El silencio nos envolvió con una sensación de lejanía, no podía soportarlo. Se había vuelto en alguien distante, frío como la piedra. El paisaje se difuminaba como los segundos y el humo del café enfriándose. Tomó la taza y se la llevó a sus labios titubeantes, sorbía aquel líquido contemplando la nada. Intenté acariciar sus cabellos intentando tranquilizarlo, pero esquivó mi mano con un rechazo enorme en sus pupilas. Dejó la taza sobre la mesa y giró su cabeza hacia la ventana, parecía buscar una salida imaginaria en la maleza que se expandía ante nuestra vista, la nieve había quedado atrás. Hizo el amago de salir del asiento, de buscar un escondrijo, lejos de mi figura que le molestaba, pero se refugió en las molduras de aquel rincón. Me acerqué hasta sus mejillas, que por las cuales caminaba una lágrima, deseaba limpiar su dolor, eliminarlo. Su piel me comunicó desagrado por sentir mis yemas, mis labios se posaron sobre sus pómulos intentando desvanecer en él la semilla de la lejanía y odio. Giró su rostro y posó sus labios sobre los míos, un gesto cómplice y sin permiso que no me importó, sus lágrimas no se desvanecían, sino todo lo contrario. Fue un roce sutil, como si fuéramos hermanos, pero se volvió algo apasionado, que ni él mismo se esperaba. Mi lengua forzó su boca y me apoderé de ella, mis fauces mordisqueaban su piel de porcelana mientras sus brazos se aferraban a mi cuello. Me olvidé de todo, tan sólo deseaba darle una parcela de felicidad. Dejé de besarlo en el mismo instante que sentía que su respiración se volvía demasiado agitada y contemplé su rostro excitado por el momento.
-Lo siento.-Susurré, sentía mi mente extraña junto con mi alma. No entendía bien que me había ocurrido, deseaba su felicidad y me encadené a él. Salí de aquel angosto vagón, lleno de mesas vacías, necesitaba alejarme, ahora era yo quien huía. Corrí por entre los pasillos del tren, no importaba los murmullos de los viajeros ante mi aventura. Al llegar a mi asiento mi corazón bombeaba frenético. No sabía que me ocurría, deseaba saberlo. Me recosté sobre la espalda mi asiento contemplando el final del pasillo. Apareció caminando con pesadez, su mirada estaba perdida, se posó ante mí para sentarse sobre mis rodillas. Su cabeza cayó a un lado de mi pecho, cercano al cuello, mientras sus manos abarcaban mi cintura.
-No sientas nada.-Murmuró mientras ambos comenzábamos a llorar, no sé que nos pasaba en ese mismo instante. Sabíamos que éramos parte de un mismo alma, quizás de ahí la atracción, pero no le amaba o quizás sí.
-Sólo quería que no te alejaras de mí.-Respondí mientras me aferraba a él.
-Así sólo empeoras las cosas.- Dijo apartándose de mí, quitándome mis manos de su espalda.
-No creo, quizás empiezo a hacer lo que realmente siento.- Comenté contemplando su rostro que era bañado por un sol que aparecía tras días cenicientos.
-No sé de que estas hablando.-Repuso, su mirada era confusa, había lágrimas brotando de sus ojos sin parar.
-Tampoco lo sé yo.- Dije huyendo de sus ojos, de sus firmes clavos que me perforaban. Se sentó y no volvimos a dirigirnos la palabra, tan sólo su mano aferrada a la mía sobre los brazos del asiento me decía que estaba a mi lado.
Pasaron varias horas hasta que decidimos comer algo, faltaba un buen rato para la parada. Necesitábamos alimentarnos, la comida de aquel restaurante no tenía mala pinta. Decidimos tomar unos bocadillos junto con un zumo de naranja. Era hora de poner todo en claro, de trazar planes y sobretodo de aclarar nuestra mente. Tras la comida, en silencio mientras nuestras mandíbulas se movían voraces, decidimos solucionar el caos interior que nos perturbaba.
-¿Qué te sucede?- Comentó mientras se posaba en el respaldo de aquel asiento mientras desplegaba los apuntes por la mesa.
-Simplemente no sé que sucede.-Respondí mientras echaba en falta en mis dedos el cigarrillo, habitual, aunque en esos momentos el tabaco me atormentaba de manera distinta a la adicción.
-Te escondes en un caparazón, en los apuntes e incluso entre tu flequillo alborotado.-Dijo con un gesto hacia el camarero.
-No me escondo, simplemente no sé que me pasa.- Me acomodé en el respaldo, mis dedos se deslizaban entre las múltiples hojas.
-¿Qué desean?- Interrumpió un joven de cabellos claros y tez pálida como la cera, era uno de los camareros.
-Pónganos dos cafés.- Alexander ordenó si tan siquiera cuestionarme nada, sabía bien que necesitaba aquel oro negro.
-Si señor, marchando dos cafés. ¿Algo más?- Dijo anotando en su escuálida libretilla de anillas mal colocadas.
-Por mi parte, nada más.-Respondió dirigiéndome la mirada.
-Yo sí, quiero un paquete de caramelos, si tienen de eso claro.-Comenté sin alzar la vista de los informes, me sentía bastante avergonzado por la actitud de antes que había acabado de recordar.
-Sí, señor tenemos. ¿Frutales o de menta?-Su bolígrafo se deslizaba con maestría.
-Frutales.- Esperaba que no me puntilleara más sobre lo que deseaba tomar.
-¿Nada más?- Insistió.
-No.- Comunicamos ambos al unísono.
-Bien, ahora vienen los dos cafés y los caramelos. Díganme ¿solo, con leche o más leche que café?- Cuestionó.
-Solos, con dos sobres de azúcar para cada cual. Cómo el que me trajo usted esta mañana.- Dijo mientras su aliento entrecortaba el aire.
-Ya sé, tan sólo deseaba saber si su novio lo deseaba igual.- Murmuró.
-No somos pareja, somos hermanos.-Comenté bastante enojado, alcé la vista y vi que sus ojos se enturbiaban.
-Entiendo.- Concluyó mientras se dirigía hacia la barra.
-Eres un inútil, me besas, me abrazas y me deseas para luego tratarme como si nada. No pido nada, no quiero nada, tan sólo que te aclares antes el llegar a la zona del suceso.-Comentó algo herido pero modulando su tono de voz.
-Lo sé, no me centro, quizás después del caso lo haga.-Contesté.
-Espero que lo hagas, ahora centrémonos.-Dijo.
-Sus cafés y sus caramelos.-
-Gracias, díganos la cuenta- Murmuré.
-Son quince euros cada plato de carne, diez por la ensalada de queso fresco, tres por cada café, dos por los caramelos y lo que deseen de propina.- Terminó sonriendo y extendiendo el ticket.
-Tome cincuenta euros, quédese con los dos que sobran.- Tras esto se desvaneció y empezamos con las teorías.
-Dime, la secta del Toro, es la más peligrosa y extendida. Todo apunta hacia ellos en el robo de los cadáveres. En ese plano lo tenemos cubierto, pero, ¿para qué los cuerpos? ¿Para reavivar todo? Esto sería muy simple y podrían haberlo hecho de otra forma, con otros medios, mucho más inteligentes y sin causar tanta alarma social. Digamos no me casa, algo más ahí. Para investigarlos, deberían haberlos tomado antes. No sé, no sé. El anciano, la sombra, me cautiva y me da escalofríos. He llegado a recordar fielmente lo que he pasado durante años, años de pánico y soledad. Tengo visiones a cada instante, sé que hay gente en este vagón que no está aquí realmente, que no existen y que sin duda nos contemplan como si estuvieran aún con un cuerpo y con un corazón latiente.-Suspiró mientras yo giré la cabeza y allí había una chica, nos contemplaba con la espalda aplastando el cristal.-Sé que ellos saben que les vemos, que les notamos, escuchamos o simplemente creen estar vivos. Michel, necesito que todo esto acabe, sea como sea.- Repuso mientras volví a sus ojos y apreté a su mano.
-Es un círculo cerrado, no se arriesgarían a ser descubiertos por la sociedad, se sabe que existen pero son como almas en pena. No entiendo porque han tomado los cuerpos, que significado puede haber en ello o que se busca. Es un tema confuso, que te atrapa como si fuera un agujero negro o unas arenas movedizas, tenemos que ir con pies de plomo sabiendo bien donde pisamos. Tenemos experiencia, sabemos cuales son los hábitos de conducta en todos estos años pero, siempre queda algo que no entendemos. Los cabos deben estar bien atados, seguramente si son ellos vendrán en nuestra búsqueda.-Dije mientras su mirada se volvía intensa.
-La Carta Magna nos da la elección de tomar cualquier religión, nos hace libres para optar caminos distintos y a veces fuera de lo permitido. Las sectas abundan, siguen llenando sus arcas y llevando a masas a su desorden psíquico. La mayor secta de todas es la religión católica, sin duda. Las personas andan perdidas en una búsqueda incesante de preguntas sobre que hay detrás del paso hacia la muerte, esto lo no lo puede saciar la ciencia tan sólo la propia dama negra. Es lo típico, siempre sucede, pero estoy cansado de ello. ¿Es todo esto un ciclo que no termina? No lo sé y estoy cansado, terriblemente cansado. Necesito que todo esto culmine sea como sea.- Murmuró contemplando el vagón y las vías del tren, apartando de mi sus ojos.
-Nos da elección de ser nosotros mismos, de equivocarnos, la democracia es lo que tiene en cuanto a sus libertades. No sé si todo esto es un ciclo, si es un continuo vagar, pero yo también estoy cansado. Quizás deberíamos dar media vuelta.-Comenté mientras movía la cucharilla del café.
-No he nacido para tener la moral de un esclavo, para ser el débil y dejar las cosas que sucedan por la gracia divina, cosa que no existe.-Repuso alejando su mano de la mía, tomó su taza y se la llevó hasta el borde de sus labios.
-Yo no pienso dejarlo, pero a veces me viene esa pregunta.-Respondí.
-Haz que se vaya, como yo intento dejar de ser un estúpido.-Dijo posando la taza vacía sobre la mesa, se había bebido aquello de un solo sorbo, como si no quemara y su aliento no necesitara ser repuesto. Creo que ni llegó a paladear el aroma, ni a saborear aquel líquido, tan sólo lo sintió por su garganta abrasando su lengua.
-Contemplar el mundo verdadero para muchos es una utopía, para mi es una carga como si llevara a cuesta una cruz demasiado pesada.-Dije tomando un sorbo de aquel oro negro.
-Contemplar este mundo de almas en pena no es una carga, es un privilegio, pero cansa que te vapuleen y te llamen loco como que otros intenten ensombrecer todo por sus propios beneficios.- Susurro contemplando el asiento sobrante que tenía a su izquierda. Allí sentada como si nada había una niña, una mirada clara pero vacía con sus mejillas rosadas y ropa algo anticuada. Sonreía a la nada, contemplando mi muñeca acariciando la porcelana barata de la taza.
-Lo sé, todo es demasiado doloroso, sobretodo cuando ves sus rostros llenos de inocencia o dolor.-Mi voz sonaba amarga, melancólica, como si todo nos arrastrara a una corriente lejana. La niña posó su cabeza de hilos oscuros sobre el brazo de Alexander, él ni se inmutó tan sólo la contempló como yo hacía.
-La inocencia se da poco, pero se encuentra. Este lugar esta lleno de presencias, accidentes en las vías o simplemente vagan de lugar en lugar como un humano más. Es doloroso.- Intervino mientras la niña se bajaba de la silla a duras penas y se perdía por el pasillo.
-Cuando subimos observé a un hombre sentado en frente de nosotros, leía un periódico del año dos mil tres, hablaba sobre la bolsa e informes económicos. Su mirada cansada mientras sus labios estaban surcados por un mostacho canoso. ¿Lo viste? Tenía la mirada serena, como si nada pasara, como si el tiempo no cesara. Recuerdo cuando te encontré a ti, tenías plenas certezas en todo, eras diferente a él o a la niña de hace unos minutos. Intento que todo se obvie, contemplar todo con naturalidad como ellos hacen, pero no puedo pues siempre está ese dato que me conmueve y me llena.- Comenté alzando la taza hasta mis labios y tomando un gran sorbo de café.-La vida es un momento mágico, tras la muerte hay otra parecida mientras esperamos en el andén a que nos den otra o a despertar de esta para conseguirla.-Dije reposando la espalda y dejando la taza vacía sobre su platillo correspondiente.
-Lo siento.-Susurré, sentía mi mente extraña junto con mi alma. No entendía bien que me había ocurrido, deseaba su felicidad y me encadené a él. Salí de aquel angosto vagón, lleno de mesas vacías, necesitaba alejarme, ahora era yo quien huía. Corrí por entre los pasillos del tren, no importaba los murmullos de los viajeros ante mi aventura. Al llegar a mi asiento mi corazón bombeaba frenético. No sabía que me ocurría, deseaba saberlo. Me recosté sobre la espalda mi asiento contemplando el final del pasillo. Apareció caminando con pesadez, su mirada estaba perdida, se posó ante mí para sentarse sobre mis rodillas. Su cabeza cayó a un lado de mi pecho, cercano al cuello, mientras sus manos abarcaban mi cintura.
-No sientas nada.-Murmuró mientras ambos comenzábamos a llorar, no sé que nos pasaba en ese mismo instante. Sabíamos que éramos parte de un mismo alma, quizás de ahí la atracción, pero no le amaba o quizás sí.
-Sólo quería que no te alejaras de mí.-Respondí mientras me aferraba a él.
-Así sólo empeoras las cosas.- Dijo apartándose de mí, quitándome mis manos de su espalda.
-No creo, quizás empiezo a hacer lo que realmente siento.- Comenté contemplando su rostro que era bañado por un sol que aparecía tras días cenicientos.
-No sé de que estas hablando.-Repuso, su mirada era confusa, había lágrimas brotando de sus ojos sin parar.
-Tampoco lo sé yo.- Dije huyendo de sus ojos, de sus firmes clavos que me perforaban. Se sentó y no volvimos a dirigirnos la palabra, tan sólo su mano aferrada a la mía sobre los brazos del asiento me decía que estaba a mi lado.
Pasaron varias horas hasta que decidimos comer algo, faltaba un buen rato para la parada. Necesitábamos alimentarnos, la comida de aquel restaurante no tenía mala pinta. Decidimos tomar unos bocadillos junto con un zumo de naranja. Era hora de poner todo en claro, de trazar planes y sobretodo de aclarar nuestra mente. Tras la comida, en silencio mientras nuestras mandíbulas se movían voraces, decidimos solucionar el caos interior que nos perturbaba.
-¿Qué te sucede?- Comentó mientras se posaba en el respaldo de aquel asiento mientras desplegaba los apuntes por la mesa.
-Simplemente no sé que sucede.-Respondí mientras echaba en falta en mis dedos el cigarrillo, habitual, aunque en esos momentos el tabaco me atormentaba de manera distinta a la adicción.
-Te escondes en un caparazón, en los apuntes e incluso entre tu flequillo alborotado.-Dijo con un gesto hacia el camarero.
-No me escondo, simplemente no sé que me pasa.- Me acomodé en el respaldo, mis dedos se deslizaban entre las múltiples hojas.
-¿Qué desean?- Interrumpió un joven de cabellos claros y tez pálida como la cera, era uno de los camareros.
-Pónganos dos cafés.- Alexander ordenó si tan siquiera cuestionarme nada, sabía bien que necesitaba aquel oro negro.
-Si señor, marchando dos cafés. ¿Algo más?- Dijo anotando en su escuálida libretilla de anillas mal colocadas.
-Por mi parte, nada más.-Respondió dirigiéndome la mirada.
-Yo sí, quiero un paquete de caramelos, si tienen de eso claro.-Comenté sin alzar la vista de los informes, me sentía bastante avergonzado por la actitud de antes que había acabado de recordar.
-Sí, señor tenemos. ¿Frutales o de menta?-Su bolígrafo se deslizaba con maestría.
-Frutales.- Esperaba que no me puntilleara más sobre lo que deseaba tomar.
-¿Nada más?- Insistió.
-No.- Comunicamos ambos al unísono.
-Bien, ahora vienen los dos cafés y los caramelos. Díganme ¿solo, con leche o más leche que café?- Cuestionó.
-Solos, con dos sobres de azúcar para cada cual. Cómo el que me trajo usted esta mañana.- Dijo mientras su aliento entrecortaba el aire.
-Ya sé, tan sólo deseaba saber si su novio lo deseaba igual.- Murmuró.
-No somos pareja, somos hermanos.-Comenté bastante enojado, alcé la vista y vi que sus ojos se enturbiaban.
-Entiendo.- Concluyó mientras se dirigía hacia la barra.
-Eres un inútil, me besas, me abrazas y me deseas para luego tratarme como si nada. No pido nada, no quiero nada, tan sólo que te aclares antes el llegar a la zona del suceso.-Comentó algo herido pero modulando su tono de voz.
-Lo sé, no me centro, quizás después del caso lo haga.-Contesté.
-Espero que lo hagas, ahora centrémonos.-Dijo.
-Sus cafés y sus caramelos.-
-Gracias, díganos la cuenta- Murmuré.
-Son quince euros cada plato de carne, diez por la ensalada de queso fresco, tres por cada café, dos por los caramelos y lo que deseen de propina.- Terminó sonriendo y extendiendo el ticket.
-Tome cincuenta euros, quédese con los dos que sobran.- Tras esto se desvaneció y empezamos con las teorías.
-Dime, la secta del Toro, es la más peligrosa y extendida. Todo apunta hacia ellos en el robo de los cadáveres. En ese plano lo tenemos cubierto, pero, ¿para qué los cuerpos? ¿Para reavivar todo? Esto sería muy simple y podrían haberlo hecho de otra forma, con otros medios, mucho más inteligentes y sin causar tanta alarma social. Digamos no me casa, algo más ahí. Para investigarlos, deberían haberlos tomado antes. No sé, no sé. El anciano, la sombra, me cautiva y me da escalofríos. He llegado a recordar fielmente lo que he pasado durante años, años de pánico y soledad. Tengo visiones a cada instante, sé que hay gente en este vagón que no está aquí realmente, que no existen y que sin duda nos contemplan como si estuvieran aún con un cuerpo y con un corazón latiente.-Suspiró mientras yo giré la cabeza y allí había una chica, nos contemplaba con la espalda aplastando el cristal.-Sé que ellos saben que les vemos, que les notamos, escuchamos o simplemente creen estar vivos. Michel, necesito que todo esto acabe, sea como sea.- Repuso mientras volví a sus ojos y apreté a su mano.
-Es un círculo cerrado, no se arriesgarían a ser descubiertos por la sociedad, se sabe que existen pero son como almas en pena. No entiendo porque han tomado los cuerpos, que significado puede haber en ello o que se busca. Es un tema confuso, que te atrapa como si fuera un agujero negro o unas arenas movedizas, tenemos que ir con pies de plomo sabiendo bien donde pisamos. Tenemos experiencia, sabemos cuales son los hábitos de conducta en todos estos años pero, siempre queda algo que no entendemos. Los cabos deben estar bien atados, seguramente si son ellos vendrán en nuestra búsqueda.-Dije mientras su mirada se volvía intensa.
-La Carta Magna nos da la elección de tomar cualquier religión, nos hace libres para optar caminos distintos y a veces fuera de lo permitido. Las sectas abundan, siguen llenando sus arcas y llevando a masas a su desorden psíquico. La mayor secta de todas es la religión católica, sin duda. Las personas andan perdidas en una búsqueda incesante de preguntas sobre que hay detrás del paso hacia la muerte, esto lo no lo puede saciar la ciencia tan sólo la propia dama negra. Es lo típico, siempre sucede, pero estoy cansado de ello. ¿Es todo esto un ciclo que no termina? No lo sé y estoy cansado, terriblemente cansado. Necesito que todo esto culmine sea como sea.- Murmuró contemplando el vagón y las vías del tren, apartando de mi sus ojos.
-Nos da elección de ser nosotros mismos, de equivocarnos, la democracia es lo que tiene en cuanto a sus libertades. No sé si todo esto es un ciclo, si es un continuo vagar, pero yo también estoy cansado. Quizás deberíamos dar media vuelta.-Comenté mientras movía la cucharilla del café.
-No he nacido para tener la moral de un esclavo, para ser el débil y dejar las cosas que sucedan por la gracia divina, cosa que no existe.-Repuso alejando su mano de la mía, tomó su taza y se la llevó hasta el borde de sus labios.
-Yo no pienso dejarlo, pero a veces me viene esa pregunta.-Respondí.
-Haz que se vaya, como yo intento dejar de ser un estúpido.-Dijo posando la taza vacía sobre la mesa, se había bebido aquello de un solo sorbo, como si no quemara y su aliento no necesitara ser repuesto. Creo que ni llegó a paladear el aroma, ni a saborear aquel líquido, tan sólo lo sintió por su garganta abrasando su lengua.
-Contemplar el mundo verdadero para muchos es una utopía, para mi es una carga como si llevara a cuesta una cruz demasiado pesada.-Dije tomando un sorbo de aquel oro negro.
-Contemplar este mundo de almas en pena no es una carga, es un privilegio, pero cansa que te vapuleen y te llamen loco como que otros intenten ensombrecer todo por sus propios beneficios.- Susurro contemplando el asiento sobrante que tenía a su izquierda. Allí sentada como si nada había una niña, una mirada clara pero vacía con sus mejillas rosadas y ropa algo anticuada. Sonreía a la nada, contemplando mi muñeca acariciando la porcelana barata de la taza.
-Lo sé, todo es demasiado doloroso, sobretodo cuando ves sus rostros llenos de inocencia o dolor.-Mi voz sonaba amarga, melancólica, como si todo nos arrastrara a una corriente lejana. La niña posó su cabeza de hilos oscuros sobre el brazo de Alexander, él ni se inmutó tan sólo la contempló como yo hacía.
-La inocencia se da poco, pero se encuentra. Este lugar esta lleno de presencias, accidentes en las vías o simplemente vagan de lugar en lugar como un humano más. Es doloroso.- Intervino mientras la niña se bajaba de la silla a duras penas y se perdía por el pasillo.
-Cuando subimos observé a un hombre sentado en frente de nosotros, leía un periódico del año dos mil tres, hablaba sobre la bolsa e informes económicos. Su mirada cansada mientras sus labios estaban surcados por un mostacho canoso. ¿Lo viste? Tenía la mirada serena, como si nada pasara, como si el tiempo no cesara. Recuerdo cuando te encontré a ti, tenías plenas certezas en todo, eras diferente a él o a la niña de hace unos minutos. Intento que todo se obvie, contemplar todo con naturalidad como ellos hacen, pero no puedo pues siempre está ese dato que me conmueve y me llena.- Comenté alzando la taza hasta mis labios y tomando un gran sorbo de café.-La vida es un momento mágico, tras la muerte hay otra parecida mientras esperamos en el andén a que nos den otra o a despertar de esta para conseguirla.-Dije reposando la espalda y dejando la taza vacía sobre su platillo correspondiente.
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