hipótesis del cosmos y dios. Era extraño todo aquello y yo me sentía confuso hasta el punto de necesitar cerrar los párpados cuando su voz cerraba mis neuronas.
Tantos lugares, tantos pensamientos e imágenes, vinieron a mi mente en un chispazo eléctrico que recorrió mi espalda. Pensé cierto tiempo pensando en Jerez, el mundo demoníaco de las sectas, la sombra, Dios y la cruz, San Miguel, el hospital y el psiquiátrico, los canales, las góndolas, mi despacho, la lluvia gélida del cementerio, el aroma a cappuccino expreso de Andrea, los copos teñidos de sangre, el calor del fuego, los juegos, las ceras, las pesadillas, la canción de cuna para noches de incertidumbre, los cristales rotos, el mecanismo de la vida, los susurros, grabaciones, el aroma a incienso, los muros de aquella catedral, los lamentos y ciudad de presencias aniquilando el encanto. Pero sobre todo aquello, sobre cualquier cosa, resaltaba la mirada de mi camarada. Alexander me conmovía con su angustia de rostro sereno, su mirada de dramaturgo exacerbado me hizo sentir confuso.
Los días fenecieron en las manecillas de mi reloj, aunque no fue en vano, el tiempo transcurrió como si de una ligera brisa se tratase. Me sentí extraviado entre los muros de aquel refugio, las comidas a deshoras y las conversaciones a altas horas de la madrugada ante una taza de café bien cargado. La prensa se había olvidado de los cuerpos extraídos de su lar de descanso, el campo santo quedó en silencio. Los periódicos seguían con sus riñas entre partidos políticos, el mundo seguía igual de podrido. Nosotros aislados en nuestros pensamientos, ideas y teorías convivíamos como si jamás hubiéramos salido al exterior. La nieve cubría todo con su manto, el calentamiento global dejó paso a una era de nieve y aires gélidos, todo estaba patas arriba. Nos despertamos en medio de un silencio confuso y contundente, su mirada escrutó el habitáculo y terminó posándose sobre mi pecho.
-Hoy nos dispondremos a salir de este lugar, emprenderemos la marcha.- Murmuré mientras mi brazo caía sobre su espalda acariciando sus cabellos.
-Creo que tenemos todo bien claro, hemos trazado planes, por lo tanto te doy la razón.- Sus labios comunicaban mas su alma parecía haber mermado.
-Noto en ti apatía y dolor, desidia y rencor, demasiada melancolía habitando y graznando sobre tu mente.- Comenté mientras sentía su respiración entrecortada.
-Mi mirada ausente, mis ganas de finalizar todo, el deseo de volar lejos de ti se contrastan con las ansias de ser encadenado a tu alma.- Repuso y el silencio se hizo presente, mis manos acariciaron por completo su espalda y sentí que le recorrió por completo un escalofrío.
-Sabes que tan sólo siento admiración y deseo de protección hacia ti. Ahora levantémonos y emprendamos el viaje.- Dije
En pocas horas habíamos recogido las mínimas pertenencias que nos iban a acompañar en la travesía. Libros, ropa, enseres personales y las anotaciones que habíamos realizado durante días junto con la memoria extraíble del ordenador. Tomé el reproductor de música y mi amuleto. Él parecía lejano a todo, extraviado, con mis ropas más clásicas y la mirada perdida en si mismo. Sentado en el borde de la cama, quizás en el borde de su mundo interior, dejó escapar una lágrima sobre su piel de porcelana. Alexander parecía mecerse en ideas difuminadas, como una fragancia, por su materia gris. Dejé de empaquetar las ropas y me senté a su lado, besé su rostro y noté su dolor. Su espectro me atormentaba. Su cabeza rodó hasta mi hombro, mi mano pasó por detrás de su espalda y noté sus labios en mi cuello humedecidos por su aliento. En un segundo me dejé llevar sus boca se posó sobre la mía y le dejé robarme un beso, cayendo sobre la cama. Se alzó sobre mi cuerpo, posó sus manos en mi pecho, su boca suplicaba saciar su ansiedad. Estaba atrapado, encarcelado, entre sus brazos.
-Para.- Murmuré cuando sus manos desabotonaban, con delicadeza, la camisa.
-No.- Comentó aferrándose a mi cuello y dejando caer por completo su frágil estructura sobre mi cuerpo.
-No te deseo de esta forma.- Dije mientras le apartaba los cabellos del rostro, en ese instante me di cuenta de que lloraba.
-Lo sé, deseo que todo acabe, volver a renacer y perderte la pista.- Respondió quedando todo en un frágil silencio, sólo roto por nuestras respiraciones.
-No renaceremos, continuaremos como ahora.- Comenté saliendo de entre las ropas de la cama y su figura.
-Entonces desapareceré yo solo.- Repuso mientras tomaba sus maletas.- Vamos, deseo tomar el tren.-Dijo tomando el abrigo, bastante decidido.
-No te lo permitiré.- Expuse agarrándolo por uno de sus brazos, lo agité y volteé hasta contemplar su rostro.
