-Los momentos mágicos no existen en el recorrido incesante de mi vida. Todo me quema, todo me diluye, estoy destrozado en medio de una habitación vacía llena de miradas. La vida para mi es una jaula, la existencia también. Desearía ser libre por completo, que mi alma y mi cuerpo murieran sin dejar rastro.- Comentó alzándose de su asiento y se posaba a mi lado.-Odio estar encerrado en esta bola de cristal, en este mundo.-Susurró apoyó su cabeza sobre mi hombro.
-No empieces.- Inquirí pasando mi brazo sobre su cintura.
-Es triste ver cosas y que las comuniques para nada.- Su voz sonaba llena de pesar, de melancolía.
-Todo se terminará conociendo, desvelando como el significado de un sueño.- Dije mientras apretaba mi mano, aferrándome a sus ropas.
-Necesito abrir las alas y quitar las vendas del ser humano.- Era una fábula que todos hemos comunicado, que hemos deseado, sonreí tras su revelación.
-A veces el más ciego es el que más ve, pero no lo quiere reconocer.- Respondí besando su frente con dulzura observando la estancia, la que cualquiera podría contemplar obviando los transeúntes de otras épocas.
-Quiero acabar este capítulo, culminar todo. Estoy cansado de tantas mentiras y tantas caídas en el lodo.- Me recordó a mi cuando me disponía a finalizar un libro y cercano al fin no sabía que rumbo darle, como darle los matices, pero con deseo de terminar con todo dándole cualquier sentido.
-Es un momento decisivo y no puedes permitirte una caída, un desliz.- Mis ánimos parecían inocuos.
-Estoy envenenado con el dolor, con la tristeza y con tu sabor.-Una imagen vino a mi mente, su sonrisa ante mi cuerpo dormido y su sonrisa cuando caminaba junto a mí ante la guerra del día a día; en definitiva, sentí su amor.
-No comiences con eso otra vez.-Comenté apartando aquellas imágenes recónditas de tiempos pasados.
-Lo siento, tan sólo deseo saber si mis lágrimas valen algo.-Sus labios se mostraban entristecidos, su mirada alzada hacia mi rostro me pareció la de un ángel en el infierno.
-Vale tanto como tu propia vida, como la filosofía y como la ciencia. Todo se resolverá, todo acabará.- Dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre mí.
-Me pregunto que si todo acaba, nuestro destino por el que existir también.-Su razonamiento era el de abandonar todo tras nuestra nueva misión, misión que nos vino a buscar para comenzar la partida que nos aguardaba desde hacía milenios.
-No, nos quedará vivir y apreciar la monotonía.-Dije pasando mi mano por su espalda hasta su hombro acariciando con la yema del dedo índice su mejilla.
-La monotonía no existe, todos los días son algo distintos.-Respondió con toques melancólicos demasiado acentuados.
-Matices insignificantes como los trazos diminutos en un mural demasiado inmenso.-Respondí intentando la psicología inversa.
-La unión de esas pinceladas construyen un todo.-Acerté con lo dicho, él mismo se dio cuenta de mi táctica.
-Lo sé, sabía que darías con ello.-Comenté sonriendo levemente.
-Recojamos todo, deseo descansar un rato.- Repuso zafándose de mis caricias.
-Yo también, la última parada es Jerez, pondré la alarma del móvil y descansaremos unas horas.-Dije guardando todo en un pequeño cartapacio y este en una maleta que llevábamos de equipaje de mano.
Salimos de aquel lugar y traspasamos las puertas por los pasillos entre espectros y extraños hasta nuestro asiento. Me recosté sobre el respaldo, noté sus cabellos caer por mi pecho regándose como un río de luto; en aquel instante recordé a Jorge Manrique y sus coplas. No deseaba emprender mi ruta para fenecer en un mar bravío donde desee ahogarme por no revivir la vida de nuevo. Todo es un breve lapso de tiempo, un corto énfasis, por el que luchamos para luego ser olvidados pues nadie nos recordará. Mi búsqueda era incierta, pero siempre creí mejor tener una meta por muy inalcanzable o aunque nos costara toda la existencia que no tener nada. Recordé los epitafios de mis antiguas losas, palabras sobre poesía y ciencia oculta o sobre la melodía de una nana que me trajo la muerte, siempre fui muy polifacético para cuando era enterrado. La muerte siempre tuvo un significado de sueño imaginario, de lazo fugaz con otra vida. Noté como se mecía entre los sueños, su encantador rostro quedaba compuesto por una dulce y traicionera sonrisa. Me cuestioné que estaría soñando, abogué por algún retazo de nuestra historia conjunta o hacia su última infancia.
Decidí descansar al igual que él, yo también necesitaba abrir la mente a Morfeo aunque terminé adentrado en otro mundo. Recorrí con un alce de mi vista todo el mundo que se fundía a mi alrededor, allí estaban las vías y el pequeño tren marchando mientras yo en el exterior lo contemplaba desde las vías. El aire fresco de la noche junto con el sabor de la lluvia refrescaba mi piel, mis cabellos eran azotados como una bandera, y entonces, en una exhalación, me encontré sentado junto al vagón principal contemplando el paisaje desde los cristales empapados por el vaho. La máquina hacía rechinar los raíles y una, esbelta, figura movía las palancas pulsando los botones adecuados para que aquel trayecto se culminara con eficacia. Me adentré en la sala y garraspé llamando la atención del maquinista.
-Buenas noches.- Dirigí mi voz aguda penetrando en sus oídos. Su mirada era de águila, su rostro sereno y la vez algo soñoliento por el cansancio del viaje.
-Buenas noches. ¿Qué desea?- Murmuró volviendo la mirada hacia la nada de las vías.
-No lo sé, me he encontrado aquí sin rumbo fijo.- Respondí acercándome hacia su asiento.
-Es extraño no tener una meta en la vida.-Comentó mientras pulsaba una palanca aminorando la velocidad.
-Tengo varias, tan sólo no sé el rumbo que he tomado para llegar aquí.-Repuse sonriendo.
-Es fácil ha tomado el pasillo recto, no tiene perdida.-Sonrió mientras su mano buscaba una taza de café, que se hallaba helado al otro extremo de la mesa de marchas en su posavasos.
-Lo siento, debo parecer estúpido.-Dije dando media vuelta hacia la puerta que daba al pasillo.
-Todos los vivos parecéis estúpidos.-Respondió.
-Siento parecerlo.- Susurré girando, de nuevo, hasta su posición y otro maquinista movía los dedos sobre el teclado observando la nada. Volví al pasillo y caminé deambulando sin entendimiento en lo que había sucedido. Alcé la vista y pude contemplar aquel periódico, desfasado, siendo acariciado por los dedos de un ente que quedó varado en la corriente de las vías.
-Joven, se ve usted cansado.- Murmuró aquella voz entre los labios de aquel generoso bigote. Me recordó por un instante al orondo personaje de que endulza las navidades, a veces blancas y otras veces a más de treinta grados.
-Simplemente intento digerir algunas cuestiones, no es fácil adentrarse al mundo de los miedos y contemplarlo con tanta gallardía como lo hacen otros.-Contesté mientras me sentaba a su lado, este dobló el periódico y lo dejó a un lado.
-Entiendo de que habla, yo llevo mucho tiempo aquí, no sé donde voy ni donde estoy, tan sólo que debo permanecer. Sentí un dolor en el pecho, un ahogo como si me quitaran el aire, el brazo malherido y caí redondo al suelo. Horas más tarde me sentí como un chaval, como tú, sin dolor y sin nada en la mente tan sólo recuerdos. Piensa en esos momentos cuando el terror te recrimina, te destruye y acorrala como si fuera tu propia sombra.-Sonrió o eso pensé, porque su mostacho impedía contemplar sus labios con claridad.
-Sé que los buenos momentos contrarrestan los malos. Sé que hay que mantenerse firme, mirar hacia el futuro y luchar hasta conseguir las metas. Pero saberlo, no significa poder hacerlo.- Respondí contemplando sus piedras azabaches.
-Hay que lograrlo. Si no le importa, me voy a dar una vuelta.- Comentó alzándose del asiento y caminando torpemente hasta el pasillo, su figura gruesa se deslizaba entre los asientos como si tuviera donde ir.
Alexander se encontraba sentado contemplando la ventana, llovía, parecía inmerso en las miles de gotitas muriendo en el cristal. Sus cabellos sobre la almohada, su cuerpo arrojado y acurrucado en el asiento, parecía un chiquillo. Puse rumbo hacia su persona y él seguía absorto en sus temas, en sus ideas que revoloteaban como melancólicas mariposas. Sus manos parecían frágiles, tenía ese aire que te rejuvenece y te muestra menos edad de la real.
-La melancolía viaja por tu mente, camina deleitándose de tus pinturas de relatos pasados. Eres un hombre encerrado en los miedos de un adolescente, el perpetuo estudiante relegado a la más todopoderosa nada. Te meces en las lágrimas que embriagan tus ojos. Tienes el perfume de la soledad impregnando tu piel. Deberías sonreír brindando una oportunidad a los segundos que te regala tu corazón a lo largo del día.- Murmuré contemplando su gesto apático y desdeñoso.
-Deja de decir estupideces, ni tú mismo deseas sobrevivir.-Respondió con aires arrogantes llenos de apatía.
-No, no tiene nada que ver con esto. Sé que el camino tiene un fin, el fin esta en Jerez; pero tras este habrá un nuevo comienzo para ambos. Deberías de darte una oportunidad.- Comenté sentándome a su lado.
-Olvídame.- Dijo alzándose y tomando carrera por el pasillo.
Corrí tras él bajo las miradas atentas de dos chiquillos que cuchicheaban en un rincón algo tétrico del vagón. Caminé por entre las sombras, todo estaba a media luz y los colores eran grises con tenues toques de noche. Sentí la sensación de mil dagas, miradas, que me hacían sentir un conejillo de indias en manos de un científico esquizofrénico. La luz de salida en el fondo me hacía proseguir buscando a mi camarada. Estaba algo desorientado aunque permanecía tan sólo en el vagón adyacente. Aceleré mis pisadas hasta que sentí cerca de mi nuca un leve cosquilleo, el aliento cálido de alguien o algo.
-Buscas respuestas que jamás deseaste, buscas la última pieza del puzzle, quieres finalizar el camino pero no entiendes bien tu recorrido en él. Tienes miedo, lo aceptas, y corres hacia sus brazos alarmado por tu temeridad. Eres valiente, libre, vuelas hasta tu mente, allí encuentras palabras que deseas entender. Quizás este mensaje no te sirva para nada, quizás aprendas una vieja lección. Las nociones y las experiencias hacen que dejes de ser alumno para ser profesor, pero tu amigo mío ya lo eres, ya eres profesor. Aprende a libertarte, a tomar lo que desees, no te achantes, camina firme y seduce al destino pues este es todo tuyo. Ten fe en ti, ten fe en los tuyos y en tus convicciones.- No podía moverme mientras aquel susurro me narraba unas breves líneas que me erizaron la piel.
-Busco soluciones, busco el encuentro con la pieza única, busco terminar el libro que una vez emprendí. Soy yo el escritor, la pluma y el papel, las experiencias tan sólo las palabras que se guardan en mi mente. Sobrevuelo el mundo, alzo la mirada, camino y repto sobre él para otras veces escalar muros. Soy el viejo bohemio, el caminante, el vagabundo, el don Juan, el caballero, el guerrero, el esbirro de Satanás que en realidad es un ateo más, el cardenal, el ángel entre las llamas y sobretodo el hereje que te crucifica cuando muestra razones científicas hacia supersticiones vacías en libros llenos de polvo.- Respondí, no sabía bien de que hablaba, mi lengua se movía sola.
-Fuiste demasiadas cosas, recuérdalo. Ahora deja que el mundo te contemple, álzate y camina sobre las aguas si es preciso. Condéname o condénate. Soy tu acérrimo enemigo, nos veremos en la meta.- Murmuró y se hizo la luz. Un leve traqueteo y el vagón vacío eso era todo.
-Alexander.- Logré espetar corriendo hacia los vagones próximos, ni rastro de él. Hasta que llegué al último vagón, allí estaba.
-Michel, deja de dar voces y olvídame.- Susurró con sus labios temblando por el dolor, su rostro era la cara del desasosiego.
-Eres un idiota, un vulgar infante lleno de temores. Eres demasiado parecido a mí, temo que te hagas daño como lo hago yo.- Respondí acechando sus movimientos por miedo a que despareciera, corrí hasta él y lo atrapé mientras deseaba desasirse de mis ataduras.
-¡Déjame!- Espetó cuando logré contemplar su rostro y surcar sus labios. Me adueñé de su boca, y cubrí su cuerpo con caricias. Deseaba desvelar que sucedía en mi mente, en mi cuerpo, en mi alma.
-No empieces.- Inquirí pasando mi brazo sobre su cintura.
-Es triste ver cosas y que las comuniques para nada.- Su voz sonaba llena de pesar, de melancolía.
-Todo se terminará conociendo, desvelando como el significado de un sueño.- Dije mientras apretaba mi mano, aferrándome a sus ropas.
-Necesito abrir las alas y quitar las vendas del ser humano.- Era una fábula que todos hemos comunicado, que hemos deseado, sonreí tras su revelación.
-A veces el más ciego es el que más ve, pero no lo quiere reconocer.- Respondí besando su frente con dulzura observando la estancia, la que cualquiera podría contemplar obviando los transeúntes de otras épocas.
-Quiero acabar este capítulo, culminar todo. Estoy cansado de tantas mentiras y tantas caídas en el lodo.- Me recordó a mi cuando me disponía a finalizar un libro y cercano al fin no sabía que rumbo darle, como darle los matices, pero con deseo de terminar con todo dándole cualquier sentido.
-Es un momento decisivo y no puedes permitirte una caída, un desliz.- Mis ánimos parecían inocuos.
-Estoy envenenado con el dolor, con la tristeza y con tu sabor.-Una imagen vino a mi mente, su sonrisa ante mi cuerpo dormido y su sonrisa cuando caminaba junto a mí ante la guerra del día a día; en definitiva, sentí su amor.
-No comiences con eso otra vez.-Comenté apartando aquellas imágenes recónditas de tiempos pasados.
-Lo siento, tan sólo deseo saber si mis lágrimas valen algo.-Sus labios se mostraban entristecidos, su mirada alzada hacia mi rostro me pareció la de un ángel en el infierno.
-Vale tanto como tu propia vida, como la filosofía y como la ciencia. Todo se resolverá, todo acabará.- Dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre mí.
-Me pregunto que si todo acaba, nuestro destino por el que existir también.-Su razonamiento era el de abandonar todo tras nuestra nueva misión, misión que nos vino a buscar para comenzar la partida que nos aguardaba desde hacía milenios.
-No, nos quedará vivir y apreciar la monotonía.-Dije pasando mi mano por su espalda hasta su hombro acariciando con la yema del dedo índice su mejilla.
-La monotonía no existe, todos los días son algo distintos.-Respondió con toques melancólicos demasiado acentuados.
-Matices insignificantes como los trazos diminutos en un mural demasiado inmenso.-Respondí intentando la psicología inversa.
-La unión de esas pinceladas construyen un todo.-Acerté con lo dicho, él mismo se dio cuenta de mi táctica.
-Lo sé, sabía que darías con ello.-Comenté sonriendo levemente.
-Recojamos todo, deseo descansar un rato.- Repuso zafándose de mis caricias.
-Yo también, la última parada es Jerez, pondré la alarma del móvil y descansaremos unas horas.-Dije guardando todo en un pequeño cartapacio y este en una maleta que llevábamos de equipaje de mano.
Salimos de aquel lugar y traspasamos las puertas por los pasillos entre espectros y extraños hasta nuestro asiento. Me recosté sobre el respaldo, noté sus cabellos caer por mi pecho regándose como un río de luto; en aquel instante recordé a Jorge Manrique y sus coplas. No deseaba emprender mi ruta para fenecer en un mar bravío donde desee ahogarme por no revivir la vida de nuevo. Todo es un breve lapso de tiempo, un corto énfasis, por el que luchamos para luego ser olvidados pues nadie nos recordará. Mi búsqueda era incierta, pero siempre creí mejor tener una meta por muy inalcanzable o aunque nos costara toda la existencia que no tener nada. Recordé los epitafios de mis antiguas losas, palabras sobre poesía y ciencia oculta o sobre la melodía de una nana que me trajo la muerte, siempre fui muy polifacético para cuando era enterrado. La muerte siempre tuvo un significado de sueño imaginario, de lazo fugaz con otra vida. Noté como se mecía entre los sueños, su encantador rostro quedaba compuesto por una dulce y traicionera sonrisa. Me cuestioné que estaría soñando, abogué por algún retazo de nuestra historia conjunta o hacia su última infancia.
Decidí descansar al igual que él, yo también necesitaba abrir la mente a Morfeo aunque terminé adentrado en otro mundo. Recorrí con un alce de mi vista todo el mundo que se fundía a mi alrededor, allí estaban las vías y el pequeño tren marchando mientras yo en el exterior lo contemplaba desde las vías. El aire fresco de la noche junto con el sabor de la lluvia refrescaba mi piel, mis cabellos eran azotados como una bandera, y entonces, en una exhalación, me encontré sentado junto al vagón principal contemplando el paisaje desde los cristales empapados por el vaho. La máquina hacía rechinar los raíles y una, esbelta, figura movía las palancas pulsando los botones adecuados para que aquel trayecto se culminara con eficacia. Me adentré en la sala y garraspé llamando la atención del maquinista.
-Buenas noches.- Dirigí mi voz aguda penetrando en sus oídos. Su mirada era de águila, su rostro sereno y la vez algo soñoliento por el cansancio del viaje.
-Buenas noches. ¿Qué desea?- Murmuró volviendo la mirada hacia la nada de las vías.
-No lo sé, me he encontrado aquí sin rumbo fijo.- Respondí acercándome hacia su asiento.
-Es extraño no tener una meta en la vida.-Comentó mientras pulsaba una palanca aminorando la velocidad.
-Tengo varias, tan sólo no sé el rumbo que he tomado para llegar aquí.-Repuse sonriendo.
-Es fácil ha tomado el pasillo recto, no tiene perdida.-Sonrió mientras su mano buscaba una taza de café, que se hallaba helado al otro extremo de la mesa de marchas en su posavasos.
-Lo siento, debo parecer estúpido.-Dije dando media vuelta hacia la puerta que daba al pasillo.
-Todos los vivos parecéis estúpidos.-Respondió.
-Siento parecerlo.- Susurré girando, de nuevo, hasta su posición y otro maquinista movía los dedos sobre el teclado observando la nada. Volví al pasillo y caminé deambulando sin entendimiento en lo que había sucedido. Alcé la vista y pude contemplar aquel periódico, desfasado, siendo acariciado por los dedos de un ente que quedó varado en la corriente de las vías.
-Joven, se ve usted cansado.- Murmuró aquella voz entre los labios de aquel generoso bigote. Me recordó por un instante al orondo personaje de que endulza las navidades, a veces blancas y otras veces a más de treinta grados.
-Simplemente intento digerir algunas cuestiones, no es fácil adentrarse al mundo de los miedos y contemplarlo con tanta gallardía como lo hacen otros.-Contesté mientras me sentaba a su lado, este dobló el periódico y lo dejó a un lado.
-Entiendo de que habla, yo llevo mucho tiempo aquí, no sé donde voy ni donde estoy, tan sólo que debo permanecer. Sentí un dolor en el pecho, un ahogo como si me quitaran el aire, el brazo malherido y caí redondo al suelo. Horas más tarde me sentí como un chaval, como tú, sin dolor y sin nada en la mente tan sólo recuerdos. Piensa en esos momentos cuando el terror te recrimina, te destruye y acorrala como si fuera tu propia sombra.-Sonrió o eso pensé, porque su mostacho impedía contemplar sus labios con claridad.
-Sé que los buenos momentos contrarrestan los malos. Sé que hay que mantenerse firme, mirar hacia el futuro y luchar hasta conseguir las metas. Pero saberlo, no significa poder hacerlo.- Respondí contemplando sus piedras azabaches.
-Hay que lograrlo. Si no le importa, me voy a dar una vuelta.- Comentó alzándose del asiento y caminando torpemente hasta el pasillo, su figura gruesa se deslizaba entre los asientos como si tuviera donde ir.
Alexander se encontraba sentado contemplando la ventana, llovía, parecía inmerso en las miles de gotitas muriendo en el cristal. Sus cabellos sobre la almohada, su cuerpo arrojado y acurrucado en el asiento, parecía un chiquillo. Puse rumbo hacia su persona y él seguía absorto en sus temas, en sus ideas que revoloteaban como melancólicas mariposas. Sus manos parecían frágiles, tenía ese aire que te rejuvenece y te muestra menos edad de la real.
-La melancolía viaja por tu mente, camina deleitándose de tus pinturas de relatos pasados. Eres un hombre encerrado en los miedos de un adolescente, el perpetuo estudiante relegado a la más todopoderosa nada. Te meces en las lágrimas que embriagan tus ojos. Tienes el perfume de la soledad impregnando tu piel. Deberías sonreír brindando una oportunidad a los segundos que te regala tu corazón a lo largo del día.- Murmuré contemplando su gesto apático y desdeñoso.
-Deja de decir estupideces, ni tú mismo deseas sobrevivir.-Respondió con aires arrogantes llenos de apatía.
-No, no tiene nada que ver con esto. Sé que el camino tiene un fin, el fin esta en Jerez; pero tras este habrá un nuevo comienzo para ambos. Deberías de darte una oportunidad.- Comenté sentándome a su lado.
-Olvídame.- Dijo alzándose y tomando carrera por el pasillo.
Corrí tras él bajo las miradas atentas de dos chiquillos que cuchicheaban en un rincón algo tétrico del vagón. Caminé por entre las sombras, todo estaba a media luz y los colores eran grises con tenues toques de noche. Sentí la sensación de mil dagas, miradas, que me hacían sentir un conejillo de indias en manos de un científico esquizofrénico. La luz de salida en el fondo me hacía proseguir buscando a mi camarada. Estaba algo desorientado aunque permanecía tan sólo en el vagón adyacente. Aceleré mis pisadas hasta que sentí cerca de mi nuca un leve cosquilleo, el aliento cálido de alguien o algo.
-Buscas respuestas que jamás deseaste, buscas la última pieza del puzzle, quieres finalizar el camino pero no entiendes bien tu recorrido en él. Tienes miedo, lo aceptas, y corres hacia sus brazos alarmado por tu temeridad. Eres valiente, libre, vuelas hasta tu mente, allí encuentras palabras que deseas entender. Quizás este mensaje no te sirva para nada, quizás aprendas una vieja lección. Las nociones y las experiencias hacen que dejes de ser alumno para ser profesor, pero tu amigo mío ya lo eres, ya eres profesor. Aprende a libertarte, a tomar lo que desees, no te achantes, camina firme y seduce al destino pues este es todo tuyo. Ten fe en ti, ten fe en los tuyos y en tus convicciones.- No podía moverme mientras aquel susurro me narraba unas breves líneas que me erizaron la piel.
-Busco soluciones, busco el encuentro con la pieza única, busco terminar el libro que una vez emprendí. Soy yo el escritor, la pluma y el papel, las experiencias tan sólo las palabras que se guardan en mi mente. Sobrevuelo el mundo, alzo la mirada, camino y repto sobre él para otras veces escalar muros. Soy el viejo bohemio, el caminante, el vagabundo, el don Juan, el caballero, el guerrero, el esbirro de Satanás que en realidad es un ateo más, el cardenal, el ángel entre las llamas y sobretodo el hereje que te crucifica cuando muestra razones científicas hacia supersticiones vacías en libros llenos de polvo.- Respondí, no sabía bien de que hablaba, mi lengua se movía sola.
-Fuiste demasiadas cosas, recuérdalo. Ahora deja que el mundo te contemple, álzate y camina sobre las aguas si es preciso. Condéname o condénate. Soy tu acérrimo enemigo, nos veremos en la meta.- Murmuró y se hizo la luz. Un leve traqueteo y el vagón vacío eso era todo.
-Alexander.- Logré espetar corriendo hacia los vagones próximos, ni rastro de él. Hasta que llegué al último vagón, allí estaba.
-Michel, deja de dar voces y olvídame.- Susurró con sus labios temblando por el dolor, su rostro era la cara del desasosiego.
-Eres un idiota, un vulgar infante lleno de temores. Eres demasiado parecido a mí, temo que te hagas daño como lo hago yo.- Respondí acechando sus movimientos por miedo a que despareciera, corrí hasta él y lo atrapé mientras deseaba desasirse de mis ataduras.
-¡Déjame!- Espetó cuando logré contemplar su rostro y surcar sus labios. Me adueñé de su boca, y cubrí su cuerpo con caricias. Deseaba desvelar que sucedía en mi mente, en mi cuerpo, en mi alma.
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