Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 3 de julio de 2007

Fin del Camino

El sueño culminó y al despertar contemplé su rostro sonrojado mientras la alarma del móvil sonaba frenéticamente. Abrió los ojos y sonrió, arrojándose a mi pecho. No había logrado aún comprender que me sucedía, quizás jamás lo haré. Tras los cristales aparecía una estación de corte clásico, un armatoste de hierro y azulejos evocando a dioses antiguos. El sol parecía melancólico y el suelo de las vías aún permanecía empapado por la lluvia. Eran las últimas horas de luz de la tarde y las cristaleras colocadas en las puertas, forjadas tan bellamente, tintineaban reflejos del pasado. Aquel trozo histórico parecía escapado de un sueño o de la época del Fernando VI, de la cual pertenecían las vías. Tomamos los equipajes y nos adentramos por el pasillo central, allí había una cafetería y el centro de información. El techo parecía ornamentado evocando un placer sin igual, el sabor añejo de sueños pasados colocados graciosamente en las vigas y pequeños adornos. Aquellos azulejos, rejas y adornos esmaltados me trasladaron a momentos lejanos en una infancia rota. Una pequeña película apareció en un flash en mi mente, dos niños correteando con pantalón corto, quizás de la época franquista, avioncillos de papel y sonidos de pisadas ágiles.

-Despierta, debemos encontrar algún lugar para descansar. No es bueno estar por las calles cuando cae la noche, ya sabes, hay bajadas bruscas de temperatura y las personas que deambulan a esas horas son de todo menos gratas.- Comentó como si el desliz no hubiera ocurrido, como si aquellos gestos nunca se hubieran aferrado a su esencia.

-Lo siento, creo que estaba recordando algo que me sucedió o contemplé.-Respondí mientras tomaba las maletas y caminaba hacia la puerta hasta donde se encontraba.

Pedimos un taxi, necesitábamos encontrar un motel barato aunque fuera decadente. Encontramos uno por cincuenta euros la noche, lo más barato teniendo en cuenta los altos precios que se vivía respecto al suelo, algunas cosas no cambiaban. Entramos en la habitación oscura y estrecha, la cama era de muelles y chirriaba, olía a cerrado. Se sentó sobre la colcha marrón que cubría la cama. Parecía más melancólico que nunca y se recostó con los pies aún en el suelo, yo hice lo mismo. Permanecimos allí sin movernos, sin decir nada. Tras varios minutos sus dedos se enredaban en mis cabellos y se recostó contemplándome. No sé que sucedió luego, tan sólo que me encontraba quitándole el abrigo mientras sus labios se abrían buscando los míos. Me desaté, dejé guiarme por las emociones y no pensé en las consecuencias. Mis manos desataron todas las prisiones, las rejas y esposas, que lo maniataban; en pocos minutos ambos estábamos desnudos en una pensión de mala muerte. Mis labios se posaron sobre su cuello y su pecho, no entendía bien que hacía allí pero continuaba hasta que él decidió pararme los pies.

-Para, no sigas, te lo ruego.-Logró decir entre sus latidos alterados.

-Lo siento, no sé que me ha sucedido.-Respondí retrocediendo, quedándome frente a él a la orilla de la cama.

-Si lo haces por pena, olvídalo no deseo darla, si lo haces por venganza, no sé que te he hecho, si lo haces por probar, me daría asco.-Comentó arrancando con energía las ropas del lecho y protegiéndose en ellas.

-No lo he hecho por eso, sólo seguía mis instintos.-Dije temblado, porque me había excitado y no comprendía nada.

-No soy una puta barata que se deja abrir de piernas por casi nada.-Respondió quedando en posición fetal y comenzando a llorar.

Quedé en silencio, me embriagó el asco hacia mis actos por haber dañado su alma una vez más. Me apoyé en la pared y caí lentamente hasta el suelo, la frialdad de la pared contrastaba con el cálido aliento que me había regalado. Todo era demasiado extraño, irónico y a la vez difícil de razonar. Me llevé las manos a la cabeza, me atusé los cabellos y me pregunté que me había ocurrido. Él permanecía arropado bajo las sábanas, desnudo y bañado en amargura, entonces en un movimiento leve y rápido bajó de la cama hasta donde me encontraba; no entendía bien mi aptitud de momentos atrás y él menos. Se posó sobre mi pecho envuelto en aquellas ropas de cama, sentí que había destrozado parte de su alma. Dejó caer su cabeza sobre mi pecho y yo tomé parte de las sábanas para arroparnos. Mis labios besaron su frente y me cuestioné que demonios hacíamos. Sentí su piel sobre la mía, sus caderas quedaron rozando mi entrepierna y sus glúteos en una de mis piernas. Le abracé sin reparos, intenté consolar las lágrimas que aún emanaban de sus ojos. Era el causante de su dolor, de su desamparo y provoqué una confusión que incluso me envolvía a mi mismo. Entre sollozos logró calmarse y descansar, entonces lo llevé en brazos hasta el colchón. Como la primera vez lo noté helado, su cuerpo desamparado y lleno de cicatrices mientras su rostro mostraba la tristeza más profunda, decidí actuar cubriéndolo con el mío. En medio de las sombras de aquella habitación sentí que su rostro era el de un ángel, estaba sereno aunque empapado en gotas saladas de dolor. Un impulso como el anterior corroyó mis venas, me envenenó, deseando sus labios. Posé mi rostro entre su hombro y su cuello, mis labios quedaron en ese recodo dulce donde la piel tiene una fragancia especial.

Durante más de diez años me había visto solo, completamente solo, en un silencio sepulcral de pensamientos marchitos y sueños olvidados. Mi vida cotidiana era fácil y poco especial, carente de belleza o de singularidad, la monotonía me asfixiaba. Era un navío en medio de un mar bravo sin rumbo fijo, daba igual ir a la deriva o que te tragara Poseidón en un enfado. Me había llevado tantos años perdido, sin emociones reales, todo plasmado en un papel arrugado o en los píxeles del ordenador. Sentí una punzada aguda en mi estómago, los latidos acelerados en mi sien. El mundo me daba vueltas, una nueva oportunidad para mi alma dormida. Todo estaba cambiando demasiado deprisa, momentos vividos en otras vidas, palabras vertidas en pleno diluvio o simplemente aromas que venían a mi mente; él era uno de esos enigmas que estaban cambiando el código numérico de mi vida, tenía un destino fijado por él y por todo lo que conllevaba escrutar su mirada. Le debía algo, esa era la sensación que predominaba en cada uno de mis actos.

Los minutos continuaban mermando su vida en aquel motel. Decidí salir de la habitación, dar una vuelta me sentaría bien. Me aparté de su cuerpo, ya tibio, y me vestí intentando alejar las ideas que recorrían los circuitos de mis neuronas. Me encaminé a la ventana, la noche cubría todo, llovía y hacía algo de frío. Opté por ponerme algo abrigado y huir de aquella situación. Lo arropé e incluso subí un poco el termostato. Cerré la puerta con llave y suavidad mientras reptaba por los pasillos de aquel antro. Las discusiones parecían aporrear los cimientos de algunas habitaciones. Bajé las escaleras y crucé la puerta hacia las aceras. Me adentré por las calles como si nada, el aire gélido heló mi piel, conocía cada recoveco de aquel lugar aunque algunas zonas habían mutado a fríos edificios. La lluvia empapaba mi cuerpo, las ropas y bañaba mi rostro. Tras cosa de una hora decidí volver al edificio, caminé con pasos ligeros y llegué a la habitación en unos veinte minutos.

Él estaba sobre la cama arropado de la misma forma en la cual lo dejé, allí tirado sobre el colchón. No había notado que me escabullí. Durante mi pequeña caminata pensé, deambulé en mi mente y llegué a la conclusión de que algo estaba cambiando en mí. Me despojé de las ropas empapadas y me encaminé a la ducha. Me metí bajo aquel hilo artificial, el agua era tibia casi caliente. Entonces sentí que algo o alguien se movía por el baño, abrí las cortinas, y no había absolutamente nada ni nadie rondando, pero la sensación permanecía. El pomo se giró, la puerta chirrió y abrí de nuevo las cortinas, era él, completamente desnudo y tiritando. Sin mediar palabra se introdujo en la ducha, estaba llorando de nuevo, se abrazó a mí y el agua le cubrió por completo. Sus labios abrieron la cerradura de los míos y bajaron hasta mi entrepierna, pegué mi espalda en los fríos azulejos, mi miembro entre sus labios crecía y yo me dejé guiar. Mis manos acariciaron los cabellos de Alexander, parecía no importarle nada tan sólo que aquello explotara. Su lengua recorría cada centímetro de mi estructura, un gemido leve se escapó de mi boca. Mis manos imprimían el ritmo mientras las suyas acariciaban mi torso junto a mi escroto. Terminé viniéndome en su boca para luego sentir sus labios sobre mi cuello y luego culminando en los míos. Tomé la toalla y sequé su escueta figura, para luego hacerlo con la mía. Caminamos hacia la cama, le cogí de la mano y sentí la sensación de paz interior.

Nos recostamos sobre una cama revuelta, las sábanas estaban empapadas en sudor y lágrimas. Se posó sobre mi pecho besando dulcemente mi cuello, como si de un entregado amante se tratara, yo tan sólo abarqué su cintura con la palma de mis manos. Mi mano derecha se posó sobre sus cabellos empapados, sentía el bombeo de su corazón alterado. Pasaron varios minutos hasta que él rompió el silencio ensordecedor que reinaba en la habitación.

-Espero que esto no sea un espejismo.- Murmuró mientras sus dedos jugueteaban por mi pecho.

No añadí nada. Me sentí confuso y sucio, pero sobretodo culpable. Hacía demasiado que no tenía a ninguna mujer entre mis manos, que necesitaba sexo y además eran momentos de tensión que debía desahogar. Todo ser humano necesita sentirse satisfecho, halagado, amado o deseado; yo, en un alarde de egoísmo y desesperación sexual, lo usé en mi propio beneficio tan sólo como escapatoria. No se iba a repetir ni una caricia, ni lo más mínimo, que le hiciera pensar que tuviera oportunidad. Sus labios se posaron sobre los míos quedando recostado por completo sobre mi figura. Su aliento entrecortado caía, como un manto cálido, sobre mi rostro. Dejé que se relajara y descansara. Yo pensaba una solución a aquel entuerto. Él vino a mí, pero es cierto que lo incité en la anterior ocasión. Jamás debí de dar ningún paso hacia un momento como aquel bajo la cascada sensual de la ducha.

Durante más de una hora quedé en vela contemplando el techo, con toques a nicotina, en medio de la oscuridad. La habitación se hacía escueta y simple aunque una maraña de sentimientos se tejían. Sus ropas tiradas por el suelo, parecía que un huracán había llegado dejándonos desnudos arrojados al colchón. Notaba la frialdad del ambiente mientras su cuerpo daba matices cálidos. La colcha desatada, al igual que las sábanas, de los pies de la cama, incluso el cubre colchón. Estaba confuso, esa es la única verdad. Mi realidad había tenido un giro de trescientos sesenta grados y no era capaz de comprenderla con naturalidad. Un nuevo destino y metas elaboradas en común con alguien que conocía y a la vez era un autentico extraño, un alma dividida en dos y unida para proseguir el camino de vidas pasadas, una autentica locura. todo era demasiado extraño, mi estigma me corroía y sentía los clavos de cristo clavándose en todas mis articulaciones sin benevolencia. No sabía si hacía bien siguiendo una opción que no había elegido, el recorrido hacia un extraño cauce.

Él se movió sobre mi pecho murmurando mi nombre “Michel” entre sus sedosos labios que horas antes había sido la más exuberante de las sensaciones. Había sentido algo en mi interior nacer, brotar como una semilla y germinando, sin poder controlarlo de ninguna de las posibilidades conocidas. Él me atraía pero no sentía amor, era una especie de fuerza magnética en su mirada y en sus actos. No le amaba, le necesitaba y eso me desconcertaba. A la vez necesitaba tenerlo bajo mis alas, bajo mi protección. Quizás era la seguridad de que pasara lo que pasara seguiría a mi lado que me hacía sentir su dueño, su guardián. Decidí dormir, sentir que todo se despojaba de la realidad que me quemaba.

El sueño me concentró en una época distinta, yo era esta vez mero espectador y no actor. Todo se veía como una fotografía en blanco y negro, de aquellas de principio de siglo diecinueve, algo amarillenta. Me sentía inmerso en una película de cine mudo aunque esta tenía sonido, el de las balas. Era la época de la Guerra Civil española, algo terrible que causó estragos en el país. Fue el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial pues puso a prueba a las potencias de combate. El coche de los dos bandos que abogaban ideología, tan dispares y separadas unas de otras, causó una zanja en la sociedad, zanja que aún hoy dura y seguirá así hasta que el mundo deje de existir. La guerra entre hermanos es el Apocalipsis por así decirlo. Estaba en medio de un campo, las balas se escuchaban distantes, dos jóvenes correteaban por la zona como almas llevadas por el diablo. Los seguí y me percaté que eran los mismos niños de la estación. Fueron hacia una zona más baja, un valle, donde entraron en un pequeño agujero excavado entre la maleza y la tierra. Entonces me vi en otro plano, dentro de la madriguera, ambos se abrazaban y tiritaban. No tendrían más de dieciséis o diecisiete años, sus manos estaban curtidas por las tareas agrícolas, sus miradas estaban desenfrenadas como su aliento.

-José, tengo miedo.- Murmuró el que parecía más joven.

-Calla, no pienses en eso.-Contestó abrazándolo y dejándolo que se poyara en su pecho.

-¿Y si vienen?- Cuestionó aferrándose a los brazos del otro.

-Mario, no va a pasar eso.- Su miraba ahondaba en la profundidad de la oscuridad.

-Pasará y volveremos a las mismas.- Respondió con aire desconsolado.

-No eres un profeta.- Dijo intentando ocultar su propio miedo.

-Sé lo que pasará, lo sé, como que tú y yo nos conocemos de antes.- Repuso y entonces explosionó un artefacto. La tierra tembló y perdí el aliento por un segundo.

En ese instante lo supe, éramos Alexander y yo. Temblaban como si estuvieran creados con gelatina, expulsaban un sudor frío. Sonaban por el cielo el traqueteo de aquellos iniciales aviones de guerra. No entendía bien aquella situación, no la recordaba. Entonces lo entendí, sus labios se fundieron en un beso intenso para luego volver a mirar fijamente la puerta de la madriguera.

-¿Estas seguro de tus visiones?- Repuso mi espectro del pasado.

-Sabes que sí, nunca fallo.- Sus dedos arañaban con fuerza sus brazos.

-Estas demasiado nervioso, me estas clavando las uñas.- En ese momento el otro joven clavó sus garras en la tierra.

-Vamos a morir fusilados. En esta vida tan sólo hemos deambulado para nada, no nos vamos a dar ningún sentido al puzzle.- Comentó y entonces se abrió la trampilla, un soldado les miraba, era del bando nacionalista.

-Los he encontrado.- Espetó bramando su voz en el viento.

-Fusílalos ahí mismo, entierra sus cuerpos.-Comentó un segundo soldado que parecía ser el cabecilla de aquel escuadrón.

No pude contemplar la escena, dos disparos resonaron en el aire, ni un grito y menos una lágrima se escuchó. Mi mente quedó confusa, ambos habíamos sido pareja pero él lo había ocultado diciendo que tan sólo compañeros. Éramos un mismo ser dividido, por lo tanto la atracción debía aparecer como las habilidades al darse un caso de separación. Lo que no comprendía era su silencio. Desperté en otro lugar, quizás años atrás a aquella masacre si sentido. Me hallé en una pequeña habitación, sencilla y a la vez pobre, había una cama con una colcha algo andrajosa junto a una mesa y varias sillas, era una casa de un solo dormitorio, al fondo estaba la chimenea donde se hacía un caldo y en un lado una ventana que daba un patio de vecinos. Los geranios colgaban fuera junto a otras macetas que colgaban enredándose por la barandilla. Sobre la mesa había un frutero de barro y en su interior unas cuantas frutas que a penas rebosaban el cacharro. En la casa reinaba el aroma del caldo y el canto de un pájaro que en el exterior amenizaba las horas. Deambulé unos minutos por aquella estancia. Era una cama como para dos personas, algo bastante pobre. En una pequeña estantería oculta bajo una telita había barios libros de poesía y de prosa. El sonido del tictac de un reloj que no conseguía encontrar me amenizó los minutos que tardó el dueño en entrar. Era uno de los jóvenes que había contemplado en el campo.

-José ¿qué haces aquí?- Comentó mientras cerraba la puerta y echaba el pestillo encaminándose hacia mi.- Un momento, no eres José.-Murmuró clavando una mirada aviesa en mis pupilas.

-No. ¿Mario?- Cuestioné quedándome en mi posición.

-Eres igual que José pero algo me dice que no eres él, no sé quién eres pero eres igual.- Respondió algo frío y concentrando en mi toda su atención.- ¿Cómo sabes mi nombre?- Murmuró.

-Os observé a ti y a José en otras circunstancias no muy favorables.- Respondí mientras él posaba sobre mí la palma de su mano derecha.

-Eres un espectro, debí suponerlo.- Comentó alejándose de mi.

-Esto es parte de un sueño, de un recuerdo. No entiendo bien que hago aquí.-Dije mientras me dejaba apoyar en la pared cercana a la chimenea.

-Entiendo, recuerdas de la misma forma que yo lo hago.- Respondió sentándose en una de las sillas que rodeaban la mesa e invitándome a sentarme en la sobrante.

-José es tu pareja, es tu otra mitad. ¿Habéis descifrado algo en esta vida o tan sólo os habéis dedicado a luchar por la supervivencia?- Indagué escuchando el chirrío leve de las patas del asiento al despegarlo de la mesa.

-Somos partes de un alma, no hemos encontrado mucho solo leído información y recordar la antigua. Sí, somos pareja.- Afirmó rotundamente en sus últimas sílabas, aunque él mismo dudaba al temblarle el labio intentando ocultarlo.

-¿Qué edad tienes?- Pregunté intentando no ser demasiado inoportuno.

-Diecisiete, todo el mundo me echa un par de años más. Vivo aquí con mi tía.- Repuso y tras esto la escena se volvió borrosa, mi mirada se tornó confusa y no podía fijarla.

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Lestat de Lioncourt