Su mirada de lince, sus labios aun endulzados por nuestro sello, sus cabellos caían sobre su frente y hombros, todo él era una seductora forma buscando entendimiento. Se abalanzó, me abarcó con sus brazos, comenzó a sollozar y yo tan sólo dejé que se aliviara. Lo tomé de su cintura, lo apreté contra mí, quedé en silencio escuchando su entrecortado aliento.
-No me abandones.- Balbuceó.
-No lo haré, no lo haré…- Dije apartándome de él, sequé con las palmas de mis manos las gotas de sus mejillas.
Tras esto nos dispusimos a tomar el primer tren que nos llevara al sur, no sabía aún si las ruinas del hospital continuarían allí, tampoco si todo siguió. Sabíamos de documentos que alegaban o comunicaban un fuego extraño en medio de una nevada, que algunas iglesias sintieron en sus cimientos un temblor y que Mossini murió solo en un cubículo hospitalario. Caminamos sin contarnos nada, nuestros pasos se hundieron en la nieve, las maletas eran pesadas y colmaron el maletero de mi coche. Como pude arranqué el motor congelado, el automóvil traqueteó, y nos pusimos en marcha hasta la estación. El vaho de sus labios formaban nubes de pesimismo, me dolía verlo tan distante. Su mirada se bifurcaba en el firmamento junto con la nieve que moría cayendo al suelo. A lo lejos contemplé los muros de piedra antiguos, las puertas metálicas de color verdes y las cristaleras opacas. Aparqué el coche cercano a la entrada principal, tomamos el equipaje y su figura me recordó a la de un sutil vampiro. Un hombre bohemio, frágil, demente y elocuente. Era un ser, no una persona. Lo observé caminar delante, frente a mi mirada. Sus pasos se hundían en el manto blanco y parecía no importarle el peso de los bártulos.
Compramos unos billetes para montarnos en aquel tren de alta velocidad, un trayecto algo arduo pero que merecía la pena. La expresión en todo momento de mi compañero era de lejanos pensamientos, una mirada desecha con unos labios amargos, sin duda el silencio aún me hacía conmoverme más, como si fuera las notas leves dadas por un arco entre las cuerdas de un stradivarius. Todo estaba a punto de finalizar y a la vez de emprenderse, una huida a lejanos mundos y una cercanía a la verdad humana. Al subir en aquel armatoste contemplé la ciudad por última vez, como una cálida despedida. Nos sentamos en el primer vagón, mi asiento junto al pasillo y el suyo junto a la ventana. El silencio de nuestros labios se contrastaba con el de la mirada. Sabía que su tristeza, su rencor y odio se debían al ser rechazado. Dejó caer su cabeza sobre el cristal y bajó los párpados, suspiró y posó sus manos sobre sus rodillas. Mi instinto paternal se movilizó pidiendo que se apoyara en mi hombro, en esos instantes una lágrima corrió por la ladera de su rostro. Allí recostado sobre mí con la mirada perdida en la oscuridad me sentí tan protector, como en el templo. Una leve sonrisa se formuló en mis labios, sus cabellos entre mis dedos y el tren en marcha. Una lluvia cenicienta comenzó a recorrer las vías empapando toda aquella urbe. Sus brazos se aferraron a mi cuerpo con levedad y de aquella postura quedamos durante algunas horas. Los demás pasajeros leían, escuchaban el hilo musical o tan sólo conversaban. Había pocas personas en nuestro vagón, era como si el recogimiento de nosotros mismos afectara a todo. La soledad bañaba al mundo.
-Cuando lleguemos allí deseo pasear bajo la lluvia, sentir el agua corriendo por mis mejillas y sollozar junto al cielo.- Murmuró alzándose de la guarida que se forjó entre mis brazos.
-Cuando lleguemos buscaremos hotel, cenaremos y descansaremos hasta el día siguiente.-Respondí.
-Haz lo que te plazca, no planifiques mi existencia.- Comentó alzándose del asiento.
-No me hables así.-Dije con énfasis atrapándolo con mis garras.
-Hablaré como yo desee.-Repuso desasiéndose de mi lazo.
-¿Dónde vas?-Le cuestioné herido por su actitud.
-No eres mi padre.- Sin mas se desplazó hacia el pasillo y caminó hasta la siguiente zona de descanso del tren.
-Espérame.-Espeté convirtiéndome en el centro de atención.
Intenté perseguirle, se movía rápido, no parecía humano. Caminé firme, pisando la moqueta de plástico barato. El vagón restaurante, allí me dirigí, podía estar tomando algo, pues no desayunamos. Entonces lo divisé, apoyado en el asiento de la cafetería, su mirada se fundía con la naturaleza muerta que mostraba el cristal. Parecía un espectro fantasmal que sin sentido había quedado en la deriva de aquel viaje. Su rostro mostraba la amargura más profunda que jamás noté impresa en nada ni nadie, era como el de una virgen doliente ante la cruz de un buen hijo. Ríos de lágrimas se formulaban en su rostro. Tuve la extraña sensación de que aquella escena ya había sido repetida. Me senté junto a él y un camarero le aproximó un café bien cargado.
-Cuando acabe todo esto no me volverás a ver.- Dijo aproximándose hacia sus labios la taza humeante.
-Lo dudo.- Murmuré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario